jueves, 29 de septiembre de 2011

Galardón a Sheridan, en la FIL Guadalajara

29/Septiembre/2011
El Universal

GUADALAJARA.— Por su labor como difusor cultural y su brillante trayectoria periodística, Guillermo Sheridan, también investigador, recibirá la vigésima edición del Homenaje Nacional de Periodismo Cultural “Fernando Benítez”, en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.

De esta forma, el domingo 4 de diciembre, dentro de la 25 FIL, Sheridan recibirá un reconocimiento que, como él lo dijo, le cae “bien, porque Fernando Benítez -quien fue el primero el recibirlo- fue mi cuate y nos divertimos mucho”.

Sheridan incursionó en el periodismo “haciendo reseñas, como todo mundo, hace mil años”, en la Revista de la Universidad de México, Nexos y el suplemento La cultura en México, de la revista Siempre!, cuando fue dirigido por Carlos Monsiváis.

“Luego Fernando (Benítez) y Huberto Batis me encargaron una columna en el suplemento Sábado del Unomásuno. Tenía que escribir sobre teatro, era terrible, pues había que ir al teatro. A veces inventaba obras y hasta teatros que no existían.

Fernando declaraba solemnemente: ‘Iré a ver esa esencial puesta en escena, hermano!’, y me pagaba”.

Trayectoria

De 1986 a 1999, Sheridan formó parte de la mesa de redacción de Vuelta. Actualmente es consejero en Letras Libres, donde tiene una colaboración mensual y en cuyo sitio electrónico publica el blog El Minutario.

Sus crónicas se han reunido en Frontera norte, Lugar a dudas, El encarguito y otros pendientes, Cartas de Copilco, Allá en el campus grande y Viaje al centro de mi tierra. Es guionista de la película Cabeza de Vaca y autor de la novela El dedo de oro.

“Más que a periodista cultural o a escritor, me dedico a realizar investigación académica. Estudio y escribo sobre historia de la poesía mexicana en la UNAM, y en mis ratos libres he seguido escribiendo crónicas y crítica. En fin, que el hábito hizo un monje más o menos anfibio”, comentó Guillermo Sheridan.

El Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez se entrega desde 1992 en la FIL Guadalajara. Sheridan, quien lo recibirá en su vigésima edición, destacó que en México “ha habido buen periodismo cultural porque, como en todo el mundo, fueron los grandes escritores quienes inventaron el periodismo, de (Joaquín) Fernández de Lizardi a Octavio Paz”.

Sin embargo, dijo que aunque “en teoría el periodismo cultural sirve para atraerle consumidores a los productos de la cultura, los índices de lectura en México dirían que, por lo que atañe a los libros, que es lo que me interesa, esa tarea no funciona. Es una pena, pero no hay indicios que permitan una respuesta más optimista”.

Al periodismo, dijo, “lo mueven intereses diferentes a los que mueven la inabarcable cantidad de productos que hoy se agrupan bajo el rubro ‘cultura’. Creo que fue (Oscar) Wilde el que dijo que la tarea principal del periodismo es preservar la ignorancia de sus lectores.

“Las secciones culturales no me interesan: son superficiales, no hay escritura, es un desfile de modas para las buenas conciencias”. (Notimex)

sábado, 24 de septiembre de 2011

Rothenberg en México

24/Septiembre/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Por trabajo no pude asistir a la lectura de Jerome Rothenberg en Bellas Artes y cuando pude (fin de semana), un error en la reservación aérea me impidió llegar al homenaje que le hicieron en Ciudad Juárez. He aquí un preámbulo de lo que pensaba decir.

Rothenberg fue en mi vida de joven lector en inglés lo que Borges en mi vida de joven lector en español. En ambos descubrí no sólo a un autor único, sino a una entera literatura.

Entre los 50 y 60, Rothenberg pasó de poeta de la deep image —idea basada en Lorca— a principal impulsor de la etnopoética —la teoría, traducción y poesía basada en el diálogo entre la vanguardia occidental y la poesía primitiva, antigua, chamánica e indígena—; desde Ginsberg hasta el común de los lectores, las antologías de Rothenberg sacudieron a la contracultura literaria.

En los 70 y 80, Rothenberg exploró la etnopoética judía, y jugó (y fundó) técnicas posmodernistas. En los 90, comenzó a antologar la poesía radical romántica y post-romántica; moderna y post-moderna.

A la fecha, su ininterrumpida poesía es descomunal.

Aunque a veces su destreza para el performance opaca las implicaciones de su obra escrita.

Incluso en Estados Unidos —donde es uno de los líderes de la poesía innovadora— aún no se le entiende. Se le cree un poeta norteamericano. No se han dado cuenta —por aislados— que Rothenberg fue su primer poeta global.

De su prosa traduje un volumen —Ojo del testimonio. Escritos selectos 1951-2011 publicado por Aldus— y de su poesía vendrá otra antología.

De su relación con México, escribí un libro que ganó un premio y sigue inédito. En la actualidad estoy editando una antología de su obra para los propios lectores norteamericanos.

Hace poco en La vanguardia de España, se decía que Rothenberg debería recibir el Nobel. Concuerdo. Pero la Academia Sueca no es tan cuerda.

Hay mucho qué decir sobre Rothenberg. Me enfocaré en su relación con México.

Si a Kerouac lo influyeron las carreteras y cantinas, el paisaje y la droga de México, a Rothenberg lo influyó Ángel María Garibay y María Sabina, Octavio Paz y Laurette Séjourné. El México de Rothenberg es muy distinto al México de los beatniks.

Y Rothenberg fue el último gran poeta norteamericano del siglo XX en tener una relación significativa
—literariamente— con México. Una de las bases de la obra de Rothenberg fue la poesía prehispánica mexicana. No hay siquiera un poeta mexicano mestizo que haya aprovechado más la poética indígena que Rothenberg. Esto quizá moleste escucharlo. Pero es cierto.

Pasarán varias décadas para que en México y Estados Unidos, Rothenberg sea comprendido.

Quisiera decir más. Pero el espacio es aún más breve que el tiempo.

E incluso quienes conocemos toda su obra, apenas conocemos la mitad de su legado.

Viva Rothenberg.



Fernando Vallejo: la conquista de la novela

24/Septiembre/2011
Laberinto
Fernando Fernández

Hace unas semanas recibí por correo una extraña petición: que contara cuándo y en qué circunstancias había sido alumno de gramática de Fernando Vallejo, tal como yo mismo dije según se afirmaba en un reciente artículo de prensa. Quien se dirigía a mí de esa manera, uno de los principales especialistas en la vida y la obra del escritor colombiano, añadía que mi testimonio le interesaba porque la “faceta docente” de Vallejo “no se había mencionado en público hasta ahora”. Antes de despedirse, solicitaba mi autorización para citar mi nombre como fuente de tan novedosa información. Primero pensé que era una broma y me dieron ganas de inventar yo mismo alguna historia, dando dos o tres pistas falsas. Al rato se me olvidó la cuestión. Días más tarde, el especialista en Vallejo volvió a la carga. Entonces hice una pequeña búsqueda en la red para ver si había por ahí algo que justificara el asunto. Allí estaba: un artículo publicado a fines de agosto, a raíz de la concesión del premio de la FIL a Vallejo, en el que el escritor Álvaro Enrigue me adjudica esa declaración, hecha según él por teléfono en 1994, en los tiempos en que yo dirigía Viceversa y él colaboraba en la revista. El impresionante título del artículo, “El vaivén entre realidad y ficción en la obra de Fernando Vallejo” (página en la red de CNN México, 30 de agosto), está bien puesto, al menos en lo que a mi presencia en él se refiere.

Que la memoria falsee los recuerdos es cosa frecuente y comprensible. No lo es tanto el que se evoque en público un episodio falseado y quien lo haga se cuide de decir explícitamente que lo recuerda “con mucha claridad”. Veamos lo que escribe Enrigue: “Dos o tres semanas después publiqué una reseña deslumbrada sobre La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo en la revista Viceversa —que en esa época tal vez más generosa en que los jóvenes todavía podían publicar sus notas de crítica en medios de papel, pasaba por un auge—. Recuerdo, con mucha claridad, que al poco de enviar mi nota me llamó por teléfono el director de la revista, Fernando Fernández, y me dijo con genuina sorpresa que Vallejo había sido su profesor de Gramática en la Universidad, que era un excéntrico y un gran tipo. ‘¿De verdad la novela es tan buena como dices?’ —me preguntó—. Mucho mejor, le dije. Es algo nuevo, compacto, distinto de todo lo demás que hemos leído y no tiene nada que ver con lo que entendemos por latinoamericano”.

Me parece bien que Álvaro dé sus opiniones en algunos periódicos; lo que me sorprende es que lo haga con una prosa torpe y apresurada, impropia de un narrador de sus vuelos. Véase, como ejemplo, la siguiente frase: “en la revista Viceversa —que en esa época tal vez más generosa en que los jóvenes todavía podían publicar sus notas de crítica en medios de papel, pasaba por un auge”—. Uno puede preguntarse: ¿qué es lo que pasaba por un auge? ¿“La época tal vez más generosa”? ¿Viceversa? Si, como parece, se refiere a la revista, ¿qué apreciación es ésa de que pasaba por un auge “porque los jóvenes todavía podían publicar sus notas de crítica en medios de papel”? A continuación escribe que yo le llamé por teléfono y le dije “con genuina sorpresa” que Vallejo había sido mi profesor de gramática. ¿Qué quiere decir exactamente? ¿Que yo se lo dije “con genuina sorpresa”? Si ya lo sabía ¿por qué iría a sorprenderme? ¿O la sorpresa, como más bien parece que quiere decir, fue suya?

Hay algo de arrogancia en rememorar un episodio del pasado vivido por uno mismo con el único propósito de contar lo que dijo… uno mismo. Peor si no es más que una banalidad. Volvamos al párrafo que nos interesa: Enrigue me pinta al teléfono casi que con el aliento suspendido, poco menos que cayéndoseme la baba, como sucede cuando se asiste a las grandes revelaciones: “¿De verdad la novela es tan buena como dices?”, escribe que le dije. Y él contesta, ya en plan sublime: “Mucho mejor, le dije. Es algo nuevo, compacto [sic], distinto de todo lo demás que hemos leído y no tiene nada que ver con lo que entendemos por latinoamericano”. Aun así, todo sería pasable tratándose de su opinión y hasta expresándola de manera atropellada, si lo que Enrigue recuerda tan claramente fuera verdad. Como tengo una idea de por dónde vienen los tiros, puedo reconstruir la caprichosa operación de su memoria.

