sábado, 28 de enero de 2012

Neoliberalismo eres tú

28/Enero/2012
Laberinto
Heriberto Yépez

La fábrica del lenguaje, S.A. (Anagrama, 2011) de Pablo Raphael está bien escrito y mal pensado. Public Relations & Auto-Spoiler.

La fábrica… es un ensayo tripartita sobre la relación entre neoliberalismo y denial literario (a ser una generación o una literatura ética) que abre con una sátira —mediante falacias ad hominem— sobre las contradicciones que atribuye a otros intelectuales.

Habla de nadie o del otro que caricaturiza —El Escritor Neoliberal— para erguirse autoridad y hacer reír al lector.

Prosa de zapping peterpánico que pasa de una cosa a otra vía máximas irónicas atrapadas en descalificar todo excepto su capacidad de descalificar todo.

Libro apresurado e incongruente. Ping pong de slogans intercambiables y absolutistas (pero con Buena Intención).

“Lo de hoy es el pensamiento rápido”, dice. Pero a su libro no le sobra un tuit, es filosofía-facebook y párrafos-pasarela. No tiene temas: tiene invitados. Es un libro de 302 páginas sin argumentación. Pero mucho name-dropping.

Se asume liberal pero no da más alternativa que Regresar al Centro: después de tantos posts el Silencio de Sicilia es mi Post-Scriptum.

Por ejemplo, P. Raphael dice que las periferias reclaman su espacio porque son neoliberales, como la movilización on-line (pp. 23-24), ejecutada por el Pentágono (p. 93), lo cual no evita subir a YouTube su booktrailer.

O lanza clichés sobre escritoras y lectoras (pp. 16-20 y 121); señala como “sustitutos de sentido” y “sectas” desde Séneca hasta el zen (p. 149), ¿por qué? Porque Pablo Raphael lo determina, como determina que “Todo aquello que en su portada contenga las palabras ‘Tijuana’… o ‘norte’ está sustentado en un estudio de mercado”.

¿De verdad cree todo eso? No importa: lo puede decir y será palmeado.

Su fábrica del lenguaje (prefabricado) es una agencia publicitaria para un lector con déficit de atención.

Libro inverosímil e inexplicable. Con prosa del Internet 2004 y secretamente conservador, ideal para un lector chic-reaccionario.

Y penoso que diga “Lo verdaderamente interesante que se produce en el ámbito de lo fantástico mexicano” es una lista de “autores relevantes… en cuya compañía tengo el gusto de aparecer con cierta frecuencia” (p. 214).

Como su título indica, es literatura marketing que se niega a ver a sí misma, e hincha el pecho demócrata pero tose prejuicios y autoritarismo.

Todo lo considera indigno, menos a él —el escritor anti-neo-liberal— y hace un libro que posee las características que denuncia.

Si fuese coherente perdería 150 páginas de axiomas pero sería una divertida autocrítica de un escritor mexicano-global muy interesado en lo literario inmediato.

Pero La fábrica del lenguaje, S.A. no es ese libro. Y terminó creyendo su propio discurso: “Todos somos neoliberales” son los otros.


“México es una potencia cultural”

28/Enero/2012
Laberinto
Adriana Malvido

A Consuelo Sáizar sólo le falta el casco. Desde un andamio observa la obra, toma fotos, tuitea, habla con arquitectos, con restauradores, funcionarios y asistentes que la siguen. Hay más de 450 trabajadores a todo vapor en la que será la Ciudad de los Libros, en un espacio de tres hectáreas en la antigua Ciudadela, nueva casa de cinco bibliotecas personales, del fondo de la Biblioteca México y del Fondo Reservado, que prometen ser el vínculo de la memoria con el futuro y quizás “una de las primeras hazañas culturales del siglo XXI”, según le dijo Carlos Monsiváis a esta mujer que lo cita emocionada.

Dentro de ese universo de polvo, planos, libreros, vértigo y promesa, donde la luz natural ya se filtra para mostrar un nuevo rostro del monumento, sus patios y pasillos, donde arquitectos y artistas contemporáneos cubren con nuevo ropaje estético y tecnológico la cultura de los libros que habitan los acervos de Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Alí Chumacero y Carlos Monsiváis, la Biblioteca de José Luis Martínez, ya terminada, resulta un oasis de serenidad para la entrevista con la presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes que finalmente se sienta, armada con su Ipad, sus carpetas y todo un equipo de funcionarios, listos para asistirla con el dato preciso en el instante que se requiera.

“Es un privilegio presidir esta institución”, expresa. Y a la pregunta obligada sobre si tomará el lugar de Alonso Lujambio en la Secretaría de Educación Pública, responde tajante: “No está en mi horizonte. Ve mi emoción y mi compromiso con todo esto”. ¿Y si te nombran?, le insisto y reitera: “No está en mi horizonte, yo estoy muy contenta y comprometida con Conaculta”.

Y es que se encuentra en medio de grandes proyectos de infraestructura en camino como la Ciudad de los Libros —a la que se conectará el Centro de la Imagen que también será restaurado—, la nueva Cineteca Nacional, la modernización de los Estudios Churubusco y el remozamiento del Centro Nacional de las Artes que, aclara, no son obras aisladas sino parte del Proyecto Cultural del siglo XXI que empezó a diseñar en 2009 cuando llegó a Conaculta.

—Recientemente dijiste en entrevista que tus antecesores te dejaron “la vara muy alta”. ¿En verdad piensas así respecto a las gestiones de Sari Bermúdez y Sergio Vela?

—Hagamos un recuento: Víctor Flores Olea funda Conaculta, crea el Fonca, acompaña a Octavio Paz a recibir el Nobel, organiza la exposición “México: 30 siglos de esplendor”, realiza el Encuentro de Invierno —y desde entonces nos quedamos sin una reflexión desde el Estado, una reflexión pública y colectiva—, también inicia el Auditorio Nacional.

“Rafael Tovar funda el Canal 22, el Centro de la Imagen, el Sistema Nacional de Creadores y la joya de la corona de su gestión que es el Centro Nacional de las Artes. Con Sari Bermúdez surgen los estímulos para el cine, los centros estatales de las artes. Inicia una valoración y una memoria de la gestión cultural con su encuesta; da el primer impulso electrónico a la cultura cuando gestiona la donación de equipos para bibliotecas por parte de la Fundación Gates. Y levanta la Biblioteca Vasconcelos, tan vilipendiada aquí y tan reconocida fuera del país. Con Sergio Vela inician los grandes presupuestos, se inaugura la Fonoteca, se adquiere la Biblioteca José Luis Martínez y revive la Compañía Nacional de Teatro. Yo estoy convencida que en este país se escenifica lo mejor del teatro en español en el mundo y si bien es un esfuerzo colectivo, la CNT es la gran protagonista. No hablo por cortesía, sino porque dejaron una gran huella a continuar.

—¿Qué personaje te inspira?

—En México hemos tenido grandes gestores culturales. Por supuesto, José Vasconcelos, creador de varias de las grandes hazañas culturales del siglo XX mexicano; Jaime García Terrés; José Luis Martínez; Juan José Bremer, Víctor Sandoval, Flores Olea; hombres forjados por la pasión por la cultura y el amor a México.

—Quieres darle un acento de género a tu gestión.

—Hemos caminado mucho, pero hay muchas cosas más por avanzar. Cuando llegué al Fondo de Cultura Económica me di cuenta de que ninguna de las librerías tenía nombre de mujer, que había muchas escritoras importantes fuera del catálogo, o que no se reflexionaba suficientemente sobre nuestra actividad intelectual. Ya en pleno siglo XXI seguimos conociendo mujeres que estrenan puesto como secretarias de Estado, presidentas municipales… Fui la primera mujer en dirigir el FCE en 75 años y hace poco conocí a la rectora de la Universidad Nicolaíta, que ha sido la primera mujer en 400 años con ese cargo. Así que no es que me dedique a eso, pero sí le pongo especial atención. No excluyo lo otro, pero incluyo a esta gente.

—¿Trabajar dentro de un gobierno panista marca tu proyecto de alguna manera?

—Este siglo se ha distinguido por una gestión de enorme apertura y de gran interés en la cultura. Basta ver el presupuesto. Pasamos de 6 mil millones en 2006 a 15 mil 662 millones en 2012, prácticamente se triplicó. Ve los proyectos y los resultados. Y cuando planteamos el Proyecto Cultural del siglo XXI, fue, digamos, la consecución natural que inició en el 2001.

—¿Entonces no te marca? ¿Sería el mismo proyecto con un gobierno priísta o perredista?

—Digamos que hay enorme libertad y un gran apoyo.

Consuelo se entusiasma, saca carpetas, gráficas, para abundar sobre su proyecto. “Estamos con un pie en el pasado y otro en el futuro, la idea es vincularlos, preservar la memoria y el patrimonio cultural para las futuras generaciones y difundirlos. Por eso me propuse los cerebros electrónicos, la digitalización de la palabra, la imagen y el sonido. Se están digitalizando todos los libros de estas bibliotecas para el acceso del público y para poner en línea aquellos libres de derechos. La Fonoteca es ya líder en América Latina para la preservación sonora, y la imagen, películas, fotografías, mapas y videos están en proceso.

Pero se dio cuenta, advierte, de que al ciudadano no le es suficiente el intangible. Necesita de espacios públicos, tener la cultura a la mano; entonces emprendió los cinco proyectos fundamentales: La Ciudad de los Libros, la construcción de una nueva experiencia para la Cineteca (que abarca no sólo su remodelación sino la idea de expandirla a nivel nacional —Tijuana, Oaxaca, Hermosillo…— para que su programación llegue al mayor número posible de mexicanos), la remodelación y modernización de los Estudios Churubusco, la creación de una escuela de guión y de la licenciatura en Cinematografía y el proyecto para el Centro de las Artes.

“Tenemos infraestructura, tecnología y memoria. Es el proyecto: la plataforma intelectual del español, la vinculación con la sociedad y la decisión de futuro (del brick al click), y está basado en el talento de los creadores, la fortaleza de las instituciones y la participación de la sociedad”.

Desde que Sáizar asumió la presidencia de Conaculta, una de sus prioridades fue darle una personalidad jurídica propia a la institución, creada por decreto en el gobierno de Salinas de Gortari. La Cámara de Diputados planteó una Ley de Cultura y el Conaculta hizo su propia propuesta, “que ha ido y venido y sigue revisándose”.

—¿Qué consecuencias tiene esta indefinición jurídica?

—Estoy convencida de que es necesario reformar la figura estatutaria de Conaculta, darle personalidad jurídica, por varias razones, y una de ellas es que coordina instituciones que tienen mayor valor en la administración pública que el propio decreto que le dio origen. Ahora bien, tanto el INBA, como el INAH y el IMCINE, son tres institutos que gozan de una gran libertad y yo me asumo como coordinadora del sector, donde establecemos líneas estratégicas a seguir. Así que no hay consecuencias, porque más allá de la ley hay muchísimas acciones, un proyecto claro, resultados tangibles, una vitalidad enorme tanto en la sociedad como en la gestión, y una comunidad siempre atenta a trabajar. Las leyes no siempre son necesarias.

Uno por uno se le mencionan episodios críticos en la historia reciente que reflejan la falta de claridad en las responsabilidades. Consuelo Sáizar accede a responder caso por caso.

—El caso de la colección Gelman. ¿Por qué el silencio del Estado frente a tan importante colección, hoy escondida y en riesgo de perderse?

—No hay silencio. Nuestra postura, por supuesto, es obtenerla, hacer una buena oferta y hubo un acercamiento. Pero no hay claridad sobre quiénes son los sucesores testamentarios y para llegar a un acuerdo tiene que haber una figura jurídica plenamente acreditada.

—La cuestionada rehabilitación de la sala principal del Palacio de Bellas Artes.

—Injustas las críticas. Fue una remodelación afortunada y el mérito es de Teresa Vicencio, que hizo la obra, sin haber tomado ella la decisión, prácticamente en tiempo y en presupuesto. Cuando vino Jessye Norman y cantó sin micrófono le pregunte sobre la acústica. “It’s wonderful, it sounds magic”, me dijo. Mira, yo estuve en Barcelona cuando se quemó el teatro. Aquí estábamos a punto de una catástrofe que se evitó y la sala tiene viabilidad para los próximos 50 años.

—Se percibió una ausencia de Conaculta en los festejos del Bicentenario y el Centenario en 2010.

—Nosotros prácticamente llevamos el contenido. El programa más importante fue “Discutamos México”, una reflexión que convocó a lo mejor del pensamiento del país y estuvimos muy presentes. La SEP era cabeza del sector, pero contribuimos con exposiciones, películas, con muchos eventos.

—¿Y con la Estela de Luz que hará Conaculta?

