lunes, 30 de agosto de 2010

Ya no te necesito

30/Agosto/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

“Ya no te necesito”, dice a su madre un niño de cinco años después de enfadarse con ella. Y la madre casi enloquece en el relato de Arthur Miller que tiene el mismo título: Ya no te necesito. Y me pregunto ¿cómo no tuve yo esa misma convicción cuando era un niño? De ninguna manera, imposible, en mi caso habría sido totalmente distinto. Quiero decir que a los cinco años necesitaba más que nunca de mi madre. Después, cuando me convertí en un adolescente ella me dijo: “Eres un arrogante y vas a terminar mal”. ¿Y qué puedo hacer? No lograré hacerme un hombre humilde de la noche a la mañana. “Pinche Mongolia Exterior”, me repito siempre que cometo un disparate o que tengo que ceder ante una persona que quiero. ¡Qué odiosas resultan las personas que uno ama! Se debe tener tanto cuidado con ellas como si fueran cáscaras de plátano. De lo contrario: al suelo. ¿Por qué nombran Miss Universo a una persona si no hemos visto aún a la viejas de otras galaxias?, se preguntaría Filiberto García, personaje central de El complot mongol, esa novela de Rafael Bernal a quien sólo hemos tenido oportunidad de leer en una diminuta porción del planeta Tierra. Todas las concursantes son la misma cosa, tienen las mismas medidas, son hermosas y dicen los mismos disparates. Qué cosa tan extraña es el universo que se deja representar por una terrícola. ¡Pinche Mongolia Exterior!

¿Ya no te necesito?, pero si ni siquiera podía amarar los cordeles de mis zapatos a los nueve años. Y entonces, ¿de dónde proviene la arrogancia? Además cultivo el desaliño. Me provocan una honda tristeza todos esos que tienen demasiado cuidado en su persona. He estado a punto de soltar las lágrimas cuando anteayer he visto a un hombre con los zapatos limpios y lustrosos como aluminio. Y los trajes sin arrugas. Y las combinaciones perfectas entre pantalón, camisa y saco. Es en verdad desquiciante toda esta farsa. Tengo deseos de llorar. ¡Pinche Mongolia Exterior! Una pareja de amigos que vive en Londres desea adoptar a un niño mexicano. Ella es oaxaqueña y él es inglés. Tienen años intentando sortear los trámites necesarios. Como respuesta han recibido en su casa a decenas de visitadores de una institución federal que van a Londres sólo para comprobar si los aspirantes a padres son honorables (los gastos que causan estos viajes corren por cuenta de mis amigos). Los visitadores no avalan todavía la adopción, pero van y vienen de Europa. Qué buena vida esta de determinar la calidad moral de las personas. Me alegra no tener hijos. Me los imagino gritando a coro: “¡Ya no te necesitamos!”.

Debo terminar este artículo antes de que la depresión me sepulte a profundidades que ni el mismo demonio conoce. Me ha escrito una joven amiga que desea estudiar periodismo. Me dice que en su escuela 30 alumnos aspiran a trabajar en televisión y sólo ella desea hacerlo en un periódico. Ella se ha vuelto ahora una especie de alien, una intrusa que viaja en un cohete espacial (su salón de clases) en busca de la fama. Y además esos chicos no quieren leer, no saben qué es eso, no comprenden siquiera por qué existen todavía ficciones, me dice mi amiga a quien he recomendado una lista de 20 novelas breves. Y como nuevo viejo que soy me pregunto: ¿Que han hecho con todos estos niños? ¿En qué momento los destruyeron de esa manera? De inmediato me arrepiento: ¿qué me importa? El mundo comienza a serme totalmente ajeno y eso es lo más parecido a una liberación. ¡Ya no los necesito! Tal será desde ahora mi sentencia de batalla. A ver si es cierto, cobarde, ya te veremos en una cama de hospital llorando y pidiéndole a tu madre que vuelva.

Una terrícola que es reina del universo, unos burócratas que viajan a Europa a expensas de un niño, un ejército de párvulos que quieren salir en televisión, un hombre que bolea sus zapatos hasta borrarse el dedo meñique del pie, un hombre que come fruta para estar sano, qué mundo me ha tocado vivir: ¡pinche Mongolia Exterior!

sábado, 28 de agosto de 2010

La crítica y las becas

28/Agosto/2010
Laberinto
Víctor Manuel Mendiola

¿Ha sido una buena idea la fundación y el desarrollo del Sistema Nacional de Creadores? Yo creo que ha sido una magnífica idea. En un país en donde los empresarios, los políticos, los abogados y los economistas no han estado a la altura de las necesidades ni de los retos de una sociedad desgarrada por diferencias terribles y cada vez más complejas, y en el que los artistas son, prácticamente, casi la única razón de orgullo “profesional”, haber constituido un programa para apoyar a uno de los procesos productivos con más historia y más ricos de México, fue un acierto. Y no ha dejado de serlo.

