sábado, 27 de agosto de 2011

Estirpe de novelistas

27/Agosto/2011
Babelia
Carlos Fuentes

Cristóbal Colón vio las sirenas del Caribe en 1495 aunque dice que "no eran tan hermosas como las pintan". En cambio, Diego de Rosales las ve "bien agestadas, con cabezas y crines largas" y al zambullir, noté "cola y espaldas de pescado". Fernández de Oviedo abunda en la descripción de maravillas. Tiburones "que tienen el miembro viril o generativo... cada uno tan largo como desde el codo... a la punta mayor del dedo de la mano". Las sorpresas abundan en estas primeras Crónicas del Nuevo Mundo. Cocuyos que iluminan las noches. Tortugas con nidadas de mil huevos. Perlas negras. Salamandras ardientes y frías a la vez. Es la noche de la iguana, exclamó Cieza de León.

Europa necesitaba un mundo nuevo que colmara sus ansias de fantasía. Pero si la narrativa de las Américas se inicia con la imaginación mítica, Bernal Díaz del Castillo pronto la ubica en la conquista épica. Su Conquista de la Nueva España se inicia con acento mítico: México-Tenochtitlán se parece a "los encantamientos... en el libro de Amadís". Pronto, el asombro del descubrimiento es vencido por el clamor de la conquista. Una victoria llena de dudas, pues Bernal nos describe la destrucción de un mundo al que ama por otro mundo al que obedece. Su libro es la memoria de la juventud de un hombre maduro, olvidado y ciego. El mito ya es épica.

Ambos -mito y épica- serán silenciados por las prohibiciones de la Corona. La "historia oficial" sustituye a la imaginación épica mítica y la obligación de los súbditos del rey es callar y obedecer, dice el virrey de México, marqués de Croix. Sólo que junto con los "libros de los valientes", descubridores y conquistadores, llegaron las ideas de la época, secretas a veces, creciendo a pasos largos y lentos. La idea de América coincide con la Utopía de Tomás Moro, que Vasco de Quiroga quería recrear en Michoacán. Coincide con El príncipe de Maquiavelo, que parecería el abecedario de los conquistadores: no digas, haz. La descendencia literaria de Maquiavelo se encuentra en el Tirano Banderas de Valle-Inclán, los Archivos de Gallegos, el Pedro Páramo de Rulfo, el patriarca de García Márquez y, en su versión moribunda y final, en el Trujillo de Vargas Llosa. Genio y figura hasta la sepultura.

Menos obvia, más profunda, es la herencia erasmista en América. Visible en la arquitectura colonial de Aleijadinho en Ouro Preto o de Kondori en el Alto Perú, es en la poesía de sor Juana Inés de la Cruz donde la influencia erasmista es más cierta:

En dos partes dividida

tengo el alma en confusión:

una, esclava a la pasión,

y otra, a la razón medida.

¿Pasión? ¿Razón? ¿En dónde estaba entonces la fe? Si en estas condiciones el cuestionamiento propio de la novela no era posible, sí lo fue la historia que empiezan a contar, con definiciones nacionales, Clavijero en México y Molina en Chile, jesuitas expulsados de los reinos que para ellos ya eran naciones distintas de España. Es natural que a partir de las guerras de independencia (1810-1821) los historiadores se encargaran de decir lo no dicho: Lastarria y Bilbao en Chile, Mora en México y, sobre todo, Andrés Bello, el venezolano aclimatado en Chile y fundador de su Universidad, y Domingo Faustino Sarmiento, cuyo Facundo es, acaso, el libro definitivo del siglo XIX latinoamericano. Sarmiento consagra la confusión de géneros (como El Quijote): es biografía, geografía, historia, política.

La novela de la independencia la inaugura el mexicano Fernández de Lizardi con El periquillo sarniento (1816) y prolongan el género varios escritores sumamente influidos por el romanticismo, el realismo y, al cabo, el naturalismo europeos. La gran excepción se da en Brasil y se llama Joaquim Maria Machado de Assis, cuyo Blas Cubas (1881) recupera la tradición cervantina de la mezcla de géneros, el humor, el héroe menor, las ilusiones y el engaño, así como la crítica del libro dentro del libro y el cuestionamiento de la autoría.

La novela realista y documental aún tendrá momentos importantes en la obra de Rómulo Gallegos y en los novelistas de la revolución mexicana. Pero dos de estos, Agustín Yáñez y Juan Rulfo, habrían de cerrar el ciclo con obras que a un tiempo tratan de un tiempo histórico (la revolución mexicana) y la trascienden con, más que, aunque también, la novedad del estilo, la estructura y la intención. Al filo del agua y Pedro Páramo cierran un capítulo temático (la revolución), pero abren un capítulo de la escritura como arriesgada búsqueda de lo no dicho antes. Así, la historia que nos contaron en el siglo XIX se convierte en la historia que nadie había contado antes: la pasión de Pedro Páramo por Susana San Juan, la soledad inmensa de los pueblos de Yáñez, la duda acerca del tema fundador: ¿quién es mi padre, quiénes son mis madres?

El heredero mayor de Machado de Assis es Jorge Luis Borges, quien da el paso de más. El universo aspira a la totalidad pero sólo lo explica la excepción. El Aleph es todos los espacios. Funes es todas las memorias, y la Historia universal de la infamia es todas las historias. Sólo que cada "absoluto" borgiano es vencido desde adentro por un amo personal (Beatriz Viterbo en El Aleph), por una disminución del absoluto (Funes) o por la particularidad excéntrica (La infamia). Al cabo, en Pierre Menard, Borges reescribe El Quijote, línea por línea, palabra por palabra. Sólo que la intención es distinta.

Más corrosivos, más libres, en cierto modo, del juego borgiano son Juan Carlos Onetti y Julio Cortázar. Onetti, en La vida breve, triplica al protagonista sin perder la diferencia entre los tres. Y Cortázar, en Rayuela y en sus cuentos, sólo emplea la diferencia entre las dos orillas (Europa-Argentina) para indicar, al revés de Borges, la universalidad de la diferencia. Los tiempos simultáneos de una operación quirúrgica hoy y de un sacrificio ayer nos hablan de este acierto cortazariano: lo diferente puede ser simultáneo o al revés.

Hablo aquí de los contemporáneos de Borges. Bioy Casares y José Bianco, pero sobre todo de sus descendientes, Tomás Eloy Martínez, Sylvia Iparraguirre, Ricardo Piglia, Luisa Valenzuela y Matilde Sánchez. La literatura más variada y fervorosa de la América española es la argentina. La más sui géneris (como el país mismo) es la chilena. País de poetas (Neruda, Huidobro, Mistral, Parra), la narrativa moderna arranca con José Donoso y Jorge Edwards y prosigue hoy con Isabel Allende, Arturo Fontaine, Antonio Skármeta, Sergio Missana, en tanto que en Perú, después de la gran obra de Mario Vargas Llosa, que va de La ciudad y los perros a El sueño del celta, se refundan los derechos no sólo de la imaginación, sino de la expansión, simultaneidad y precipicios de la lengua. Santiago Roncagliolo es un ejemplo.

Más arduo ha sido el problema de los jóvenes novelistas de Colombia. García Márquez es, a un tiempo, referencia, calidad y estorbo. Lo significativo de Gabo es que con Cien años de soledad recogió las grandes tradiciones de la selva y el campo para transformarlas en una narrativa doble, que por el hecho de serlo, disminuye a las anteriores. Porque el secreto de Cien años de soledad es su doble narración. Los Buendía son objeto de una primera narración que resulta, al cabo, ser la falsa narración del verdadero narrador, el taumaturgo gitano Melquíades, anuncio, en sí, de una serie de narraciones continuas anteriores, imaginables, imposibles, olvidadas y deseadas.

Heredar semejante excelencia es el problema de Santiago Gamboa y de Juan Gabriel Vásquez. Ambos superan la tradición, claro está, con nueva creación. El síndrome de Ulises de Gamboa o Historia secreta de Costaguana de Vásquez no niegan lo que heredan, pero saben que el parricidio puede ser un renacimiento.

La literatura mexicana, superada la fatalidad agraria por el arte de Yáñez y Rulfo, se ha centrado en la vida urbana (Villoro, Enrigue) aunque también en el pasado como memoria de la actualidad (Solares, Celorio, Lara Zavala). El punto de renovación, sin embargo, fue el Farabeuf o la crónica de un instante (1965) de Salvador Elizondo, antecedente extremo de una imaginación tan liberada que ella misma es su única frontera. Las "prohibiciones" nacionalistas del pasado fueron superadas, pos-Elizondo, por el grupo autodenominado El Crack y su compañero Xavier Velasco. La literatura escrita por mujeres (que no literatura femenina) ha acompasado este cambio.

Regreso adonde empecé: el Caribe, cuna de nuestra cultura. Son dos de sus novelistas mayores en castellano, ya que el Caribe es región de muchas lenguas y muchos perfiles. Del Caribe son William Faulkner y Jean Rhys, Édouard Glissant, Saint-John Perse, Derek Walcott y Aimé Césaire. También, y cubanos, Alejo Carpentier y José Lezama Lima.

Lezama, poeta (Enemigo rumor, 1941) y ensayista (La expresión americana, 1957), escribió una de las más difíciles y complejas novelas latinoamericanas, Paradiso (1966). Hablo de ella por muchos motivos. La riqueza del lenguaje, las formas proteicas del libro, su atrevimiento mayúsculo en todo lo necesario para crear la obra mayor del barroco literario latinoamericano. Se recomienda leer primero a Luis de Góngora y Argote ("no puede durar el mundo... que suena a vidrio quebrado y que ha de romperse presto") y un poco a Francisco de Quevedo ("abuelo de los dinamiteros", según César Vallejo). Dura el mundo sin embargo, a pesar de los dinamiteros y el vidrio quebrado. ¿Hermético, metafórico, neoplatónico? Lezama descubre sus propias claves, y las nuestras, en un ensayo fundador de nuestra cultura, La expresión americana, donde todo lo que parecía lugar común reaparece como luminoso renacimiento: la cultura como destino porque tiene orígenes, la literatura como alusión de la realidad, la imagen como relación. Todo lo que creíamos saber de la América española, nos pide Lezama, debemos repensarlo y aun así no lo conoceremos del todo, jamás.

El otro gran cubano es Alejo Carpentier. Como Lezama, Carpentier redescubre un mundo nuestro. Lo coloca en la historia (Guerra del tiempo, El siglo de las luces), en el drama político (El acoso), en la imaginación de las culturas (El reino de este mundo), en la parodia voluntaria (Concierto barroco) y en un audaz remontarse al origen de la vida en Los pasos perdidos. Quizás ésta sea la novela clave para entender la obra de Carpentier. Una novela contiene a todas las novelas porque toda literatura, aunque no lo sepa, es idéntica a su origen más remoto. Y éste, en Los pasos perdidos, es el primer fuego en la montaña, la primera palabra en la selva, el primer baile ceremonial para celebrar el origen (siendo el origen sin saberlo). Majestuosas creaciones literarias las de Carpentier. La negra magia religiosa de Ti Noel. La magia negra política de Víctor Hugues. El derecho a la resurrección en Guerra del tiempo. El derecho al amor de Sofía y Esteban del narrador y la narrada en Los pasos perdidos. La soledad del perseguido acompañado sólo por la música de Beethoven en su acoso. Y un poder solitario, resuelto por un dictador latinoamericano que en su apartamento parisiense necesita unas palmeras y un perico para sentirse "en casa" (El recurso del método).

Incluyo en este libro a dos autores que parecerían (y son) atípicos. La brasileña Nélida Piñon, porque es gallega de origen y más cercana a este volumen que sus grandes antecedentes Jorge Amado, Clarice Lispector y João Guimãraes Rosa. No nos entenderíamos sin Brasil y Brasil no se entendería sin nosotros. Por eso, además, de Nélida, hablo en este libro de Aleijadinho y de Machado de Assis, y en cuanto a Juan Goytisolo, si escribe en castellano, habla también en hebreo y árabe. Ateo de cultura cristiana y heredero, nolens volens, de Grecia y Roma. Es nuestro porque señala como nadie nuestra heredad, en este volumen evocada.