—Nosotros no tuvimos participación alguna, recibimos una obra terminada y a partir de ahí, dado que es un espacio público, Conaculta puede hacer lo que mejor sabe hacer: animación cultural. Proponemos una sucursal de la Cineteca que funcione 24 horas al día. También hay un espacio importante para exposiciones y, dado que la escalinata es como un escenario natural en donde la gente se sienta a ver el espectáculo lumínico cada tarde, creo que la Estela de Luz puede ser, además de un símbolo, un escenario y, en consonancia con el siglo XXI, totalmente interactivo.

Para Sáizar, la Estela “fue un ejercicio democrático muy importante. El sitio lo aportó el gobierno del DF y la construcción el gobierno federal, con la participación de un jurado compuesto por expertos y conocedores de ambas instancias que decidió por unanimidad”.

—¿A ti te gusta el resultado?

—Estéticamente me gusta muchísimo y técnicamente me parece un gran desafío.

Sáizar se asume como servidora pública. Trabaja 20 horas diarias. Asegura que responde a todas las llamadas y a todos los correos, que su norma es: “asunto que llega a mi escritorio debe ser resuelto”. Asiste a exposiciones, conciertos, presentaciones de libros. “Intento estar en todo, eso lo heredé de Monsiváis”, bromea.

Asegura que tiene una relación cercana y respetuosa con los creadores e intelectuales, que apoya y trabaja de cerca con María Rojo para lograr una ley que dé seguridad social a la comunidad creativa a la que le ve “muchas posibilidades”, igual que a la iniciativa para reformar la Ley Federal de Cinematografía para garantizar más tiempo en pantalla para el cine mexicano. “Estamos atentos en apoyarla y, en su momento, a instrumentarla, si es que nos corresponde a nosotros”.

Según informa Sáizar, la producción de largometrajes con apoyo del Estado en este sexenio aumentó de 132 en el anterior a 415 en el actual. La inversión creció de 533 millones a casi 4 mil millones de pesos y se generaron ingresos por 4 mil 226 millones de pesos.

—Se producen muchas películas pero no hay dónde verlas.

—Se ve muchísimo cine mexicano. La asistencia ha aumentado de 38 millones a 57 millones del 2001 al 2012.

La reforma al artículo 4º constitucional para garantizar el acceso a la cultura de todos los mexicanos contrasta con la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales que reveló poco acceso o interés social por los espacios tradicionales como museos, cines, teatros, zonas arqueológicas y bibliotecas.

Sáizar discrepa en torno a esa lectura. “El problema es que sólo se totaliza el resultado pero no se hace un análisis”. Y advierte una relación directa entre infraestructura y consumo: “La gente va poco a museos donde no hay museos y no lee donde no hay bibliotecas o librerías. En un país de grandes desigualdades, todavía hay mucho por hacer en este sentido. Yo intenté poner al día la encuesta que se hizo en la gestión de Sari Bermúdez, me parecía un crimen que al cierre del siglo XX no la tuviéramos. Entonces, tanto la encuesta como el Atlas de Infraestructura Cultural, que no pueden verse por separado, nos dieron un mapa y un proyecto de futuro para ver en dónde necesitamos invertir según la vocación cultural de cada estado, tanto en infraestructura como en digitalización de contenidos. Y fue a partir de ese mapa que, en gran parte, se diseñó el presupuesto del 2011 y el 2012”.

Consuelo Sáizar tiene una certeza: “México es una potencia cultural mundial”. Ennumera: “Tenemos la feria del libro más importante en habla hispana, la FIL de Guadalajara, que es también la número dos en el mundo; tenemos el Auditorio Nacional, que es el número uno en ingresos, asistencia y eventos a nivel mundial; tenemos el Festival Internacional Cervantino, que es uno de los tres más importantes del mundo; la Cineteca Nacional es la número uno en asistencia; el Museo de Antropología está entre los diez mejores, y los festivales de cine de Morelia y Guadalajara están entre los primeros veinte”.

La creación de públicos, advierte, es fundamental. Pareciera, abunda, que en el siglo XX la administración sólo se hacía en relación con los creadores, que no hubo una vinculación de la cultura con la sociedad. “Por eso creamos las verbenas culturales, por eso estamos tomando el espacio público, por eso los reality shows que hicimos de ópera prima y ópera en movimiento. Porque justamente hay que mostrarle a la gente que todos podemos ser seducidos por la ópera, por el ballet, y que no son espectáculos de elite. Esa, segura, es nuestra política cultural de Estado”.

—En el entorno de violencia, miedo e inseguridad que vive México, ¿qué aporta Conaculta para restituir el tejido social?

—A la cultura nada le es ajeno y la cultura no debe ser ajena a nada.

Y habla del rescate de espacios públicos, de programas, sobre todo para niños, de libros, lectura, cine ambulante, música y cuenta cuentos. “La gestión cultural tiene que estar en todo. Y estamos en todo”. La función de Conaculta, resume, “es, básicamente, preservar, difundir, educar”.

—Pero hace años que el sector educativo y el cultural están desligados y no hay una educación artística en las escuelas.

—Ese es uno de nuestros grandes pendientes, es cierto.

Otro de los grandes pendientes que reconoce es, dentro del Conaculta, un proyecto a nivel internacional. “Ha sido una omisión histórica terrible que me llamó la atención desde que llegué y un pendiente con el que me voy a ir. Tenemos que aprender de España el uso de la promoción cultural con base en el idioma. Establecimos como prioridad volver a México la plataforma intelectual del español y realizamos muchos congresos, como el Encuentro Internacional de la Experiencia Intelectual de las Mujeres, pero en realidad han sido acciones aisladas. Me parece que el gran reto es alinear a todas las instituciones que tienen vinculación con el exterior para establecer un proyecto con base en el idioma, que es el segundo con mayor potencia en el mundo, pero además tenemos de vecino al país en donde está creciendo más el número de hispanoparlantes”.

Con respecto al Encuentro Internacional de Mujeres y los gastos que generó el año pasado, Consuelo Sáizar no sólo asegura que fue “una difamación” sino que abunda en la idea de que la cultura “debe basarse en números pero no sólo se mide en números. El histórico congreso de Valencia, o aquel en el que coincidieron Arnaldo Orfila y Cosío Villegas, no se evalúan por su numeralia. La generación de diálogo y de ideas, la reflexión que provocan estos encuentros en jóvenes que van a poder aplicar lo aprendido muchos años y hasta décadas después, tiene una trascendencia en el tiempo que es fundamental. Mira el Premio Cervantes o los Príncipes de Asturias. Imagínate que reúnen ahí a los grandes pensadores y creadores de la historia. ¿Mides cuánto cuesta el pasaje? Un país se distingue por su pensamiento y su capacidad de diálogo y por eso estoy convencida de ese congreso totalmente inédito en donde las mujeres hablamos por primera vez desde la experiencia intelectual. Igual los premios van creando un linaje de diálogos y propuestas. Y ya salió la convocatoria para el Premio Rosario Castellanos”.

—¿Cuál fue tu postura cuando el gobierno desapareció la plaza de un embajador de México ante la Unesco?

—Lo lamenté mucho, pero la embajadora [Patricia] Espinosa me explicó las razones y entendí que era una alineación de procesos y que el embajador de México en Francia asumiría las funciones.

—Eso debilitó más la presencia de México en el mundo.

—Por lo que me dijo la canciller, no es así.

—¿Y tu postura con la cancelación del año de México en Francia?

—La decisión se tomó a partir de un desencuentro. Nuestra postura fue de apoyo total a la decisión.

—¿Qué huella de fondo quiere dejar Consuelo Sáizar?

—Haber conectado el pasado con el futuro. Haber diseñado el Proyecto Cultural del siglo XXI, dotar de enorme espacio público a los ciudadanos, darle viabilidad a los sueños de los creadores, hacernos conscientes para estar orgullosos de la enorme potencia cultural que es México, haber conseguido presupuestos históricos gracias al interés del presidente Calderón y de la sensibilidad de los legisladores, demostrar que se puede trabajar en un equipo unido con un mismo espíritu. Porque yo sueño pero ellos realizan. Lo que más me importa es que podamos preservar la memoria para las generaciones futuras.

Consuelo Sáizar se levanta y continúa el recorrido con su equipo por la que será la Ciudad de los Libros. Sin casco, pero con la frase de Monsiváis en la cabeza.

Las trincheras intelectuales de Octavio Paz

28/Enero/2012
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

“El espíritu crítico. La convicción de que a partir de la literatura era posible crear otros mundos y criticar éste, fue un motor importante de ambas publicaciones”, dice la poeta y ensayista Malva Flores al reflexionar sobre Plural y Vuelta, las dos revistas que creó y animó el poeta Octavio Paz en los últimos 27 años de su vida.

La pasión crítica del Premio Nobel de Literatura 1990 también es valorada por el historiador norteamericano John King, quien asegura que Plural, dirigida por Paz entre 1971 y 1976, fue “una revista abierta al mundo” que con los años se convirtió en el eje de la vida intelectual hispanoamericana.

Los dos revistas emblemáticas animadas por Paz -quien también alentó antes Taller y El hijo pródigo- son el objeto de estudio de dos libros publicados por el Fondo de Cultura Económica (FCE) en su colección Vida y pensamiento de México, que están en la mesa de novedades de las librerías: Plural en la cultura literaria y política latinoamericana, de John King, y Viaje de vuelta. Estampas de una revista, de Malva Flores.

Ambos autores y estudiosos de las dos revistas impulsadas por Paz entre 1971 y 1998 (año de su muerte), celebran que sus páginas fueron espacio de libertad e independencia y la pasión crítica que las alentó.

Flores afirma que Plural y Vuelta fueron las dos últimas grandes revistas hispanoamericanas del siglo pasado. ¿Cómo medir su impacto? Basta ver su nómina de colaboradores, que supera el millar, de los cuales la gran mayoría fueron artistas e intelectuales de nuestra lengua.

“Desde las revistas ellos establecieron una conversación y una reflexión constante sobre el arte, la historia y el devenir de los países latinoamericanos. Sus textos fueron también comentados y discutidos en prácticamente todo el continente. Un ejemplo de su impacto puede reflejarse, por ejemplo, en el hecho de que en distintos países fue prohibida la circulación de Vuelta por varias de las dictaduras latinoamericanas de su tiempo”, señala la poeta.

La autora de Luz de la materia y El ocaso de los poetas intelectuales señala que Vuelta publicó más de 6 mil textos y más de mil poemas, y además que en esa revista convivieron hasta tres generaciones de escritores y un amplio número de sus colaboradores fueron jóvenes.

“Creo que sería difícil imaginar el panorama intelectual y artístico de este país sin ellas. Durante un cuarto de siglo el debate sobre México (su arte, su historia, su política) fue central en sus páginas. El desarrollo de estas revistas está ligado íntimamente a la vida del país, a partir de una sistemática crítica al sistema político y una aspiración permanente: la democracia”, afirma Flores.

También el historiador John King habla de la pluralidad en la revista Plural. Asegura que “a pesar de la falta de una tradición académica importante en México, Plural quizá es una revista de mayor alcance, más abierta y verdaderamente universal que sus homólogas metropolitanas”.

Expresión de la cultura latinoamericana

John King, quien realizó una larga investigación y documentación sobre el pensamiento político y la vida cultural de Paz, y quien conversó con él en varias ocasiones y pudo acceder a su archivo personal, asegura que Plural, desde su planeación, “pretendía expresar la cultura latinoamericana, además de proponerse como una fuente de información y crítica de la actividad literaria, artística y política en el mundo”.

Incluso, King cita la carta que Paz le envío a Claude Lévi-Strauss, el 23 de julio de 1971, hablándole del proyecto de la revista. Dice Paz: “Vehículo de la literatura, el pensamiento y el arte a la vez que examen de la realidad contemporánea, Plural explorará también los puntos de encuentro entre la ciencia y la literatura, el arte y las ciencias humanas o sociales”.

King, autor de Sur. Estudio de la revista literaria argentina y de su papel en el desarrollo de una cultura, 1931-1970, publicado también por el FCE, asegura en el libro que su investigación sobre Paz y Plural inició en 1968 porque quería “explorar la reacción de Paz ante los hechos ocurridos en Tlatelolco y sus consecuencias, que lo impulsaron a la creación de Plural tres años más tarde”.

Malva Flores es enfática al hablar de las banderas que enarboló Octavio Paz a través de las páginas de esas dos revistas: “La pasión crítica, la independencia del intelectual, la certeza de que la tradición es un legado vivo, que la literatura hace visible el mundo y que los lectores no son ‘consumidores’, sino ciudadanos: los verdaderos interlocutores”.

La poeta dice que otro asunto muy importante fue el hecho de que las revistas que Paz dirigió fueron publicaciones concebidas por él desde la participación de otros escritores, cuyas ideas podían divergir. “Paz fue el corazón de esas revistas, pero las revistas son también un cuerpo que construye una casa intelectual”.