Quienes crearon las becas —entre otros, de manera principal, Octavio Paz— tenían la conciencia clara de que un apoyo decidido a los artistas y escritores sería fundamental para contribuir a la comprensión del hombre y la cultura en México o, al menos, para permitir la sobrevivencia de los responsables del retrato más hondo y vivo del mundo contemporáneo. Lo sabían porque muchos de ellos, en los años cincuenta y sesenta, lograron producir sus obras con soportes económicos provenientes de instituciones públicas o de patrocinios privados. Por ejemplo, Octavio Paz consiguió avanzaren la escritura de El arco y la lira gracias a un apoyo otorgado por el Colegio de México a través de la gestión de Alfonso Reyes. 1 En esos mismos años, el Centro Mexicano de Escritores (CME) también impulsaba, de una manera modesta pero rigurosa y sistemática, la labor de los escritores. El Centro daba becas y distinguía con su gratificación a los jóvenes seleccionados. Este reconocimiento nunca fue una opción de fácil acceso y abierta a cualquiera. No lo fue y no lo es ahora, tanto en México como en otros países. Una muestra internacional de este hecho es el National Endowment for the Arts —financiado por el Congreso de los Estados Unidos y que los republicanos han tratado de destruir sin éxito. En la convocatoria del National Endowment..., una de las cláusulas señala: “La competencia por las becas es sumamente rigurosa” y agrega que “los solicitantes deben considerar cuidadosamente si poseen el nivel nacional exigido antes de enviar sus proyectos.”2

En México o en otros lugares del mundo, el espíritu de la asignación de un apoyo financiero a la calidad intelectual y artística debe buscar las formas de creación más sólidas o prometedoras. Unas veces, el donativo puede estimular una obra ya realizada y, otras, favorecer una obra por venir. Discutir si la distinción debe recaer en una o en otra modalidad (un libro escrito o por escribirse) no tiene solución y es, efectivamente, un despropósito (cuando Rulfo solicitó la beca del CME no tenía libros publicados). Las instituciones otorgan becas para premiar una trayectoria o para alentar nuevas creaciones. No dan un sueldo. No se trata de eso. De lo que sí se trata es de hacer una distinción, distinguir lo muy bueno del resto.

¿Qué determina el grado de interés de un artista? Básicamente: la calidad del vehículo de presentación (editorial, museo, galería o teatro) de su obra, los premios y las distinciones recibidas y, sobre todo, la crítica. En el terreno de la literatura, si un escritor tiene un libro publicado en Anagrama, Debate, Visor o en el F.C.E., Aldus o Almadía y si, además, ha ganado algún premio de valor en México o fuera de México, entonces contará con referencias excelentes. Si este escritor goza de la atención, al mismo tiempo, de críticos verdaderos y no de amigos, adicionalmente poseerá una prueba insoslayable de la calidad de su trabajo. La prueba de fuego de un libro o de un escritor es siempre, en primer lugar, la crítica, la crítica de los artistas y, en especial, la crítica de los creadores con capacidad de reflexión. Sin ésta siempre estaremos lejos de lo significativo y sujetos a las modas mercantiles, a la bonhomía de los amigos o a las urgencias de los promotores de cultura, con buenas intenciones pero a la zaga de las discusiones y de los cambios interesantes de verdad.

¿Han servido las becas del sistema?

En mi opinión, sí han servido y mucho. La obra indiscutible de Francisco Hernández, Antonio Deltoro o Daniel Sada ha sido posible, en buena medida, gracias al apoyo de estas becas. Es cierto, hay quienes han creado una obra sin ningún soporte económico extraordinario, proveniente del Estado. Es el caso de Marco Antonio Campos o de Luis Miguel Aguilar. No obstante, no cabe duda de que una parte de los libros más significativos editados en los últimos años han estado relacionados con el Sistema Nacional de Creadores.

Durante muchos años, en México no hubo dudas de cuáles eran los buenos libros y quiénes eran los buenos escritores, porque los artistas excelentes hacían crítica o, por lo menos, daban su opinión. Hoy la crítica parece estar disminuida y, en ocasiones, atrapada en los lazos de amistad o en los intereses de grupo. El análisis de una obra o el premio a un libro tiene, en ocasiones, más que ver con el conocimiento personal o con el lugar que ocupa un autor en los medios que con la originalidad de un texto. Todo esto no importaría si contáramos con un espacio crítico más activo. Pero esto no sucede por alguna extraña circunstancia, aunque haya todas las condiciones para que sí ocurra. Tan es así que nadie —o casi nadie—advirtió cómo era posible que Luis Miguel Aguilar, quien publicó un libro estupendo de poesía (Las cuentas de la Iliada y otras cuentas) y tiene una trayectoria de escritor de alto nivel, no ganara el Premio Xavier Villaurrutia.

Así, pues, ante el creciente número de obras significativas y la explosión de actividades artísticas en todo el país, lo que la cultura mexicana necesita es la opinión de los críticos, la opinión de los críticos independientes. En lo que hace a la parte oficial, El FONCA hace su trabajo y lo hace bien.

1 Stanton, Anthony, Correspondencia Alfonso Reyes / Octavio Paz (1939 - 1959), FCE, México, 1998, p. 216.
2 National Endowment for the Arts, Literature fellowships: creative writing, [en línea] , [Consulta, agosto 19 de 2010].

Alfonso Reyes no tendrá posteridad

28/Agosto/2010
Laberinto
Heriberto Yépez

Para encontrar buenos libros hay que viajar al pasado. El arte de perdurar de Hugo Hiriart (Almadía, 2010) viola esta ley de la física literaria: es un clásico instantáneo.