Canon siglo XX

- El Aleph

Jorge Luis Borges

- Los pasos perdidos

Alejo Carpentier

- Rayuela

Julio Cortázar

- Cien años de soledad

Gabriel García Márquez

- Paradiso

José Lezama Lima

- La vida breve

Juan Carlos Onetti

- Noticias del imperio

Fernando del Paso

- Yo el supremo

Augusto Roa Bastos

-Pedro Páramo

Juan Rulfo

-Conversación en La Catedral

Mario Vargas Llosa

-Santa Evita

Tomás Eloy Martínez

Canon siglo XXI

-Historia secreta de Costaguana

Juan Gabriel Vásquez

- En busca de Klingsor

Jorge Volpi

-Oír su voz

Arturo Fontaine

-El desierto

Carlos Franz

- Las muertes paralelas

Sergio Missana

-Amphitryon

Ignacio Padilla

-El síndrome de Ulises

Santiago Gamboa

-Abril rojo

Santiago Roncagliolo



Sabato vs Borges

27/Agosto/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Recapitulemos el primer cuarto de siglo sin Borges y los primeros meses sin Ernesto Sabato.

Retomo el reproche que Sabato hacía a Borges: ser un ejecutante de literatura reducida a juego de salón, una mofa que también —en clave— usó contra Cortázar y su “novela-Lotería” (Rayuela), cuyos capítulos se leían, decía, según el orden dictado por el sorteo de la semana.

Siempre he creído que Borges y Sabato son el resultado de la fragmentación de lo que el escritor argentino pudo ser; al no conseguirlo, se subdividió en dos.

Por un lado, el máximo (y mero) literato: B.; y, por otro, el escritor visionario venido a menos (romántico retro): S.

Cortázar es el mejor escritor argentino que podía darse en el contexto de la imposibilidad de un escritor que fuese Borges y Sabato simultáneamente.

Aunque lectores de Lamborghini, Saer o Piglia respinguen, la literatura argentina post-Borges-Sabato, como todas, va de pique, cada vez más insulsa.

Pero la argentina fue la cima. Engendró al máximo escritor (B.) y al máximo novelista (S.) del castellano en el siglo XX, y por novela no me refiero a alargar una historia sino a postular mediante un personaje en un mundo ficticio un testimonio de lo desconocido del hombre.

El problema de Sabato es que era un europeo: tenía “espíritu”, y atormentado previsiblemente deparó teólogo. Lo intrigante es que su novela fallida (Abaddón) podría ser germen de un nuevo género.

“En realidad sería necesario inventar un arte que mezclara las ideas puras con el baile, los alaridos con la geometría”, escribe en Abaddón y aquí formula mezclarse con Borges, esa alquimia que Sabato supo, y Borges no, porque era más frívolo.

Sabato ya no escribió novelas porque no supo tragarse a Borges, aunque él sabía —y no quiso que nadie terminara de entender su ambición, aunque más de una vez la hizo hipérbole— que el escritor final, el último moderno, debía hacerlo.

Y no hubo ese último moderno.

Borges nunca envidió a Sabato, a diferencia de Sabato, que siempre envidió a Borges. Y porque sabía que Borges no sabía que lo necesitaba, Sabato lo juzgaba baladí.

Sabato deseó ser símbolo de lo irracional. Pero a Borges jamás avizoró copular con su doble real. (Fabulaba falsos dobles.) Borges rehuía lo irracional mediante humor conceptual; Macedonio Fernández lo catapultaba fuera del abismo.

Fue tal la evasión que al final Borges nos quiso persuadir que haber abandonado el barroquismo y llegar a una prosa más clara y distinta había sido un mérito, cuando, en realidad, ese Borges fue secundario, ¡casi un Bioy!

Sabato murió trunco. Su mérito mayor fue ambicionar al escritor total, del que fue mitad hambrienta, y no desdén borgeano.

E insisto: nadie se atreva a mencionar a plumas como Filloy o Fogwill, que, con todo respeto por la mierda, son una mierda.


Diles que no me maten

27/Agosto/2011
Laberinto
David Toscana

¡Diles que no me maten, Felipe! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.

Haz que te oigan. Date tus mañas y diles que para sustos ya ha estado bueno. Anda, Felipe, tú que los conoces, que tranzas con algunos de ellos. Nomás eso diles. O al menos dile a tu gente, esa que tranza con los otros aunque dice que no tranza con nadie.

No tengo ganas de mucho. Sólo de vivir. Quédense ustedes con el botín. Yo me conformo con visitar algunos sitios, comer algunas cosas. Leer muchos libros. Amar a una mujer.

Anda, Felipe, no quiero morir como tantos otros.

Ahora vivo fuera de México, pero voy seguido. Y cuando voy me gusta ir de un lado a otro por carretera, en coche o en autobús, y me cuentan que eso ahora se paga con la vida.

Pero yo quiero ir, Felipe, y visitar a mis amigos en Monterrey, en Culiacán, en Tijuana, en Juárez. A mi familia de Acapulco, del DF, de Puebla. Todos esos lugares que eran el paraíso.

Aunque tengo amigos que ya nunca voy a ver, Felipe, porque dijiste que los ibas a cuidar y ni la espalda te vieron. Me entero por aquí y por allá que la gente amanece decapitada, degollada, enfosada, colgada, chamuscada, torturada, entambada, baleada, trozada, desollada, encajuelada, empozolada, rafagueada.

Muerta, pa que me entiendas.

Por caridad, Felipe, diles que no me maten. Mira tú cómo andas de un lado para otro y ni quién te haga nada. Otros somos más frágiles, tenemos que rascarnos con nuestras uñas, porque la ley solo nos permite llevar uñas y dientes.

Yo no sé qué pasa, Felipe, porque hace poco las cosas no eran así. Si uno se acercaba a la mujer equivocada, le rompían el hocico, y eso era lo justo. Ahora se amanece muerto.

Si uno quería volver sano a casa, bastaba con fijarse bien en los cruceros. Ahora no se sabe ni por donde llega la muerte. Pero llega.

Tengo planes para hacerme viejo y morir en la cama, sin pena ni gloria. Por eso, Felipe, diles que me dejen morir mañana de las cosas que mueren los viejos. ¿Para qué adelantar las cosas? Porque me cuesta trabajo imaginar morir así, de repente, con un montón de balas en el cuerpo. Sin saber ni por qué. Quiero morir de la mano de mi mujer, no por el dedo de un gatillero.

No, no puedo acostumbrarme a la idea de que me maten.

Tiene que haber alguna esperanza. En algún lugar puede aún quedar alguna esperanza.

Yo nunca le hecho daño a nadie. Pero eso nada cambia. Tú no pareces darte cuenta. Sigues igual, como si estuvieras dormido.

Hay gente que me va a extrañar. Me mirarán a la cara y creerán que no soy yo. Se les afigurará que me ha comido el coyote cuando me vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como me dieron.


miércoles, 24 de agosto de 2011

Renato Leduc y el olimpo de los lectores

24/Agosto/2011
Jornada
Javier Aranda Luna

Su vida es tan intensa como su poesía: luego de trabajar en la Mexican Ligth and Power Company se convirtió en telegrafista de Pancho Villa. En esos días de combate conoce al periodista John Reed quien escribirá ese gran reportaje, titulado México insurgente. Después viaja a París, donde conoce a Benjamin Peret y André Bretón. Allá lo sorprende la Segunda Guerra Mundial. Cuando Hitler invade París y los fascistas bombardean Europa, unas prostitutas parisinas lo ayudan a escapar. En Portugal conoce a la pintora Leonora Carrington, quien también huye de la guerra. Con ella se casa y viaja a Nueva York y de allí regresa a México. Aquí conoce a Pablo Neruda gracias a Nicolás Guillen y combate a Vasconcelos por su catolicismo, su neofascismo y polemiza con Vicente Lombardo Toledano.

Pocos poetas como Renato Leduc han recibido ese homenaje que sólo puede regalar un lector desconocido: En el cuartucho de una prostituta pequeña y romántica de provincia encontró uno de sus poemas, que no era de los mejores para él, recortado de la página literaria de una revista y enmarcado en un cuadrito azul. También en una tormentosa noche de juerga en una taberna de Chihuahua un ferrocarrilero ebrio casi le perdonó la vida cuando se enteró que era el autor de unos versos que recordaba y que Leduc contaba entre sus peores poemas. En otra ocasión alguien le dijo que en el penal de las Islas Marías un presidario recitaba un verso suyo: “yo que la sufro cerca… tu que la lloras lejos” cada vez que le atormentaba la imagen de la mujer por cuyo asesinato había sido condenado.

No sólo eso, la popularidad del que consideraba un banal ejercicio de retórica nunca dejó de sorprenderle: el poema Tiempo, que fue musicalizado y se convirtió en una de las canciones clásicas del repertorio mexicano: Sabia virtud de conocer el tiempo.

Renato Leduc es un caso realmente asombroso en la historia de la poesía mexicana. Mucho tiempo sus poemas se encontraron dispersos. Su famoso Prometeo sifilítico se copió a máquina y en mimeógrafo por décadas. Leduc llegó a contar un centenar de ediciones clandestinas y sólo hasta 1979 conoció una edición normal que le hizo justicia y hoy se incluye en su obra literaria publicada por el Fondo de Cultura Económica.

Otros libros de Leduc de los años 30 en los que mostraba su entusiasmo por las malas palabras y la cultura griega se perdieron. Prometeo fue el único que sobrevivió a la vida clandestina.

Ahora que el lenguaje procaz y la libertad sexual son tendencia, moda, seña de identidad habría que redescubrir al Prometeo sifilítico, que es todo un desplante de maestría y humor para reivindicar al lenguaje popular y a la sexualidad, el cual fue escrito en el remoto año de 1934, y que hoy resulta más atrevido y consistente que muchos intentos de nuestros días. Así explica Prometeo, por ejemplo, el por qué de su castigo:

Los hombres miserables por el monte/ vagaban, persiguiendo a las mujeres,/ y su coito tenía los caracteres/ que tiene el coito del iguanodonte…/ por mi supieron que el sesenta y nueve/ obedece a las leyes del Clynamen/ porque yo lo enseñé, ahora mueve/ cualquier mujer el blando caderamen./ Mi enseñanza cundió por el Urano/ y jodieron hermano con hermana /y los dioses sintieron en el ano/ una sensual hiperestesia humana.

Decía Leduc que aprendió a decir leperadas con los clásicos y con los telegrafistas, los soldados y los carniceros. Leduc quería reivindicar el lenguaje popular. Su riqueza, su constante movimiento, decía, “le quita rigidez, solemnidad al lenguaje… Los idiomas sólo se renuevan si están moviéndose constantemente”. Cuando uno escribe con un lenguaje fino y rígido, estaba seguro, nadie lo lee. Pero el uso de las malas palabras tenían en Leduc un significado adicional según Carlos Monsiváis: crear los anticuerpos para devastar su odio predilecto: la cursilería.

Poeta de la calle y no de gabinetes como le gustaba decir, icono de cantinas que frecuentaba (y no es una metáfora, pues retratos de él aún penden de sus paredes) Renato Leduc fue uno de los liberadores del idioma español, un verdadero poeta excéntrico que hizo resonar en sus versos a los clásicos y al lenguaje popular. Para Octavio Paz, Leduc supo oír y recoger el oleaje urbano. No sólo eso: también supo transformarlo con humor y melancolía, en breves e intensos poemas. Este poeta que quiso desolemnizar a la poesía le pareció a Salvador Novo simplemente maravilloso, genial, exquisito.