Flores habla de la vocación polémica de Paz, de su deseo de confrontar al otro y así reconocerlo, un asunto que, dice, ha sido comentado en muchas ocasiones. “Vargas Llosa dijo que Paz había sido un ‘formidable agitador intelectual’. Vuelta también lo fue. ‘Agitar’ las conciencias, mover las aguas estancadas, darle voz y espacio a la disidencia, propiciar la discusión, no es tarea sencilla y suele ser recompensada con linchamientos”.

Pléyade de novelistas y poetas

La apertura y la independencia fueron marcas que Paz dejó en las revistas que creó, primero en Excélsior (Plural, a invitación de Julio Scherer) y luego de manera independiente (Vuelta, entre 1976 y 1998).

Flores dice que “la enorme curiosidad de Paz alentó también la existencia de dos revistas cuyos escritores ejercieron el derecho a la imaginación y la crítica. Otro aspecto que diferencia a las revistas de Paz del resto de las de su época es la importancia que tuvieron los poetas en ellas. No fueron sólo ‘revistas de poetas’, pero en ellas su papel fue determinante, también, como intelectuales”.

King afirma que en cuanto a la crítica cultural, Plural recurrió a novelistas y poetas para que accedieran como críticos literarios o culturales, especialmente recurrió a los escritores latinoamericanos que fueron los mejores críticos de su propia obra y lo más importante: “Ayudaron a trazar un mapa determinando su posición y la de otros en el desarrollo de las letras nacionales y continentales”.

Malva Flores afirma que Paz nos enseñó, mediante las revistas, que “el escritor no era el veleidoso arlequín de la nación o el mendigo de su burocracia, sino su crítico; que la poesía no era, tampoco, un adorno en la mesa de la cultura sino el alma de los pueblos, su memoria, y el antídoto contra el mercado.

“Vuelta nos transmitió otro apunte esencial: era posible hacer una revista independiente, una empresa cultural en su sentido más generoso: la reunión de unos amigos que, sin menoscabo de sus divergencias, fueron capaces de reunir sus voces para animar una conversación inteligente”.

John King cita a algunos de los primeros colaboradores de Plural: Claude Lévi-Strauss, John Cage, Noam Chomsky, Paul Goodman, Roman Jakobson, Henri Michaux, Dore Ashton, Harold Rosenberg, George Steiner, Roland Barthes, Michel Foucault, Pierre Klossowski, Charles Tomlinson y Juan Goytisolo.

Esas revistas alentadas por Paz dieron cabida a escritores latinoamericanos como Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante, José Bianco, Damián Bayón, Roberto Juarroz, Blanca Varela, Julio Ortega, Haroldo de Campos; también son revistas que impactaron, como pocas, el pensamiento cultural, político e intelectual de México e Hispanoamérica.

domingo, 22 de enero de 2012

Prohibido pensar

22/Enero/2012
Jornada Semanal
Verónica Murguía

En este país, en el que nadie lee y la educación está al nivel del suelo, tenemos una actitud ambivalente ante la cultura. Por un lado nos lamentamos: no hay lectores y poquísimas librerías; en otros países donde se habla castellano, como España, Cuba, Argentina, Colombia, Chile y Uruguay, se lee más que en México. Nadie va al teatro, a la danza, a la ópera, a las exposiciones. ¿Leer divulgación científica? Menos. Somos ignorantes. Un desastre.

Con la cabeza gacha acabamos afirmando, convencidos, que la educación es la única salida para el atolladero nacional. Todos estamos conscientes. Hay propaganda en las calles instándonos a leer: en las fotos aparecen actores y cantantes pop con libros en las manos. Pobres. Salen en la foto con la misma cara de estupor que tendrían la mayoría de los escritores que conozco si los pusieran sobre un elefante. “Lee veinte minutos al día”, imploran los spots radiofónicos. Veinte minutos. El tiempo mínimo de ejercicio que se debe hacer diariamente, según la Secretaría de Salud. La verdad es que veinte minutos es muy poco, ya sea de lectura o de ejercicio. Vamos a terminar obesos y sin saber cómo escribir diabetes.

Por otro lado, la cultura se nos antoja al mismo tiempo rígida y vagamente irrisoria; aburrida y aristocratizante. Nadie admite que repudia los libros, pero muchos se jactan alegremente de no leer, sin ambages, como si retaran al establishment, cuando no hay establishment menos lector que el nuestro. Si escuchamos radio o vemos televisión, nos daremos cuenta de que la mayoría de los locutores, publicistas y redactores de anuncios no sabe para qué sirven las preposiciones y que los políticos suelen conjugar verbos en tiempos desconocidos para el resto del universo. Las revistas de sociales están redactadas con los pies, las de espectáculos ni se diga.

Quienes sí leen acostumbran elogiar lo que leen por entretenido, enfatizando que no es pesado o difícil de comprender. Yo no sé cuándo la lectura adquirió la obligación de ser divertida y ligera, pero ese es un deber de los programas cómicos, no de los libros. El arte no es un florero, ni tiene el compromiso de ser inocuo o decorativo. Pero el público, esa abstracción tirana, exige que las artes escénicas tengan propuestas simples; que las novelas no propongan problemas arduos y que la poesía sea transparente. Si a uno le gusta la ciencia, las matemáticas, la música clásica o la poesía del Siglo de Oro, corre el riesgo de que le digan pedante, fatuo, afectado. Creo que muchos prefieren ser tildados de burros que de culteranos. Es como la vergüenza infantil de ser el matadito de la clase.

La excepción a esto fue el escándalo suscitado alrededor de la admirable metida de pata de Enrique Peña Nieto en la FIL. Sus detractores y adversarios políticos se apresuraron a demostrar que ellos sí leen –las declaraciones de Josefina Vázquez Mota, autora del libro Dios mío, hazme viuda por favor, fueron, quizás, las más pretenciosas–, pero pocos asociaron el nivel cultural del candidato del PRI con el problema de la educación en México. Enrique Peña Nieto no es una anomalía: es un producto típico, cien por ciento vernáculo. Si analizáramos cualquier encuesta relacionada con la educación, veríamos que el candidato es uno más entre millones que no leen. En México no leen el candidato ni los votantes; los ricos ni los pobres; ni hombres ni mujeres.

Por supuesto, el caso del candidato priísta es distinto, pues aspira a gobernar un país del que ignora todo. Hay muchos asuntos de los que sólo se puede enterar leyendo. Si no, ¿cómo puede un hombre con sus recursos económicos enterarse, caray, de cuánto cuesta un kilo de carne?

Enrique Peña Nieto no tiene disculpa. Educarse o no, en su caso, fue una elección determinada por la ambición y el talante; no lee porque quizás le parece una pérdida de tiempo. No lee porque no le importa enterarse de nada y finge que lee porque en este país la mentira es moneda corriente. O, ¿debemos creer que de verdad es el autor del libro México, la gran esperanza, como asegura?

Yo, al menos, no creo que un hombre que no ha leído un libro en su vida sea capaz de escribir otro. Tampoco le creí a Vicente Fox cuando presentó el suyo, ni a Niurka, quien se describe a sí misma como filósofa y poeta. En fin. Ya lo decía Thomas Mann: a nadie le cuesta trabajo escribir, el único para quien resulta difícil es para el escritor.


El inconveniente de ser Cioran

22/Enero/2012
Jornada Semanal
Augusto Isla

Bajo la luz del Renacimiento, el genial Pico della Mirándola (1463-1494) publicó, a sus escasos veintitrés años, su Oratio de Hominis Dignitatae que le sirvió de prólogo a las novecientas tesis que tituló Conclusiones philosophicae cabalisticae et teologicae. Su célebre discurso fue y sigue siendo un paradigma del humanismo, entendido como exaltación del hombre cuyo libre albedrío lo puede conducir ya a las alturas de un ángel, ya a los abismos de la bestialidad. Como todo humanista, creyó que su pensamiento ayudaría al bienestar del hombre, centro del universo; como todo cristiano optimista y tolerante, si los hay, abrió su corazón a los vientos del sincretismo y de la diversidad. Lleno de amor al género humano, consideró que éste era capaz de vincularse con Dios sin mediaciones, sin rituales, sin dogmas. Pero aquel joven que tempranamente dominó el griego, el árabe, el hebreo... pagó caro su atrevimiento: fue juzgado, condenado por herejía y padeció la cárcel. Sometido y humillado, el brillante discípulo de Marsilio Ficino, ofendió a musulmanes y judíos. Sin embargo, esta flaqueza no logra eclipsar los destellos de su gran Oratio, ejemplo vivo de un humanismo que supo apreciar la grandeza humana.

cada sociedad genera sus humanismos: estudios, ideales, para mejorar la condición humana. La Antigüedad clásica, el Renacimiento, la Ilustración, el romanticismo... Unos miran hacia adelante, otros hacia el pasado. Todos son emanaciones de una inconformidad con lo vivido; unos permanecen como testimonios individuales; otros se convierten en ideologías orgánicas y trascienden como conciencia colectiva. Innovar o revivir; crear o imitar modelos, no importa. El Renacimiento imita a los antiguos, pero quiere superarlos. Todo vale si de lo que se trata es que la humanidad, tan elástica como perfectible, prosiga por un camino ascendente.

En contraste con el humanismo de Pico, en el crepúsculo de una civilización ensoberbecida por su progreso, cabe la sensación de vejez, el agotamiento, el tedio, el vacío. Émile Michel Cioran (1911-1995) expresa con suma inteligencia esa atmósfera decadente. Aunque nace y crece lejos de los grandes centros urbanos, en una Rumania rural, a los veintiún años parece haber leído todo, por así decirlo. El escenario ya no es Rasinari, donde vio la luz primera, ya no es ese universo pastoril, donde ha sido feliz como un “animal salvaje”, ni Sibiu donde, sustraído del paraíso bucólico, el adolescente alimenta su timidez, sino Bucarest donde, insomne, pasea por sus calles, disfruta sus burdeles; ahí donde dice “adiós a la filosofía” y sus sistemas, señales todos de “una vida personal pobre e insulsa”, ahí donde, harto de cultura e historia, escribe En las cimas de la desesperación. En las primeras páginas de este libro, en el capítulo “yo y el mundo”, apunta, entre paréntesis, “escrito el 8 de abril de 1933, el día en que cumplo veintidós años, experimento una extraña sensación al pensar que soy, a mi edad, un especialista de la muerte”.

Todo Cioran está aquí: el sin sentido de la vida, la tanática avidez de sí mismo, la persistente autodenigración: “Soy una fiera de sonrisa grotesca que se contrae y se dilata infinitamente, que muere y crece al mismo tiempo, exaltada entre la esperanza de la nada y la desesperación del todo”; y más adelante: “Soy un fósil de los comienzos del mundo […] soy la contradicción absoluta, el paroxismo de las antinomias y el límite de las tensiones; en mí todo es posible, pues soy el hombre que se reirá en el momento supremo, en la agonía final, en la hora de la última tristeza.” Nunca deja de ver hacia adentro. Ya en París, adonde viaja como becario del Instituo Francés de Bucarest, escribe en una “Carta a un amigo lejano” (1957): “Me veo, en medio de los civilizados, como un intruso, un troglodita enamorado de caducidad, sumergido en plegarias subversivas, presa de un pánico que no emana de una visión del mundo, sino de las crispaciones de la carne y de las tinieblas de la sangre [...] Sí, en mis crisis de fatuidad, me inclino a creerme el epígono de una horda ilustre por sus depredaciones, un turanio de corazón, heredero legítimo de las estepas, el último mongol.”

Si aquel joven no se suicida, es porque le repugna “lo mismo la vida que la muerte”. Cioran vivirá ochenta y cuatro años. En el transcurso de su larga vida, continuará observándose, y desde esa experiencia interior centrará su atención en el hombre. No cambiará su actitud hacia el mundo. Se odiará a sí mismo y odiará al género humano. He aquí un humanismo al revés, una misantropía. Y escribirá y escribirá. No por gusto ni por capricho, sino como una catarsis.