Prescindiré de los ensayos posteriores, muy menores —¡alfonsinos!— a “El arte de perdurar”: una obra maestra del ensayo mexicano.

Esta obra de Hiriart no es paseo —la divagación es el mal mayor del ensayo mexicano— sino una teoría que explica por qué un autor perdura y otros se olvidan. El interés arrecia cuando Hiriart ejemplifica a Alfonso Reyes como autor que no tendrá posteridad.

Al extranjero hay que informarle que aquí Reyes es juzgado gran prosista, culmen del Canon. Lo alfonsino es uno de nuestros mitos.

Hiriart argumenta que Reyes erró al “cabalgar de tema en tema”, ¡erudición estulta! Y su estilo “era poco flexible y no le permitía descender ni a lo irracional ni a lo misterioso”. El estilo como té de tila.

“El arte de Reyes es refinamiento esteticista”. Prosar como pasatiempo atemporal. Hiriart lo sentencia: “su cortesía es extrema”. ¿Lo alfonsino? Diplomacia positivista.

Al contrario de nativas creencias, el estilo no prevalece. Lo perdurable reside en la visión vehemente del individuo. La pértiga de la posteridad es la fuerza. Lo métrico es siempre inferior a lo drástico. Quien entrevera ambos deviene clásico.

Hiriart explica por qué Borges, a diferencia, alcanzó la posteridad mundial: “Borges no es, como Reyes, cortés y civilizado; Borges es arbitrario, iconoclasta e imperioso… Borges dominaba el arte de escandalizar”. Reyes no es llamativo ni su página lo especula inolvidable o de caprichosa singularidad. Debido a su “seguridad conservadora” no resulta “claramente identificable”.

Aunque Hiriart no lo diga, lo alfonsino reposa en el pudoroso arte de la paráfrasis y el dilema diletante; vicio compartido por lo paceano y lo monsivíaco, la carencia de conceptos propios y, en consecuencia, el deleite en la orfebrería, los acervos y el circunloquio.

El ensayismo mexicano proviene del peso de la tradición bíblica —que exige el recurso de la glosa— y la concurrente ausencia de competencia filosófica.

Lo alfonsino es la cima de una ensayística donde no hay problemas sino asociaciones; no hay martillo sino convergencias; no hay parresía sino retórica.

En México —dominado por una República de las Letras estatuarias—, ser alfonsino es un elogio. Los ensayistas mexicanos cachorros aún divagan en sus ensayos, y sus reseñistas festejan esos paseos sin desazón o lance. Todo lo que quieren es ser amenos, traviesos, cultos y escribir bonito.

Inesperadamente para este círculo, El arte de perdurar consolidó lo alfonsino como un sosegado vituperio.

Están cayendo los ídolos mexicanos. En este siglo será claro que lo clásico es lo iniciático.

La escritura, un tanteo en la oscuridad

28/Agosto/2010
Laberinto
José Luis Martínez

La escritura no proviene de la reflexión, no proviene del conocimiento, sin embargo, el conocimiento y la reflexión colaboran en la escritura: en la revisión de lo escrito uno trabaja con elementos intelectuales, con la formación que uno tiene, con las lecturas que uno ha hecho.

La escritura nace de una confluencia de factores que tienen que ver con la emotividad, con la inteligencia, con las relaciones humanas, con eso que suele verse con una actitud despectiva: la inspiración, que no es sino un estado psicológico que permite una apertura, una capacidad de coordinar diversos elementos que responden a una incitación intelectual. Hay una especie de maduración interna que indica que uno está en condiciones de escribir.

Cuando uno escribe no sabe muy bien hacia dónde va. La escritura es un tanteo en la oscuridad. Surge de una presión interna que uno sigue y lo lleva a un lugar que ignoraba.

Recuperar lo que está en la interioridad, en la memoria, en la vida del poeta, eso es lo que se intenta a través de la poesía, y para hacerlo no hay una ruta precisa.

El poema aparece —a veces— convocado por una palabra; en ocasiones una palabra llama a las otras y esas palabras que abren los poemas son palabras madre.

Paul Valéry dice que la primera palabra de un poema proviene de Dios. Como yo no soy muy creyente que digamos, pienso que esa primera palabra viene del mundo inconsciente del poeta, que es el resultado de la vida, de las características, del tipo de inteligencia que el poeta tiene; esa primera palabra no es buscada, llega y luego hay que seguir haciendo el poema. Porque un poema es algo complejo: necesita una elaboración, una estructura, una forma que no está hecha y no se puede comprar en el supermercado; no hay tal posibilidad.

La verdadera poesía inventa su forma, no sólo inventa la tonalidad de lo que va a expresar, sino la forma, que es más que la tonalidad, que son los cortes, las aliteraciones, los sonidos que están presentes y que de alguna manera el poeta, en el momento de escribir, tiene que articular, conectar, desarrollar. En poesía, la forma no es un camino secundario, accesorio; la forma es fundamental.

La forma que adquieren los poemas está dada por la respiración de quien escribe, esto es lo que da una personalidad, una repetición tonal, una repetición de acentos que son propios de quien escribe —aunque al momento de escribir no se dé cuenta que los tiene.
Uno lee un poema de Juan L. Ortiz o de Borges y sabe quién es el autor, no hace falta que lea la firma, hay otros elementos que revelan quién es, y en ellos reside la personalidad de un poeta, de un escritor. En la prosa sucede lo mismo: uno lee la prosa de Borges y no se confunde fácilmente, porque hay tonalidades, ritmos, movimientos con el lenguaje que denotan que eso proviene de una fuente
determinada.