Pero a pesar de los elogios por su trabajo de poeta, nunca le dio importancia a la poesía, no me gustaba porque en la época que yo era joven los poetas eran extraordinariamente cursis. Eso de que El duque Job era un gran poema que consonantaba bistec con Chapultepec me causaba risa. Las bravuconadas de Díaz Mirón también eran risibles. Eso de que yo nací como león para el combate… Cuando uno conoce personalmente a los poetas se da cuenta que quien dice ser león es un señor enclenque. A Pepe de la Vega, un querido amigo mío que decía yo soy un aventurero… lo veía pasar todos los domingos con su esposa y como con seis chamacos cargando los pañales. Yo decía cómo Pepe va a ser un aventurero. Justino Palomares, un poeta muy maleta de Durango, tenía callos o juanetes, el caso es que no podía andar y se las daba de pirata, de corsario y de no sé qué cuantas cosas. Un señor con reumas cómo puede ser corsario.

El pasado 2 de agosto se cumplieron 25 años de la muerte de Renato Leduc, el último poeta con vida de poeta como escribieron unos, el último bohemio como dijeron otros. El poeta de versos sentimentales, eróticos y sarcásticos que sólo ha sobrevivido por la tenacidad de sus lectores.


sábado, 20 de agosto de 2011

La violencia de Borges

20/Agosto/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

A 25 años de su muerte, compendiaré por qué Borges es el máximo escritor de Occidente.

Fabuló tramas tan memorables como Poe o Kafka.

Las fantasías de Kafka son inolvidables; no su estilo. En cambio, prosar con geometría y relatar impecablemente vuelven a Borges el más consumado cuentista.

Se podría alegar que Hemingway, García Márquez o Cortázar fueron prosistas cabales. Pero ninguno de ellos poseía destreza para las ideas prodigiosas.

Magia de ideas —no sólo historias o personajes— agrega a Borges ser el ensayista literario más interesante de su siglo.

Puede reprochársele —lo hizo Sabato— no tener hondura emocional o psicológica. Decir que su obra no es humana.

Mas percatemos que Proust, Camus y ciertamente Dostoievski obraron con emociones y psicologías propias de mamíferos y reptiles. Borges, en cambio, podría ser el narrador más humano de todos: trabaja con lo único que distingue al hombre: el pensamiento.

Los relatos de Borges no requieren de la realidad para sostenerse. Los sostienen ideas.

Lo borgeano es una parte de la imaginación (temáticas y devenires) y del idioma (vocablos y giros). Borges autografió una zona de la mente y el vocabulario.

Alguien podría decir —así lo suponen anglosajones— que Borges es un escritor conservador frente a experimentalistas como Beckett. Pero casi todos los experimentalistas posteriores a Borges se han inspirado en él —desde Acker y Auster hasta Foucault y Derrida—; el experimentalismo de Borges no pelea con la estilística.

Los experimentalistas suelen sacrificar el estilo para romper estructuras. Como las estructuras de Borges son mentales, pudo conservar belleza verbal y apócrifo clasicismo.

La experimentalidad borgeana reside en mostrar que el cuento y el ensayo son artificios. El cuento es filosofía; el ensayo, ficción.

Primer postmoderno profundo. O el único. Desconstruyó e hibridó antes que otros. No hay literatura más autoconsciente.

Ni los extremos formalistas de Joyce ni los vitalistas de Miller se comparan con el extremismo literario de Borges. Fue el primero en hacer que la literatura percatase su índole primordialmente literaria.

No sólo no devino ilegible sino que Borges lo re-escribió todo desde su identidad del más complejo hacedor de lectores.

Pero tres perfecciones no tuvo Borges: el poema, la novela y la teoría perfectas.

Hay una explicación: Borges para poder hacer relatos y ensayos perfectos tuvo que reducir al absurdo la novela, la poesía y la teoría.

Para alcanzar la cima de dos géneros menores de Occidente, dinamitó los tres mayores. Lo disimula su figura de anciano conmovido y preciso.

La ceguera borgeana está hecha de la obscuridad en que se mantendrá su violenta misión. No era un genio. Borges era un demonio incalculable.



La mala fama de Jorge Cuesta*

20/Agosto/2011
Laberinto
Gabriel Bernal Granados

I. Los sonetos

La mala fama que precede a la poesía de Jorge Cuesta se debe sobre todo a la mala opinión que Octavio Paz tenía de ella. Paz argumentaba, subrepticiamente, que la poesía de Cuesta era menos valiosa que sus “ideas”, contenidas, la mayor parte de ellas, en el ámbito deslumbrante y gaseoso de su “conversación”. Esto ha condenado lo mejor de Cuesta a un olvido que ha durado ya sesenta y ocho años —en septiembre de 1942, a un mes de su misteriosa muerte, la revista Letras de México publicó Canto a un dios mineral, que es tenido como el mejor —y sin duda el más extenso— de los poemas de Cuesta.

La opinión de Paz sobre los Contemporáneos, incluidos Villaurrutia y Gorostiza, está desde luego sujeta a una polémica y es difícil de explicar fuera del campo de lo subjetivo. Paz les debía a los Contemporáneos más de lo que estaba dispuesto a reconocer, y en algunos de ellos encontraba murallas insalvables para el desarrollo de su propia poesía. Es verdad que a Cuesta y a Villaurrutia les dedicó páginas admirables (en Xavier Villaurrutia en persona y en obra, 1978, Fondo de Cultura Económica; y en el apartado “Contemporáneos” de México en la obra de Octavio Paz, tomo II, Fondo de Cultura Económica, 1987), que remataba con la ambigüedad implacable de su magisterio retórico. A lo largo de su vida, Paz dio varios ejemplos de cómo se puede ensalzar la obra de un poeta haciéndolo añicos. Son inolvidables, en este sentido, sus juicios sobre López Velarde, a quien eleva a la condición de padre de la poesía mexicana moderna al tiempo que lo considera, al final de “El camino de la pasión”, un “gran poeta menor”; o su aseveración de que lo mejor de Gorostiza se encuentra, no en su poesía, sino en los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde Gorostiza desempeñó una labor tan meritoria como secreta.

La sombra que Paz tendío sobre la literatura mexicana del siglo xx no nos impidió contrastar la poesía de Villaurrutia, Gorostiza o Pellicer, y apeciarla en su justa medida; pero sí pospuso la valoración de la poesía de Cuesta (para no hablar de casos parecidos, como el de Gilberto Owen o el de Enrique González Rojo). A Cuesta, de nuevo por iniciativa de Paz, se le erigió un monumento como la conciencia crítica del grupo de Contemporáneos, y con ello se le negó el lugar que debería ocupar como uno de los poetas más rigurosos de la literatura mexicana de la primera mitad del siglo XX.

La originalidad de Cuesta se encuentra no sólo en los contenidos de sus poemas sino en la elección del soneto como modelo de renovación poética. El soneto era una modalidad muerta con los poetas modernistas de finales del XIX y principios del XX. Cuesta lo entendió, efectivamente, como un anacronismo y una limitante —castigo torturado de la forma que se correspondía con una personalidad tormentosa e inflexible como la suya. Los sonetos de Cuesta son el lugar adecuado para llevar a cabo un prueba. Cuesta se ciñe al soneto para quebrantar sus bases y ligamentos y generar, a partir de ello, su propia versión del barroco. Su revisión de la poesía de los siglos de oro, que se da a través del tamiz del soneto, es un anticipo del neobarroco latinoamericano de la década de los ochenta y un punto de contacto con las preocupaciones de un poeta contemporáneo suyo, José Lezama Lima. Por otro lado, su lectura de Mallarmé le sirvió para enmarcar las evoluciones de una belleza fugitiva y totalmente reacia a las interpretaciones de la crítica.

Cuesta era un poeta puro, con Gorostiza, el más puro de su generación, precisamente por la resistencia que opuso en su poesía a las interpretaciones sociales, históricas y estéticas del poema. Sus sonetos parecen no fluir, como si se tratara de ensayos marmóreos sobre el comportamiento azaroso de la belleza. Nacidos de una línea rotunda, casi siempre un verso endecasílabo perfecto, éstos se van desarrollando, o complicando, a medida que esa línea progresa y se diluye en el contenedor del soneto. Cito un poema, aunque podría citar otros, que tiene mucho de autorretrato (el autorretrato, en Cuesta, es casi siempre una anticipación de su propia muerte):

Soñaba hallarme en el placer que aflora;
pero vive sin mí, pues pronto pasa.
Soy el que ocultamente se retrasa
y se substrae a lo que se devora.
Dividido de mí quien se enamora
y cuyo amor midió la vida escasa,
soy el residuo estéril de su brasa
y me gana la muerte desde ahora.

La reflexión en los sonetos de Cuesta se desplaza entre paredes muy estrechas, casi siempre recubiertas de las lunas de un espejo. Mirándose a sí mismo, medita sobre el proceso de la vida, la muerte y el tiempo que contiene a ambas instancias. Son admirables los últimos dos versos de la primera estrofa: “Soy el que ocultamente se retrasa/ y se substrae a lo que se devora”. Los poemas de Cuesta son soliloquios donde el cuerpo, antes que la conciencia, se expone a los designios de los elementos, y la conciencia desdoblada observa este lento proceso de saturación y enriquecimiento —en el sentido mineralógico del término.

El motivo del vaso, que dio origen en Muerte sin fin de Gorostiza a una reflexión sobre la forma, reaparece en los sonetos de Cuesta como una reflexión sobre los valores cualitativos de la forma por encima del sentido que la contiene o restringe.

Junto a mi pecho te hace más ligera
la enhiesta flama que alza tu desvelo.
Tus plantas de aire se aman en mi suelo
y te me vuelves casi compañera.
Estás dentro de mí cómoda y viva
—linfa obediente que se ajusta
[al vaso—.
Mas la angustia de ti se me derriba,
se me aniquila el gesto del abrazo.
Y te pido un amor que me cohiba
porque sujeta más con menos lazo.
[“Signo fenecido”]

“Signo fenecido” es un poema de amor autobiográfico, uno de los pocos que se encuentran en la bibliografía de Cuesta. Es evidente la estela de Quevedo en el último verso, y la mediación de Gorostiza en la médula ósea del soneto. Los sonetos de Cuesta también son vehículos propicios para el diálogo. Diálogo con la tradición, por un lado, y diálogo con los demás miembros del grupo de Contemporáneos. En los sonetos de Cuesta aparecen los motivos de la mano y el espejo (Villaurrutia); el viaje y el exilio (Owen); el vaso, el tiempo y la muerte (Gorostiza). Son sustancias, en general, de lo que fue y que no ha sido. Son engaños para la mente y ejercicios preparatorios de algo mucho más amplio y menos restringido.

II. Como si fuera un sueño de la roca

Canto a un dios mineral es el equivalente, en Cuesta, a Muerte sin fin de Gorostiza. No sólo porque se trata de su poema más largo y evidente en su despliegue prosódico, sino porque se trata de la consumación de toda su poesía y la encarnación de su poética.

Deudor de las poéticas modernas, Canto a un dios mineral es un poema que se piensa a sí mismo. Su naturaleza autorreflejante se despoja de un primer atisbo de conciencia lírica, para posteriormente autoerigirse como una columna de humo sólido en el azul del cielo: “Capto la seña de una mano, y veo/ que hay una libertad en mi deseo;/ ni dura ni reposa”, así comienza el poema. El yo del poeta, a cuyas costillas todo este monumento se levanta, no volverá a aparecer en cada una de las treinta y seis estrofas subsiguientes. El resto es un devenir que sucede en el marco de una sensibilidad atenta a las evoluciones minerales del mundo, reducido a una pura forma —la roca, la nube y la espuma son motivos recurrentes, todos ellos aliados a la retórica del vaso que se forma, como quería Gorostiza, por el agua que lo colma.