Conocí a Fernando Vallejo hace poco más de 25 años, no mucho después de coincidir en la carrera de Letras con un joven actor colombiano que el futuro novelista había traído a México para actuar en la primera de las tres películas que hizo a partir de finales de los setenta. Una tarde de marzo de 1985 mi flamante amigo actor me llevó a conocerlo. Me encantó lo que vi: un hombre sensible, lúcido y quizás un poco desaforado que hablaba de sus lecturas con enorme vehemencia. Por esos días se estrenaba en el género novelístico: acababa de salir Los días azules, la primera parte de un ciclo que iba a llamarse “El río del tiempo” y del que acabaron apareciendo cuatro volúmenes más. Dos años antes el Fondo de Cultura Económica le había publicado “una gramática del lenguaje literario” llamada Logoi. Ese libro, que compré de inmediato, me pareció tan impresionante como su autor en persona: planteaba un recorrido por las principales fórmulas literarias de la tradición, que ejemplificaba en sus lenguas originales: español, francés, inglés, latín, etcétera. Así como “la crítica [había] estudiado a los escritores bajo el ángulo de su originalidad”, explicaba en el prólogo, su gramática proponía entender “la literatura como el reino de lo recibido, como el vasto dominio de la fórmula, el lugar común y el cliché” (p. 29). De esa forma, uno estudiaba qué cosa era la aposición y luego la veía comportarse en pasajes sacados de Menéndez Pidal o Maupassant, Poe o Colette, James o Brancati, y así ocurría con la elipsis, la metáfora, la sinestesia, entre otros muchos recursos y fórmulas ejemplificados con citas de una interminable lista de autores: D’Annunzio, Valle, Primo Levi, Azorín, Proust, Reyes, Cicerón, Larra, Horacio, Camus…

Si se produjo la conversación que Enrigue en cualquier caso deforma, es seguro que le haya dicho que entre lo que yo conocía de Vallejo estaba esa gramática, de la que debo de haberle hablado con admiración. Pero nada más. Y si le manifesté que me parecía “un gran tipo”, tal como lo sigo pensando, no sé a qué me referiría en cambio si dije algo sobre su excentricidad, dada la connotación más bien negativa de esa palabra. De todas maneras, el alejamiento de Vallejo de ese centro (hecho de reflectores y premios, éxito del que sea, presencia en periódicos y televisión…) que buscan con afán algunos escritores, más su dedicación al trabajo en silencio y la envergadura característica de sus proyectos, me hacen creer que aunque no lo hubiera dicho quizá sea una manera acertada de describirlo. Véase, en ese sentido, la preponderancia que en su artículo da a los reconocimientos Enrigue, que empieza hablando de Vallejo pero acaba haciéndolo del premio de la FIL y de los escritores que afortunadamente ya están en posibilidades de ganarlo. Por cierto, es interesante preguntarse por qué recuerda ahora como “deslumbrada” aquella nota que en efecto apareció en Viceversa (número 19, diciembre de 1994) pero que, tal como se dará cuenta quien la lea, es difícil describirla con justicia con ese adjetivo.

A mediados de los años noventa, Vallejo se hizo muy conocido como el gran narrador que es, idéntico al hombre con el que conversé hace poco más de un cuarto de siglo, la primera vez que estuve en su casa: lúcido y sensible, pero también desaforado y casi tremebundo… He leído algunas de esas novelas escritas en su madurez literaria y que ha usado, si puedo decirlo así, para descarnar, desbocarse, dolerse, aullar. Quizá la discusión más interesante en torno a ellas sea la que supone el punto de vista desde el que invariablemente están narradas: la preeminencia de la primera persona por encima de la tercera y la muerte del narrador omnisciente, por su artificiosidad e inverosimilitud. En cambio, sólo lo visité una vez más: un sábado de mayo de 2007, cuando en presencia del antiguo joven actor colombiano y de Raúl Ortiz, su amigo traductor de Lowry, lo oí disertar con vehemencia sobre los defectos de Cien años de soledad, en su opinión una obra muy sobrevalorada.

Con la perspectiva que da el tiempo creo que lo que más me impresiona de Fernando es la historia de su conquista de la novela, ese género más bien tardío que mayormente se entrega sólo a quienes saben aguardar para conocer sus secretos. Si es verdad que no he leído algunas de sus obras, por ejemplo su apretada biografía de Barba Jacob, que aguarda desde hace años en mi librero, y menos aun La puta de Babilonia cuyo tema no me interesa, mi apreciación de Vallejo está llena de respeto, cariño y admiración. Su conocimiento de la lengua pero también el cine, la sexualidad, el amor a los animales y su desgarramiento de su país de origen, me parecen las estaciones de una pasión por el género que ha cristalizado en una de las obras más expresivas y vigorosas de la literatura hispanoamericana de la actualidad.

De la forma de escribir de Federico Campbell

24/Septiembre/2011
Laberinto
José María Espinasa

En pocos casos como el de Federico Campbell el oficio condiciona de manera tan aguda la realización cotidiana de la escritura. El narrador y sagaz entrevistador de los setenta y ochenta dejó paso en los años noventa a un singular ensayista por entregas en sus colaboraciones hebdomadarias en La Jornada Semanal y después en la revista Milenio Semanal. Es uno de los novelistas más destacados de una generación de muy buenos narradores —Hugo Hiriart, Juan Tovar, Esther Seligson, José Agustín— que han mantenido siempre un pie en otra vocación paralela, sea la de periodista, dramaturgo o traductor, que los ha llevado por caminos curiosos. La entrega de sus colaboraciones, circunscritas por un espacio —las dos o tres cuartillas que admite el formato en que se publican— y por un tiempo —la actualidad o pertinencia de la reflexión en cierto contexto— no parece un camino sencillo para la formación de buenos libros, y sin embargo los da, en su caso, extraordinarios. Un ejemplo ya clásico es Máscara negra, diario de lectura de la novela negra y policiaca reflejada en la espejeante realidad.

Lo es también, aunque de manera muy distinta, su Post scriptum triste, cuaderno de notas que elabora a su vez una teoría de la escritura en el taller interior del autor, con sus preocupaciones y temblores, sus dudas y vacilaciones, sus afectos permanentes y sus descubrimientos. Creo que fue a propósito de ese libro que Campbell habló de la gestación de Masa y poder, esa obra maestra de Elias Canetti, escrita en fragmentos de tres cuartillas a lo largo de muchos años, y que se presenta ante el lector como un ejemplo de unidad conceptual gracias a, y no a pesar de, su condición aleatoria y azarosa. Eso le pasa a los libros de Federico Campbell, parecen escritos con una disciplina de académico alemán. Y sin embargo sus mejores virtudes se apoyan precisamente en esa condición incluso caprichosa de su composición. A veces tiene como columna vertebral un tema, pero éste le sirve de excusa para brincar de un autor a otro, de un tema o una época a otra, tiene la condición libre del lector que lo hace a su antojo y según pulsiones de todo tipo. Que pueden ir, claro, del libro obligado por la actualidad noticiosa hasta el regalo de un amigo de un texto propio o ajeno.

Para que esos libros le salgan tan bien he dado en otras ocasiones distintas explicaciones. Hoy quiero dar la siguiente: trata a los temas y a los libros como seres vivos, es decir, como personajes de una novela en formación. El sustrato narrativo de sus primeras obras, Todo lo de las focas y Pretexta, dio años más tarde paso a un universo familiar formado por sus padres, sus hermanas, sus parientes en Navojoa o en Tijuana. Es evidente que en esos libros —La clave Morse, Transpeninsular— está presente la figura paterna. Freud nos ha mostrado, no sin razones, que la relación con el padre es siempre conflictiva aunque pueda ser buena, porque está hecha de admiración y respeto a la vez que de necesidad de afirmación frente a ella. Todos sabemos que hay incluso un componente instintivo claramente animal.

Justamente a Campbell le interesa lo contrario: lo más humano de ese conflicto, y lo pone en el centro de la facultad que nos hace humanos: la memoria. Hay quien dice que los hombres recuerdan ya en el momento de vivir algo por vez primera, de ahí la famosa sensación del déjà vu que nos puede llevar a la locura. Nosotros dialogamos con los muertos y con los vivos y con nosotros mismos, gracias a la memoria: si no recordáramos que una persona tal o cual es nuestro padre nos comportaríamos de manera muy distinta y el universo estaría formado por desconocidos. Por eso el hombre para el escritor no es un animal que conoce, es decir que adquiere información, sino que reconoce, que hace al otro un conocido, o mejor aún, un familiar.

En una época la idea de la otredad se quiso situar en una distancia geográfica —los salvajes del Amazonas, las tribus de la Polinesia, los esquimales— o incluso extraterrestre —los marcianos— sin tomar en cuenta que la otredad había que buscarla en lo inmediato, los hermanos y los padres, ese núcleo que ya sea la economía o ya sea la religión han vuelto base de nuestra sociedad. El otro está delante de mí, no en la imagen en el espejo sino en la de esa factura del tiempo que es la relación con el padre. Y Campbell se interrogó sobre cómo los escritores y artistas se relacionaban con la figura del padre, fuera la simbólica o la real, la reencontrada o la olvidada. Y es natural pues la mejor novela mexicana, que Campbell ha leído y releído, empieza así: “Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre”. Y ese “aquí” es el reino de la memoria.

¿Cómo han reflejado la figura del padre en sus obras los escritores? Bueno, lo han hecho de muy diversas maneras y Federico sabe encontrarle el chiste a compararlas, a distinguir los matices. Hay un sentido en que lo que pesa es la herencia: el padre de Borges le pidió repetidas veces a su hijo que volviera a escribir los libros que él había escrito y, justamente en tono borgiano, podríamos decir que eso fue lo que no hizo, él que lo consiguió para El Quijote, pero no para su padre, que le heredó la escritura, en ese gesto imposible de cumplir. Pero la escritura, que es memoria y herencia, es sobre todo una elección.

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Libros como Máscara negra, Post scriptum triste y Padre y memoria son libros de lector, más que de narrador o ensayista o poeta. Y lector-creador que lo hace sin sistema, sin método, al aire del azar, pero cuyo libro entregado al editor no tiene nada de anárquico o disperso. Parece escrito de un jalón y como si el autor hubiera, cosa imposible, haber leído todo sobre su tema. Campbell es todo lo contrario de un académico porque su fuente vital es el placer, nunca lee por obligación.

Es cierto que ha escrito libros con una perspectiva totalizadora, por ejemplo su volumen sobre Sciascia, pero incluso en ellos mantiene esa condición de placer. Por eso a veces toma el impulso de una crónica, otras la de una noticia, y otra más casi la de un subrayado a una obra ajena; otras la de una confesión personal y otras incluso la de una tarea profesional.