Yo tengo mala memoria intelectual, no me acuerdo de muchas cosas leídas o pensadas, muchas cosas que he leído dos o tres veces se me olvidan rápidamente, sin embargo, hay otras que he leído una sola vez y se me han quedado grabadas para siempre. Estos días me acordaba de algunos versos de Ungaretti, un poeta al que quiero mucho y que, por ejemplo, dice: D’altri diluvi una colomba ascolto: “De otros diluvios escucho una paloma”, Ungaretti era un poeta católico y para él la palabra “paloma” tiene aquí un significado simbólico, se refiere al Espíritu Santo.

El silencio es una parte muy importante de la poesía, es anterior a ella y le da espesor a la palabra. En el poema lo que se intenta es cargar de peso a las palabras, no como sucede en la prosa periodística en donde uno va llenando renglones; en la poesía, a veces una sola palabra es suficiente, porque llega imbuida de toda la existencia, registra una gran cantidad de elementos, de significados.

En la frase “el calor dilata los cuerpos”, cada palabra dice lo que dice, ni más ni menos, y el sentido de la expresión es claro. Pero si uno lee en un poema “lago, luna, alba, noche”, pareciera que no es algo comprensible, sin embargo a través de los sonidos se sugieren cosas, se percibe una trama.

Hay un poema de Verlaine que dice: “Les sanglots longs/ des violons/ De l’automne/ blessent mon coeur/ D’une langueur/ monotone”: “Los sollozos largos, lentos, de los violines en las tardes otoñales van resonando en mi alma con monótona calma”, la traducción hace perder prácticamente toda la riqueza que tienen estos versos en francés. En este poema, Verlaine se propuso trabajar con sonidos, quería recoger la importancia de los sonidos, hacerla evidente, y lo hizo.

El poema captura todas las posibilidades de la palabra. Un poema logrado es un poema que usa la palabra en todas sus posibilidades, la carga
de significados, de densidad, de sugerencias, de reminiscencias; esto no es un defecto sino una virtud de la poesía.

Mi relación con la lectura proviene del placer que me provoca; la lectura me brinda la posibilidad de sumergirme en una experiencia distinta a la mía, y en ese sentido me enriquece.

La mejor manera de apropiarse del pensamiento de un poeta es traducirlo, es detenerse en cómo ejerció su oficio, en conocer la mecánica interna de sus poemas.
Nunca he traducido por encargo, siempre he trabajado con los poetas, con los escritores que a mí me interesan. Pavese me interesó vivamente cuando lo descubrí y sentí muchas ganas de traducir sobre todo El oficio del poeta, un libro en el que plantea los problemas específicos de la poesía.

Algunas veces, en clase les ponía a los alumnos algún poema de William Carlos Williams y les pedía que lo tradujeran. Había veinte alumnos y veinte versiones distintas del mismo poema, porque la traducción es también una forma de creación, un ejercicio realmente importante para alguien que desea escribir.

El magisterio es la oportunidad de tener un público cautivo. Como profesor, yo hice leer a mis alumnos a muchos escritores que para mí son importantes. Este tipo de lecturas ayudan a la poesía, abren la posibilidad de que uno, por su cuenta, llegue al poema, de que se lance por sí mismo a la búsqueda de los poetas.

Editar una revista de poesía y de reflexión sobre poesía como El poeta y su trabajo es un intento de crear o ayudar a crear un público, de desarrollar un gusto por la poesía, algo que no hacen ni las escuelas, ni las universidades, ni las revistas que acogen todo tipo de materiales sin ningún juicio crítico o analítico.

En la poesía hay afinidades, relaciones, aproximaciones que se dan de una manera accidental y que dejan huella. Si uno descubre a un poeta que nadie valora todavía, pero que considera importante, esto le ayudará toda la vida; la poesía suele darse también a través de estos descubrimiento. Por eso, el mejor estímulo para editar una revista no es publicar materiales de autores famosos, sino de los que aún son desconocidos.

En la actual poesía mexicana veo una deficiencia: el uso de un lenguaje que no es el cotidiano, que no es el lenguaje cargado de la experiencia de todos los días, como el que utilizó William Carlos Williams, quien escribió una poesía hecha con la lengua hablada de Estados Unidos, con el ritmo de esa lengua, que encontró y estableció una relación entre el mundo real y la expresión literaria de ese mundo.

La poesía debe reunir las características del mundo y de la lengua del poeta. Cuando yo escribo: “Es/ ahora/ apenas el alba/ el vacío inicial/ de la mañana// el vacío mayor/ que se deshace/ afuera// aquí/ la lámpara/ abre otro/ espacio// y el libro/ río/ sin orillas/ sube de pronto// hay un recipiente/ azul/ reposando a tu/ costado/ y las paredes/ lisas// un espacio real/ un abrigo/ diría/ contra una/ desdicha/ que se impone”, todas las palabras son de uso diario, porque creo que la verdadera poesía está hecha con ese lenguaje, no con el lenguaje excepcional, sino con el que nos enseñaron en nuestra casa.