“Estudio en cristal” (1936) de Enrique González Rojo, Canto a un dios mineral (1938-1942) y Muerte sin fin (1939)1 deben leerse, cada uno en la medida de su propia derrota, como poemas sobre la forma y la poesía. En su Museo poético, ya Salvador Elizondo se había referido a ellos tres como “el ala intelectualista de los Contemporáneos” 2.

En Cuesta, la reflexión sobre la forma lo lleva a pensar la existencia y el constante diapasón de vida y muerte en el que la existencia transcurre. Esa oscilación —sístole y diástole representada por la combinación de versos dodecasílabos y octosílabos o bien, endecasílabos y heptasílabos— es lo que marca el ritmo del poema. Canto a un dios mineral representa los latidos de un poema orgánico que respira, en el mismo sentido en el que la materia respira y está viva: “en su entraña ya vibra, densa y plena,/ cuando allí late aún, y honda resuena/ en las eternas rocas”.

Todo sucede adentro de espacios constreñidos, pasadizos mínimos donde la luz y la sombra se intercalan, y nada escapa a la certeza de que el sentido no puede buscarse más allá de las paredes transparentes de la forma que lo apresa:

Por dentro la ilusión no se rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera nada.

III. La trascendencia del sentido

Sería un error decir que Cuesta es un poeta secreto o un poeta para poetas, cuando en realidad la mayoría de los poetas que conforman la tradición de la poesía mexicana son poetas secretos y poetas para poetas. Nuestra falta de criterio a la hora de juzgar obedece sobre todo a modas pasajeras y factores propios de nuestra idiosincrasia. La instauración del canon de nuestra poesía ha dependido en gran medida de una figura dictatorial que se erige sobre las demás conciencias como rectora del gusto cada treinta años más o menos. El interregno en el que nos encontramos ahora nos hace pensar todavía en López Velarde como el padre inmaduro de nuestra poesía moderna y en Jorge Cuesta como un poeta ambivalente y fallido. ¿Cuántos años harán falta todavía para que comencemos a pensar la poesía mexicana como una tradición plural, que por razones también de idiosincrasia se ha negado a trascender el cerco de su propia tradición e idioma?

Cuesta no es un poeta fallido sino un poeta imperfecto. Gorostiza en Muerte sin fin también lo es. Canto a un dios mineral y Muerte sin fin, ambos poemas de largo aliento, están hechos de subidas y caídas, momentos de gran belleza y fallas en su evolución sonora. Estas fallas deben entenderse en un sentido geológico —son fisuras producto de la enorme tensión generada hacia el interior del poema. Gorostiza ha calado hondo entre los lectores y los críticos. La estela de Cuesta se resiste a ser seguida en sus evoluciones precisamente por el carácter más acusadamente marmóreo de sus construcciones en verso. Los poemas de Cuesta están detenidos y más que detenidos en el espacio tiempo de su creación y lectura, están inmersos en sí mismos. En el carácter hermético de su poesía muchos han querido ver la influencia de su temperamento científico, que lo llevó a estudiar los efectos de ciertas sustancias químicas sobre su propio cuerpo. Salvador Elizondo, uno de los mejores lectores de poesía que hubo en el México de mediados de siglo, definió el Canto a un dios mineral de Cuesta en los términos de un poema sobre los estados y las transformaciones de la materia. Esta interpretación acabaría de ser correcta si se agrega que a esta meditación sobre la materia la permea un acusado empuje filosófico existencial: Cuesta piensa la materia con el mismo enfoque e intensidad con que piensa el ser. Decir “Cuesta piensa...” no es más que eso, un decir, porque Canto a un dios mineral está despojado de esa instancia lírica que en poesía nos lleva a decir que el autor piensa, dice, siente o reflexiona. En Canto a un dios mineral el poema se piensa a sí mismo o, mejor dicho, el poema se refleja a sí mismo. Y en esa misma medida, el poema se cierra sobre sí mismo.

Después de la lectura de los sonetos y del Canto a un dios mineral, quiero pensar que Cuesta concebía la poesía como un arte hecho de palabras, que aspiraba al sentido pero que iba más allá de las barreras impuestas por esa aspiración a ser leído. Esta concepción de la poesía quizá no descendía tanto de la poética de Valéry, que entendía la poesía como un arte cercano a la exactitud de las matemáticas, sino de la tradición romántica alemana, que entendía el poema como nostalgia de la poesía. Para los románticos alemanes, y también para Cuesta, el poeta es un agente que trabaja con potencias que lo exceden. El lenguaje es la potencia principal, y la única materia constitutiva del poema.

Canto a un dios mineral es un poema sobre los estados de la materia; pero la materia principal de la que trata el poema son las palabras mismas. Si la materia inerte en realidad está viva, las palabras también están vivas y dicen no lo que el poeta quiere decir, sino lo que las palabras quieren decir en el momento de entrar en contacto —o en colisión— unas con otras. Al abolir el yo y darle la preeminencia al material de que está constituido, el poema también se priva de toda historicidad o narratividad ajena al devenir de su discurso. El poema no sólo estaría rotando sobre su propio eje, sino diciéndose a sí mismo en ausencia de la figura del poeta que lo rubrica más allá de los márgenes restrictivos del sentido.
_____
1 Sigo el criterio cronológico establecido por José Luis Martínez en su artículo “El momento literario de los Contemporáneos” (Letras Libres, marzo, 2000, p. 62).
2 Museo poético, 2002, p. 36.

*Este ensayo forma parte del libro Viaje al país de la errata, de próxima aparición.


La cosa se está poniendo fea

20/Agosto/2011
Laberinto
David Toscana

Ayer visité el museo Józef Mehoffer en Cracovia. Se trata de la casa donde vivió el artista, con muchos cuadros colgados en las paredes. Sin embargo, lo que más me atrajo fue la posibilidad de entrar en los aposentos de un creador que vivió entre el siglo diecinueve y veinte. Su estudio, salones, comedor, habitaciones.

Me dieron ganas de esconderme en cualquier ropero, esperar el cierre del museo y soñar con que esa fuera mi casa. Vivir en un mundo donde nada importara tanto como la belleza. Entre esas paredes se percibía la forma sabia de hacerse de muebles que son arte, combinar distintos estilos, distribuirlos para dar una sensación de armonía.

Cortinas, cortineros, roperos, tapetes, mesas, cada cosa era una nota musical bien puesta.

En las novelas del siglo diecinueve, solía ser importante la descripción de los interiores. La disposición del mobiliario, más que los muebles en sí, hablaba elocuentemente sobre quienes habitaban esa casa. El buen gusto denotaba un espíritu elevado.

La gente tenía espíritu, por eso la casa debía ser un santuario. No es que estudiaran diseño de interiores, sino que el contacto con la belleza era algo natural; el buen gusto estaba presente en la gente educada y la que no lo era tanto. Toda ciudad tenía edificios hermosos, aunque no tuviese pintores, escritores o músicos de fama.

¿Qué hicimos con la belleza? ¿Por qué ahora nuestros interiores y exteriores suelen ser tan feos?

Hubo un buen gusto que se perdió en el camino. Ahora no lo tiene ni la gente que cree tenerlo. Me viene a la mente aquél álbum de fotografías llamado Ricas y famosas donde la fealdad se desborda en cada página.

Si queremos belleza, debemos mirar al pasado. Por eso nos gusta pasear por la parte antigua de una ciudad. Ahí hay edificios que han sobrevivido cientos de años. No por su resistencia, sino por su belleza. ¿Qué turista visita un fraccionamiento del Infonavit?

Las casas donde vivían los modestos empleados y obreros de principios del siglo veinte, conservaban ciertas proporciones, relación con el ambiente, colores y detalles que las volvían bellas; las puertas, los herrajes eran de artesanos. Las amas de casa opinaban sobre la construcción de sus casas según la dirección en que corría el viento, el ángulo en que entraba la luz, el clima de la ciudad, la relación con las construcciones vecinas.

¿En qué piensa hoy la arquitectura? Se ha vuelto la más corrupta de las artes. Pura utilidad.

Sólo por revisar la temperatura hice una encuesta personal. De diez arquitectos jóvenes con que me topé en los últimos meses, ninguno había leído a Vitrubio. Difícil, en cambio, encontrar a un pintor, escritor o músico que no conozca a sus clásicos.

¿Cómo enfrentarnos hoy a tanta fealdad? Edificios construidos con block, cables eléctricos pendientes por todos lados, la maldita publicidad que invade con colores chillantes y faltas de ortografía, y, por si fuera poco, patanes que grafitean cuanta superficie hallan y todavía quieren que se les trate como artistas.

Aunque también hay que decirlo. La fealdad se ha vuelto como un mal olor. Uno se acostumbra hasta el punto en que ya no la percibe.


domingo, 14 de agosto de 2011

Un campanero de Agustín Yáñez

14/Agosto/2011
Jornada Semanal
Roger Vilar

Agustín Yáñez nos dotó de una de las criaturas más sorprendentes dentro del bestiario místico. Digno de aparecer en los manuscritos de algún monje alucinado de Auvernia o en el espejo de un druida de la Isla de Ávalon, Gabriel, el campanero de Al filo del Agua, vive en la mudez y el silencio al que lo condena el párroco del pueblo. Aislado de todos, sin conocer otra cosa que la torre del templo, el adolescente ejecuta la rutina misteriosa de ascender cada día por la tortuosa escalera. Es un viaje lento, que inicia en la madrugada, bajo el peso secular del latín y las invocaciones. Ve cada piedra cubierta de telarañas, el agua y los murciélagos circulando por venas invisibles. Un pueblo de espíritus sin boca vive en las vigas. Sus ojos son brillantes y usan gorros frigios. Siempre padecen la sed de ríos ausentes. El tumulto de las cataratas punza las sienes de Gabriel cuando sale a la luz. Frente a sus ojos tiene las campanas y abajo la marea de los inmensos desiertos azules del maguey. Es Jalisco. La materia parece diluirse. No hay contacto con la tierra. Pero hace mucho tiempo que no puede perderse en la paz del aire y el silencio. La imagen de Victoria, la única mujer que ha visto en toda su vida, lo atormenta. ¿Que hacer con ese perfume y ese tinte rosa de las mejillas que persiste en cada milímetro de la imaginación aunque ella hace mucho tiempo que se marchó? Gabriel no sabe hablar, no sabe explicarse nada. No puede nombrar el dolor ni la nostalgia. Tan sólo sigue el impulso de sus manos. Acciona las campanas. Los bronces vibran en toda su potencia. Cada golpe se multiplica en sílabas que nadie entiende. Un lenguaje que encoge las entrañas de los que escuchan mientras una saliva amarga sube a la boca. Lentamente pierde la vista Gabriel. Se borran los grandes campos azules. Sus manos ya no sienten los badajos. Sólo las campanas doblando adentro, entre los límites de su piel. La música dispersa el dolor, pero también le quitan la consistencia a su hígado, a su corazón, a los pulmones, que se vuelven aire con el aire circundante. Hecho vibración y sonido, Gabriel se difuminó en el cielo azul. Olvidaba, por fin, a Victoria y al párroco del pueblo. Se fue al éter sin llevarse una sola sílaba del lenguaje humano. Nunca pudo articular la palabra alegría ni la palabra dolor, mas experimentó aquel desasosiego que le provocaba la estatua carnal de Victoria. La necesidad de agitar las campanas hasta aturdir a todos los dioses de las nubes y de meter el ruido dentro de sí para transformar su cuerpo en una nube más de la canícula de agosto, y perderse en un cielo sin recuerdos que se cerró en torno a él como un arcón nunca descifrado.


“Mi padre me dejó a Cristo, la poesía y el buen humor”

14/Agosto/2011
El Universal
Thelma Gómez Durán

En una pequeña oficina de paredes desnudas, Javier Sicilia revisa correos electrónicos, lee documentos y afina detalles de lo que será una más de las movilizaciones ciudadanas a las que ha convocado. La de este domingo es una caminata silenciosa para pronunciarse por una reorientación de México hacia la paz y en contra de la Ley de Seguridad Nacional. El poeta místico que decidió no volver a escribir poesía —después del 28 de marzo, el día que asesinaron a su hijo Juan Francisco— hace una pausa para hablar de un proyecto que, para él, hoy más que nunca tiene una profunda razón de ser. Se trata de la revista Conspiratio.