No es fácil, ya se dijo, que libros escritos así, en buena medida por acumulación, tengan la coherencia que tienen, y no tanto que él, Campbell, se las dé para una reunión en volumen trabajando y retrabajando los textos —pienso que no lo hace tanto, si acaso quita repeticiones o contrasentidos—, sino que milagrosamente está en ellos.

Cuando leo las colaboraciones periódicas de Hugo Hiriart o de Campbell me parecen buenas, me interesan, pero no me impresionan, me parece que ambos las sostienen en su oficio. Pero cuando las veo en libro sí me impresionan y me parecen muy inspiradas, ganan con su contigüidad. Ya se mencionó el gran ejemplo, Masa y poder de Elias Canetti, pero también se podría mencionar al Cyril Connolly de La tumba sin sosiego. Este autor inglés dijo, y se ha repetido muchas veces, que un escritor trabaja para escribir una obra maestra. Creo que Canetti, el propio Connolly y Federico Campbell no son buen ejemplo de ello. Su raza es la de los conversadores, así sea por escrito, para los cuales la obra maestra siempre es la siguiente, la conversación por venir, el libro por escribir.

Por eso Padre y memoria es un libro para leer en donde uno quiera: en el metro, apeñuscado entre la gente; en un tren camino hacia ningún lado o en el estudio, aislados incluso de nuestra propia respiración. Nunca como en este caso la frase “se deja leer” viene más a cuento, pero no como cuando se dice de una mujer que se deja querer como sinónimo de no entregarse. En este caso es al contrario: pura entrega, sin condiciones, sin manipulaciones. Así, cuando yo releo o leo por primera vez a un autor que Campbell ha ensayado en alguno de sus libros busco esas páginas sabiendo que me van a iluminar a través de una empatía con la respiración del texto. Esto es muy propio de un narrador, y de un narrador —además— que no busca apantallar con piruetas verbales disfrazadas de inteligencia, sino que busca hacer de sus temas personajes.

Pongo un ejemplo de cómo funciona lo narrativo en el ensayo. Creemos saber cómo se comportan las mujeres adúlteras, pero cada vez que leemos Madame Bovary sabemos, como Sócrates, que no sabemos nada. Así, si alguien me pregunta qué dice Campbell sobre tal o cual tema o autor, balbuceo alguna incoherencia y termino por ir sobre el libro y mostrar las páginas de algún pasaje. Siento que lo simplifico si lo quiero explicar, de la misma manera que reducir una novela a su anécdota es siempre perderse lo mejor, incluso en las policiacas de más clara tendencia al enigma. Nada enseña más sobre el comportamiento humano que leer Moby Dick, pero leerla no nos enseña a cazar ballenas.

Por eso los de Campbell son libros que se pueden releer con gran gusto, prueba de fuego de los libros ensayísticos. Es como aquella condición de la amistad que permite oír por sexta o séptima vez el mismo chiste y volver a reír de él con ganas. Campbell, además, es de esos críticos que han aprendido a comunicar sus reflexiones en textos breves, a dar información sin que parezca pretensión erudita de quien todo lo sabe. Y a lograr que juicios ajenos se desdoblen con variantes en ideas propias, a veces muy originales. Ya en aquella extraordinaria novela Yo, el supremo Roa Bastos había señalado la necesidad del hombre moderno de ser padre de su padre, pero en este caso la memoria ¿qué papel juega? Pienso ante todo que el padre representa el tiempo: en él envejecemos. Y si dialogamos con ese tiempo al que no se puede detener, es gracias a que la memoria nos permite al menos mirar hacia atrás y así saber que algún día recordaremos nuestro futuro, una manera de decir que seremos recordados por alguien.

Todos los libros el libro

24/Septiembre/2011
Milenio
Ariel González Jiménez

Gracias a un simposio acaba de discutirse nuevamente el futuro del libro. El autor aprovecha ese marco para insistir en que lo más trascendente será la defensa que hagamos de la lectura

Justo al inicio del Simposio Internacional del Libro Electrónico que se llevó a cabo a lo largo de la semana que termina se comentó en esta misma sección cultural que este encuentro coincidía con la liquidación, en Estados Unidos, de las últimas 399 librerías Borders.

Este hecho no podía ser más concluyente acerca del tema en el que participaron expertos e investigadores de prestigio internacional. La cadena Borders llegó a tener mil 249 tiendas en su mejor momento (año 2003), pero cayó víctima de ese cambio del que todos hablamos y que, por lo menos en México, pareciera remoto: la llegada de diversos dispositivos electrónicos que están sustituyendo al libro.

A pesar de las evidencias que indican el aumento de los nuevos lectores que no gustan ya del libro o que lo creen innecesario, cuando no estorboso, el debate organizado por el Conaculta hace unos días resultó muy animado puesto que no todo parece tan claro, ni tan positivo, para muchos de los que estudian el tema.

Por supuesto, hay quienes hablan del asunto como si estuviéramos condenados en forma ineluctable a esta nueva realidad tecnológica que ha producido un nuevo tipo de lector. Otros más, fascinados por todas estas expectativas, ponen cirios y flores sobre el cadáver del libro. Pobre libro, era tan bonito…

En contrapartida, hay quienes se refieren al tema con total escepticismo, como si el cierre, por ejemplo, de Borders, hubiera ocurrido en otro planeta. Y cerca de estas filas se hallan los que en una especie de ludismo libresco declaran la guerra a las pantallas para exaltar la tinta, las páginas de papel y hasta sus olores.

Lo cierto es que el terreno es todavía demasiado amplio y caben muchas alternativas. Una de ellas es que aunque el libro se convirtiera en una antigualla de la noche a la mañana, quizás muchos —más de los que se cree y más allá de las supuestas determinaciones generacionales— seguiríamos prefiriendo incluso por puro sentido práctico nuestros libros. Es al menos una posibilidad. Por lo menos nadie nos lo podría impedir, menos en una época en la que parte de las nuevas tecnologías también hace posible, con la revolución en la reprografía que se vive (ediciones de unos cuantos ejemplares, reducción de costos, etc.), que el mundo editorial se ensanche.

Y así tenemos más que una paradoja: justo cuando es más fácil y barato hacer libros, muchos libros para todos los gustos y posibilidades, desde el ámbito digital se hace toda clase de preparativos para las exequias del libro.

En el Simposio que citamos, el investigador Néstor García Canclini dijo algo que es preciso tomar en cuenta en el debate sobre el futuro del libro:

“No debemos tomar posiciones ingenuas o reactivas frente a lo que aparece, pues la historia de las industrias culturales es una historia de muertes incumplidas. Muchos decían que con el cine el teatro iba a acabar, que con la televisión y el video iba a terminar el cine, y que las computadoras iban a perecer frente dispositivos como el iPod”.

Es algo con lo que coincido plenamente. Sin embargo, otra cosa será que las mismas editoriales terminen por matar al libro (algunas parecen estar empeñadas en ello), publicando toneladas de basura y/o renunciado al soporte de papel, promoviendo ellas mismas que la profecía de la lectura electrónica se haga (la única) realidad.

Para el número 500 del suplemento Campus, mi amigo Jorge Medina me invitó a reflexionar sobre estos temas. Siglo pensando, como lo hice en ese artículo, que lo más importante y de mayor trascendencia es el futuro de la lectura. Me permito citar in extenso mi conclusión de ese trabajo:

El asunto de fondo no puede ser —y no será, creo— en qué soporte material leemos, sino qué leemos y cómo somos capaces (o incapaces) de multiplicar los placeres y poderes de la lectura. Porque nunca como hoy hemos tenido oportunidad de leer toda clase de textos sobre las más diversas materias, traducciones de autores que escriben en lenguas extrañas y novedades de países lejanos sin tener que esperar años; pero también nunca como hoy la lectura es un raro disfrute, un exquisito entretenimiento que pierde terreno frente a la banalidad audiovisual.

Lo importante, pues, seguirá siendo la reivindicación que hagamos de la lectura independientemente de si las páginas de papel o de plasma privan en nuestras bibliotecas. El verdadero y único futuro del libro, pasa por el reconocimiento que podamos hacer en nuestras vidas de todos los poderes y placeres de la lectura. Hago mías las palabras de Harold Bloom y cifro en ellas todas las defensas apasionadas que hagamos hoy siempre de ese objeto precioso que es el libro:

“La invención literaria es alteridad, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.”

Quien comprenda estos valores fundamentales, intrínsecamente humanos, que justifican al libro, querrá tener uno siempre a su lado sin importar qué formato tenga.

El periodismo cultural debe fomentar la crítica

24/Septiembre/2011
El Universal

Para Jorge Volpi, la televisión pública mexicana es una de las que más tiempo dedica a temas culturales en comparación con España y Portugal, por ejemplo. Sin embargo, el periodismo cultural enfrenta una crisis profunda ante la presencia del espectáculo como realidad general.

En el cuarto día del Seminario Nuevas Rutas del Periodismo Cultural, organizado por el Conaculta y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), el ex director del Canal 22 brindó la ponencia “Los dilemas del periodismo cultural por televisión”.

“En épocas anteriores existía el prestigio del periodismo cultural, la variante era la crítica cultural en medios que tenía un estatuto central. Basada en el prestigio acumulado de los medios, de las figuras que practicaban el periodismo cultural, se influía en los gustos. Se trataba de tiempos en que las figuras tenían una influencia en el consumo cultural”, dijo.

Y añadió: “Es a partir de las crisis económicas que los espacios culturales sufrieron una erosión por la falta de interés de los medios y por el desgaste ideológico de esas mismas figuras”.

El escritor sostuvo que en el Canal 22 se comprendió que los contenidos informativos tenían que reflejar todos los aspectos de la sociedad a través de la cultura. “Concluimos que cualquier fenómeno político y social también se podía abordar desde la cultura”, dijo.

Indicó que cualquier producto cultural es un conjunto de ideas y las ideas se comparten como los genes o virus. “Sobreviven sólo las más aptas, esto no quiere decir que sean las mejores”.

Manifestó que para que la televisión cultural atrape más audiencia es necesario darle importancia a lo visual. “ También se debe vincular más al periodismo cultural con la realidad misma. Las veces que se demostraba que la audiencia era mayor, era cuando se trataba la agenda general del país”, explicó.

Dijo que en muchos lugares del país la única aproximación de la gente a la cultura es la televisión, por ello, es un instrumento de transformación y ascenso social. “El gran problema no es la violencia, sino la desigualdad, y la desigualdad cultural. Y la mejor forma de atacarla es la televisión con un periodismo crítico”, dijo.