Desde la perspectiva individual –soledad, desesperación, sufrimiento– la misantropía de Cioran dibuja un conflicto con el mundo; pero vista desde la dimensión cultural, ¿el narciso negro que lo recorre no es reflejo de su tiempo? ¿No están ya el aburrimiento, el tedio y el vacío, en Baudelaire, en Mallarmé? Pero Cioran es algo más que un simple crítico de la modernidad; es un desencantado de la civilización, innecesaria para él; su desaliento se remonta a los orígenes: el nacimiento del hombre está marcado por la insignificancia; es poca cosa. El hecho de que se considere el centro del universo es una cosa; que lo sea, otra. En el fondo, es una criatura megalómana; “un mamífero que debería haber tenido un destino mediocre, está comprometido con un destino que le queda demasiado grande”. El hombre está maldito desde sus comienzos. Por eso, lo que inventa se vuelve contra él, y cuanto más se agita, más se acerca a su final. La historia es la negación de todos los valores, la prueba de su fracaso: “Todos sus sueños se estrellan contra lo grotesco del desarrollo histórico.” El devenir humano es también un antídoto contra las utopías, esos “monstruosos cuentos de hadas”. Y sin embargo, las necesita; son su fuerza, pues las ilusiones contenidas en ellas, como la libertad, por ejemplo, son imprescindibles para soportar la vida, para evadir la atroz condición humana. El progreso mismo, salvo en su aspecto tecnológico, es una ilusión, la “utopía por excelencia”, mas, por grande que sea, no lo salvará. Pienso en todos esos bobos que idolatran a Steve Jobs.

El discurso misantrópico de Cioran es un grito, un estallido, una bofetada; “una sucesión de exclamaciones”; sus deslumbrantes verdades no emergen de una lógica serena, sino de una inspiración furiosa. En vano discutir con él. De ahí que en sus “Reflexiones sobre Cioran” Susan Sontag desatine debatiendo con las “argumentaciones” del rumano: Cioran no argumenta; clava su ponzoña con rencorosa precisión. Por eso el aforismo es su arma más afilada; en él encuentra la palabra más justa, la más hiriente injuria contra sí mismo, contra la vida, contra Dios. A Cioran se le toma o se le deja en sus claridades y en sus sombras. Hay quienes devoran todo lo que escribe, por coincidir con su cansancio, con su rabia o por mero esnobismo; pero también hay quienes pronto lo abandonan, como un amigo a quien le di a leer Breviario de podredumbre, por considerarlo monótono, hiperbólico y acaso insincero.

Cioran escribe sus primeros cinco libros en rumano. Pero en 1947 decide redactar en francés; era, para él, un idioma odioso “con todas sus palabras pensadas y repensadas, afinadas y sutiles hasta la inexistencia, volcadas hacia la exacción del matiz, inexpresivas a fuerza de haber expresado tanto, de terrible precisión, cargadas de fatiga y de pudor, discretas hasta en la vulgaridad [...] Una sintaxis de una rigidez, de una dignidad cadavérica las estruja y les asigna un lugar de donde ni el mismo Dios podría desplazarlas”; detesta sus rigores, empero asume el reto y lo conquista. Él, tan indiferente a toda gloria –aspiración ridícula– anhela secretamente ser leído. Breviario de podredumbre fue un martirio: lo rehace cuatro veces para no ser considerado un “meteco”. Este libro, extraído según él, de sus “bajos fondos” para injuriarse e injuriar la vida, le abre el camino de la consagración como uno de los grandes escritores en lengua francesa. Escritos en rumano o en francés, los títulos mismos de sus libros llevan la impronta de su morbidez: Silogismos de amargura, La tentación de existir, Desgarradura, El inconveniente de haber nacido. . . Todos parecen ser variaciones del primero, a cada vez más concisos, más fragmentarios, en ascenso sonoro como el Bolero, de Ravel.

entre el creer y el no creer, en la imposibilidad de la fe –invención cristiana–, así vive su alma atormentada, llena de amor a los místicos, deseosa de eterna calma, de un éxtasis que por momentos experimentó en su estancia alemana allá por los años treinta. Como todo blasfemo es un pensador profundamente religioso. ¿Cristiano a su pesar? Como Nietzsche, aborrecía el cristianismo ¿Pero acaso no lo llevaba en la sangre, como una tara? Su padre era sacerdote ortodoxo; mas a diferencia del germano que creía en el hombre y en su capacidad de superarse a sí mismo, Cioran pensaba que creer en el hombre es una necedad, una locura. En La tentación de existir, la retórica anticristiana se concentra en el odio a san Pablo, “un judío no judío, un judío pervertido, un traidor [...] Cuando ya no sé a quién detestar, abro las Epístolas y en seguida me tranquilizo. Tengo a mi hombre [...] Una civilización podrida pacta con su mal, ama el virus que la roe, no se respeta a sí misma, deja a un san Pablo ir y venir. . . Por esto mismo, se confiesa vencida, carcomida, acabada. El olor de la carroña atrae y excita a los apóstoles, sepultureros ávidos y locuaces [...] El paganismo les trató con ironía, arma inofensiva, demasiado noble para doblegar a una horda insensible a los matices.” Y sin embargo, ¿no se asemeja Cioran al de Tarso, no desprecia, como éste, el mundo, la carne; no mira con malos ojos toda sensualidad, no incluso percibe en el comer “un acto de envilecimiento cotidiano”, aunque a diferencia del apóstol, Cioran nada espera de su renuncia?

fernando Savater, en un hermoso libro, Ensayo sobre Cioran, por el que luchó durante muchos meses para que fuese aceptado como tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid, dio en el clavo en su apreciación: “La única tarea [de Cioran], si se la puede llamar así, es el desengaño.” Es comprensible que las demoliciones del pensador rumano fueran rechazadas como habitantes de la academia filosófica, que alguien proveniente de la periferia del mundo y aspirase a “sensibilizarse a la oscuridad que la policromía ilusoria pretende enmascarar” fuese indigno de ser considerado como filósofo a despecho de que sus reflexiones sobre la existencia, el tiempo, la vida, Dios, la historia, la libertad... se abordaran de otra manera, evitando toda pedagogía, gozando la negación de la felicidad, de la vanidad de todo esfuerzo, del orden mismo del mundo. Difícil resulta la aceptación de alguien al que se le revela la inanidad del ser, ese despertar de la conciencia que riñe con “las personas decentes y de provecho”, esa violencia que admite la eternidad de la miseria, ya la interior, ya la de la vida social. Pues que el hombre ensucia y degrada todo lo que lo rodea. En lo personal mucho agradezco a Savater que haya despertado mi curiosidad y que de su mano muchos lectores de habla hispana nos hayamos adentrado en el atrayente infierno cioraniano.

en política, ¿qué es Cioran, de izquierda o de derecha? Ninguna calificación podría atraparlo. Para él, todas las sociedades son malas, pero hay peores. Así, rechaza lo mismo la sociedad burguesa, ilusión libertaria y “quintaesencia de la injusticia “, que la tiranía comunista. Rechazar o aceptar el orden establecido, da igual; nada cambiará. En su ensayo “El pensamiento reaccionario” –a propósito de Joseph de Maistre–, leemos: “Lo trágico del universo político reside en esa fuerza oculta que conduce a todo movimiento a negarse a sí mismo, a traicionar su inspiración original y corromperse a medida que se afirma y avanza. Porque en política, como en todo, nadie se realiza sino a través de su propia ruina.” Cioran no pertenece a nadie; el juvenil pasaje de su adhesión a La Guardia de Hierro –movimiento fascista, ultranacionalista, antisemita– le produce a la postre, “vergüenza intelectual”. Y aquí, de nuevo, Sontag se equivoca atribuyéndole “una sensibilidad católica de derechas”. Cioran es un proclamador de la pasividad, de la negación, incluso de ese no hacer nada en la vida. Un escéptico desesperado.

Escéptico, el rumano duda incluso del valor del intelecto. Cioran prefiere la compañía de la gente humilde –pescadores, campesinos–, de aquellos que nada saben o cuya sabiduría es no convencional: “un barrendero sabe más de la vida que un filósofo”; y por eso mismo logran el acceso a la felicidad. Un escéptico que, sin embargo, no cesa de admirar. Ejercicios de admiración lo ponen contra la pared de sus dubitaciones; admira a Jorge Luis Borges, a Mircea Eliade... a María Zambrano, a quien dedica palabras conmovedoras como éstas: “Quisiéramos consultarla en los momentos cruciales de una vida, en el umbral de una conversión, de una ruptura, de una traición, en la hora de las últimas confidencias, graves y comprometedoras, para que nos revele y explique a nosotros mismos, para que nos dispense, por así decirlo, una absolución especulativa, y nos reconcilie tanto con nuestras impurezas como con nuestros callejones sin salida y nuestros estupores.”

cioran, el pensador, camina por una senda, la del asco a la gente y a sí mismo; Cioran, el hombre inmerso en su cotidianeidad, ¿por otra? Responde a las cartas de personas desconocidas, acepta entrevistas, se muestra compasivo; ofrece refugio a víctimas de la persecución durante la guerra; se ocupa de la suerte de sus sobrinos; derrocha gentileza, simpatía y humor cuando recibe visitas en su departamento de París, “ese cementerio bullicioso” que será su cárcel a partir de 1937; disfruta ya las caminatas en el parque de Luxemburgo, ya las veladas con sus amigos. Piénsese lo que se quiera; él es así: si por un lado, nos dice que “los sentimientos entre amigos son falsos”; y por otro, confiesa su cariño hacia los suyos, como Samuel Beckett. Es contradictorio, pero nunca pierde la lucidez, ni siquiera en el enunciado de sus paradojas: “Que la vida no tenga sentido es una razón para vivir, la única, su realidad.” Si como pensador arroja sus flechas envenenadas, después, en su diario vivir, las recoge y las guarda. Así, no obstante que nos diga que “inclinarse hacia el bien es una aberración, una violencia con el ser”, si alguien lo consuma es por una especie de distracción del orden; pues bien, él acaba siendo un distraído, un hombre pleno de bondad, un hombre de luz, como suele decirse.

ya viejo, Cioran se deja retratar. Sus profundas arrugas deletrean un inmenso sentimiento de duelo. Viéndose tal vez en el espejo de Diógenes, en El ocaso del pensamiento (1940) se pregunta: “¿Qué habrá impulsado a Diógenes hacia la catastrófica ruptura del hechizo ingenuo, delicado y envolvente de la existencia? [...] ¿Qué consuelo le habrá faltado, qué caricias le truncaron, para separarle de la felicidad a la que debió ser sensible incluso si nació con vocación de réprobo?” Algo perdió también Cioran en el camino, como el entrañable cínico, como ¿las fresas salvajes del personaje de Bergman, el sombrero que guarda el patriarca de La gata sobre el tejado caliente? ¿El trineo de El ciudadano Kane, de Orson Wells? Sí, algo que nada compensa. Ni los amores, ni la gloria, ni las cosas acumuladas en el desván de la memoria; algo que lo obliga a mirar hacia la nada, hacia las cenizas que son “el desenlace de todo”, y en lo que sustenta su humanismo al revés, su misantropía.

Tal vez la clave esté en las últimas páginas de Ejercicios de admiración cuando nos dice: “Yo nací cerca de los Cárpatos y adoré el pueblo donde pasé mi infancia. A los diez años tuve que abandonarlo para ir al liceo de la ciudad. Fue una experiencia terrible que nunca olvidaré: el espectáculo de un animal llevado al matadero. Los condenados a muerte deben conocer sensaciones semejantes antes del suplicio final. Yo sabía que lo perdía todo, que era expulsado de mi propio edén y que no merecía ese castigo. Cuando pienso en ello tras una vida entera, me doy cuenta de que tenía razón de haber reaccionado así, que en el fondo la civilización es un error y que el hombre debería haber vivido en la intimidad con los animales, apenas diferente a ellos. En ningún caso debería haber ido más allá del estatuto del pastor. La conclusión de una vida se reduce a la constatación de un fracaso.” Pero ese fracasado, ese hombre que se consideraba un holgazán, alguien que no servía para nada ni quería servir para nada, nos ha dejado un testimonio tan cruel como grandioso, que perdurará con su lucidez mientras se prolongue la aventura del hombre.


Buscando el rostro de la poesía

22/Enero/2012
Jornada Semanal
Ricardo Venegas

En los años preparatorianos fundé con algunos amigos un círculo literario. Pegábamos poemas en un muro los lunes (como los “San Lunes” de Guillermo Prieto); nos interesaba la reacción de los que se detenían para leer. ¿Qué encontrarían en un poema o en la reseña de un libro? Nos agradaba la idea de Octavio Paz: “la poesía y el toreo son artes de exponer”. Por esos años alguien me prestó libros de poemas de Efraín Huerta (Estampida de poemínimos) y de Marco a. Montes de Oca (Pedir el fuego). Más adelante conocí a los Contemporáneos; me sedujo el lenguaje, la prestidigitación que rebasaba lo elemental, el objeto no era real, su sustento estaba –está– en el lenguaje. Luego vinieron las definiciones: “El don de apoderarse de las cosas mediante inesperados bautismos”, “el alma inaugurando una forma”, “un caracol nocturno en un rectángulo de agua”, “el sonido de la pluma cuando cae hasta el fondo del cañón del Colorado”, “una fiesta del intelecto”, “pan de los elegidos, alimento maldito”, también era el “golpe de dados” al que Vicente Quirarte se refiere cuando afirma que “la poesía es una apuesta en favor de la vida. Quien se atreve a servirla acepta existir al filo del tiempo, a verse expuesto a caídas y elevaciones, a tempestades y sequías”.