Javier Sicilia es el director de esta publicación bimestral, heredera de la revista Ixtus, que se editó entre 1994 y 2007. En Conspiratio se busca mostrar opciones para “una sociedad encerrada en su propia desmesura”; se intenta “hacer una profunda arqueología de nuestra vida social... desde una perspectiva que ni la izquierda ni la derecha políticas han adoptado”.

En estos días circula el número 12 de Conspiratio, titulado “Violencia de Estado: fracaso de la transición”. Es un número emblemático. En esta edición se explica gran parte del pensamiento que envuelve el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza el poeta. En sus páginas también está la explicación de muchas acciones de Javier Sicilia.

La palabra Conspiratio se refiere a uno de los grandes momentos de la celebración litúrgica de las primeras comunidades cristianas. En la revista se explica que la Conspiratio “toma su sentido de spiritu (aliento), que se expresaba por un beso en la boca, era una co-respiración, una conspiración: la creación de una atmósfera común, de un medio divino”.

¿En el significado de “Conspiratio” está la respuesta para quienes preguntan el porqué de los besos de Javier Sicilia?

Así es. En las primeras liturgias, en el momento que se hace la Conspiratio, el beso en los labios, que era como un intercambio de alientos, un intercambio de espíritus; en ese momento sucedía lo que San Pablo dice: “Ya no hay diferencia entre amo y esclavo, gentil y judío”. En ese acto carnal, simbólico, quedaban abolidas las diferencias, se establecía la primera y verdadera comunidad democrática. Lo que ahora nosotros llamamos “conspiración” no tiene ese sentido original, sino el sentido de hombres y mujeres que se reúnen en la clandestinidad para derribar un Estado. Seguramente los romanos preguntarían ¿quiénes son esos que conspiran, quiénes son esos que se besan en los labios que están rompiendo los órdenes estamentales y están poniendo en peligro al Estado? Cuando beso y abrazo, lo que estoy haciendo es tratar de hacer una atmósfera común, que tanto le hace falta a este país.

En su último poema usted escribió: “Ya no hay más que decir, el mundo ya no es digno de la Palabra...”

Vengo de dos tradiciones que tienen un sentido muy profundo de la palabra. Mi tradición como creyente católico dice que Dios crea por la palabra, que el mundo está hecho de palabra. Y dice algo más: la palabra es una presencia, es un ser humano, se encarna en la persona de Jesús... Mi hijo era una palabra encarnada. En el momento en que lo matan, me asfixian esa palabra. El mundo deja de ser digno de esa palabra sagrada. Cuando volvamos a reconocernos como hermanos, en la vida de la Conspiratio, volveré a escribir.

Pero usted apela a la palabra como medio para transformar la realidad...

A la palabra que renuncio es a la palabra sagrada. Renuncio al decir poético en el poema. A lo que no puedo renunciar es a ser lo que soy: poeta. No puedo dejar de mirar como un poeta, de comportarme como tal. Creo que lo que no hago en el poema lo estoy haciendo en mi accionar político. Mis actos, los símbolos, los besos, el darle un escapulario al presidente; todo el movimiento está lleno de símbolos, que son formas de la poesía. Todo está acentuado con símbolos, con el fin de devolverle los significados originales al ser humano, al país. En ese sentido, el poeta no puede morir porque es parte de su ser. Pero la palabra sagrada que escribía en un poema, ya no puedo...

¿Cree que será larga la espera para que la palabra sagrada regrese?

Creo que sí. El país está muy deteriorado. El corazón del hombre está muy oscurecido. La conciencia está muy idiotizada. Creo que tardará y depende mucho de este tipo de accionar poéticos, de devolver otra vez a los significados originales, que son los significados de la poesía. Creo que Conspirato cumple ese trabajo, no sólo en el ámbito poético. También la poesía puede expresarse en la reflexión que toca límites profundos de la realidad y ayuda a rehacer la vida.

¿La revista “Conspiratio” es otro símbolo más en este proceso?

Sí. Y este número en particular. La muerte de mi hijo fue un dolor muy grande para la familia Conspiratio y decidimos pensar la violencia, la raíz de la violencia, lo que nos está sucediendo. Tratar de buscar, a través de comprender sus profundidades, cómo salir de ella. No se trata nada más de definir y comprender el fenómeno de la violencia, porque describirlo no lo resuelve. Al comprender los mecanismos de la violencia se puede ir reconstruyendo la paz. Hay que volver a la ética que ha estado desalojada de las escuelas, de la educación. Hay que volver a las virtudes: la generosidad, la tolerancia, la humildad, la magnanimidad. Si volviéramos a ellas, sería ir hacia el camino de la paz.

En la revista menciona que la transición democrática ha fracasado...

Es evidente. Estamos en una guerra y a punto de entrar en el nihilismo total. Incluso con la Ley de Seguridad Nacional que quieren aprobar vamos hacia el autoritarismo. La democracia que vamos a ejercer en el voto es una cortina de humo, detrás de eso no hay nada. ¿Cómo puedes llamar eso democracia?

¿El universo de Javier Sicilia se basa sólo en el catolicismo?

Más que en el catolicismo —porque el catolicismo a veces tiene un tufo ideológico, que ha tenido muchas cosas negativas— es en el evangelio, en las raíces. Tiene sus bases en el evangelio y en sus mejores intérpretes que son algunos teólogos, y los mejores de todos, los místicos.

¿En su biografía, cuándo se da ese encuentro con el evangelio?

Nací con el evangelio y la poesía. Mi padre fue muy católico. Y era poeta. Para mi, el evangelio, la poesía, el amor y la palabra, desde que tengo uso de razón han estado en mi vida. Mi padre me dejó tres cosas: a Cristo, la poesía y el buen humor.

¿Usted quiso ser sacerdote?

Estuve un rato con los jesuitas, pero me fui. Me convencí, me convencieron de que no tenía vocación, porque de los tres votos fundamentales: la pobreza, la castidad y la obediencia, la obediencia me costaba un trabajo de la chingada. No se me da. Hubiese sido un pésimo sacerdote. Se me da la obediencia a la conciencia, pero estar sometido a una institucionalidad me es problemático. Por eso digo que soy un anarquista. En el fondo, un anarquista es un hombre que trata de apegarse mucho a Cristo, porque Cristo si algo rechazó fue el poder y defendió siempre la libertad de espíritu que le permitía increpar el poder.

A mí me han dicho: “Tú que eres un anarquista, ¿por qué sales a reclamarle al Estado?” Porque soy un hombre que vive en una República. Y lo que estoy haciendo es irle a decir a ese Estado que no cumplió con su obligación fundamental que es la seguridad de los ciudadanos. A mi me mataron a mi hijo, a quién le voy a pedir cuentas de ese delito. Voy al Estado, voy a decirle a Felipe Calderón: ustedes, su negligencia mató a mi hijo, su negligencia mató a tantas personas.

¿No ha sido difícil llevar como pauta de vida el evangelio?

El evangelio es un horizonte. Lo veo como una hermosa luz en el camino que va guiando y eso no quiere decir que yo viva plenamente el evangelio. Lo mejor de mi viene de ahí y lo peor de mi mismo viene de no estar a la altura de esa luz.

¿Qué es lo mejor de Javier Sicilia?

La generosidad, el amor, la capacidad de comprender al otro, poderlo amar a pesar de sus equívocos.

¿Y lo peor?

Lo peor es que soy muy neuras. Puedo ser muy iracundo. Tenía mucho miedo del encuentro con Felipe Calderón. Incluso, le mandé a decir: “¡Aguas! Díganle que va el discurso duro. Yo sé que él es de mecha corta y yo también”. Me costó mucho trabajo no responderle, porque él es también un hombre iracundo. Manoteó. Y si yo me dejo ir puedo ser muy desagradable. Tengo que pelear mucho contra mi ira. Eso es lo peor, tengo el pecado de la ira.

Con Felipe Calderón también comparte creencias religiosas...

Tenemos la misma fe, creemos en el mismo Dios, en Cristo, pero yo soy más cristiano que católico. Felipe es más católico que cristiano. Tenemos ópticas diferentes de vivir la fe cristiana. Yo trato más de aferrarme al Cristo que confrontó al poder y se mantuvo lo más lejos de él. Tenemos dos visiones distintas aunque profesamos la misma fe.

¿Qué piensa de lo que se ha escrito sobre su movimiento?

Creo que los mejores artículos que he leído de comprensión mía son de (Enrique) Krauze... Desde un espacio espiritual profundo, Krauze comprende no sólo como liberal —quizá, junto con Gabriel Zaid son los dos liberales de este país— lo comprende desde su tradición judía. Creo que ha entendido muy bien al movimiento. Carlos Fazio también ha hecho análisis muy buenos.

¿No lo entienden quienes han criticado los besos?

Sí. Ciertos hombres de izquierda no me han entendido bien. Pero hay otros que sí, como Marco Rascón.

¿No se arrepiente del beso a Manlio Fabio Beltrones?

No tengo broncas con él. Es un político pragmático, como todo pragmático hace cosas terribles. Pero creo que Beltrones es más grande que sus actos. Creo que en esa reunión se gestó un momento de paz, de amor y de reconocimiento de que tenemos que cambiar. Ese beso permitió hacer el reencuentro. Es un símbolo. Es una presencia concreta, aunque después se desvanezca. Eso es lo que tenemos que hacer reconciliarnos en el amor.

¿Cómo se blinda Sicilia para que su figura, el símbolo, no se desgaste?

Se va a desgastar tarde o temprano. Nadie es Dios. Ese es el peligro de la idolatría. Se le atribuyen cosas que no le pertenecen ni a Dios. Lo que deberían enseñarnos es cómo aprendemos de un ser humano que admiramos. Creo que es el tiempo de empezarnos a parecer a aquello que admiramos; así haremos una ciudadanía diferente. Yo me desgastaré. Los medios me van a desgastar. Pero sé que me voy a bajar de esto. No persigo nada más que dignificar a las víctimas y hacer una buena ley de seguridad ciudadana; poder contribuir a parar la guerra. Eso es todo. Y me volveré a mis libros.


sábado, 13 de agosto de 2011

Strip tease de Cantinflas

13/Agosto/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Cantinflas, ¿voz del desafío popular? ¡Patrañas! Cantinflas era un demagogo.

Sus discursos querían emular (de manera muy mula) las palabras pomposas (y vacías) de los políticos post-revolucionarios mexicanos.

La retórica cantinflesca está hecha de pedazos —remezclados hasta lo inconsútil— de la retórica gubernamental.

Cantinflas causa risa porque es un orador nacional llevado al absurdo. ¿Por qué se le quiso tanto? Porque no es cierto que el mexicano odie al político. Simplemente no logra serlo.

Cantinflas no parodia: sólo es Pelado Hecho Pelotas. Mareado de tanto palabrerío politicastro pero —fiel discípulo de tal púlpito— expropia sus fraseologías y ademanes.

El mexicano ama al gobierno. Si se murieran todos los políticos, la labia oficial podría recuperarse entera a partir de los cachos que el pueblo conserva con amor cantinflesco.

Lépero que quiere ser Letrado, su Todito es el Partido.

¡El Cine me consagra! Y no me interesa el poder de la palabra, más bien por no tener el poder, pido la palabra. Mi falta de sapiencia es mi falta de ignorancia: Cantinflas no dice mucho porque en lugar de comenzar de cero arranca de frases hechas del populismo op. cit.

Tómbola de sobados discursos, cantinflear causa risa porque es coctel descalabrado y revoltijo que desdibuja que Cantinflas es el PRI (hecho bolas).