Hay un trabajo de Juan José Saer sobre el lenguaje. Afirma que en el poema 23 de Trilce, Vallejo escribe: “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos/ pura yema infantil innumerable, madre.” En esa primera estrofa utiliza la palabra “madre”, pero al final, cuando pareciera que se quiere reencontrar con el lenguaje que ella le enseñó ya no dice “madre”, dice “mamá”.


En su departamento, al sur de la Ciudad de México, Hugo Gola habla de su nuevo libro: Retomas, publicado por Aldus. De ojos azules y cejas pobladas, explica:

—Yo nunca escribo libros, escribo poemas, al cabo de un tiempo los reviso y si no me dejan totalmente disconforme los reúno e intento publicarlos. Así ha sucedido con este libro:

Retomas, que apareció primero en la editorial Alción de Argentina, donde está también Prosas, un conjunto de notas sobre poesía, literatura, escritores; son apuntes, esbozos, porque a mí no me gusta escribir ensayos, para hacerlo se necesitan muchos conocimientos y yo más bien tengo pocos, que además se me van borrando porque tengo muy mala memoria.

El título del libro —dice— proviene de alguna manera del cine:

—Cuando se filma una película se hace una toma y luego otra; es decir: una retoma, de esta manera se asegura el trabajo. El nombre también tiene que ver con hecho de que en el libro retomo los temas en los que suelo incursionar.

Exiliado en México desde 1976, Hugo Gola nació en 1927 en Pilar, provincia de Santa Fe, Argentina. Editor, traductor, profesor de literatura, es sobre todo poeta. En 2004, el Fondo de Cultura Económica reunió su poesía en el libro Filtraciones.

Al referirse a ese material, al que incluye en

Retomas y al que continúa escribiendo en su casa, austera, con pocos muebles y muchos libros, asegura:

—En él está mi manera de relacionarme con mis amigos, está la recordación de lo que he vivido y leído.

Unas de las actividades por las que Hugo Gola tiene mayor reconocimiento, es por la editor de libros y revistas de poesía y de reflexión sobre poesía, como él siempre enfatiza.

—En México —comenta—, la primera revista que hice fue El poeta y su trabajo (1980-84) en la Universidad de Puebla. La segunda fue Poesía y poética, que publicó la Universidad Iberoamericana durante diez años, a partir de 1990. Y la tercera es El poeta y su trabajo, que en su nueva etapa apareció en el 2000 y que, como las anteriores, tiene un considerable nivel de exigencia.

Además de Retomas, Gola acaba de publicar Las vueltas del río: Juan L. Ortiz y Juan José Saer (Mangos de Hacha, 2010), donde rinde homenaje a sus dos grandes amigos y maestros.

La providencia literaria

28/Agosto/2010
Laberinto
Armando González Torres

Hay una imagen ideal del escritor como un ser invadido por un furor creativo, que lo despoja de cualquier ánimo de recompensa material o del mínimo sentido práctico. Para este artista ideal (cercano al linaje de los hoy tan famosos escritores del “no” y de la renuncia), el objetivo de la obra culmina en la fase de elaboración, por lo que el proceso de circulación y recepción resulta absolutamente secundario. Así, el artista crea la obra, pero su aterrizaje es producto de un azar, de una suerte de voluntad superior que supera las reticencias del propio creador y las dificultades del ambiente y permite que llegue al público. La difusión de Kafka, Walser y muchos otros se reputa producto de estas casualidades y un escalofrío suele presentarse cuando se piensa que la ausencia de un simple detalle (la necedad de Max Brod para desobedecer a su amigo) hubiera privado al mundo de estas obras. Existiría, pues, una providencia literaria que permite que el milagro de la creación sea incluido en el circuito comercial donde lo podemos gozar los profanos. Es cierto que pueden documentarse casos de rescates, descubrimientos y exhumaciones prodigiosas en la literatura; sin embargo, el concepto de providencia artística cae más en el terreno de la mercadotecnia literaria y la labia de los autores. De hecho, muchas obras consagradas suelen patrocinar la propia mitología de su creación y a menudo adicionan la historia fabulosa de cómo, pese a la suma de adversidades, se escribieron, descubrieron o editaron. Esta historia subsidiaria de ciertos libros suele estar plagada de vocaciones abismales, privaciones, rescates de manuscritos arrojados a la basura o destinados al fuego, solidaridades insólitas de mecenas desconocidos y, en fin, una abundante intervención de la providencia literaria que, en su despliegue, impide que una obra maestra sea abortada.

Por supuesto, esto representa un valor agregado para el lector, ávido de diferenciación como consumidor e intimidad con el autor, pues no es lo mismo leer una obra producida en serie que una obra fruto de la máxima consagración artística combinada con la máxima casualidad. De hecho, hay casos donde las peripecias editoriales de una obra son tan conocidas como la obra misma. Piénsese en la historia de las aflicciones editoriales de Cien años de soledad, que, gracias al propio García Márquez, se ha convertido en un legendario relato que narra el heroísmo familiar para resistir 18 meses de trabajo sin ingresos y que agrega detalles de realismo mágico, como el manuscrito que se le cae a la mecanógrafa en un charco y debe ser secado con una plancha o el envío de la novela por partes, ya que no alcanza el dinero para enviarla de una vez. Desde estos pintorescos lances para la tribuna hasta los casos más dramáticos, la historia paralela de la literatura abunda en anécdotas que pretenden agregar a la sustancia de la obra, el propio prodigio de su supervivencia.

