sábado, 27 de agosto de 2011

Diles que no me maten

27/Agosto/2011
Laberinto
David Toscana

¡Diles que no me maten, Felipe! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.

Haz que te oigan. Date tus mañas y diles que para sustos ya ha estado bueno. Anda, Felipe, tú que los conoces, que tranzas con algunos de ellos. Nomás eso diles. O al menos dile a tu gente, esa que tranza con los otros aunque dice que no tranza con nadie.

No tengo ganas de mucho. Sólo de vivir. Quédense ustedes con el botín. Yo me conformo con visitar algunos sitios, comer algunas cosas. Leer muchos libros. Amar a una mujer.

Anda, Felipe, no quiero morir como tantos otros.

Ahora vivo fuera de México, pero voy seguido. Y cuando voy me gusta ir de un lado a otro por carretera, en coche o en autobús, y me cuentan que eso ahora se paga con la vida.

Pero yo quiero ir, Felipe, y visitar a mis amigos en Monterrey, en Culiacán, en Tijuana, en Juárez. A mi familia de Acapulco, del DF, de Puebla. Todos esos lugares que eran el paraíso.

Aunque tengo amigos que ya nunca voy a ver, Felipe, porque dijiste que los ibas a cuidar y ni la espalda te vieron. Me entero por aquí y por allá que la gente amanece decapitada, degollada, enfosada, colgada, chamuscada, torturada, entambada, baleada, trozada, desollada, encajuelada, empozolada, rafagueada.

Muerta, pa que me entiendas.

Por caridad, Felipe, diles que no me maten. Mira tú cómo andas de un lado para otro y ni quién te haga nada. Otros somos más frágiles, tenemos que rascarnos con nuestras uñas, porque la ley solo nos permite llevar uñas y dientes.

Yo no sé qué pasa, Felipe, porque hace poco las cosas no eran así. Si uno se acercaba a la mujer equivocada, le rompían el hocico, y eso era lo justo. Ahora se amanece muerto.

Si uno quería volver sano a casa, bastaba con fijarse bien en los cruceros. Ahora no se sabe ni por donde llega la muerte. Pero llega.

Tengo planes para hacerme viejo y morir en la cama, sin pena ni gloria. Por eso, Felipe, diles que me dejen morir mañana de las cosas que mueren los viejos. ¿Para qué adelantar las cosas? Porque me cuesta trabajo imaginar morir así, de repente, con un montón de balas en el cuerpo. Sin saber ni por qué. Quiero morir de la mano de mi mujer, no por el dedo de un gatillero.

No, no puedo acostumbrarme a la idea de que me maten.

Tiene que haber alguna esperanza. En algún lugar puede aún quedar alguna esperanza.

Yo nunca le hecho daño a nadie. Pero eso nada cambia. Tú no pareces darte cuenta. Sigues igual, como si estuvieras dormido.

Hay gente que me va a extrañar. Me mirarán a la cara y creerán que no soy yo. Se les afigurará que me ha comido el coyote cuando me vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como me dieron.


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