Cantinflas prueba que el alumnado de todo un siglo aprendía la lengua oficial y aunque no lograba dominarla —a puro cantinflema— no cesaba de practicarla.

Un político mexicano promete sobrio lo que un mexicano cualquiera asegura ebrio. Cantinflas se infló (emborrachó) del Gran Rollo, y al vomitarlo se desinfla involuntariamente cómico.

Lo único que salva a Cantinflas de que lo identifiquemos como demagogo es que no le sale.

Cantinflas es el esfuerzo de un iletrado para defender sus causas íntimas y masivas—y ahí está el detalle— utilizando el lenguaje de “reivindicación popular” originado por el régimen y —aquí está el problemote—, ese lenguaje lo utiliza Cantinflas (im)precisamente para defenderse de él.

¿Y quién es él? ¿El régimen o Cantinflas? Da lo mismo. Tómese un presidente mexicano. Póngasele a dar un discurso. Réstesele sus estudios. ¿El resultado? Cantinflas. Oh Fox.

Así que a cien años del nacimiento del primer mexicano post-revolucionario, propongo corrijamos la definición de “cantinflear” de la Real Academia de la Lengua Española, que hoy reza (un tanto cantinflescamente, por cierto): 1. Hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada… 2. Actuar de la misma manera” para que enuncie: “1. Hablar en que se nota que el siervo aspira a hablar como el amo. 2. Como no lo logra, actúa como si despreciara al gobierno”.

El colmo del cantinfleo: pronto el mexicano imitará sin tropiezos la lengua del gobierno.


jueves, 11 de agosto de 2011

Lista, la biografía de Octavio Paz

11/Agosto/2011
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

En torno a Octavio Paz se ha escrito mucho; su poética es harto conocida lo mismo que su trabajo ensayístico; ha sido tan abundantemente revisado que Armando González Torres dice: “La obra de Paz ha generado una auténtica industria crítica”, pero “son pocos los acercamientos biográficos pues Octavio Paz, pese a su carácter de hombre público, fue un tanto reservado respecto a su vida privada”.

Hasta el momento, lo más cercano a una biografía del Premio Nobel de Literatura 1990 es el conjunto de ensayos sobre su vida, titulado Poeta con paisaje, un libro que Guillermo Sheridan publicó en 2004. Antes, en 1990, Alberto Ruy Sánchez había publicado Una introducción a Octavio Paz, un acercamiento global divulgativo.

Sin embargo esos no son los únicos trabajos que abordan su vida y su obra; en 1978, Jorge Aguilar Mora escribió La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz, libro polémico que generó el disgusto del Nobel, y años después, en 1998, Elena Poniatowska lanzó Octavio Paz. Las palabras del árbol.

A esos acercamientos biográficos se sumará en unos meses la publicación de la “gran biografía de Octavio Paz”, escrita por el catedrático de origen cubano Enrico Mario Santí, biografía de la que dijo “por ahora no puedo dar entrevistas”, y aseguró que estará en posibilidades de conversar “a fines de este año o a principios del próximo”.

En tanto se publica en México esa biografía que esperan los lectores y estudiosos del poeta, ensayista y diplomático nacido en la ciudad de México en 1914, Armando González Torres, Alberto Ruy Sánchez y Braulio Peralta disertan sobre los acercamientos que han hecho a la vida de Paz.

Delineando la figura del poeta

“Paz es un escritor, un investigador, un poeta y un pensador, además de gran divulgador de las artes plásticas -es mejor crítico de arte que muchos que se dedican a ese oficio y no tienen ese nivel de escritura-. Atravesó el siglo XX en todas las aventuras vanguardistas y fue canon en varios de sus estilos y géneros literarios, a pesar de lo que escriba Harold Blom. Es un poeta que tiene escuela y seguidores”, señala el periodista y editor Braulio Peralta.

Armando González Torres asegura que “la escritura de una biografía amplia de Octavio Paz sigue siendo una asignatura pendiente” y dice que Santí ha escrito ensayos biográficos fundamentales; sin embargo, para alguien que fue próximo a una figura tan magnética como Paz, su gran reto será “mantener una distancia crítica y lograr un equilibrio entre la figura biográfica orientada por el propio Paz y lo que arroje la investigación empírica”.

Dice que Paz, consciente de su prominencia póstuma, fue muy cuidadoso en la delineación de la figura que buscaba legar a la posteridad; por lo cual, muchas de las fuentes disponibles para una biografía son fragmentos de entrevistas o evocaciones autobiográficas, como su libro Itinerario.

“Paz sigue generando gran interés en la academia no sólo literaria, sino del conjunto de las ciencias sociales. Sin embargo, hay facetas mucho menos abordadas, por ejemplo, su labor dentro de la diplomacia o su tarea como editor y promotor de publicaciones”, dice González Torres.

Alberto Ruy Sánchez también asegura que se ha escrito mucho sobre Octavio Paz en muchas lenguas y culturas, como da cuenta la enorme bibliografía realizada por Hugo Verani. “Lo interesante de un autor de la dimensión de Octavio es que mientras siga siendo un autor tan vivo en la mente y en la atención de sus lectores, cada uno creará su propio Octavio Paz con el collage de sus lecturas y su información”, señala.

Ruy Sánchez dice que de cada autor importante hay siempre varias biografías, y eso es sano, pero se necesita una que vaya más allá de todo lo anterior en la calidad y cantidad de su información biográfica. “Espero que este detonador sea la obra que estamos a punto de ver aparecer”, dice, refiriéndose a la biografía de Santí.

El Paz de todos

Como existe un amplio campo disponible de investigación en torno a la obra y la vida del poeta que murió en la ciudad de México el 19 de abril de 1998, los acercamientos a su obra son muy distintos. Si Ruy Sánchez optó por “un ensayo didáctico que en muy pocas páginas recorre su obra y su vida a través de su poesía y de sus ensayos”, Armando González Torres se ha centrado “en su biografía polémica, a través de una actividad intelectual extensa y beligerante”.

El autor de Las guerras culturales de Octavio Paz dice su influencia abarca desde la promoción de la emergencia de nuevos paradigmas y formas de apreciación y lectura en la poesía hasta una influyente visión sobre la historia y el carácter de “lo mexicano” o perspectivas audaces y controvertidas sobre la política internacional y doméstica.

Un acercamiento distinto es el de Braulio Peralta con su libro El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz, en el que persiste una obsesión periodística: “su incursión al surrealismo y su poema Blanco; su sentido del amor en La llama doble; su pensamiento político en libros como El ogro filantrópico o Tiempo nublado; la identidad de los mexicanos en El laberinto de la soledad; ser él mismo Sor Juana en Las trampas de la fe”.

Muchos otros textos abundan en la obra del poeta que dos años antes de su muerte, en una entrevista con Silvia Cherem dijo: “Desde que comencé a escribir y a publicar, hace más de 60 años, han llovido las condenas y las excomuniones; cuando era muchacho me acusaron de extranjerizante y afrancesado; después, los estalinistas decretaron que era un troskista y un traidor; más tarde me llamaron reaccionario, vendido al gran capital. Hace unos pocos años me dijeron que era vocero del departamento de Estado norteamericano… ¿Soy de la familia de los ‘grandes indeseables’?”

Justo para delinear la vida y la obra de Octavio Paz está Enrico Mario Santí, que goza de la confianza de muchos. “Sólo una persona tan culta y preparada como Santí podrá descubrirnos los cerrojos encubiertos en esas historias personales donde sin duda aparecerán sus amores: Elena Garro, de la que existen cartas de Paz llenas de amor y aun sin publicar; su historia con Marie Jose, sus encuentros y desencuentros son su hija Helena Paz. Un biógrafo no puede censurar nada porque la vida y la obra de Paz ya es territorio de estudio. Ojalá se diga toda la inmensa verdad que una investigación debe arrojar, porque Paz, desde luego, tenía sus luces y sombras. Era humano”.



sábado, 6 de agosto de 2011

La SEP vs La Filosofía (segunda caída)

6/Agosto/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Hace dos años escribí sobre la pena capital que la SEP preparó contra la filosofía en el nivel medio superior en México. ¿Qué ha pasado desde entonces?

Tras la RIEMS (Reforma Integral de la Educación Media Superior), se estableció que la educación escolar debe obedecer a “competencias” y se modificó la currícula. La filosofía fue eliminada como materia.

Ante el descontento, el gobierno estableció un diálogo que no ha llegado a nada. Su táctica es dar largas al asunto y hacer que el interés decaiga.

Ya circula una nueva carta de denuncia por escritores y catedráticos en el país.

Casi es un hecho que la filosofía va a desaparecer de las preparatorias mexicanas.

Por consecuencia, siguen las universidades, ya que el reducido campo laboral de los egresados de filosofía se concentra en volverse profesores en sitios como las preparatorias.

El golpe de la SEP contra la filosofía es muy certero en términos de destrucción de esta disciplina.

Los egresados de las licenciaturas de filosofía quedarán desempleados y las universidades irán cerrando esta licenciatura; con excepción de unas pocas —seguramente la UNAM— que decidirán conservarla como símbolo de resistencia cultural. Pero el desempleo será general.

La filosofía en México ya sufrió un golpe mortal por parte del PAN. Primero con Josefina Vázquez Mota y luego Alonso Lujambio.

Ambos, por cierto, aspirantes a la Presidencia. Para su propia desgracia, en su gestión empeoró tanto el nivel educativo, que los mexicanos elegirán como presidente a alguien aún más destructor que ellos.

¿Escenarios posibles?

Uno. Con el retorno del PRI, una parte de la RIEMS sea desechada por razones políticas (escenario improbable porque si hay alguien que controla la política educativa y cultural en México es Elba Esther Gordillo, ayer con el PAN, mañana de nuevo con el PRI).

Dos. Sencillamente, con cierta simulación, la filosofía desaparezca del aula nacional; al principio se le diga ‘transversal’ y al no tener lugar ni en el papel, los profesores la anulen. (La “transversalidad” es una cortina de humo).

Tres. Desaparecida la filosofía de la escuela mexicana —cuyo refugio es la preparatoria, pues ni en primaria o secundaria tiene sitio real—, la filosofía quedará confinada a la lectura… en una época en que el libro de papel agoniza.

En la Encuesta nacional de hábitos, prácticas y consumo culturales del 2010, la filosofía no apareció siquiera como preferencia del 1% de la población y la encuesta en sí misma no dedicó preguntas expresamente dirigidas a conocer la relación del mexicano con la cultura filosófica.

La micro-minoría que hoy practica la filosofía, decrecerá aún más.

La filosofía quedará desescolarizada. ¿Mala o buena noticia? En México, la filosofía migrará al underground.

“La imagen del científico loco viene de Hollywood”

6/Agosto/2011
Laberinto
Juan Domingo Argüelles

Bruno Estañol es un estupendo escritor de ficción, un magnífico ensayista y un excelente científico. Pero es, además, por si ello fuera poco, un hombre gentil, un escéptico optimista y un agnóstico seguidor de Epicuro que, con el tetrapharmakon en la mano, nos aconseja, gentilmente, un comportamiento sano para dejar de sufrir inútilmente: 1) liberarnos del temor a los dioses y al más allá; 2) liberarnos del miedo a la muerte; 3) buscar sólo los placeres necesarios, pues el placer correctamente entendido es fácil de alcanzar, y 4) superar el miedo al destino adverso y al dolor, que por lo demás dura muy poco.

Bruno Estañol es un humanista, un interlocutor espléndido que, en la charla informal, en el diálogo de amigos, reivindica el arte socrático del pensamiento, la duda, el humor, la límpida inteligencia y la honda sensibilidad que constituyen valores principales de la cultura.

Vengo leyéndolo y admirándolo desde hace muchos años, desde hace por lo menos 22, pues en 1989 lo descubrí gracias a su estupendo libro Fata Morgana, que me reveló a un escritor divertido, ameno y sobre todo inteligente, pues un escritor es inteligente cuando no se permite el lujo de aburrir a sus lectores.