La gran poeta y maestra Elsa Cross nos preguntó un día en un taller literario si los ahí presentes sabíamos una definición, propia, de la poesía, o si sabíamos qué era. Algunos, dando tumbos, lograron entretejer sus palabras. Yo aún no lo sé, pero, modestamente, creo que es más efectivo preguntar “¿cómo la intuyes?”, y creo que no saberlo es un primer paso hacia la naturaleza de la escritura poética. Algunos maceran el poema, lo rumian, lo mastican largamente hasta que un día tropiezan con la pluma o el teclado y lo concretan. Otros escuchan el “dictado imprevisto” y son poseídos por una fuerza de sentido…

Hasta hoy no hay noción permanente sobre lo que es la poesía, sólo recipientes de fondo y forma llamados poemas. He visto a la poesía, la he escuchado en la música, en el cine, incluso la he tocado… La escuchará, la engullirá, la tocará, la olfateará o la verá quien pueda descifrarla, o más sencillamente, quien la entienda sin que necesariamente la entienda: desde que nacemos todos somos lectores de poesía.

En India se sabe que la poesía, para escribirla, “sólo se entrega a quien ella quiere”, y es creíble desde el ángulo de las preferencias. Algunos serán apolíneos, otros dionisiacos; las enormes distancias que hay entre un poeta como Paz y otro como Neruda, lo ejemplifican (Víctor Toledo dixit). Ambos poetas recorren caminos distintos pero llegan al mismo punto: consuman el poema (el Nobel es coincidencia).

Poesía no eres tú, indica el título del Poemario de Rosario Castellanos. Paco Ignacio Taibo i le contestó a Castellanos con Pit, “el gato culto” que aparecía en la sección cultural de El Universal, cuando dijo: “Poesía no eres tú, es la otra.”


sábado, 21 de enero de 2012

Strindberg, Usigli, Ibargüengoitia

21/Enero/2012
Laberinto
Iván Ríos Gascón

Rememorando a Rodolfo Usigli, Jorge Ibargüengoitia contó una curiosa anécdota sobre la creación y la responsabilidad estética que el autor de Dos crímenes, por su juventud e inexperiencia, le atribuyó al notable poeta, ensayista y dramaturgo mexicano: inscrito en Filosofía y Letras pero aún sin tomar clases con Usigli, Ibargüengoitia acudió al Teatro Ideal para ver la puesta en escena de Noche de estío. El recinto semivacío apestaba a orines, tenía una pésima iluminación y la tipografía de los programas era una suerte de impreso para martirizar al público cegato.

De las interpretaciones ni qué decir. Ibargüengoitia deploró a Miguel Ángel Ferriz y su sombrero tejano en el papel de Gran Elector, a Fernando Mendoza como presidente de la República y a Isabela Corona en el rol de la prostituta que anima el conciliábulo del que saldrá el próximo mandatario. Al término de la función, Ibargüengoitia estaba muy molesto. El teatro solitario, el hedor a orines, los focos mortecinos y el programa, estaba convencido, habían sido ideados por Rodolfo Usigli.

La percepción de que entre el autor, su obra, el montaje y la penosa sala había una grotesca complicidad, fue enmendada por Ibargüengoitia años más tarde, pero la sospecha resultó de lo más injusta con un hombre incapaz de arruinarse a sí mismo y, mucho menos, de estropear a otros.

En 1977, dos años antes de la muerte del autor de El gesticulador, la UNAM publicó en su colección Poemas y Ensayos coordinada por Juan García Ponce, una traducción de Vivisecciones de August Strindberg, que Usigli realizó a fines de los años sesenta, luego de un largo trajinar por librerías de viejo y de tratar con incontables bibliófilos, debido a que Strindberg escribió aquellos textos en el exilio y, convenientemente, en francés, porque en sueco Usigli no sabía ni decir “gracias”. En el prólogo, el traductor aventura ideas sobre la naturalización de ciertos escritores que abandonaron o hicieron una pausa en la lengua nativa para escribir en francés (“The french flu”, como la llamó Arthur Koestler), después discurre acerca de la inexacta y extraña prosa de Strindberg y culmina con su particular punto de vista sobre la traducción, un oficio en el que —aseguró— se debe abandonar cualquier principio estético e interpretar fielmente el original porque, de lo contrario, se estaría peligrosamente cerca de la fórmula traduttore/ traditore. Así, exculpándose de antemano por cualquier giro verbal oscuro o por una frase ininteligible, Usigli exploró los laberintos psíquicos de un Strindberg que exhibía su misoginia, su homofobia, su misantropía, su mal humor y su ironía con una franqueza casi palpable, un recorrido en el que lo más conspicuo es el espíritu recalcitrante que la pluma de Usigli extrajo del mayor pupilo de Swedenborg.

“Recuerdo de Rodolfo Usigli”. Así se llama el texto de Jorge Ibargüengoitia donde también cuenta que en el estreno de Jano es una muchacha, él y Luisa Josefina Hernández se rieron a carcajadas y fueron reprendidos en la siguiente clase, y evoca una entrevista del diario Novedades donde Usigli lo excluyó de la lista de oro de los jóvenes dramaturgos del país. Como es de suponer, Ibargüengoitia respondió con una nota virulenta en el mismo rotativo aunque, quizá, su mordedura más letal fue cuando creyó en el autosabotaje de Noche de estío. ¿O es que se puede ser traductor y traidor, incluso de uno mismo?

Literatura mexicana 2000-2010

21/Enero/2012
Laberinto
Heriberto Yépez

¿Qué pasó en la narrativa mexicana en la década 2000-2010?

Hubo una ruptura: la literatura mexicana se norteó. Daniel Sada fue el gran escritor mexicano de estas dos décadas. Y en la última década se afianzó la literatura del norte que ya se había anunciado: David Toscana, Eduardo Antonio Parra, Luis Humberto Crosthwaite y Elmer Mendoza.

Mario Bellatin se destacó como el autor más innovador, vía sus constantes nouvelles post-modernas. Otro autor clave fue Guillermo Fadanelli.

La ruptura que el Crack prometió en los noventa, tampoco ocurrió en esta década. Más bien, esa dirección retornó a la tradición. Pero si su intención crítica más bien fue equívoca, En busca de Klingsor de Jorge Volpi fue un libro muy leído.

La gran novela que se leyó en este periodo en México fue Los detectives salvajes de Bolaño que, a final de cuentas, también es una novela mexicana.

Una aparición propia de esta década fue Cristina Rivera Garza. En un decenio, Rivera Garza se colocó en el centro de la literatura nacional.

Fuera del libro, la blogósfera entre 2002-2008 agitó el dominio de lo impreso, y adelantó ahí una parte importante de las nuevas autorías de esta década.

Otras redes sociales que desplazaron al blog, como twitter y Facebook, debido a su pequeño formato no pudieron mover la escena narrativa a nivel de texto, pero sí a nivel de información circulante, polémicas electrónicas y nuevos protagonistas.

Las revistas literarias de esta década no supieron generar un movimiento de crítica comparable al de la narrativa. Al final de la década, siguen siendo autores como Christopher Domínguez Michael y Evodio Escalante, los críticos más respetados a nivel de sus obras, compilaciones o periodismo cultural.

Letras Libres, nos guste o no, fue la revista literaria mexicana más influyente de estos años. Sin embargo, los nuevos críticos de narrativa se confiaron en la reseña y ahí, a la vez, consolidaron su figura (principalmente, Rafael Lemus) y dejaron la sensación de haber tenido una década perdida entre notas. Probablemente esto cambie.

Otro cambio propio de esta década fue la aparición de narradoras, como una probable dirección de la narrativa mexicana. Guadalupe Nettel fue quizá la autora más mencionada de la nueva generación. Aunque aún es temprano para delinear ese mapa.

Finalmente, fue notoria la aparición de editoriales como Almadía y Sexto Piso, de donde podría venir lo que en 2020 señalemos como los libros clave de esta década.

A principios del 2012, podemos ya declarar cerrada la narrativa mexicana 2000-2010; en suma, la narrativa nacional confirmó el rumbo que había tomado a finales de los noventa. La lista de nombres se convirtió en lista de obras.

Y a la mitad de la década, aparecieron los probables protagonistas de una nueva generación. Veamos qué sucede.

Vulgar y prosaico

21/Enero/2012
Laberinto
David Toscana

No sé en qué momento el adjetivo venido de la prosa se convirtió en sinónimo de vulgaridad. Decir que algo es prosaico equivale a denostarlo. Decir, en cambio, que es poético, corresponde a ensalzarlo.

En la tierra donde ahora vivo es común el uso de la palabra “poesía” a modo de exclamación. Cuando alguien prueba algo delicioso puede decir: ¡Poesía!

Como novelista, esto me llena de celos e indignación, mas han resultado inútiles mis intentos por dignificar el oficio del prosista. El ama de casa en turno siempre ha recibido con desagrado mi ensayo de exclamar ¡prosa! cuando pruebo un buen chamorro de cerdo o un huachinango en mantequilla u otra exquisitez. Acaso piensa que estoy haciendo un brindis en alemán.

Nunca vi la película de Lagunilla, mi barrio, pero en un corto que se repitió hasta el cansancio, Leticia Perdigón decía: “No seas vulgar y prosaico”.

Ya de entrada, la frase es redundante, pues una y otra cosa son sinónimos. Mas yo quisiera que no lo fueran, que, digamos, prosa poética fuese un término tan elogioso como poesía prosaica.

Mis amigos de la Real Academia Española tratan de remediar este asunto, pues en la versión actual de su diccionario, definen prosaico como: 1. Perteneciente o relativo a la prosa. 2. Escrito en prosa. 3. Dicho de una obra poética o de cualquiera de sus partes: que adolece de prosaísmo. 4. Dicho de personas y de ciertas cosas: faltas de idealidad o elevación. 5. Insulso, vulgar.

¿Qué hicieron para evitar mis penas? En la siguiente edición habrán de retirar las primeras dos acepciones. O dicho de otro modo, prosaico seguirá siendo vulgar, pero ya no se relaciona con la prosa. Para esto, ahora el adjetivo es “prosístico”. Están borrando las huellas del crimen.

Montaigne le da una ambigua equivalencia a ambas formas de expresarse al decir: “Mil poetas se arrastran y languidecen prosaicamente; mas la mejor prosa entre los antiguos resplandece siempre con el vigor y arrojo poéticos, y representa en algún modo el furor de la poesía”.

Quizá la buena prosa pueda ser como la buena poesía, pero la mala poesía es peor que la mala prosa.

Existe un libro que se llama Versos chuecos, una compilación de Daniel Samper con lo peor de la poesía. A veces me da tentación leerlo. También pienso que no tiene caso perder el tiempo con una antología que expresamente reúne textos infames.

La música popular nos demuestra que es mejor cantar boberías y lugares comunes que ser un mal poeta. Ahora me viene a la cabeza eso de “Seré la gata bajo la lluvia y maullaré por ti”. Fue una conexión espontánea porque los ejemplos serían muchísimos.

Entre la poesía fallida solemos recordar a aquel poeta coahuilense que metía a la madre en el lecho nupcial en un acto que no desciframos si era puro o perverso. Y sin embargo me gusta mucho la última estrofa del “Nocturno a Rosario”.

En fin, lo que quiero hacer es un llamado a mis compañeros novelistas para que cuando prueben algo delicioso, vean pasar una belleza, o se sientan ganas de brindar por la vida, digan: ¡Prosa!

Y a fuerza de repetirlo, lo prosaico será poético.

miércoles, 18 de enero de 2012

“Es ridículo que los escritores seamos mimados en un país donde nadie lee”

18/Enero/2011
El Universal
Alejandra Hernández

Enrique Serna no fue un escritor prematuro, pero de alguna manera su historia como narrador y ensayista se remonta a su infancia, cuando, mientras imitaba a su madre, “una lectora omnívora tanto de obras clásicas como de bests sellers”, descubrió ese “entretenimiento enriquecedor” que ofrece la literatura.

El autor de La sangre erguida refiere esa anécdota antes de responder a la primera pregunta de la conversación que ocurre en su casa de Cuernavaca: ¿En qué momento de su vida decidió ser escritor?

“Ese momento no llegó cuando era un niño, sino cuando era ya un adolescente”, cuenta Serna luego de que explica que inicia el relato de su historia como escritor hablando de su madre porque considera que “la historia de un escritor es siempre la historia de un lector”.