Sostuvo que el periodismo cultural por tv debe incitar a que la televisión privada también aborde temas culturales y dijo que es fundamental crear audiencias críticas. Volpi estuvo acompañado de Luis Miguel González, director editorial de El Economista y de Julio Aguilar, editor cultural.

Villoro: Periodismo permite valorar la realidad

24/Septiembre/2011
El Universal


El periodismo cultural es la manera que permite valorar no solamente las bellas artes sino la realidad que constituye a los mexicanos, aseguró el escritor Juan Villoro, al tomar parte del seminario 'Nuevas rutas para el periodismo cultural', que ayer concluyó.

Al dictar la conferencia 'Itinerarios del ornitorrinco: El periodismo cultural en la arena pública', en el Centro Nacional de las Artes (Cenart), el también periodista aseguró que 'todas las formas del discurso son interpretables, por lo que el periodismo cultural tiene que ver con la manera como nos comunicamos y entendemos todos nosotros'.

También, dijo, con la manera como se preserva la tradición, entendida como algo abierto, 'pues ésta no sólo está constituida por los clásicos del pasado, sino que todo está en discusión, incluso el mismo pasado que nos constituye; el periodismo debe revisar y discutir el pasado, para utilizarlo'.

Para Villoro, quien ha incursionado en la novela, el reportaje, teatro, ensayo y autobiografía, el periodismo cultural custodia la tradición, pero también la renueva. 'Hay una pulsión en el periodismo actual, en el sentido de que existen muchas cosas que no se han realizado y se podrían realizar'.

En su conferencia habló de muchas cosas que pueden ser ideales en el periodismo y que no siempre se tienen. 'Hay buenas plataformas para ejercer el periodismo, pero también debemos abrir espacios muchas veces personales', advirtió más adelante el autor del ensayo 'Efectos personales'.

De acuerdo con Villoro, el periodista 'se la debe jugar por su cuenta' para tener un proyecto personal, y al margen de los medios donde pueda colaborar, 'también tratar de hacer una obra que poco a poco pueda ir colocando y pueda ir encontrando su propio espacio en este universo'.

Símbolo del periodismo cultural de México y ejemplo para las nuevas generaciones de comunicadores, Villoro añadió que 'el periodista debe tener una curiosidad amplia, y no solo saber de cuestiones culturales o de las bellas artes. Si es así, no cumple con su cometido'.

La cultura, abundó, es una forma amplia del conocimiento que tiene qué ver con la antropología, la religión, la política, la psicología y otras zonas del conocimiento, por lo que la curiosidad del periodista debe ser de corte amplio.

El periodismo cultural debe ser una voz crítica. 'La única manera de entender la realidad es cuestionando las cosas que no están bien, tratando de mejorarlas y transformarlas. En este momento, el periodismo juega un papel estratégico para restablecer el tejido social', concluyó Juan Villoro.

lunes, 19 de septiembre de 2011

“Sólo me entiendo en el mundo a través de la lectura y la escritura”

19/Septiembre/2011
El Universal
Sonia Sierra

Como si escribiera un cuento, la escritora Barbara Jacobs relata las formas, historias y personajes que estuvieron y han estado presentes en su camino hacia la lectura y la escritura. Leer, escribir es un libro editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, que se acompaña con nueve láminas pintadas por el artista Vicente Rojo, de la serie “Alfabeto secreto”. La publicación será presentada a las 19 horas de mañana martes 20 de septiembre en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Narradora, poeta, traductora y ensayista, Jacobs nació en la ciudad de México en 1947. Es autora de libros como Las hojas muertas, premio Xavier Villaurrutia, Lunas y Adiós humanidad; Doce cuentos en contra y la Antología del cuento triste, junto con Augusto Monterroso.

En su libro se define a sí misma más que como escritora o lectora, como soñadora, ¿a qué se refiere?

La verdad es que es por deficiencia. Ya quisiera yo ser una verdadera lectora capaz de sacarle a un libro todo lo que ofrece; debido a que me voy por ahí, a cada rato, todo me estimula, y le resta un poco a lo que la lectura ofrece. Con la escritura me sucede menos, porque me exige la concentración total.

Es obvio decir que escritura es imposible sin lectura...

Yo sí creo, pero no creo que sea parejo para todo escritor. Los hay quienes lo pueden hacer sin lectura, pero no me imagino eso.

¿De dónde nace la idea de escribir en torno de la escritura y la lectura?

El deseo de comunicarme, para mí, sólo encuentra cauce a la hora de escribir y leer. No me entiendo en el mundo, si no es a través de la escritura y la lectura. Yo casi que leo la vida, más que vivirla. Para mí es el mundo del lenguaje el que me posibilita, no sólo separarme de los seres irracionales, sino conectarme con el resto de los seres racionales.

Que no hay dos lectores iguales, es algo que deja saber su libro…

Es cierto. Uno está en la biblioteca de otro y sabe que le está indicando quién es ese otro. En mí tienen un espía las gentes; los amigos, la familia. Estoy con alguien, en su casa, y estoy viendo qué libros está leyendo. Escrutiño a la gente con sus libros y también con su lenguaje. Para mí es muy significativa la manera de hablar, no de pronunciar, sino el mundo que abarca su vocabulario. El lenguaje es un retrato de la persona.

Escoge usted cinco libros fundamentales: “La vida de Lazarillo de Tormes”, “The Catcher in the Rye”, “Rayuela”, “Flush a biography” y “Antología del cuento triste”, ¿cómo se da esa selección?

La verdad es que un profesor al que le iban a hacer un homenaje me pidió ese tema. Yo elegí a esos cinco autores muy pensados en el sentido de que no nada más fueran significativos para mí, sino conducentes a muchos otros. Al hablar de Virginia Wolff (“Flush a biography”) hablo de ella, pero también de su mundo de escritores, de su mundo literario. Al escoger una biografía escrita por ella estoy hablando de muchas cosas, de todas las escritoras mujeres, de lo importante que fue ella con su ensayo “Una habitación propia”.

“Rayuela”, por ejemplo ¿a dónde la lleva?

A muchísimo. Yo me formé sobre todo con libros en inglés y en francés. Los dos autores que me dieron el español, que es la lengua en la que escribo, son Julio Cortázar y Augusto Monterroso, que entre ellos eran muy amigos, pero que los veo bastante diferentes como buscadores de lenguaje. Me dieron, además del español, la combinación de dos fuerzas muy diferentes, esenciales. No me podría imaginar sin uno de los caminos que ellos abren para mí.

Deja dicho usted que una biblioteca se hace además de libros perdidos…

Sí, son libros que están en uno, aunque no físicamente; prefiere no volverlos a encontrar o sí. Toda lectura es diferente, si uno lee 300 veces un libro siempre va a encontrar algo diferente, siempre será otro libro. No tenemos que tener todas las mismas lecturas; eso cree uno al principio: ‘tengo que leer todo lo que leyó Fulano’. No. Tiene uno que encontrar a sus autores y no necesariamente son los que normaron a nuestros autores favoritos.

La idea es buscar construir nuestra biblioteca…

Creo que sí, pero en esos diferentes niveles: los que uno tiene, los que uno leyó y perdió –y darles esa otra vida que uno cree que le dieron y que quizás no es cierto- y los libros que desea. Pero creo que hay otros tipos de bibliotecas.

¿Por qué cree que los libros definen a una persona?

Porque recogen el lenguaje como signo distintivo de seres racionales. Los seres irracionales también sienten pero no pueden repetir, conocer la profundidad ni saber a qué se refiere su propio sentimiento. Los libros sí tienen la recolección de todos nuestros sentimientos, dudas, conocimientos, por eso para mí son la clave del conocimiento y la civilización, son la solución.

¿Qué opina de que esas campañas que llaman a leer, donde salen actores de televisión o aparece Elba Ester Gordillo invitando a leer?

¡No, qué horror! Creo que quizás no están demostrando en su persona el resultado de las lecturas, porque si lo estuvieran demostrando sería otro el mundo. Creo que empiecen por sí mismos, en su modo de expresión. En la manera de hablar de la gente se puede dar cuenta uno de si leen o no. Ojalá supieran que la manera como los niños se acerquen a los libros, no es diciéndole que tiene que leer a “El Quijote”. Yo quisiera saber, de todos los que dicen que hay que leer a “El Quijote” quién lo ha leído, porque para un niño es muy difícil leer “El Quijote” y todo lo que ofrece. Lo que sí le puede decir al niño es lee “Rinconete y Cortadillo”, que es una novela breve de Cervantes. Y ojalá no le digan que fue escrita por Cervantes. Lo mejor para leer es que estén a la mano los libros y que sean libros. Creo que el camino de la educación, de la lectura, es el que nos lleva a la civilización. Ojalá y de veras pudiéramos tener acceso a más libros, unos llevan a otros. De la mala lectura se puede pasar a la buena lectura; no estoy contra la pobre lectura, sí a favor de que se alcance la mejor, es como los tacos: uno busca los mejores; los hechos a la carrera, con materiales deleznables a eso saben, entonces hay que ir a los buenos. ¡Y cuánto que un buen taquero busca los mejores!

sábado, 17 de septiembre de 2011

Carta a las editoriales independientes

17/Septiembre/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Como comprador de libros mexicanos, sé que uds. —las editoriales independientes— dicen encargarse de los libros inteligentes.

Aldus, Alias, Almadía, Sexto Piso y Tumbona, por sólo nombrar cinco, tienen colecciones coleccionables. ¿Error gramatical? No: rareza editorial.

Un catálogo de riesgo como el de Joaquín Mortiz hace cuarenta años, hoy es impensable. La poesía y el ensayo no interesan ya a las transnacionales; sólo interesadas en cierta novela y obras de venta fácil. ¿Libros de arte? ¿Crítica? Vaya preguntas. Se wallmartizaron.

Pero un problema de las edit-independientes es que no distribuyen bien. ¿Falta de recursos, profesionalización, Depto. de Anti-Ventas?

Y escasa atención al cliente.

Hace tiempo casi tuve que rogar a Taller Ditoria para comprar un libro suyo.

Finalmente obtuve su cuenta bancaria, deposité mil pesos por libro y mensajería. Tardaron más de un mes en enviármelo. Sólo después de insistirles.

Casos similares atravesé con otras edit-independientes, ¡incluso cuando aclaraba que me interesaba comprar el libro para reseñarlo!

Su presencia en internet no es activa. No se han organizado para tener una web de venta de todos sus títulos.

Por suerte, ya realizan la Feria del Libro Independiente.

En Estados Unidos hay una distribuidora y alianza de pequeñas editoriales llamada Small Press Distribution (SPD), situada en San Francisco.