En sus páginas, Estañol nos ofrece, como no queriendo, como al azar, buenos consejos filosóficos y vitales, como cuando en su relato “La realidad y el deseo” (homónimo del libro de poemas de Luis Cernuda), nos dice: “La primera regla que uno debe seguir en el arte de vivir es no confundir las realidades con los deseos; casi siempre la razón acude en auxilio de éstos”.

Es esencial comprender y adoptar la verdad epicúrea y esta regla fundamental del arte de vivir, porque los deseos locos se abren camino, con frecuencia, hasta en los muros más racionales, sobre todo en los artistas y en los escritores que no pocas veces confunden realidad y ficción.

Bruno Estañol conoce la mente del escritor, porque también conoce su propia mente, que es a la vez, de manera alternativa, científica y literaria, cuerda y loca, maravillosamente lúcida y extraordinariamente fantástica. La realidad casi siempre supera a la ficción, y esto nos lo viene mostrando en libros como Ni el reino de otro mundo (1991), El féretro de cristal (1992), La esposa de Martín Butchel (1997), La barca de oro (1998), Bella dama nocturna sin piedad (2003), Pasiflora incarnata (2003) y La conjetura de Euler (2005), que aparecerá pronto en traducción al inglés.

La ciencia, en su caso la neurología, ha servido a Bruno Estañol no para frenar su obra de ficción sino para ampliarla y agudizarla en la indagación de los enigmas de la mente. El proceder de sus personajes constituye la representación general del comportamiento humano. Su caso sigue precedentes ilustres como el de Santiago Ramón y Cajal, ejemplo de científico que también hizo literatura.

Nació en Frontera, Tabasco, en 1945. Neurólogo eminente a quien le debo haber corregido, así sea un poco, mi cerebro (lo que haga yo con él ya no es culpa suya), en 1999 publicó el volumen de ensayos La vocación condenada, que es el antecedente de la maravilla que ahora ha dado a conocer: La mente del escritor y otros ensayos sobre la creatividad científica y artística (2011), coeditado en un volumen estupendo por Ediciones Cal y Arena y la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.

En las páginas de La mente del escritor brilla, espléndida, la agudeza de su autor. Nos explica, por ejemplo, que “Borges es quizá el mejor ejemplo del escritor de ficción con un cerebro especializado. El cerebro del escritor de ficción es comparable al cerebro de un virtuoso de la música. Es un virtuoso no sólo en los aspectos formales de la lengua, que no son pocos, sino en el aspecto más misterioso que es la invención, el encuentro o la re-creación de las historias”.

Los lectores que penetren en estas páginas abrevarán en una experiencia maravillosa de conocer cosas insospechadas sobre literatura, pintura, música, la memoria, la imagen, la palabra, la enfermedad, etcétera, en su relación con la mente, la creatividad, el cerebro, los impulsos nerviosos y tantas cosas más que nos hacen humanos y, a veces, inhumanos.

A propósito de este libro, le pregunto a su autor: ¿Qué significa para ti la divulgación de la ciencia?, a lo cual responde: “Es una actividad muy importante. En los países más avanzados hay especialistas en divulgación de la ciencia y son muy apreciados. En ocasiones son científicos profesionales y en otras son periodistas con conocimientos científicos. Para mí es una oportunidad para dialogar en el idioma castellano con personas curiosas de diversos niveles culturales. Creo que la divulgación de la ciencia es particularmente importante para los niños y para los jóvenes”.

La mente del escritor ¿tiene más ciencia o más literatura? Me dice: “Creo que tiene más literatura que ciencia. La razón es que está escrito como un ensayo literario y no sólo como un ensayo de divulgación científica. Creo que también hablo más de literatura y de arte que de ciencia”.

Bruno Estañol comparte con nosotros, sus lectores, sus métodos y preferencias sobre la lectura y la escritura, además de gozosas confesiones como cuando nos dice que la escritura científica o técnica no es aburrida aunque algunos lo crean así, y añade: “Para mí ha sido equivalente a lo que ha sido el periodismo para otros escritores”.

Lector apasionado lo mismo del cuento que de la poesía, Estañol se considera esencialmente un escritor de ficción. Pero ello no obsta para que, a través del ensayo, científico o literario, explore ciertos ámbitos y algunos temas que no puede explorar en la novela y en el cuento. Por ejemplo, el vínculo entre la letra y la imagen o, mejor aún, la relación entre la música y la literatura. A tal grado esta relación le apasiona que acaba por dictarnos su epitafio. Escribe: “Quisiera que en mi tumba se pusiera el epitafio: Amó la música y las palabras”. Este amor por la música y las palabras se ha convertido en amor por la música de las palabras.

¿En qué género te sientes mejor: en el ensayo o en la ficción?, lo interrogo, y él contesta: “Me siento mejor en la ficción aunque a veces, lo debo confesar, el ensayo me atrapa porque me da una intensa curiosidad seguir investigando y pensando. Creo que en el ensayo hay que pensar más y en la ficción sentir más”.

Lo mismo en la ficción que en el ensayo científico, literario y filosófico, Bruno Estañol muestra que lo esencialmente humano es acertar pero también fallar, alcanzar las cumbres pero también desplomarse a los más hondos abismos, tocar el cielo pero también hundirse en el dolor del espíritu y la depresión de la mente.

¿No será que la ciencia es un arte?, lo provoco. Y él me dice: “La ciencia tiene su parte de arte. Tanto el arte como la ciencia comparten el hecho de que se necesitan destrezas manuales para hacerlo y tanto la ciencia como el arte son formas de predicción. Ambas hacen experimentos mentales. La ciencia también tiene su parte emocional aun cuando los científicos no lo reconozcan. El arte de las cavernas de Lascaux, Altamira, Atapuerca, requería de muchas destrezas y conocimientos técnicos. La técnica es anterior al arte y a la ciencia. La filosofía y la religión (que es una forma de explicación metafísica del mundo) son anteriores a la técnica. Se habla mucho de que la ciencia es descubrimiento y el arte es invención. No obstante creo que ambas comparten el descubrimiento y la invención”.

En el caso de Bruno Estañol, su literatura de ficción nos salva del aburrimiento, sus ensayos científicos y literarios nos abren horizontes de comprensión, y su sabiduría clínica nos ha dado a algunos la oportunidad de seguir escribiendo, leyendo y, sobre todo, viviendo, pues hay tristes escritores, y patéticos lectores, que aún no saben que hay vida después de la literatura.

Le digo: otra similitud entre el arte y la ciencia, es que hay artistas locos y científicos locos, ¿o será que se hacen los locos? Su respuesta no puede ser más estupenda: “La imagen del científico loco viene de Hollywood. Sin embargo no hay duda de que han existido científicos locos. El arte predispone más a la locura que la ciencia. La cantidad de artistas locos es innumerable. Por eso muchos autores, desde Platón, han postulado una relación entre la locura y el arte. La verdad es que hay algunos artistas que se hacen los locos, pero hay siempre otros peores: los que se hacen pendejos”.


jueves, 4 de agosto de 2011

Escrito en alguna parte

4/Agosto/2011
Milenio
Jorge F. Hernández

Estará escrito en alguna parte: quizá la eternidad no sea más que la contemplación ilimitada de la emoción más entrañable. Hablo de amar para siempre, de la inocencia infantil que algunos mantienen latente hasta la vejez, de la música de todos los tiempos, la luz perenne e incandescente o, incluso, del silencio más acogedor. Hablo del páramo infinito donde perviven los poetas y las novelas inolvidables, los fugaces momentos invaluables y el instante irrepetible de una felicidad.

Queda prohibido olvidar a Eliseo Alberto, y la mejor manera de seguirle la sombra es hacer todo lo posible para que hoy mismo nazca el próximo lector de sus obras. Quien se aventure a leerlo, por primera vez y en el orden que sea, descubrirá un maravilloso continente de poesía en prosa: novelas que parecen tener imanes en cada página de sus entrañables tramas, ensayos donde se percibe el dulce sazón de la ficción, cuidando evitar añadirle lo inverosímil a lo que llaman no-ficción, crónicas precisas de un periodista serio y valiente con voz en cuello, aunque nunca amarranavajas ni buscapleitos. Hoy quiero celebrar Esther en alguna parte (Espasa, 2005), en espera de que surja su nuevo lector y garantice la eternidad que merecen sus personajes… y ahora su autor. Me congratula alabar públicamente esta novela de Lichi por el contagioso y creciente número de lectores que ya han diseminado las muchas virtudes de su trama, el juego hipnótico de sus personajes y el compartido sabor que deja en la boca de la imaginación al leerse (o releerse) como prosa convertida en agua fresca. Lichi pudo haber escrito Esther en alguna parte en cualquier parte y en otra época, pues ya va siendo hora de que la grandeza de su literatura se digiera como intemporal y ecuménica. Hijo de uno de los grandes poetas de la lengua española de todos los tiempos, Eliseo Alberto heredó de Eliseo Diego la propensión a la metáfora perfecta, la precisión de lo expresado y el latido de la ausencia que evocaba Lezama Lima, mas agregó con su propia experiencia el sano cultivo de la prosa que emana del corazón (y que, de retro, lo nutre). Hablo de las tramas fantásticas que hila Lichi en su mente, conversándolas en tinta, convirtiéndolas en círculos concéntricos o cuadrículas verbales de una realidad mágica y a la vez, absolutamente verificable y vivible, aunque no todos los humanos la observamos a simple vista.

De entre toda la literatura que ha fermentado Eliseo Alberto ando ahora convencido de que Esther en alguna parte es la obra maestra donde mejor ha destilado las hebras del corazón con el que escribe. Con el subtítulo de El romance de Lino y Larry Po, Lichi ha confeccionado un sutil tratado inobjetable de que la amistad es un oficio amoroso que también sucede a primera vista y uno se pregunta —si no fuera por los secretos contenidos en la propia novela— si acaso el subtítulo no debiera figurar por encima del misterio de Esther en alguna parte: van aquí de la mano las simetrías de la amistad, la sincronía insólita que se formula cuando amigos pactan paso a paso una armonía y el enigma —que parece inalcanzable, a veces incluso inexplicable— de los amores que no se esfuman jamás, amor del nombre que no se puede borrar con ninguna de las formas del olvido, ni del tiempo. Entredicho el enredo, intento aclarar: la novela deliciosa es un misterio constante en busca de Esther y una crónica narrativa de la amistad que se entrelaza entre Lino Catalá y Larry Po, vivos en cada descripción de sus personalidades entrañables, palpables en cada lazo de sus existencias creíbles, unidos en sus anécdotas increíbles, habitantes de La Habana inexistente o perdida, donde no había aún jineteras engañosas ni aludes de turistas abusivos, en nuestra Cuba con la Revolución y el Granma como telón de fondo mas no en el estrado protagónico de los discursos interminables y las utopías inalcanzables. Es una delicia verbal, de una urbanidad que se recorre en párrafos, de la mano de vidas humanas sin biografías heroicas, boleros que se cantan a media voz y ternuras universales.

No digo más de esta novela. No soy crítico literario, pero consta que no he sabido de un solo lector que una vez iniciada la travesía de estos párrafos, no haya quedado prendado y prendido tanto a la búsqueda de Esther como al hermoso romance de amistad pura entre Larry Po y Lino Catalá; consta que dudo que haya alguien que no agradezca la límpida prosa de Eliseo Alberto, habiendo muchos que podrían jurar escucharlo en pleno silencio de sus respectivas lecturas, pues es de los raros escritores con voz en tinta; consta también que cualquier lector queda hipnotizado —en mayor o menor medida— ante la enredadera verbal con la que se arma el agradable entramado de esta historia. Y no digo más de esta novela entrañable.