“Fue en la preparatoria -recuerda-, en una clase muy aburrida que daba una maestra que se dedicaba a dictar fichas de autores cuando, para fugarme de ese tedio, me puse a escribir un cuentito fantástico. Lo mandé a un concurso en el periódico El Nacional y me lo publicaron. No entiendo por qué si era pésimo, nunca me he atrevido a volverlo a publicar (ríe), pero entonces yo sentí que había descubierto mi vocación. Sin embargo, mi proceso fue realmente largo, durante unos 10 años escribí cuentos que iban a dar al basurero”.

Pese a su deseo de ser escritor, tras cursar la preparatoria e instado por su familia, Serna inició la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En esa época, -comenta rodeado de anaqueles llenos de libros- había “un adoctrinamiento marxista” en esa escuela, el cual, aunque le “pegó fuerte”, no le impidió abandonar la carrera a tres semestres de haberla iniciado. Entonces, el incipiente escritor empezaría a estudiar, con más ahínco, Lengua y Literaturas Hispánicas, también en la Máxima Casa de Estudios.

Después, a mediados de los años 80, llegarían sus primeras publicaciones en Sábado, el suplemento cultural de Unomásuno.

Pero ¿cómo un joven de veintitantos años comienza a publicar en un diario que era tan importante?

“Muchos de los que colaborábamos en Sábado -dice- éramos jóvenes de veintitantos años. En aquel tiempo, Huberto Batis se había quedado con el suplemento luego de que Fernando Benítez se fuera a La Jornada Semanal. Se habían ido todas las estrellas y él recurrió a los jóvenes. Nos dio mucha libertad. Le gustaba que hubiera francotiradores, escritores que se atrevieran a decir lo que quienes ya están cooptados por el medio literario no dicen. Fue una etapa que me ayudó a publicar (en 1989) dos novelas que para ese entonces ya tenía en el cajón: Señorita México y Uno soñaba que era rey”.

Los intelectuales, una élite mimada

En El miedo a los animales (1995), Serna (ciudad de México, 1959) retrata conductas como el elitismo y la hipocresía en los intelectuales. Pese a que han transcurrido más de 15 de que se publicara esa novela policíaca, el escritor considera que esas formas de comportamiento aún están en el mundo intelectual mexicano.

“Me temo que aún continúan esas conductas. Yo escribí El miedo a los animales cuando gobernaba el PRI, un régimen especialmente interesado en la cooptación masiva de intelectuales, algo que fue muy palpable, por ejemplo, en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, en el que se ofrecían becas a escritores de pantalón corto, a maduros, a consagrados. Era una manera de ganarse las simpatías de un sector de la sociedad que era potencialmente peligroso para él. Sin embargo, no creo que haya cambiado mucho la situación porque hay un hecho que yo recalqué en mi novela y que se mantiene: somos un país con 110 millones de habitantes, de los que sólo lee periódicos 1%. Es ridículo que (los escritores e intelectuales) seamos una élite mimada en un país donde nadie lee”.

Una “necesidad expresiva” ha sido el motor que ha llevado a Serna a incursionar en diferentes géneros: ensayo, cuento y novela. Incluso ha escrito novelas de distinta índole y ha sido argumentista de telenovelas.

Luego de la policíaca El miedo a los animales, escribió El seductor de la patria, una novela histórica en la que se “metió en el alma” de Antonio López de Santa Anna.

-¿Por qué escribir sobre él?

-Porque creo que la vida de los canallas nos enseñan más sobre la condición humana que las vidas ejemplares. Novelas como Crimen y castigo, de Dostoievski, en la que entramos en la psicología de un criminal, u obras como Ricardo Tercero, de Shakespeare, o de Patricia Highsmith producen en el lector un efecto diametralmente opuesto al del melodrama, el género más popular en todo el mundo, que nos hace simpatizar con las víctimas, creer que pertenecemos al bando del bien. Eso a veces genera un autoengaño peligroso en el lector porque fomenta el narcisismo de la conciencia. En cambio, obras como las que estoy mencionando nos ponen en guardia contra nuestra propia voluntad de poder, nuestros afanes de dominación o nuestros instintos criminales. Eso fue lo que quise hacer con mi novela, que el lector descubriera al pequeño Santa Anna que todos llevamos dentro.

Pese a la gran investigación que precedió a la escritura de El seductor de la patria, ésta no ha sido la novela que más trabajo le ha costado escribir a Enrique Serna, sino la autobiográfica Fruta verde (2006). Con su ronca voz y su fluida manera de hablar, el escritor rememora la creación de esa novela en la que narra su iniciación como escritor y sus primeras relaciones amorosas: “Quería escribir algo sobre un episodio de mi vida, pero me resultó muy difícil. Reconstruirme en otra época y reconstruir a los muertos más queridos de mi panteón familiar fue verdaderamente un desafío que me representó una gran dificultad psicológica y estilística”, revela.

De la escritura de una novela autobiográfica, Serna pasó a la escritura de una novela erótica, La sangre erguida, que, en 2010, año de su publicación, fue reconocida con el Premio de Narrativa Antonin Artaud.

El escritor no cree que esa novela resuma su trabajo como novelista, pero sí considera que compendia su manera de entender el amor y el erotismo. Una inquietud: ¿por qué Dios o la naturaleza dio al hombre la posibilidad de mover sus brazos o sus piernas con el poder de la voluntad y en cambio no le dio la posibilidad de controlar sus erecciones?, fue el punto de partida de la última novela que ha publicado este autor mexicano.

La corrupción está invicta

A través de varios de sus ensayos, cuentos y novelas, Serna ha criticado usos y costumbres de la élite intelectual mexicana, pero su crítica no se ha reducido al ámbito cultural pues, en algunos escritos, también se ha referido al ámbito político.

-A seis meses de las elecciones presidenciales ¿ves posible el regreso del PRI a la presidencia? ¿Qué crees que esto significaría para México?

-Su regreso es posible, pero también es evitable. Yo desearía que la gente despertara, que surgiera un movimiento para impedirlo, porque creo que si el PRI regresa a la Presidencia tendrá la tentación de volver a implantar una dictadura, y sería muy difícil que se fuera. Además, Enrique Peña Nieto representa los intereses más oscuros y podridos de la oligarquía mexicana. Seguramente nos llevará a la bancarrota y a una corrupción mucho más profunda de la que tenemos en la actualidad.

-De los gobiernos panistas, ¿cuál es tu opinión?

-Yo creo que han tenido algunos aspectos positivos, como la estabilidad macroeconómica, el hecho de que no haya catástrofes financieras a fin de sexenio, y la gran apertura en la libertad de expresión de los medios de comunicación. Sin embargo, el gobierno de Felipe Calderón ha sido un sexenio en el que la corrupción está invicta: prácticamente ningún personaje que ha tenido escándalos de corrupción ha llegado a la cárcel. La libertad de expresión que hay en los medios ha permitido que conozcamos mejor esos escándalos que, de manera paradójica, no tienen consecuencias penales. Esto está produciendo que la gente considere a esos personajes que quedan impunes unos chingones. Esto es muy negativo sobre todo en un país en donde la corrupción está muy infiltrada en la sociedad y en donde hay sectores de la sociedad que admiran, por ejemplo, a los narcotraficantes.

-¿Y la guerra contra el narcotráfico?

-Creo que antes de haber entrado en esta guerra, Felipe Calderón debió depurar a los cuerpos policíacos porque me temo que lo que está sucediendo es que hay un grado de infiltración tan grande que no está clara la línea divisoria entre las fuerzas del hampa y las fuerzas del orden. En términos generales se puede considerar que esta guerra ha sido un fracaso.

Actualmente, Enrique Serna, quien escribe cada 14 días en Domingo, el semanario que publica EL UNIVERSAL, afina una colección de cuentos que espera publicar este año.

También trabaja en un ensayo largo sobre el poder cultural autoritario. Aunque no fue un escritor precoz y tardó 10 años en forjar este oficio, ese niño que se inició en la lectura imitando a su madre es ya autor de una obra prolífica dentro de las letras mexicanas contemporáneas.

lunes, 16 de enero de 2012

Evocan a Daniel Sada, autor de una literatura barroca

16/Enero/2012
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

No hubo un escritor y amigo que no celebrara, ante todo, el cuidado del lenguaje y la estructura perfecta de la literatura de Daniel Sada, el narrador y poeta, de quien la editorial Posdata y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes publicarán, en breve, su poemario El amor es cobrizo.

Si Yuri Herrera celebró su literatura donde el “barroco no está en el mundo sino en su mirada”, Christopher Domínguez Michael dijo que Daniel Sada “escribió dos o tres de los libros definitivos del cambio de siglo”.

Durante el Homenaje a Daniel Sada en el Palacio de Bellas Artes, a dos meses de su muerte -18 de noviembre de 2011- día en que lo habían anunciado ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el área de literatura, Domínguez Michael dijo que tras su muerte muchos académicos comenzarán ha estudiar su literatura y que su gran novela Porque parece mentira la verdad nunca se sabe comenzará a ser leída.

“Es un libro muy complicado, intimidatorio, una de las grandes creaciones de la lengua española, en prosa, en México, en España, en el siglo XX y en el XIX. Para mí leerla no fue fácil, porque la gran literatura no es fácil, es compleja, requiere una atención como la que Daniel ponía en su trabajo, del 99%”, aseguró el crítico literario.

Mientras Domínguez Michael reconoció que “la prosa de Daniel, la que está en sus novelas y la que está en Porque parece mentira la verdad nunca se sabe es por sí misma una de las expresiones poéticas más formidables de nuestra literatura”, el escritor Yuri Herrera dijo que en la literatura de Daniel Sada las historias proliferan pero sin opacar el mundo en el que suceden.

“Varias de sus novelas suceden en el espacio norteño donde no existe la exuberancia con que se etiquetó a América desde hace siglos, exuberancia que no es necesaria para Daniel Sada, él no habla de la borrachera pródiga de los dioses, sino de la manera en que la lengua se embriaga en el desierto, el barroco no está en el mundo, sino en la mirada”, afirmó ayer el narrador.

Luego de describir a los personajes de los territorios de Sada como “rupestres e insondables”, Herrera afirmó que “Sada es uno de los pocos que ha resuelto la tensión entre la lengua hablada y la lengua escrita porque no jerarquiza entre ellas”.

Lo que no fue Sada

Federico Campbell, amigo y compañero de viaje del autor de Lampa vida, Casi nunca y A la vista, dijo que Sada era consciente de que “en nuestros días el narcotráfico no es el texto, el narco es el contexto”, pero además que Sada no cubría el perfil típico de este tiempo mexicano:

“No seguía ningún modelo de carrera literaria, nunca le pareció muy elegante la auto promoción, ni el hacer carrera, ni se afanaba mucho por ser un novelista mediático, no era ese su estilo”.

En el homenaje, donde estuvieron la viuda y la hija de Sada, Adriana y Fernanda, el editor Iván Trejo llamó a leer la poesía de Sada. “Es un buen momento para pagar esa deuda con Daniel y leer más su poesía. No señores, el norte no es como lo pintan sino lo escribió Daniel Sada”.

Daniel Sada, lúdico y riguroso; todos sus libros se pueden cantar

16/Enero/2012
La Jornada
Carlos Paul

Como uno de los escritores más sólidos en lengua española, en particular de las letras mexicanas, tanto por sus aportaciones al lenguaje, como por su capacidad para develar un México que no había sido registrado literariamente, fue reconocido el narrador y poeta Daniel Sada (1953-2011) en el homenaje póstumo que se le rindió este domingo en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Tras concluir el acto, Adriana Jiménez, viuda del escritor, reiteró que aún no se sabe la fecha exacta de publicación de la última novela de Sada, El lenguaje del juego, cuyo telón de fondo es la violencia y el crimen organizado. Sin embargo, dijo Jiménez, se tiene planeado que sea puesta en circulación este año.

Adriana Jiménez compartió con los asistentes al homenaje que la relación con Sada tenía una enorme carga literaria. Para él, las palabras fueron sus primeros juguetes. A veces me llamaba a mitad de una clase para preguntarme sobre cierto concepto. Era muy lúdico y a la vez muy riguroso. Solía decir que lo que hacía falta a nuestra literatura era justamente eso: rigor y sentido lúdico.

Adriana era la primera que leía sus manuscritos y los corregía, por lo que conoce de memoria fragmentos de su obra.

Daniel Sada siempre quiso ser poeta. Así empezó, pero se fue decantando hacia la narrativa, comentó.

Autor complejo

“Solía decir que su novela mayor, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, podría ser dispuesta con las cesuras de la poesía, pero entonces hubiera sido impublicable. Él solía escribir en octasílabos, alejandrinos, decasílabos… en distintas métricas. Un ejemplo de tal poética, es un cuento que escribió a partir del corrido de Rosita Alvírez, que si se acompaña con guitarra, se puede cantar, como si se hubiera ampliado el corrido con ese relato.