SPD es operada por escritores experimentales norteamericanos y voluntarios, y se orienta a vender libros alternativos, de izquierda, feministas, ecologistas e impopulares.

SPD, además, organiza foros, lecturas y promoción de obras y visiones literarias innovadoras y contra-hegemónicas.

SPD tiene un catálogo impreso y electrónico estacional, que nos entera de todos los títulos que han publicado las decenas de editoriales que vende.

Las editoriales independientes mexicanas desgraciadamente no tienen una política cultural tan intrépida ni una plataforma colectiva.

Las grandes editoriales ya tomaron su decisión: es comercialmente respetable. Y culturalmente desastrosa.

Uds., las editoriales independientes, en cambio, apuestan por la literatura.

Y como sin uds. casi no habría novedades literarias profesionales en géneros no-populares, se han vuelto estratégicas para nuestra cultura del libro.

Pero necesitamos que su apuesta sea completa. Los lectores queremos que nos permitan apoyarlas.

Queremos un catálogo completo de sus libros. Lo queremos en internet YA.

Queremos también que radicalicen sus catálogos. La crisis lo exige.

Queremos también que si reciben fondos públicos, abran convocatorias transparentes para publicar. Democratícense.

Pedimos lo difícil. Los lectores independientes lo merecemos.

El libro sobrevivirá por ediciones indie y bibliómanos.

Atte., sus únicos aliados: Nosotros, los Lectores Locos.

Ad hominem

17/Septiembre/2011
Laberinto
Armando González Torres

Quien guste de ver desde la primera fila los pleitos donde todo vale debería frecuentar las polémicas intelectuales.
La polémica intelectual tiene una función mediática y de resonancia para proyectar una postura sobre otra y los protagonistas buscan ganar autoridad demostrando, ante un auditorio, un argumento más sólido, un mejor estilo y una mayor coherencia moral. Hay polémicas todavía memorables y otras envejecidas, pero pocas escapan al drama, al involucramiento emocional y a la alusión personal. La mecánica es conocida: la controversia comienza con la discrepancia en torno a algún valor social, político o literario pero, de repente, algún desliz hace aflorar la disputa personal y el tono otrora civilizado comienza a asemejarse a lo que sería el pleito de dos garroteros de table dance disputando una propina. Cierto, hay quienes distinguen entre el debate argumentativo y el polémico, el primero buscaría la verdad; el segundo simplemente buscaría la autoridad mediante la imposición, a cualquier precio retórico, de un argumento; sin embargo, estas distinciones raramente se presentan en estado puro y resulta difícil discriminar entre la oposición de discursos y la oposición de personas. En la polémica se reflejan entonces los dogmas y los temperamentos y se mezclan ideas, pasiones e intereses. Esa tensión entre lo racional y lo emocional, entre la inteligencia y la vehemencia, entre la prueba y la burla o el insulto otorgan especial atractivo e intensidad a este género de la interacción argumentativa. De hecho, hay modalidades del discurso polémico que colindan con la violencia verbal y que, por ende, enfrentan el peligro de minar las bases del debate, pues al anular al adversario se anula el diálogo.

Algunos teóricos de la argumentación apelan a un llamado “auditorio universal” neutro e informado que se inclinaría naturalmente por las tesis más racionales, sólidas y persuasivas. Sin embargo, este auditorio es solamente un ideal y lo realmente existente son auditorios parciales en los que la tesis, antes de desplegarse y demostrarse, tiende a ser aceptada y rechazada. En particular, muchos temas políticos o religiosos enfrentan los más añejos prejuicios y se dirimen ante auditorios militantes, cuyos puntos de vista tienden a ser impermeables a otros argumentos. Por eso, frecuentemente la polémica puede ser un diálogo de sordos; sin embargo, en otras ocasiones, los ecos de la polémica pueden penetrar auditorios inusitados, hacer dudar e inducir matices, sacar a los convencidos de su círculo de confort y promover el acercamiento de posiciones y el consenso. Acaso por ello, muchas controversias sobreviven al fragor del combate y logran superar la caducidad de sus motivaciones. Así, aunque se trata de una práctica frágil y carente de reglas, de la mejor polémica puede desprenderse una ética y una lógica de la argumentación y las formas feroces del diálogo pueden resultar, aparte de divertidas, pedagógicas.

Cobardía

17/Septiembre/2011
Laberinto
David Toscana

A veces la historia pasa frente a ciertas personas con su rara belleza, con sus rubios cabellos de trigo garzul.

La primera vez que lo vi claro, fue en el mundial de futbol de España. Jugaba Alemania Occidental contra Austria. En el minuto diez, los alemanes anotaron un gol. Ese marcador calificaba a ambos equipos y mandaría a Argelia de vuelta a casa.

Sin duda fue el peor partido del siglo. Los ochenta minutos restantes se estuvieron pasando la pelotita de un lado a otro sin hacerse daño, sin siquiera simular que se hacían daño.

El árbitro era el escocés Robert Valentine, y yo estuve esperando el momento en que sacara la tarjeta roja y se la mostrara a los veintidós jugadores. Ahí estaba la historia susurrándole al oído: ¿quieres que te recuerden por los siglos de los siglos? ¿Quieres cambiar el futbol para siempre? ¿Quieres convertirte en un ejemplo de carácter, de valentía? ¿Quieres ser el hombre que hizo lo correcto en el momento correcto? ¿Quieres que antes de cada mundial se repita esa escena en que disparaste la tarjeta roja?

Robert Valentine respondió que no a todas las preguntas. Eligió conservar la chamba. Pitó en el minuto noventa y se fue a casa sin pena ni gloria.

Aunque un partido de futbol es poca cosa comparado con el destino de un país, me acordé varias veces de ese duelo entre germanos donde no pasó nada al experimentar día con día la presidencia de Fox. La historia lo puso en un sitio de privilegio y se conformó con pedalear la bicicleta apenas lo suficiente para no caer.

Claro que tiene un lugar en los libros, mas este es muy puntual: el 6 de julio de 2000. De ahí en delante hay poco que recordar.

Calderón, ni se diga, la mem chos, junto con todo su equipo de chambistas.

Hace años que nuestros políticos tienen sentada a la historia en una oscura antesala. De vez en vez se le aparece un funcionario para decirle que el licenciado está ocupado, que vuelva otro día u otro sexenio. Ella espera con paciencia, aunque no ve el momento de que la reciban.

Ayer la vi pasar. Qué innata realeza de porte, qué formas bajo el fino tul. Con febril premura la seguí, pero me dijo que no estaba interesada en alguien como yo. Sin embargo, aceptó tomarse una cerveza.

Entre trago y trago, me contó que López Portillo se la llevaba de juerga. De la Madrid le dio un soporífero y ni la tocó. En cambio Salinas la llevó de compras. Ya es algo.

Me dijo que hace poco estuvo en la SEP. Se hizo acompañar de Kant, Aristóteles, Hegel y Voltaire, pero el secretario la regañó. No me andes presentando gente que no conozco.

Al final de la noche, yo estaba enamorado de ella. En el bar, todos me miraban con envidia.

El que se acuesta conmigo es inmortal, me dijo, ninguna otra mujer da el placer, la grandeza, la belleza, el hechizo que yo doy. Vine a México porque me dijeron que aquí había hombres, pero sólo he hallado hombrecillos que me ignoran por dinero, por orgullo o por cobardía. También por estupidez.

Me dijo que esperaría hasta el siguiente sexenio. Porque le gustaba ser de un solo hombre. Después, se acostaría con todos, como lo hizo en 1910.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Así escribo: Kyra Galván

Septiembre/2011
Nexos
Kyra Galván

Desde que compramos la casa, le eché el ojo. Nadie le hizo caso, excepto yo. Era un espacio pequeño, pero iluminado y con vista al jardín. Originalmente, el espacio estaba destinado a servir de alacena, así que contaba con entrepaños, que no eran para libros porque eran profundos, pero en mi cabeza ya eran libreros. Sólo les faltaba una buena pintada. Instalé mi estudio y coloqué mis libros de poesía y algunos documentos personales de importancia. En las paredes coloqué dos litografías de Egipto que había comprado en el Museo Metropolitano y unas viejas acuarelas de Pompeya.

El problema empezó cuando mi estudio le gustó a toda la familia. De hecho, comenzó cuando mi marido me sorprendió regalándome una computadora de último modelo. Lo que no sabía entonces era que el regalo tenía plan con maña. El truco era compartir la computadora, y por ende, el espacio, con mi marido, a quien de pronto le urgía preparar sus clases para la universidad y tenía que entrar a internet y con su compu no podía. Con mi hija preparatoriana que le urgía escribir un ensayo de antropología para el día siguiente y no podía imprimirlo en la suya porque no tenía tinta, o con mi hijo menor, que cada semana descubría unos sitios nuevos de juegos en internet, plagados de virus.

Me tomó varios años de pleitos, gritos y sombrerazos convencerlos a todos que el lema “la computadora sí es personal”, era una verdad universal y bien asentada. Ya había, más o menos, salvaguardado mi espacio de intrusos, cuando una mañana de domingo, mi hija mayor encontró dos gatitos abandonados en la puerta de mi casa. Bueno, el caso es que uno escapó, y el otro estaba tan maltrecho que pensamos que no sobreviviría. Pero sobrevivió y le pusimos por nombre Moira, por eso del destino. Aunque siempre ha sido un poco amargada, lo que justificamos por su trauma inicial en la vida, adoptó, por alguna extraña razón, mi estudio como su territorio principal. Ahora tengo que lidiar con los mechones de pelo que hay que limpiar, quitar su cola peluda cuando se acuesta encima del regulador o tolerar sus súbitos ataques de amor, que la impulsan a pasear ronroneando enfrente de la pantalla de la computadora.

Ah, pero dirán queridos lectores, que fuera de esas nimiedades, mi estudio es un lugar de paz y tranquilidad, donde puedo explayarme ejerciendo mis labores literarias. Eso, porque no les he contado cómo se desarrolla un día más o menos normal.

Me siento a trabajar cerca de las diez de la mañana, después del baño y el desayuno, generalmente, parada, mientras “pienso” qué menú preparé para ese día, qué hay en el congelador y preguntándoles a mis muchachas, que más parecen margaritas gautiers a punto de tirar su pañuelo de seda, que aguerridos corchetes, si falta pan, tortillas, queso o jamón.