Pero de Eliseo Alberto sí puedo decir que el afecto que le tengo no merma ni confunde la admiración creciente que me producen sus libros. Digo de una vez que el conjunto de su literatura ha trazado un azoro creciente y, al mismo tiempo, revolvente. Desde La eternidad por fin comienza un lunes (Ediciones El Equilibrista, 1992), pasando por Caracol Beach (que muy merecidamente obtuvo el Primer Premio Internacional Alfaguara de Novela 1998, dejando a no pocos buenos aspirantes en el limbo de los finalistas), La fábula de José (Alfaguara, 2002), el desgarrado y desgarrador libro de memorias Informe contra mí mismo (Alfaguara, 1997) los recientes compendio de crónicas, intimidades, retratos, cartografía personal, ensayos narrativos y entrevistas (literalmente, entre-vistas) titulados Dos Cubalibres. Nadie quiere más a Cuba que yo (Atalaya, 2005), Una noche dentro de la noche o La vida alcanza (ambos títulos publicados bajo el sello de Cal y Arena)… el vasto universo literario de Lichi va sumando asombros que se cosechan párrafo a párrafo, a través de cada personaje y en toda la musicalidad que resuenan sus palabras y se revuelve la cocción, como pócima de magia, al releer o remitirnos a escenas de memoria compartida, ánimos identificables, esa Cuba que sigue allí y la que se lleva en el corazón o en músicas, o en alguna parte desconocida, pero intuida. Escribo entonces, para que quede en alguna parte, que hoy —tal como mañana— tengo ganas de celebrar todos los libros de Lichi —y los muchos que faltan por llegar a la imprenta— para confirmar la creciente admiración que le profeso y para que conste que las amistades instantáneas también pueden ser eternas.

lunes, 1 de agosto de 2011

Así escribo:Ángeles Mastretta Urgida de contar y callándome

Agosto/2011
Nexos
Ángeles Mastretta

Me gusta escribir. Me gustó hacerlo con un lápiz a los seis años, con una pluma fuente a los nueve, con un bolígrafo a los doce y en una máquina de escribir verde a los catorce. Aún escribo sin ver el teclado, con la memoria que encuentra la interrogación a la derecha y las comillas a la izquierda como estaban en mi primera máquina. Sólo bajo la cabeza de vez en cuando, como una gallina que busca su maíz: las letras.

Mis amigas tuvieron una Lettera 22, guardada en un ligero estuche azul. Yo iba a las clases cargando un maletón del que salía ese artilugio de fierro con teclas sólidas que me avergonzaba entonces y que ahora moriría por tocar. Me lo robaron el año en que llegué a vivir en la ciudad de México. Fue de mi papá hasta unos meses antes. Cuando murió, la heredé yo. No sé por cuál designio, ni de quién. El día que la cambié de ciudad cayó en manos de un ladrón que no supo cuánto me quitaba. Una máquina de 1940. La habrá vendido en nada. Ni pensarlo.

Aún no puedo escribir un texto largo en las teclas fingidas bajo el cristal de mi iPad, pero quizás un día también aprenda. Sin duda con menos miedo del que sentí frente a mi primera computadora: una autómata que todo se lo comía. Escribir en ella era como andar arriesgándose a perder a los niños en el supermercado. Al más mínimo descuido se borraba el texto que había estado trabajando toda una tarde. Los dos primeros cuentos de Mujeres de ojos grandes no pude recuperarlos nunca, por más que anduve y reanduve los archivos. Entonces abandoné el intento de buena relación con los avances de la ciencia y volví a la mecánica de mi máquina eléctrica hasta que terminé ese libro. La primera que vi la compró mi abuelo, al que le daba por adquirir los más preclaros adelantos tecnológicos. La puso cerca de una ventana y en ese hueco hice las tareas muchos domingos. Ahí redacté la solicitud para entrar al Centro Mexicano de Escritores. La beca me la dieron, el libro que conté, no se contó jamás.

Volví a la regularidad de las mecánicas. Encorvada, sobre una de ellas, sin más costo que su ruido, escribí Arráncame la vida. Sólo aprendí a usar la compu hasta que empezaron los años noventa. Ahora no sé escribir de otra manera. No puedo ni pensar en los días de goma y pegamento, tijeras y alborotos cada vez que una línea estaba tan mal que rondaba la amenaza de reescribir completa la misma página.

Ya casi no imprimo nunca nada. Todo error se hace aire y luz. Igual que algún acierto. Eso sí, tengo libretas en cualquier rincón y en todas las bolsas. Pero sólo las uso para hacer notas que luego no recupero.

Todos mis garabatos los hago con un teclado, están en mi escritorio, en este cuarto que se abre a un horizonte de cielo y árboles, sólo para mí, lejos del tiempo que pasé en un pequeño espacio entre la escalera y la cocina, soñando con esto de la habitación propia. Esto que ahora tengo y gozo aunque inventar aquí sea más difícil. En un cuarto frente a las nubes, ¿para qué otra fantasía? Así que escribo mucho más, pero también mucho menos. Porque me rige un desorden permisivo. Ando aquí, pero ando en internet y en el correo electrónico, en los periódicos y en el temible blog. No sé ya si seré capaz de hacer un libro. Lo digo y tiemblo. Si me vuelvo incapaz de hacer un libro, ¿de qué seré capaz? ¿Iré a morirme pronto? ¿Cuándo es pronto? ¿De qué me dará tiempo?

Cómo escribo, quieren que yo les diga. Qué más da cómo escribo si lo que estoy haciendo es no escribir. Urgida de contar y callándome. Caminando en la red como una araña que no sabe tejer, que expropia el andamiaje de otros para ir a todos lados y a ninguno. Tengo una historia, sólo una historia cerrándoles el paso a las demás. Y así la escribo. No escribiéndola. Por eso no quería ponerme aquí a pensar en estas cosas.

De nueve a tres escribí muchos años. Toda la infancia de mis hijos. Todas las mañanas. Ahora escribo casi siempre al oscurecer. En el día pierdo el tiempo. Y mientras no lo encuentre, escribir no será sino este lento divagar de las noches. Este no conseguir lo que más me gusta de todo mi oficio: la precisión. Porque sólo la precisión conmueve y sólo conmover importa. Si algo debe sentirse, conseguir que se sienta. Si algo verse de cerca, poder tocarlo.

No importa cómo escribo. Importa qué. Importa no enmudecer en el camino. Con humildad quiero escribir, levantada en la mano del deseo, jugando. Quiero escribir como cuando platico, sin tregua y sin mirarme demasiado. Puesta sólo en la historia, sólo en el gusto de contarla para que alguien quiera perderse ahí.

Escribo a solas, a veces oyendo música, al fondo, sin palabras. O con palabras que se funden en el sonido todo, como en la música sacra. Da igual lo que diga, el caso es que suena a oración y que oír un Agnus Dei alivia a quienes no rezamos ni ante la muerte, pero estamos urgidos de pedir misericordia. Yo, sin duda, cuando escribo.

Gala está a salvo

Agosto/2011
Nexos
Guillermo Fadanelli

Seré drástico: en la ciudad de México sólo parece haber espacio para los románticos, los cínicos, los maleantes y los apocados. El resto de sus habitantes son rehenes de su miopía y de sus buenas intenciones. Lo tajante de esta afirmación tiene sus raíces en mi pasado. Yo milité durante un tiempo en el único ejército que ha durado casi tres siglos de edad: la milicia romántica, ésa para quien la enfermedad es un buen síntoma y las formas bellas o clásicas son nocivas y no representan la condición trágica del ser humano, su verdadera y única esencia. “De la destrucción nacerá la primavera”, escribió Hölderlin pintando en serias y vehementes palabras la más íntima aspiración de los hombres románticos. ¿Y acaso hay escenario más adecuado y propicio para ejercer la vocación romántica que esta ciudad plena de vicios donde se practica la mentira, la rapiña y el arte de odiar calladamente? Un verdadero campo de batalla.

Debo confesar que me he visto empujado a meter los puños más de una vez cuando mis intenciones no han sido más que pasear o caminar tranquilamente por las calles de una ciudad en donde he vivido toda mi vida. He sido asaltado con armas de toda clase, perdí un automóvil en un robo y decenas de taxistas o meseros se han ensañado en mi persona cuando me ven sonreír o dan por hecho que estoy ebrio o descuidado. He enviado al hospital a un par de tipos que no supieron medir mi temperamento y más de una vez he tenido que correr con el único fin de evitar mi prematuro sepelio. Para medir la sangre de mi ciudad no tengo estadísticas o estudios de sociología, sino experiencias y mis pasos son un buen termómetro para reconocer la tierra por donde camino.

Debían ser poco menos de las cuatro de la mañana cuando recorríamos la acera sur de la avenida Álvaro Obregón en dirección a la calle Mérida: Carlos, mi amigo de andanzas nocturnas, Gala una joven aspirante a escritora que se acercaba presurosa a los veinte años, y yo que nunca he aprendido a divertirme sanamente. Las luces calcáreas y evanescentes que iluminaban la calle bastaban para distinguir a los perros dormidos de los cuerpos humanos que dormitaban en una banca del camellón, en la cavidad de una fuente reseca o al resguardo de una casa recostados en sus escalones de piedra. Esta vez no podíamos culpar a la oscuridad de esconder a los maleantes entre sus sombras. Veinte metros antes de llegar a Orizaba me di cuenta de que en esa esquina un automóvil, silencioso e inmóvil, aguardaba nuestra llegada. Dos cuadras atrás el mismo vehículo nos había seguido y acechado prudentemente en espera de una oportunidad para cerrarnos el paso. Tomé a Gala de un brazo y cruzamos apresurados hacia el camellón que divide Álvaro Obregón en dos sentidos, pero Carlos, ensimismado en su propia charla, continuó andando sin percatarse de que ya no estábamos a su lado, hasta que el asalto de tres hombres lo despertó de su placentera somnolencia.

En un momento que dura todos los segundos del tiempo y que a su vez es breve como una vida, los impulsos más sanguíneos se enfrentan en el ánimo de un hombre antes de que sea capaz de tomar una decisión. Esto en caso de que en verdad tenga el privilegio de tomar una decisión y no se vea empujado a actuar por una fuerza que es en buena parte desconocida y que lo llevará a terrenos donde la razón, la experiencia o el buen juicio poco cuentan cuando se trata de sobrevivir. Observar desde el camellón —a diez metros de distancia— cómo estos hombres intentaban hacer entrar a Carlos dentro de su vehiculo despertó en mí una ira acumulada, una ira que no pregunta, sino que se expresa a traición y casi nunca a tiempo. Lo que hice fue correr en defensa de mi amigo, un impulso nacido en la oscuridad de mi ánimo, una mala decisión según los cánones de la supervivencia. A uno de los crápulas lo puse fuera de combate de dos puñetazos en la nuca y una patada en las costillas, con un segundo delincuente me enfrasqué en una pelea que debió durar quince o veinte segundos, aunque ahora la recuerdo eterna. El tercero echó a correr y trepó a un taxi que apareció de imprevisto y que los escoltaba precisamente para auxiliarlos en caso necesario. Cuando ambos vehículos se marcharon el silencio de la avenida se volvió aún más denso e intimidante. La policía era una ilusión que cultivaban los ingenuos y en el rostro de Gala podía leerse el desconcierto y la sorpresa que aniquila toda posibilidad de acción. Aquellos hombres no estaban armados o al menos la sorpresa los desarmó y los puso por un instante contra la pared. Salir ileso de una escaramuza semejante no te hace más arrogante o más seguro, sino que te vuelve un sonámbulo durante varios días. Es a partir de esta constante clase de experiencias que el sueño se pierde, que la confianza abandona tu mirada y que las estadísticas o diagnósticos que hacen los expertos acerca de la buena salud de una ciudad o de un país te parecen mentiras o fábulas interesadas. Cuando la tranquilidad se pierde las palabras suenan como pasos que anteceden a la muerte. Qué lejos estoy de la conciliación y el sosiego. Y ya no será.