lunes, 23 de agosto de 2010

Escarnio público

23/Agosto/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Cultivar y continuar de manera consciente una tradición posee, como se sabe, ventajas y desventuras. Necesitamos de las tradiciones para inventarnos un pasado (religiones, mitos, historia) y continuar la marcha hacia adelante. Sin embargo, la sumisión absoluta a esas costumbres limita seriamente la libertad y también el poder de la imaginación. Limitados a rendir cuentas a las normas de la tradición el horizonte abierto se desvanece. Es por ello que las religiones, cuando pierden su esencia espiritual, su efecto ético en el ánimo de los feligreses, mutan en tradiciones muertas y rituales que, como las estrellas, van perdiendo energía hasta que terminan siendo oscuridad y vacío. No creo que haya mucho misterio en esto. Es nada menos que la dictadura de la entropía.

Uno de los fines de las democracias liberales es impedir que las iglesias castiguen a sus fieles violando sus derechos elementales (evitar que los encarcelen, azoten o sometan al escarnio público). Este es un enorme privilegio para los individuos, las comunidades tolerantes y para las sociedades abiertas e inclusivas. Si los representantes de una iglesia en caída (como parece ser el caso de la iglesia católica) toman posiciones extremas y se oponen al cultivo de las libertades elementales en nombre de una tradición que sólo a ellos y a sus seguidores concierne, lo que hacen es llevar a cabo una revolución en contra los estados liberales.

Yo prefiero pensar que el otro es distinto a mí pues de esa manera me esfuerzo por comprenderlo. La democracia es finalmente un vivir entre extraños que se han puesto de acuerdo y si bien la misma doctrina ética que sostiene la existencia de derechos universales resulta también una especie de imposición moral, su virtud reside en que estimula la tolerancia hacia quienes no son como nosotros.

Las ofensas verbales del cardenal Sandoval Iñiguez, desde mi punto de vista, dejan ver no sólo una ausencia de juicio, tolerancia y humanismo, sino sobre todo muestran la desesperación de una iglesia que se ve incapaz de imponer sus dogmas a absolutamente todas las personas. Tratándose, además, de una comunidad cristiana y bondadosa uno se pregunta por qué razón sostienen una oposición tan radical a las adopciones de menores por parte de homosexuales y a los matrimonios entre personas de un mismo género y no levantan un dedo para señalar las enormes diferencias económicas que existen entre sus feligreses: no les duele la pobreza, pero sí el sexo. Las adopciones de menores por homosexuales debería ser para el Estado una pura y mera cuestión técnica. Un niño tiene derecho a crecer cobijado por una buena educación y preservado en sus derechos civiles. Y para ello no tendría que importar si los padres son o no homosexuales: si sólo bastara que los padres fueran heterosexuales para dar a los menores una buena educación, la sociedad mexicana no estaría en el estado lamentable en el que se encuentra.

Un detalle trágico es el encono, rabia y desprecio con que el cardenal se refiere a los homosexuales. Tomando en cuenta los numerosos casos de pederastia en que han incurrido los sacerdotes, no me sería extraño que un encono de tales dimensiones encubriera aspectos personales un tanto ambiguos. Una iglesia representada por estos hombres no ayuda en nada a la democracia y al respeto de las libertades individuales. Es paradójico que en este momento de la historia se deba pedir a los religiosos que no estorben en la construcción de una sociedad menos rencorosa y violenta. Argumentación, diálogo entre razón y creencia, conciencia de que el mundo no nos pertenece, reconocimiento de los otros como seres distintos, cultivo de un lenguaje más profundo e inteligente, puesta en duda de las tradiciones, rectificación, reflexión, cultivo del pensamiento, todo ello se me antoja aún más deseable cuando escucho a los cardenales.

domingo, 22 de agosto de 2010

La novel literatura Argentina

22/Agosto/2010
Jornada Semanal
Juan Manuel García

Lejana en su ubicación geográfica del resto de la América mestiza, Argentina en sus letras se ha construido con una ineludible sombra de melancolía. ¿Alguien puede decir que hay una poesía más desencantada y dolida que la de Alejandra Pizarnik?

Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares como bandera, entre muchos otros que urdieron el corpus literario de este país austral en los textos de un Osvaldo Lamborghini, Ernesto Sábato, Silvina Ocampo, Manuel Puig y más recientemente, Tomás Eloy Martínez, Ricardo Piglia, César Aira y Rodrigo Fresán (disculpe el lector las omisiones), denotan, cada uno en sus temáticas y estéticas propias, un hálito de la tristeza mezclada con el gozo y lo fantástico en varias de sus narraciones. También hay humor, un humor corrosivo o, como escribiría un colega argentino, “desopilante”.