Mientras reviso mi correo electrónico, suena el teléfono. Y suena y suena y nadie contesta, porque Margarita Gautier estará en el baño. Contesto para encontrarme con alguien que está decidido a otorgarme una nueva tarjeta de crédito, que además me da descuentos en hoteles a los que nunca iré. Después de despedirlo de la manera más correcta posible y cuando estoy a punto de abrir el documento en el que trabajo, tocan el timbre. Margarita G. creo que está ocupada haciendo las camas, porque no contesta. Después de un rato vienen a avisarme que es el señor que nos trae el huevo, que si tengo dinero. Por no subir a traer mi bolsa y perder más tiempo, les digo que le pidan que nos fíe. Pero al rato vienen a preguntarme, cuando estoy empezando a concentrarme en mi documento, que si van a hacer pepinos o jícamas. Cuando estoy en el punto máximo de inspiración, mi hija, que ya es universitaria, me habla por teléfono para darme instrucciones urgentes, que vaya a su cuarto, prenda su computadora y busque un documento de autocad y que se lo envíe por correo porque si no seguro la reprueban. Me toma como media hora encender su computadora y buscar el programa porque tiene el Windows 7 del que no entiendo nada. Me toma otra media hora encontrar el documento y enviárselo. Cuando por fin regreso a mi sacrosanto lugar de trabajo, el que me ha costado tanto esfuerzo defender, me notifican que no hay crema para los tacos y que vienen a entregar un paquete y hay que firmar con una identificación oficial, la cual, Margarita Gautier, no posee.

Cuando por fin, para retomar el hilo de mi inspiración, tengo que volver a leer el documento completo por tercera vez, mi hijo menor llega de la escuela con cara de pocos amigos y se sienta en mi estudio, con el propósito de que le dé el cien por ciento de mi atención. He sido, pienso, medio-cocinera, medio-administradora, medio-recepcionista, y ahora seré medio-madre. El ser escritora ya es un completo milagro.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Borges: la inmortalidad como destino

11/Septiembre/2011
Jornada Semanal
Carlos Yusti

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

Jorge Luis Borges

La noria de recuerdos y celebraciones cada tanto vuelve a tocar a Jorge Luis Borges. Ocasión propicia para recordar uno que otro libro en torno a su obra y que por esa rara mecánica del azar de la literatura han quedado como sepultados/olvidados.

Alejandro Rossi aseguró que escribir sobre Borges era resignarse a ser el eco de algún comentarista escandinavo o el de un profesor estadunidense, sesudo y tesonero. Lo cierto es que Borges da para mucho (y para todos).

En un texto de Tomás Eloy Martínez sobre una visita-entrevista realizada al poeta Saint-John Perse no podía faltar el autor argentino. La crónica se inicia con un tono grave: “Hace quince días iba yo en busca de un hombre que estaba a punto de morir.” Con un buen pulso narrativo entramos a la casa del poeta en un pueblito perdido cerca del mar. Perse está en cama aquejado de gota. Durante la conversación el tema Borges fue inevitable, para ese tiempo el escritor de laberintos y ficciones se había convertido más que un autor en un tema incomodo. Perse, que había tenido breves encuentros con Borges, contó: “Me sorprendió saber que detestaba a Rimbaud y que consideraba en cambio a Verlaine y a Victor Hugo como los únicos poetas de Francia. Me sorprendió aún más saber que concedía a sus poemas, demasiado lógicos, demasiado enfermos de racionalismo, una importancia superior a la de sus esplendidas ficciones.”

Aquellas palabras de Perse subrayaban mi convicción de que Borges poeta era prescindible y que en sus poemas, de manera deliberada, recurría a la pirotecnia de la erudición para volverse un clásico antes de tiempo. Pero Borges comenzó como poeta y su primer libro se lo costeó él mismo. El libro impreso se lo mostró a su padre y éste le dijo que no tenía nada qué decirle, que debía enfrentar por su cuenta sus errores. Borges confesó: “mi padre hubiera querido ser escritor y no pudo. Dejó algunos sonetos, una novela, muchos trabajos que destruyó. Entonces se entendía de un modo tácito, que es el modo más eficaz para que se entienda una cosa, que yo iba a cumplir ese destino que le había sido negado a mi padre”.

Al respecto de sus poemas dijo que muchos de sus amigos le decían que era un intruso en la poesía y que debía dejar de escribir versos. En su defensa alegó que a él le gustaban los versos que escribía. Apreciar la poesía de Borges en su justa dimensión pasa por un pequeño libro escrito por Guillermo Sucre titulado Borges el poeta. Sólo un buen ensayista e inobjetable poeta como Sucre, aparte de traductor de Saint-John Perse, podía encarar el reto de una poesía escrita desde el raciocinio de ese lector inverosímil que en suma fue Borges. Sucre destaca: “El Borges que reflexiona en sus relatos y en sus ensayos es el mismo que medita ensimismado o fervorosamente en sus poemas. Incluso hay páginas de su prosa que se imponen más por cierto arrebato, cierto juego libre del pensamiento y de la sensibilidad; hay en ellas tanta pasión como en su poesía. La poesía de Borges no pierde, sino rara vez, su contención, su secreto rumor; su simplicidad puede a veces desorientar: hay en ella más profundidad de la que se cree.”

Sucre asevera que es más bien un escritor que exige mucho y no hace concesiones: “Ni los que aspiran a enrarecer al Borges de los relatos y los ensayos, ni los que simplifican al Borges poeta, parecen estar en lo cierto.” El libro Borges poeta no sólo le otorga cualidades a la poética de Borges, sino que va develando sus trucos eruditos para sorprender; va descubriendo al autor que piensa con verbosidad libresca sus metáforas y al hombre sensible que desde niño se crió “detrás de una verja de lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses”. Sucre como poeta va a la raíz de los poemas de Borges y los examina también sin hacer concesiones: “Son sus metáforas menos persuasivas y, queriendo sorprender, son precisamente las que menos sorprenden. Descubren demasiado su mecanismo. Ya es el gusto por la brusquedad, por el impacto: “La luz a puñetazos/ abre un boquete en los cristales.” Ya la excesiva intencionalidad y el cálculo: “Vienen del patio donde el aljibe es una torre invertida/ entre dos cielos.” Ya el rebuscamiento: “Alguien descrucifica los anhelos/ clavados en el patio.” Otras veces se cae en un inútil hermetismo, en una desmedida acumulación de elementos. No son ejemplos aislados, pero tampoco dominantes. Abundan especialmente en Fervor de Buenos Aires, no así en los dos libros posteriores. Hay, incluso, pequeños poemas que no consisten sino en un puro juego metafórico. Citaremos un ejemplo, pero no sin añadir también que en él se intuye una influencia más que todo expresionista, y sin dejar de reconocerle cierta fuerza expresiva:

“Más vil que un lupanar/la carnicería rubrica como una afrenta la calle./ Sobre el dintel/una cabeza ciega de vaca preside el aquelarre/de carne charra y mármoles finales/ con la confusa majestad de un ídolo.”

El libro de Sucre sobre el poeta que hay en Borges es una lección de lectura por encima de cualquier prejuicio, y entre algunas de las conclusiones del libro esta me parece la más acertada: “El destino de Borges se identifica, en última instancia, con el destino de la palabra, del poema, de la poesía misma. De ahí su valor ejemplar.”

Borges escribió su poesía pensado en lectores futuros y se sirvió de su inteligencia y memoria libresca para escribir poemas como pasajes a la inmortalidad; no quería estar en el ruido del momento, quería ser un rumor que viaja a través de los siglos cabalgando sobre metáforas sin fisuras en las cuales la perfección fue lograda con paciente artesanía, quizás su poesía parezca fría o sin emoción, quizá carezca de esa vibración musical de la piel, pero su efectividad lírica estriba en lo que expresan, en lo que dicen con un inesperado efecto de lucidez, ilustración y belleza. Borges apostó por ello y sólo el tiempo tendrá la última palabra.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Desmantelar las universidades

10/Septiembre/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

En estos años ocurre un giro que no recibe suficiente atención en los medios: la agresión hacia el sistema público universitario a nivel global.

Desde la crisis general de presupuesto de la Universidad de California —el sistema universitario público más prestigioso del planeta— hasta el particular fin del Departamento de Filosofía en la Universidad de Middlesex en Inglaterra, la universidad en Occidente tambalea.

Aun casos excepcionales como Suecia —cuyo acceso a la universidad era gratuito— han dado un giro preocupante.

Los datos muestran que internacionalmente vivimos un retiro de fondos gubernamentales que empuja a las universidades a cerrar programas, aumentar colegiaturas y perder autonomía.

El modelo neoliberal privatiza las universidades públicas y las modifica para proveerse de empleados acríticos.

La autocrítica de Occidente fue alimentada por las universidades. Pero hoy se busca destruir la (débil) alianza que construyó la vida universitaria con distintos anti-capitalismos.

En Norteamérica, por ejemplo, muchas universidades públicas fueron refugio de ideas izquierdistas. Reagan las puso en la mira. Des-izquierdizarlas es el objetivo final.

Se alega que simplemente les llegó la crisis económica mundial y la homogenización a reglas trasnacionales. Por eso se les obliga a seguir lineamientos de empresa.

Pero aún hay algo detrás de la ya de por sí salvaje conversión al neoliberalismo.

Después del medievo, Occidente reformó paulatinamente su educación superior hasta volverla bandera del laicismo, el racionalismo y la superación integral (o, al menos, socioeconómica) de los estudiantes. La Ilustración fue un proceso contradictorio —en nombre de la Razón se justificó la barbarie— pero sólo hay algo peor que la Ilustración: la anti-Ilustración.

El desmantelamiento de las universidades no sólo obedece al “nuevo orden mundial” —lema de los últimos cinco presidentes norteamericanos— sino a un movimiento cultural mucho más hondo: Occidente se arrepintió de propagar los valores educativos (humanistas) del Renacimiento.

Hoy peligra la idea de la universidad como método de liberación; debido a que la universidad, a pesar de todos sus defectos, funcionó.

Si no del yugo económico, la universidad ayudó a liberar a millones de humanos del yugo psicológico de religiones y gobiernos. No sólo vía sus aulas sino, sobre todo, por las ideas desarrolladas y propagadas desde las universidades.

Si la universidad (incluso tal como la conocemos) continuase, las religiones caerían en pocos siglos y la esclavitud política de muchas regiones del planeta cada vez sería menos tolerable.

El sistema capitalista ya se dio cuenta que si permite que las universidades sigan operando, lo echarán abajo.

En la era post-moderna, la universidad —utopía moderna— será dinamitada.

