sábado, 14 de septiembre de 2013

Un misterio simple

14/Septiembre/2013
Laberinto
Armando González Torres

Probablemente en varias redacciones estaban azorados por el nombre tan poco familiar: el ganador del controvertido Premio FIL no fue algún célebre narrador locuaz o alguna conocida escritora progresista; sino un viejo poeta, creador de una obra imponente diseminada en varias disciplinas, y desconocido del gran público.  Un veredicto malo para los negocios, pues el poeta francés Yves Bonnefoy (1923) no detenta el atractivo de los escritores bendecidos por los medios; pero bueno para la literatura, pues es un auténtico clásico que, si bien tiene como núcleo creativo la poesía, ha renovado desde la crítica de arte y la teoría literaria hasta la hermenéutica. Bonnefoy  esgrime inquietudes profundas que no se conforman con las respuestas de la razón (la forma perfecta), o de la sinrazón (el surrealismo) y que buscan vínculos fecundos entre estos dos órdenes de la experiencia.  En un ambiente de rentable nihilismo, Bonnefoy busca restituir presencia y significado a la poesía y rehabilitarla como enlace de la unidad del mundo, mediante un esfuerzo para imbuir al poema rigor, lucidez y realidad: (Que este mundo permanezca/Que la ausencia, la palabra/Sean uno, para siempre/En la cosa más simple).  Hay profundas interconexiones entre su ascetismo artístico y su apuesta ontológica: desde  Del movimiento y la inmovilidad de Douve esa vibrante, luminosa y misteriosa forma elegiaca  hasta Las tablas curvas, último libro suyo que conozco, Bonnefoy utiliza al poema como medio de conocimiento y proveedor de sentido. 
La poesía de Bonnefoy, a veces más elaborada, a veces más escueta, pero siempre concreta, aporta una rica cauda de símbolos, en la que confluyen sus vertientes como crítico de arte interesado en distintas épocas, como lector de la extensa tradición de la poesía de Occidente, como explorador de aspectos fundamentales de la correspondencia de las artes y como animador de la gran empresa académica de un diccionario de las mitologías. La formidable curiosidad intelectual de Bonnefoy no se refleja, sin embargo, en una erudición ostentosa, sino en una sensibilidad aguzada que brinda a su poesía múltiples instrumentos para reconocer y descifrar la realidad. En Bonnefoy los mitos recuperan su elocuencia, alimentan una visión estética y espiritual y su aparente hermetismo ilumina y revela: (¿Estás muerta de veras o juegas/a fingir todavía la sangre,/la palidez, tú que al sueño te entregas/con esa pasión que tan solo se pone al morir?).   Bonnefoy ve la naturaleza y los objetos como solo los podrían ver un moribundo o un recién nacido, con una necesidad imperiosa de sentido: (La tomaran o no nuestras manos,/idéntica abundancia./Tuviéramos abiertos o cerrados los ojos,/idéntica la luz.). Habita en su poesía ese realismo que reconcilia de manera prodigiosa lo ordinario con lo imaginario, lo empírico con lo onírico y que revela, con mirada presocrática, que en cada cosa hay presencias originarias y bullen dioses.

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