Ese es un ejemplo de lo que se puede hacer con todos sus libros; es decir, se pueden cantar, porque la estructura métrica lo permite, puntualizó Jiménez.

Agradecida y conmovida por el homenaje a Daniel Sada, expresó que el mayor tributo que se le puede hacer es que se lea su obra. Si bien es verdad que es un autor complejo y demandante, es, ante todo, un autor placentero y gozoso de leer, por lo mucho que ya se ha comentado: su rigor escritural se une como parte de su esencia, su sentido lúdico.

En el homenaje participaron Iván Trejo, Yuri Herrera, Jaime Mesa, Christopher Domínguez, Marcela Sánchez Mota y Federico Campbell, este último íntimo amigo de Sada, quien destacó que aun cuando ha sido considerado un autor barroco, a la altura de figuras como el cubano José Lezama Lima, lo que le importaba como novelista “era el lenguaje vivo, las palabras de la calle, porque sabía que hablaba de la gente, transfigurada por la literatura, residía el alma de los pueblos.

“No por nada el título de su más reconocida novela: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, frase que oyó por casualidad de una señora en la estación de autobuses de Culiacán”, comentó Campbell.

Daniel Sada, describió, “no leía periódicos ni revistas. Creía que la concentración en la escritura era lo más parecido a la felicidad. No cubría el perfil típico de nuestro tiempo mexicano. No seguía ningún modelo de carrera literaria. Nunca le pareció muy elegante la autopromoción ni el ‘hacer carrera’, ni se afanaba mucho por ser el novelista mediático. No era su estilo ni su carácter. No tenía obsesión por la ropa. No iba a cenas ni a cocteles, ni hacía vida social. Practicaba la ética del agradecimiento. Durante más de 25 años supo ser generoso con los escritores jóvenes en sus talleres literarios”.

Como autor es referencia obligada del condado literario del noroeste y norte de nuestro país. Estaba consciente, por razones de oficio, de que en nuestros días el narcotráfico no es el texto, sino el contexto, indicó Campbell, quien destacó la brutal y palpitante actualidad de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Y citó: “Llegaron los cadáveres. En una camioneta los trajeron –en masa, al descubierto– y todos balaceados como era de esperarse. Bajo el solazo cruel miradas sorprendidas, pues no era para menos ver así nada más paseando por el pueblo tanta carne apilada…”.

Un fraude electoral, el robo armado de urnas en las narices de los votantes, la denuncia, las protestas tumultuarias, la represión sangrienta del Ejército, caminos vecinales bloqueados, los muertos, los desaparecidos, van conformando el contexto que da tensión a la historia.

Para Campbell, el autor creó un mundo y un lenguaje propio, pues, ¿quién habla en la novela? Hablamos todos y ninguno. Habla el autor y la muchedumbre anónima: los mexicanos norteños, pero también los degradados, humillados por el gobierno inepto. El México que descubre Daniel Sada es uno que tiene su contexto en el noroeste del país, pero a la vez es un México que él mismo inventa a través de la recreación de un lenguaje de la calle, y que él transmuta literariamente como hizo Juan Rulfo con el lenguaje del sur de Jalisco: el de los pueblos, que no se transcribe tal cual, sino que pasa por un proceso de transformación poética, apuntó Campbell.

A manera de despedida, concluyó: “Porque en el fondo y en definitiva lo que resta es la verdad, Daniel. Los crímenes políticos irresueltos, el desencanto, la utilización política del Ejército que tortura y acribilla a cientos de ciudadanos, a sangre fría, los encubrimientos, la impunidad como sistema, el Estado fantasma, el control de la prensa. Y así, la verdad –como siempre en los crímenes políticos– nunca se sabe, porque parece mentira, Daniel”.

domingo, 15 de enero de 2012

La fe perversa

15/Enero/2012
Jornada Semanal
Ricardo Venegas

Tedi López Mills estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México y tiene una maestría en letras por La Sorbona de París. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde el año 2000, así como Jefa de Redacción en la Gaceta del Fondo de Cultura Económica de 1994 a 1999; fue asistente editorial de Poesía y Poética, traductora del inglés y francés en el FCE y Ediciones El Equilibrista. Ha publicado los poemarios Cinco estaciones (Toledo, 1989), Un lugar ajeno (El Equilibrista, 1991) y Glosas (Taller Martín Pescador, 1998). En 2009 obtuvo el Premio de Literatura Xavier Villaurrutia.

–Dices certeramente en un poema titulado “Nieve”: “Lo más extraño de la nieve/ es no haberla visto/ pero convocarla como un hábito del asombro.” ¿Cómo se escribe un poema desde tu experiencia?

–Tengo la impresión de que la experiencia no me ocurre o me ocurre sólo cuando hago trampa. La veo pasar, le hago una seña, pero no suele detenerse conmigo; como si no hubiera suficiente densidad para colocarse y encender la maquinaria. Supongo que esa es la parte, rara, incómoda, que me toca: el sucedáneo, la aventura mínima por interpósita persona. Igual que la nieve o el concepto de la nieve: primero vive en la cabeza y luego sale para extinguirse en un hecho que atestiguo demasiado tarde.

No sé si esto sea una limitación, una característica o una metáfora. La experiencia, en todo caso, no es posesiva conmigo y cuando aparece ya es un recuerdo. Los poemas –o un solo poema– pueden surgir en ese tramo, donde no reina la necesidad sino el miedo a que la vivencia retrospectiva se prolongue y entonces de veras no suceda nada en el tiempo modesto de uno. Pero la discusión misma, o la impresión, es barroca o pobremente psicológica, pues la experiencia, aun escasa, suele ser inevitable. El problema, si lo hay, atañe al género literario y quizá también a la tradición. A la poesía le da por abstraer, por atildar, por trascender; a veces la constriñen sus muletillas sublimes, su costumbre de instalar formas o fórmulas. De repente no hay verso o estrofa donde quepa la experiencia porque las palabras hermosas o luminosas o sonoras la cancelan o le dejan un espacio mínimo. Nuestra tradición tiende a transcurrir muy poéticamente; por algo se inventó esa escuela singular: la de la poesía de la experiencia. Como si meramente vivir fuera el fundamento de una vanguardia. Mi cálculo de experiencias es paranoico y mi percepción de la poesía, precaria. Cuando termino un poema me resulta difícil imaginar que habrá un siguiente. Hay mucho mundo afuera todos los días y eso distrae.

–Perteneces a un grupo importante de escritores (los poetas de los cincuenta) que hoy definen gran parte del mapa poético de México. ¿Cómo has convivido con tu generación?

–Convivo exactamente como vivo: con cierta aprensión y una dosis moderada de sentimentalismo. Una generación es, a fin de cuentas, una lista que uno no escoge. Pienso en los muchos poetas que aprecio, admiro y quiero: están en los cincuenta, en los sesenta, en los setenta y hasta en los ochenta. Mi convivencia aspira a ser simultaneísta.

–Se ha dicho que la poesía se desliga de la realidad; sin embargo, hay libros como Muerte en la rúa Augusta, por el cual recibiste el Premio de Literatura Xavier Villaurrutia 2009, que se originó de la experiencia vital. ¿Qué opinas de ello?

–Ignoro si uno pueda determinar la realidad por cantidades. En México hay un excedente y es casi todo negativo. Abundan los reclamos: ¿por qué no se ocupa la poesía mexicana de la barbarie circundante? Al menos para apaciguar la propia conciencia y recibir el aplauso de las multitudes allá afuera; al menos para sentirse menos culpable. El peligro que acecha es el de crear una retórica que empiece a funcionar en piloto automático; que uno se convenza de que habla en nombre de los otros y que detrás del desastre se halla la euforia de expresarlo poéticamente. Y, al cabo, de hacerse famoso. Vi a alguien morir en la rúa Augusta y eso me llevó de vuelta a mi estancia hace muchos años en Fullerton, California, con mi abuela y mi tío. Y entonces le inventé una vida al cadáver de ese viejo turista que cayó en una calle de Lisboa. ¿Equivaldrá eso a la realidad?

–Estudiaste filosofía y eres poeta. ¿Cómo ha sido construir el puente entre ambas disciplinas?

–Estudié filosofía, pero nunca ejercí. Ahora ya es un punto de vista que castiga ortodoxamente a la poesía por sus aspavientos. La filosofía procede dudando, tumba todo para volver a empezar; la poesía, en cambio, está repleta de certezas acerca de sus poderes, se adjudica una relación privilegiada con las esencias y se otorga funciones extraordinarias. Lo suyo, nos dice, es la verdad. Si es así, ¿por qué todavía no sabemos cuál es?

–En “Los pasos de Arcadia” dices: “resucitar a un costado del signo muerto/ para que hubiera desenlace/ y no sólo esta señal del mundo/ que convive con su retrato/ porque hubo un testigo/ del lugar a la vista/ y su voz aún narra”. ¿Hay en tu poesía la percepción de un más allá y de una trascendencia?

–Si hay esa percepción de un más allá o de una trascendencia, debo entonces pedir una disculpa. Soy agnóstica y sospecho que muy pronto me declararé atea. Estoy consciente, sin embargo, de que no creer significa practicar una fe perversa. Las palabras ya vienen cargadas, como dados. Muchas veces el lenguaje de la poesía cree por uno y su oscuridad, sus laberintos, pueden fabricar rutinas introspectivas que se asemejan a los ritos de una religión. Quizá por llenar hoyos he metido dioses muertos sin rodearlos de la ironía que les corresponde. En cuanto al ser humano: a juzgar por la popularidad de los líderes religiosos, el asunto va muy bien.


sábado, 14 de enero de 2012

Un secreto de dioses

14/Enero/2012
Babelia
Leila Guerreiero

Si hay culto es porque hay un dios. Enrique Vila-Matas, Alan Pauls, Yuri Herrera, Rafael Gumucio, Jorge Herralde, Pilar Reyes, Elena Ramírez, Manuel Borrás... Autores y editores explican una categoría sagrada llena de matices, aristas y contradicciones.

Primero, las definiciones. Pero eso es un problema cuando se trata de una categoría esquiva, viciosamente escurridiza, llena de aristas, de matices, de contradicciones. Cuando se trata, como ahora, de encontrar respuesta a esta pregunta: ¿qué es un escritor de culto? ¿Alguien con gran prestigio y un grupo ínfimo de lectores; alguien que, más que lectores, tiene devotos; alguien que capturó los retorcijones más o menos angustiosos de toda una generación y supo cómo traducirlos en una obra; alguien que es producto de una estrategia editorial? ¿Todo eso, más que eso, nada de todo eso? La primera acepción de la palabra culto que da el diccionario María Moliner es esta: "Respeto, veneración y acatamiento tributados a Dios o a los dioses". Antes que nada, entonces, esto: si hay culto es porque hay un dios.

***

-Autor de culto es un concepto ligado a lo religioso -dice Enrique Vila-Matas, autor de Dublinesca-. A ese autor le salen adoradores, lectores que no quieren perderse ni un folio suelto del autor, lectores que le siguen en todo lo que hace. Ser seguidor -lo digo por propia experiencia- es apasionante. Ser seguido -también tengo la experiencia- no lo es tanto, porque a muchos adoradores sólo les interesa lo que un día leyeron de ti y quieren encontrar siempre eso en lo que haces. Pueden llegar a impedir al autor ser libre a nivel creativo y machacarle su capacidad de sorprender continuamente, de hacer con sus escritos lo que le dé la gana en todo momento. Nada admiro tanto como ese día en la vida de Bob Dylan, en Newport, en 1965, cuando todo el mundo le consideraba un cantante de folk y se presentó con una ruidosa banda eléctrica que ninguno de sus adoradores comprendió.

-El nombre tiene mucho de religioso -dice el escritor Tomás González, autor de la novela Primero estaba el mar, a quien se menciona como el secreto mejor guardado de Colombia-. Es un escritor del que se podría tener la imagen en una repisa, como la de un santo. Los escritores de culto son como santos con pocos aunque muy fervientes devotos. Si te llaman escritor de culto y lo aceptas, tienes cierto prestigio y puedes escribir en paz lo que te dé la gana, pues te dieron y te diste por perdido en cuanto a ventas se refiere.

-Es un término más usado por editores o críticos -dice el escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka, autor de la novela La enfermedad-. Los escritores somos muy vanidosos y la categoría puede ser una forma de matizar un fracaso con los lectores. Los escritores lo queremos todo: crítica y público. También puede ser una definición provisional. Hace más de veinte años, tal vez Robert Walser era considerado un escritor de culto. Bolaño también. Hoy es casi una civilización.

-T. S. Eliot -dice el escritor argentino Fabián Casas, autor de Los lemmings- hablaba de la importancia que tenía para un escritor poseer un grupo pequeño de lectores. Decía que no era necesario ser un superventas sino tener un pequeño grupo de lectores influyentes. Ese caldo forma lo que se denomina un escritor de culto. La prensa es la que termina dándole un lugar específico.