Palabra y pensamiento de Jerome Rothenberg

10/Septiembre/2011
Laberinto
Evodio Escalante

Imagino a Jerome Rothenberg como un bardo de los tiempos homéricos. Como un testigo tribal, porfiado y aglomerante, que da cuenta de las victorias y los desastres comunitarios, de los triunfos sublimes y las recaídas en el cieno de la mercadería o la barbarie civilizada. Lo imagino como un actor multitudinario. Como un recitador sonambúlico. Como un performancero de la talla de John Cage o de María Sabina. Como un feliz émulo de Tzara y de Huelsenbeck trasplantado a ese gigantesco Cabaret Voltaire que son los Estados Unidos. Lo imagino como el portavoz de una sabiduría ancestral que se disfraza de poeta dadaísta, o mejor, como un poeta dadaísta que se coloca encima la piel del chamán para engañarnos a todos con la verdad. La vanguardia o la muerte, este podría muy bien ser su grito de batalla. Pero se trata de una vanguardia pluricéntrica y a la vez pluriétnica que mezcla sin ningún problema lo más antiguo con lo más nuevo, la tradición más legendaria de una poesía curativa que pervive en los indios americanos con la poetry of language, en apariencia inocua, surgida del posmodernismo. Lo imagino sediento de verdad y de alucinaciones subiendo a pie la sierra Mazateca, en Oaxaca, en busca de los hongos sagrados, o recorriendo mudo de asombro el camino que lleva de Ostrow-Mazowiecka, el pueblo donde habían vivido sus padres en los años veinte del siglo pasado, a lo que queda del campo nazi de exterminio en Treblinka a poco más de veinte kilómetros de distancia, y casi lo escucho pronunciar en voz alta mientras se aproxima al campo khurbn, khurbn, khurbn otra vez, la palabra yiddish que significa destrucción, ruina, devastación, estrago, khurbn, como si se tratara de una oración profana, tierna y rabiosa a la vez, en lugar de la palabra holocausto que él rechaza por sus asociaciones religiosas y ceremoniales. Lo imagino escuchando a Ornette Coleman con la misma devoción con que habría que escuchar a Karlheinz Stockhausen. Lo imagino devastado por el lenguaje, expulsado de él por fuerzas muy superiores, por duendes malignos que García Lorca no llegó a percibir, y lo veo igual recuperando como de milagro ese flujo precioso que el Querubín Guardián había tratado de arrebatarle, celoso de las puertas del paraíso. Lo veo recuperando la semántica de la piedra, el aura del escupitajo, el resplandor del improperio, la impronunciable voz que hablamos y que habla simultáneamente a través de nosotros: “la única palabra que el poema permite/ pues es la suya/ la palabra como preludio al grito/ que entra/ a través del culo/ circulando por las tripas/ y se rompe/ en un alarido en un grito/ es su grito lo que me pone a temblar/ sollozando en oshvientsim/ y el que permite que el poema surja”.

Jerome Rothenberg viene de la antropología y de Charles Olson, de la poesía indígena norteamericana y de sus raíces hebraicas, de la poesía visionaria de Blake y de Walt Whitman, de Rilke y Pound, de Hölderlin y Vallejo, del cubismo de Gertrude Stein y de los cantos ceremoniales de María Sabina, de las audacias de William Carlos Williams y de las propuestas de John Cage y de Marcel Duchamp, que para él son fundamentalmente poetas. Mesósticos y discos visuales como gran prueba.

Su interés por lo originario no tiene ninguna relación con la arqueología, o con lo que Nietzsche llamaría la “historia anticuaria”. Lo primordial está vivo en nosotros, aunque acaso está sepultado o reprimido por las capas dizque civilizatorias. El propio Rothenberg lo precisó bien en el prefacio de su libro Técnicas de lo sagrado: “Primitivo significa complejo”. La idea de una poesía centrada-en-el-lenguaje no remite en él a una idea elitista o conformista del quehacer poético; al contrario, implica redescubrir la fuerza de la palabra que anida en las más antiguas oraciones y en las prácticas ancestrales de los chamanes. Este lenguaje, por fuerza, conduce a un más allá de la experiencia cotidiana, limitada por el hábito o el “sentido común” y se convierte en visión. Cito una amplia declaración de Rothenberg: “El proyecto etnopoético —el cual me concierne de manera central— ha buscado derogar el desprecio a la conciencia, honorar las formas subterráneas que han mantenido viva una virtual poética de liberación, conectar nuestra obra con obras tradicionales que ponían el énfasis en la transformación y no en la estasis. Y esto no ha sido solamente una búsqueda estética sino una búsqueda de modelos para una nueva sociedad basada en su pasado humano real y en su potencial: modelos comunales, ecológicos, participatorios, liminales (transformacionales). Éstos no han sido invenciones efímeras —la obra de una vanguardia que ha perdido su visión a futuro y su nombre, sino el propósito y el proyecto central de este siglo, que ahora se rinde para nuestro propio riesgo”.

La palabra es para Rothenberg un reactivo alquímico que ha de servir para transformar la mente, para despertar lugares oscuros de la conciencia. Para iluminar, si empleamos este término tan manoseado pero que algo conserva de su significado trascendental. Me ilumino del mundo cuando lo contraigo y lo sintetizo, cuando depongo el yo limitado de la conciencia burguesa en favor de un yo plural que da la voz por todos, cuando trasciendo el ojo retiniano, pintoresquista, y el plano estrecho de la experiencia en favor de imágenes que condensan una visión: una forma de penetrar en la realidad. Afirma Rothenberg: “El poema es el registro de un movimiento de la percepción a la visión”. Este solo enunciado lo coloca en la misma posición de Blake y de Rimbaud. Su búsqueda es la misma. Qué equivocados quienes piensan que las vanguardias ya se desgastaron y que son cosa del pasado, que las podemos arrumbar en el clóset de los cachivaches viejos e inservibles. Qué equivocados aquellos que sugieren que las vanguardias se quedaron girando en las dos o tres primeras décadas del siglo anterior, como sostenía por cierto Octavio Paz. Hay que ser muy reaccionarios para no darse cuenta que la vanguardia es nuestra ave Fénix de la estética, y muy ciegos para no advertir que Hölderlin y Rimbaud, que Kurt Schwitters y Hugo Ball son perfectamente nuestros contemporáneos.

No el ilusionismo de la imagen impresionista. En su lugar: la imagen honda, profunda, que brota de la tierra, la visión que trastorna, el alucine del brujo o de la hechicera que al transformar la mente transforma al mismo tiempo la realidad. Aunado esto, por supuesto, a una lucha desde abajo contra la opresión. La imagen honda termina siendo una imagen antiautoritaria y de cierto modo anarquizante pues quiere cambiar el mundo. Lo cambia desde la marginalidad de una palabra que siempre está en peligro de ser excluida y pisoteada. Por eso ha dicho Marina Tsvetayeva: Todos los poetas son judíos. Son judíos aunque no sean judíos. Esto quiere decir que al escribir poemas devengo el judío de mi propia lengua y que me someto por ello a una extranjeridad radical. Voz del pueblo, palabra comunitaria, por un lado, inusitada soledad del poema, por el otro. Kafka, citado por Rothenberg, se pregunta: “¿Qué tengo en común con los judíos?” Y él mismo inmediatamente se contesta: “Difícilmente tengo algo en común conmigo mismo”. Esta, aunque no nos guste, es una tremenda verdad de la literatura bien entendida. Diría más: es su verdad abismal. Rimbaud, el genio de las visiones, ya lo anticipó cuando condensó en tres palabras: Yo es otro.

Este axioma (Yo es otro) sigue siendo la premisa insuperable de nuestro tiempo. Quiero decir, del tiempo al que pertenece Jerome Rothenberg.


El Encuentro Internacional de Escritores “Literatura en el Bravo”, que hoy concluye en Ciudad Juárez, dedica su última velada a Jerome Rothenberg (1931), al que le será entregada la Medalla al Mérito Literario del Festival Internacional Chihuahua 2011. Participan en este homenaje Jorge Humberto Chávez, coordinador de Literatura en el Bravo, el poeta francés Pierre Joris y los mexicanos Enrique Servín, Evodio Escalante y Heriberto Yépez, uno de los más atentos lectores de Rothenberg, de quien este año tradujo y prologó el poemario 25 caprichos a partir de Goya y la antología Ojo del testimonio. Escritos selectos 1951-2010. Asimismo, el próximo 13 de septiembre, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, acompañado por Evodio Escalante y José Vicente Anaya, Rothenberg ofrecerá una lectura de sus poemas.

sábado, 3 de septiembre de 2011

La universidad no es para ti

3/Septiembre/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Mucha gente no cree que todo ser humano deba llegar a la educación superior. Hay quien incluso despotrica contra el derecho a la universidad.

Alegan, por ejemplo, que llegar a la universidad es un privilegio para quienes puedan pagarla o para quienes alcancen cierto puntaje en un examen.

Pero hacerle una prueba de admisión a alguien —de 18 años— para permitirle la profesionalización es tan ilógico como hacer una entrevista para dar ficha a la escuela primaria.

Muchos no lo ven así. Los gobiernos ya los amaestraron para justificar la exclusión.

En la realidad desprejuiciada, alguien puede entrar a la universidad incluso con un bajo nivel académico y en cuatro años de trabajo terminar con un nivel sobresaliente (tomando en cuenta estándares internacionales).

El acceso a la universidad, no obstante, está siendo bloqueado en el primer y tercer mundos.

Entre 1982 y el 2007, el costo de estudiar en una universidad se incrementó 439 por ciento en Estados Unidos.

En el 2008, el costo promedio de ir a un college público era de 14 mil dólares mientras que pertenecer a un privado, 35 mil dólares al año.

Paradoja: frecuentemente un estudiante se endeuda con una institución privada para poder estudiar en una universidad pública norteamericana. Además, el sistema de universidades públicas en Estados Unidos prácticamente está siendo desmantelado.

En Inglaterra, debido a reformas recientes, a partir del 2012 el 58 por ciento de las universidades cobrarán 9,000 libras (más de 180 mil pesos) ¡por un año de universidad!

Se calcula que en el 2027, los estudiantes deberán el equivalente a la cuarta parte de la deuda nacional de Inglaterra.

El futuro gris de los jóvenes ingleses es uno de los combustibles de las intensas protestas y disturbios callejeros de los últimos meses.

Si alguien quiere entender las actuales protestas estudiantiles en Chile hay un dato esclarecedor: el 25 por ciento del costo del sistema educativo es cubierto por el Estado, mientras que el 75 por ciento es sostenido por las familias de los estudiantes.

Esta situación se remonta a la dictadura de Pinochet.

Estudiar la universidad en Chile, Estados Unidos e Inglaterra (y otros países) significa, para muchos, endeudarse y, obviamente, excluir a las clases pobres.