La otrora América de Europa, Buenos Aires capital, la ciudad que tanto se ha ensoñado y enseñoreado de sus construcciones más semejantes a una metrópolis de Londres que a un pedazo de esto que llamamos latinoamericano, ha buscado, al igual que sus narradores contemporáneos, entrar a la puerta de Europa a través de sus letras, o al menos eso es lo que se lee en las temáticas de los textos que han hecho suyo el Premio Herralde o el Planeta en los últimos dos años, sobre todo con El enigma de París, de Pablo de Santis (Premio Iberoamericano Planeta-Casa América 2007), en donde la acción se ubica en París durante 1889. Ahí sucede una serie de asesinatos, justo cuando está construyéndose la Torre Eiffel. Ciencias morales, de Martín Kohan (Premio Herralde 2007), centra sus preocupaciones, al igual que Alan Pauls, en los mecanismos de la dic-tadura y la opresión. Esta última novela se desarrolla en el Colegio Nacional de Buenos Aires, durante la Guerra de las Malvinas.

Pauls en tanto ganó también el Herralde en 2003 con El Pasado,y recién publicó Historia del llanto, que narra la educación sentimental y política de un joven en la década de los setenta, tiempo de guerrilla en Argentina.

Entre los autores extraños se ubican Fogwill y Marcelo Cohen, quienes cuentan ya con varios años en la palestra literaria y una cantidad importante de obra publicada, pero aún son un rara avis en el abanico literario de la Argentina actual.

Con seguidores de culto, el primero es un monstruo indomable que ha escrito en trance y éxtasis. De entre sus muchos trabajos son memorables la novela Los Pychyciegos y el libro de cuentos Pájaros de la cabeza.

Cohen se propuso una empresa épica para entregar en su penúltima novela Donde yo no estaba (2006), un relato de ochocientas páginas, considerada novela decimonónica del siglo xxi por la crítica y en donde el autor se introduce en la vida de Aliano, su personaje, para quien escribir en su diario es una manera de borrarse del mundo.

Entrada en la cincuentena de edad, Sergio Bizzio ha sido calificado por la prensa argentina como quien escribe las historias más delirantes de su país. Con Rabia, la fracturada historia de amor entre Rosa y José María, Bizzio ganó en 2004 en España el Premio Internacional de Novela de la Diversidad. Y ya Gillermo del Toro prepara la adaptación de esta novela al cine.

También guionista y director de cine, este autor podría ubicársele más en nuestro país, pues su relato. “Cinismo”, lo llevó recientemente al cine Lucía Puenzo con el título XXY, cinta que conquistó el Premio de la Crítica en Cannes (2007). Igualmente son recomendables sus novelas Realidad y Era del cielo, en donde Bizzio hace literatura de un asalto a una televisora por un grupo terrorista islámico en la primera, o bien, en la segunda, donde cuenta la historia de un guionista que presencia una violación a su mujer.

LA JOVEN GUARDIA

Entramos en la década de los setenta, aquellos treintañeros que publican, y mucho, en la Argentina.

Nombrarlos a todos no es el fin ni tampoco agrupar sus temas, pues a la par de su diversidad en intereses literarios, los narradores y narradoras (principalmente cuentistas que ya han publicado varios de ellos sus novelas en los sellos más importantes de esta región y tienen incluso resonancia sobre todo en España y Brasil), se sostienen en la inabarcable geografía de cuanto pueda ser susceptible de contarse.

Veamos un primer acercamiento, apretemos el zoom: durante el periodo 2005 a 2007 se publicaron cuatro antologías de cuentos de nueva literatura argentina. La joven guardia, que agrupa a escritores de entre veinticinco y treinta y cinco años, Una terraza propia, ambas editadas por Norma. En celo (Sudamericana), que contiene relatos dedicados exclusivamente al sexo y Buenos Aires escala 1:1 (Entropía), cuyos cuentos hablan de los barrios porteños.

La multiplicidad de voces se dispara en la lectura de estos textos, que dan cuenta de una bizarría extrema de la forma en cómo se cuenta hoy en Argentina, así como desde qué esquina se ubican los cuentistas (género muy prolífico allá y publicable por editoriales) para detonar sus cosmogonías y entonar en su voz literaria las diversas caras de la ¿realidad y espejismo de su país?

Se grita, se susurra, hay denuncia, explicación, dudas, bromas, reflexión, exorcismos varios, crítica e interpelación con nuevas preguntas en el imaginario de los escritores noveles. Una socarronería sin par se respira en las líneas que pueblan las páginas de las antologías referidas y otros libros.

Hay exacerbación de la realidad, una mirada lúcida y desorbitante de las instituciones en todos los sentidos. Violencia en el lenguaje, violencia verbal, en algunos trabajo de verdaderos artesanos de la palabra, cinismo y juego.

Aventuro a continuación en los temas de los cuentistas un somero intento de síntesis al más puro estilo de agrupación de tesis literaria: la infancia e iniciación, narradas pocas veces desde el realismo “puro”, casi siempre desde uno agujereado por el exceso expresionista, se detecta en: Pablo Ramos, Selva Almada, Fabián Casas, Ariel Bermani.

También tenemos incursiones del género fantástico donde, a diferencia de Borges o Cortázar, no se busca ni un centro del mandala ni un saber, como en los cuentos de Gustavo Nielsen, Samanta Schweblin, Fernanda García Curten o Alejandro López.

Félix Bruzzone, que acaba de publicar Los Topos y Romina Doval, recurren al minimalismo.

Mucha de la frustración política argentina y resaca de la crisis de 2001 se lee en los escritos de Florencia Abbate y Pedro Mairal, aunque además hay lugar para los excesos del cuerpo o bien una morbosa fascinación ante los medios de comunicación (Juan Terranova y Mairal, por ejemplo).