-Tiene que ver con la devoción que se le tiene a algunos escritores que son reconocidos por sus pares y por un círculo de lectores, pero no por el mercado -dice el escritor mexicano Yuri Herrera, autor de Trabajos del reino-.

-La noción proviene de un equívoco sobrecogedor -dice el escritor chileno Carlos Labbé, autor de Caracteres blancos-. Alguien elabora un proyecto de escritura diferente de lo que se considera la corriente masiva, pero después se comienza a admirarlo por la fuerza con que defendió su proyecto y no por las características de su propuesta. El culto es un afán borreguil de saber todo lo que le pasa al autor en vez de quedarse con sus libros.

-Debe haber, en la escritura de un escritor de culto, algo que tienda a lo sagrado y lo secreto -dice el escritor chileno Rafael Gumucio, autor de la novela La deuda-. Algo que te haga sentir, como lector, único y elegido. Es una categoría religiosa, que relaciona al libro a una de sus funciones más controvertidas: ser depositaria de la palabra de dios, y los escritores sus sacerdotes.

-Es un escritor que tiene un talento extraordinario para una sola cosa, y ni siquiera en esa sola cosa es fácil decidir si es amo de su talento o si su talento no es en realidad una extraña forma de enfermedad -dice el autor de la novela El pasado, el escritor argentino Alan Pauls-.

Esquiva, escurridiza: una categoría llena de matices y contradicciones.

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¿De quiénes hablamos cuando hablamos de escritores de culto? Las personas cuyos testimonios se recogen en este artículo dieron nombres que dibujan una lista tan nutritiva como disfuncional (en la que, por ejemplo, quienes son de culto en algunos países no lo son en su lugar de origen, como podría ser el caso del argentino Antonio Di Benedetto que no es un autor de culto en la Argentina pero que sí lo sería en México), y que incluye, entre muchos otros, a Mario Bellatin, Fabio Morábito, Daniel Sada, J. R. Wilcock, Emmanuel Bove, Antonio Di Benedetto, Thomas Pynchon, Gabriel Zaid, Sergio Pitol, Guillermo Fadanelli, Israel Centeno, Bukowski, J. D. Salinger, David Foster Wallace, Julio Ramón Ribeyro, Mario Levrero, Rafael Sánchez Ferlosio, Roberto Merino, Germán Marín, Denton Welch, Braulio Arenas, Felisberto Hernández, Macedonio Fernández, Virgilio Piñera.

-Un escritor de culto es un escritor con una voz propia, que sorprende, exige y excita al lector -dice Jorge Herralde, editor de Anagrama-.

-Es aquel que erige una obra emblemática para un determinado público, y cuya vida puede llegar a convertirse en motivo de interés para sus seguidores -dice Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral en España-.

-El culto implica un nivel de devoción por parte del grupo (grande o pequeño) de seguidores -dice Diego Rabasa, del consejo editor de Sexto Piso-. Tiene que haber cierto nivel de conexión ontológica. Coexistir con la obra del escritor a un nivel vivencial y no sólo literario.

-Es un autor que tiene un grupo de fieles lectores que lo admiran -dice Matías Rivas, de Ediciones Universidad Diego Portales, de Chile-. Pueden llegar a convertirse en moda y vender más, pero en general son secretos. Es un estigma difícil de sacarse porque el periodismo cultural lo repite para referirse a todo lo que no es masivo. Pero tienen una virtud que es el doblez positivo del estigma: son long sellers.

-Es aquel -dice Andrea Palet, editora de Los Libros Que Leo, editorial chilena independiente- que ya tiene fans antes de que la industria y/o la prensa se enteren de su existencia. "De culto" es un tag muy estable: puedes estar vendiendo como loco, pero te van a seguir llamando de culto hasta el hogar de ancianos.

-La perspectiva de un escritor de culto es hoy distinta a la de hace un siglo -dice Manuel Borrás, editor de Pre-Textos-. Antes, adquiría su sanción más por el boca a oído, sin intersección de la publicidad. Hoy en día pueden convivir escritores de culto inventados tanto por motivos crematísticos como apoyados por la sanción de los lectores.

-Es aquel que tiene una obra singular, alejada del canon oficial, que experimenta con las formas y es reconocido como tal por la crítica y una minoría lectora -dice Samuel Alonso, director de publicaciones de 451 Editores-.

-La calificación "de culto" puede tener que ver con el concepto de autor "secreto" -dice Enrique Redel, de Impedimenta-. Sus atributos los crea una minoría que niega el gusto mayoritario, que suele ser calificado de borreguil. La obra tiende a ser difícil de conseguir. El propio autor se prodiga poco. Cuando comienza a dar entrevistas a los medios mayoritarios "se vende".

-Entrar en la categoría es apetecible, pero lo que es malo es quedarse, pues vendría a ser un reconocimiento de su fracaso para llegar a públicos más amplios -dice Luis Solano, de Libros del Asteroide-.

-Es un escritor ajeno al gran público que frecuentemente termina por conquistarlo. Kafka fue de culto, como Joyce, escritores-para-escritores que acabaron por imponerse en las academias y las universidades. Dostoievski fue de culto unos diez años y hacia 1910 era patrimonio de la humanidad. Pero quizá ya no haya autores de culto confiables, es decir, que puedan permanecer escondidos. Hoy todo se publica, de todo se oye hablar y nada permanece en lo oscuro -dice el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael-.

-Un autor de culto es igual a "mucho prestigio, pocas ventas" -dice Julián Rodríguez, de Periférica-.

Esquiva, escurridiza, llena de aristas, de matices, de contradicciones.

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-¿Un escritor de culto es necesariamente un fracaso en las ventas?

-No -dice Ana Pareja, de la editorial independiente española Alpha Decay-. Bolaño, Salinger son éxitos de ventas y no son excepciones.

-Debe ser un deleite supremo empezar como escritor de culto y luego conquistar un gran número de lectores. Entre otros, Sebald, Tabucchi o Bolaño. Pero las listas de más vendidos son poco compatibles con los escritores de culto, incluso con los que han dado una cabriola considerable, como los antes citados -dice Jorge Herralde, de Anagrama-.

-Convertir a un autor en "escritor de culto" es una típica operación de marketing de agencias literarias o editoriales. Pasó con Bolaño en Estados Unidos, pasa a cada rato en España con autores centroeuropeos de principios del siglo XX -dice el escritor chileno Carlos Labbé-.

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En 2011, Impedimenta publicó en España el Diccionario de Literatura para Esnobs, del francés Fabrice Gaignault, una guía de autores a veces extravagantes, a veces malditos, ¿a veces de culto?, y, en la introducción, el español José Carlos Llop escribe: "Todos hemos tenido nuestros autores secretos. (...) Cuando alguno (...) empezaba a ser más conocido por los lectores (...) el hecho de compartirlo no producía felicidad alguna, sino cierta incomodidad. Una de las consecuencias (...) era la expulsión de aquel autor de nuestro paraíso privado".

-Con los autores de culto pasa como con el chiste de un restaurante que fue muy selecto, pero que tiene demasiado éxito: "Ahora ya no va nadie: vive lleno" -dice el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, autor de El olvido que seremos-. Lo mismo puede decirse de un escritor de culto que se populariza, como Sándor Márai: ya no lo lee nadie, todos lo leen. Milan Kundera fue un escritor de culto hasta que todo el mundo empezó a leerlo. El éxito es imperdonable en un escritor de culto.

-Parte de una minoría ilustrada cree demostrar su superioridad intelectual en la oposición a ciertos atributos narrativos que consideran "fáciles" -dice el escritor argentino Guillermo Martínez, autor de Crímenes imperceptibles, entre otros libros-, y trata de poner en circulación escritores "difíciles" para poder seguir sintiéndose los happy few de jardines recónditos. Estos escritores tienen características que son elevadas a categorías deseables per se: opacidad, hermetismo, falta de trama. Además hay algunas otras características "de imagen": 1. Sus libros deben ser inaccesibles. 2. La biografía del escritor de culto debe contener algún elemento "oscuro". 3. No debe tener jamás un éxito de ventas. Esto lo convertirá en un traidor a sus acólitos. Pero la literatura no responde a ese maniqueísmo imaginario de editoriales salvajemente comerciales y lectores puros de catacumbas.

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-Se ha hablado de usted como un escritor de culto. ¿Se ha sentido cómodo con eso?

-No siempre -dice Enrique Vila-Matas-. En España, por ejemplo, nada. Primero, me llamaban "autor de culto" porque no me leía nadie. Después, porque me leían afuera. En este país, donde ha ido pasando el tiempo y seguimos siendo católicos, incultos y "diferentes", la denominación "autor de culto" siempre ha sonado a escritor bueno y disparejo, pero también a autor al que le falta algo, concretamente, ser tan conocido como Camilo José Cela.

-No me incomoda -dice el escritor mexicano Yuri Herrera-, porque no me creo ninguna de las etiquetas. Tardé tanto en conseguir publicar que no tengo prisa por ser reconocido ni puedo medir el impacto que podría tener ser denominado así en algunos círculos.

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Ahora, confusión. Confusión por cosas como estas: porque Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, sí, y Kurt Vonnegut también; y porque Siddharta, de Hermann Hesse, sí, y El lobo estepario, de Hermann Hesse, también, pero Hermann Hesse, definitivamente, no. En el año 2005 se publicó The Rough Guide to Cult Fiction, una guía que reunía a ciento noventa y cuatro autores y en la que la "ficción de culto" se definía como "una devoción irracional por una minoría hacia un autor o libro". Figuraban allí Kurt Vonnegut, Thomas Pynchon y David Foster Wallace junto a Gabriel García Márquez, Marcel Proust y George Orwell; libros como El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon, junto a La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa. En 2008, The Telegraph confeccionó una lista de libros de culto. Encabezada por Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut, incluía No Logo, de Naomi Klein, y Recuerdos del futuro, del suizo Erich von Däniken, que escribió allí acerca de las probables visitas que hacían, en el pasado, los extraterrestres a la tierra.

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-¿Quién es el lector de un escritor de culto?

-Un esnob. Un borrego. Alguien que no se quiere dar cuenta de cómo es manejado -dice Carlos Labbé-.

-Un sofisticado o un obsesivo, un fanático de lo extraño -dice Matías Rivas, de Ediciones Universidad Diego Portales-.

-Un hurgador de librerías de viejo. Un gourmet de ropa vieja, de perlas encontradas en chiqueros. Una mezcla de cartonero y de dandi. Un adorador de la originalidad. Un masturbador. Un devoto de la profanación -dice el escritor Alan Pauls-.

-Todo verdadero lector tiene un escritor de culto. Aquel que se sigue libro a libro, al margen del resultado. Sus lectores fieles celebran sus aciertos pero lo acompañan en sus fracasos, deciden compartir su mundo, tan imperfecto y dispar como la vida misma -dice Pilar Reyes Forero, directora editorial de Alfaguara-.

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Pero, ahora, otra vez confusión. Confusión, por ejemplo, porque junto a J. D. Salinger (que lleva vendidos unos 65 millones de libros), se mencionan autores como el uruguayo Felisberto Hernández (que no debe llegar a varios miles), y otros que habitan catacumbas a las que descienden unos pocos: el chileno Juan Emar (uno de cuyos libros, Diez, fue publicado hace poco por la editorial independiente argentina Mansalva, con prólogo de César Aira).

-Dan Brown es un escritor de culto pero es un culto masivo y, por lo tanto, muy poco selectivo -dice el escritor argentino Rodrigo Fresán, autor de la novela El fondo del cielo-. J. D. Salinger es, también, un escritor de culto; pero lo suyo se acerca al más exquisito budismo zen. Así, Haruki Murakami o Paul Auster o David Foster Wallace serían sumos sacerdotes de sectas en expansión, mientras que Thomas Pynchon y Jorge Luis Borges y Vladímir Nabokov serán, siempre, tótems frente a los cuales arrodillarse. Entre unos y otros están todas esas íntimas religiones (propongo estampitas de John Banville, Rick Moody, Iris Murdoch, Felisberto Hernández, Denis Johnson, Michael Ondaatje, Steven Millhauser) por las que unos cuantos miles están dispuestos a lo que sea. Es decir: a seguir leyendo. Y a reconocerse entre ellos con complicidad. Nunca dejaremos de creer y de rezarles a León Tolstói y Marcel Proust y Francis Scott Fitzgerald. Un escritor de culto es aquel que hace que leer sea tan pero tan parecido a orar, con una atendible diferencia: no sólo sentimos que nos escucha sino que, además, nos habla nada más que a nosotros. Y, por supuesto, Dios existe y se llama Shakespeare.

Como si el culto fuera una religión con diversas capas tectónicas, todas necesarias para formar, al fin, la iglesia.