Aunque el costo parecería menor en México, la universidad casi está prohibida para la mayoría. Menos del 20 por ciento de los jóvenes en edad de universidad, accede a una licenciatura.

Podría citar más cifras alarmantes. Baste un último —referente a la cultura que originó la idea de universidad hace más de dos milenios—: entre el 2010 y 2011 el presupuesto de las universidades en Grecia fue reducido a la mitad.

Estos datos son apenas la punta visible de una crisis brutal de Occidente. El próximo sábado explicaré cuál es la base oculta de este iceberg.

Tentaciones de la promesa

3/Septiembre/2011
Laberinto
Armando González Torres

En Alfonso Reyes habitan muchos autores potenciales y el fantasma de un genio malogrado; habitan también un hombre público prominente y un personaje privado que fascina por su humor y bonhomía. Por su utilidad para develar estas distintas facetas y por su inmenso valor testimonial, la publicación de los diarios de Reyes era largamente esperada. Aunque escritos con presentimiento de posteridad y, por ende, cuidadosamente administrados en desgarramientos o confidencias, los registros vitales de Alfonso Reyes no son sólo un festín para especialistas, sino que muestran retratos de época y miniaturas íntimas, dramas artísticos y dilemas personales, que resultan entrañables e instructivos para cualquier lector. He leído, con una mezcla de fascinación literaria y angustia burocrática, el primer volumen, de los tres publicados hasta ahora. Este primer tomo, en parte ya conocido, abarca a retazos el periodo de 1911 a 1927: comienza con un recuento de esos “días aciagos” en los que Reyes y sus parientes dormían con rifles en la cabecera, sigue con algunas páginas fragmentarias de su exilio y recomienza en 1924, cuando Reyes ha culminado su primer periplo europeo, primero como modesto y fugaz empleado en la legación mexicana en Francia, y luego como intelectual mil-usos en Madrid donde lo mismo se incorporó a una época de esplendor de la filología académica, que escribió a destajo en periódicos. Cuando recomienza sus diarios de manera sistemática, en 1924, Reyes se encuentra en México en espera de ser nombrado embajador en Argentina, aunque, en vez de eso, es enviado a España en una misión confidencial en la que el entonces presidente Obregón le ofrece al Rey Alfonso ¡la mediación de México en su conflicto con los rebeldes marroquíes! Luego de que esta misión previsiblemente fracasa, Reyes será nombrado embajador en París y gran parte del Diario relata las vicisitudes de este encargo.

Los diarios permiten reconstituir una etapa histórica cuyos grandes protagonistas han sido olvidados, pero también los chismes y absurdos burocráticos, algunos avatares personales y el torbellino de actividades sociales que parecen desangrar al escritor. El registro alfonsino mezcla desde el recuento de las tareas diplomáticas más relevantes hasta minucias sobre la disposición de los asientos y el costo de una cena, desde esbozos de proyectos artísticos o apuntes al vuelo sobre artistas contemporáneos suyos hasta comentarios sobre ciertos desencuentros generacionales. Describe igualmente, en medio del ritmo frenético del coctel y de la fiesta que desgasta al escritor, la gestación del promotor y esa labor que, sin desdeñar la propia promoción, busca hacer del intercambio cultural un instrumento capaz de ensanchar el diálogo, conectar temperamentos afines, promover constelaciones y crear una patria de la inteligencia allende las fronteras geográficas y las lenguas, donde puedan dirimirse diferencias políticas e ideológicas.

La dualidad de Fernando Vallejo

3/Septiembre/2011
Laberinto
Víctor Núñez Jaime

Cuando el próximo 26 de noviembre Fernando Vallejo (Medellín, 24 de octubre de 1942) reciba el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2011 de la FIL de Guadalajara habrán pasado más de treinta años desde que llegó a vivir a México, diecisiete desde que publicó la novela que lo catapultó al éxito, La virgen de los sicarios, ocho desde que ganó el Premio Rómulo Gallegos por El desbarrancadero y cuatro desde que publicó su ensayo más polémico, La puta de Babilonia.


Adjetivos sobre el estilo literario de Fernando Vallejo: provocador, rabioso, feroz, corrosivo, mordaz, descarnado, iracundo, trágico, virulento, despiadado, insoportable, iconoclasta, sardónico, irredento, rebelde, deslenguado, explosivo, desvergonzado, escatológico, conflictivo, violento, arrollador, áspero, furioso, pasional, hiriente, soez, sarcástico, hostil, heterodoxo, brutal, desgraciado, loco, cabrón, hereje, desesperanzador, aberrante, cáustico, desmesurado.

Sólo se siente a gusto escribiendo en primera persona. Considera que es la única manera en que puede decir su verdad: “escribo como pienso que puedo tener un efecto más definitivo. Como vivo en un mundo hipócrita, utilizo las palabras más precisas para que no queden dudas sobre lo que sostengo”.

Su primer libro fue Logoi. Una gramática del lenguaje literario, una especie de manifiesto que ha marcado toda su obra. Es su amor por la lengua española: “siempre he buscado escribir en un español correcto, sin los descuidos de casi toda la gente que escribe en español. Yo voy a ser el último defensor de este idioma”.

Tiene 20 libros publicados a un ritmo discontinuo. La biografía del poeta colombiano Barba Jacob, El mensajero, le llevó diez años de investigación. Mi hermano el alcalde, en cambio, lo escribió en seis semanas. Pero de entre todos sus títulos hay algunos que destacan.

La virgen de los sicarios es una historia de amor y violencia. En ella, Fernando (“un personaje, no el autor”) regresa a Medellín después de 30 años de ausencia. En la casa de su amigo José Antonio le presentan a Alexis, un adolescente que vive en las laderas, que se convertirá en su amante y guía por la ciudad. Pero Alexis es un sicario cuya devoción por la Virgen María Auxiliadora no le impedirá toparse con la muerte. Un día le disparan desde una motocicleta. Desolado, Fernando conoce a Wilmar, otro muchacho que también pertenece a una banda criminal. Es muy parecido a Alexis y por eso le gusta. Cuando los dos están a punto de irse del país, asesinan a Wilmar. Es la espiral de violencia que envuelve a Medellín y a Colombia entera. Y al escribirla hizo de La virgen de los sicarios la transposición de Muerte en Venecia a Latinoamérica.

En El desbarrancadero cuenta la enfermedad y la muerte a causa del sida de su hermano Darío y reflexiona sobre la enfermedad, la familia, la violencia, la Iglesia, entendiendo todo esto como lo peor de la sociedad de su país de nacimiento: “Colombia asesina, malapatria, ¡país hijo de puta engendro de España! ¿A quién estás matando ahora, loca?”

Porque considera que la Iglesia es “una empresa criminal” y porque quería echarle en cara la culpa que la religión le hacía sentir cuando se masturbaba pensando en sus compañeros de colegio, escribió La puta de Babilonia (título tomado del Apocalipsis): “La puta, la gran puta, la grandísima puta, la santurrona, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora…”

En El don de la vida repasa su “libreta de los muertos” ante su compadre y emite juicios acerca de sus obsesiones. “No hay civilización, sino barbarie. Ensalcemos a la naturaleza y no a la humanidad”, concluye.


Adjetivos sobre el estilo personal de Fernando Vallejo: noble, amable, tranquilo, tierno, amoroso, dulce, tímido, huidizo, introvertido, melancólico, indignado, sincero, lúcido, duro, claro, preciso, discreto, modesto, cordial, sencillo, atento, ocurrente, risueño, afectuoso, benévolo, espontáneo, tremendo, conmovedor.

“¿Por qué será que hay gente que no distingue entre el autor y sus personajes? Hay muchos rasgos autobiográficos en mis libros, sí, pero los cuenta un loco. Un personaje. Yo soy yo. Otro”. Uno conversa con él y lo primero que llama la atención es el contraste entre su personalidad y sus historias. Con su acento paisa que no ha abandonado, sus suaves ademanes, su piel tersa, sus ojos oscuros, sus manos de pianista, comunica paz y amistad.

Es colombiano naturalizado mexicano. Es escritor, biólogo, músico, cineasta y defensor de los animales. “A los animales los considero mis prójimos. Me repugna que los tengan pudriéndose en los mataderos y que las religiones no los respeten”. Vive en el silencioso séptimo piso de un edificio de la colonia Condesa. Pasa los días tocando el piano, navegando en internet, oyendo los discos de José Alfredo Jiménez, Leo Marini, Daniel Santos y los principales exponentes de la música clásica. Comparte todo esto con su compañero David Antón, dramaturgo y escenógrafo, y con Kim, una perra de ojos azules a la que le lava los dientes todos los días.

Es hijo de un abogado que fue ministro y senador de Colombia. Mandó al carajo la relación con su madre. Su hermano Silvio se suicidó con un tiro en la cabeza. Pero lo que más le dolió fue la muerte de su hermano Darío a causa del sida: “Uno se va muriendo de a poquito. Uno no se muere de golpe. Se va muriendo con la muerte de sus familiares más queridos, de sus amigos”.

El año pasado en la FIL, cuando lo invitaron a hablar sobre “la función social del editor” aceptó ir. Pero ante el público dijo que eso no le interesaba y prefirió hablar sobre el futuro del libro: “los libros electrónicos se pueden manipular: cambiarles el tipo de letra, la interlínea, la caja, la sangría; y al poderles cambiar uno la tipografía también les puede cambiar el texto, y eso es gravísimo. Por ahí va a empezar el acabose. ¿Se imaginan cuando a la canalla de internet le dé por poner en un libro ajeno y firmado por otro las calumnias y miserias propias y lo eche a andar por el mundo? ¿Qué va a ser del autor?... Por mí, que se roben todos los libros míos. Me hacen un honor. Total, no me gustan. Ah, pero eso sí, que no me los toquen. Ni una tilde. Ni una coma. Eso para mí es sagrado. Yo un trueno lo oigo, no lo escucho”.

Es vegetariano. Le gusta “molestar a los hipócritas”. No lee novelas. Está a favor de la libertad sexual “siempre y cuando no esté ligada a la reproducción porque este planeta ya está superpoblado”.

Detesta las entrevistas: “Los periodistas aniquilan al escritor. Todo lo tergiversan, todo lo banalizan, todo lo estupidizan. ¿Dice uno algo bien? Lo repiten mal. ¿Se equivoca uno? Dejan la equivocación. ¿Dice uno una frase genial? La borran”.


Fernando Vallejo, quien abraza y quema, ataca de frente a la hipocresía y a la simulación. Construye diatribas contra el país que lo vio nacer, contra sus pesadillas, contra la capacidad del ser humano para agredir y horrorizar a sus semejantes.

Por eso lo leen.

Por eso no lo leen.