Pudieran trazarse más rutas o nombres, cientos de nombres, y armar con ellos el rompecabezas de historias, varias de las cuales han recibido elogios sin par por los propios compatriotas y, quiérase o no, los treintañeros, esta sub 30, constituye lo más granado de la literatura argentina.

MÁS NOVÍSIMOS Y EL HITO

La publicación de La joven guardia, nueva narrativa argentina, compilada por Maximiliano Tomás y que apareció en 2005, hizo ruido en el ámbito literario argentino por la vitalidad de las narraciones y el surgimiento de conocidos y nuevos nombres que cumplieron con el requisito para ser considerados dentro de esta antología: haber nacido en Argentina a partir de 1970 y tener una obra publicada o en proceso de publicación en cualquier editorial.

El resultado fue la “presentación en sociedad” de veinte jóvenes narradores, muchos de ellos ahora novelistas, que subieron al estrado de la crítica y el público para ser iluminados por los reflectores de las letras, como Florencia Abbate, Gabriela Bejerman, Romina Doval, Gonzalo Garcés, Pedro Mairal, Maximiliano Matayoshi, Samanta Schweblin y Juan Terranova.

El libro, que abre con el cuento “El hipnotizador personal”, de Pedro Mairal, y cierra con “En silencio”, de Maximiliano Matayoshi, atendió todas las tendencias y estilos narrativos, lo que le valió, al igual que el reconocimiento de los editores y escritores de carrera, también la crítica de detractores que vieron en esta selección una apuesta incompleta y centrada mayormente en los narradores de Buenos Aires.

Los narradores concentrados en La joven guardia provienen de distintas formaciones y experiencias en la escritura, lo que hace que su producción variopinta esté plagada de matices urbanos, con escatología, mezcla de ciencia ficción, realidad, así como un marcado acento de resistencia y vulnerabilidad, con guiños a la infancia o los conflictos familiares. Casi todos ellos están marcados por la década de los noventa. El menemismo y la crisis económica de ese país en 2001, permeó decididamente su vida y su producción.

Dos de los antologados, Gonzalo Garcés y Pedro Mairal, fueron elegidos como los representantes más destacados de la nueva literatura argentina en el encuentro Bogotá 39, que reunió en Colombia (2007) a los treinta y nueve escritores de ficción menores de treinta y nueve años más relevantes de América Latina.

En 2008 salió una reedición del libro, que además de incluir a los veinte primeros, añadió los nombres de Félix Bruzzone (1976), Iosi Havilio (1974) y Andrés Neuman (1977), escritores que en los cuatro últimos años han producido una obra imprescindible para entender el campo actual de las letras australes.

ÚLTIMA POSTAL ANTES DE SALIR

Aventurar los nombres de otros narradores, cuentistas y novelistas que desde sus lugares de origen o bien desde el exilio escriben de y para Argentina, resulta apenas una invitación a leerlos y asir su mundo narrativo.

Uno de los más jóvenes, Maximiliano Matayoshi (Buenos Aires, 1979), ganó con su primera novela Gaijin (2003), el Primer Premio de Novela unam-Alfaguara. Descendiente de japoneses, Matayoshi ubica sus narraciones como un exorcismo ficcional delirante.

Florencia Abate (Buenos Aires, 1976) en tanto, es una destacada narradora, poetisa y periodista cultural en su país. Son recomendables su novela El grito (2004) y los poemas de Neptuno (2005).

Más conocido en el continente, Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) se catapultó a la fama con la célebre Sabrina Love que obtuvo el primer Premio Clarín de Novela. La historia fue llevada al cine por Alejandro Agresti. Mairal publicó también los volúmenes de poesía Tigre como los pájaros (1996) y Consumidor final (2003).

Bien conocido en los circuitos literarios, Andrés Neuman (Buenos Aires 1977), nacionalizado español, ha quedado finalista en dos ocasiones del Premio Herralde de Novela; la primera de ellas, con Bariloche (1999), que cuenta la historia de Demetrio Rota, un recogedor de basura de un barrio de Buenos Aires.

Este apellido, Neuman, ha resonado más en los últimos días porque acaba de obtener en marzo el Premio Alfaguara de Novela 2008 con El viajero del siglo, calificada de obra futurista que sucede en el siglo xix y establece paralelismos entre el vacío de valores de la Europa de Napoleón y la crisis de identidad de la Unión Europea contemporánea. De nuevo, entonces, la mirada del exilio y a Europa.

Opendoor, novela con la que debuta Iosi Havillo, ha cautivado recientemente a la crítica porque da cuenta del agotamiento de los modelos literarios y la forma de narrar. De la protagonista se desconoce prácticamente todo, ella sólo habita en la nada.

A manera de cierre, aparte de todos los mencionados, hay que seguir de cerca la obra de Juan Terranova, Félix Bruzzone, Paula Pérez Alonso, Damián Tabarovsky, Daniel Link y Ariel Magnus; otros nombres se escapan, de nuevo disculpe el lector las omisiones.

Propaganda vs. publicidad

22/Agosto/2010
Jornada Semanal
Luis Enrique Flores

LOS SPOTS

Un grupo de niños juega futbol en la calle. El balón cae en una coladera destapada. Un niño pregunta: “¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?”. Corte. Se ve algo volar por el cielo. Voces de niños: “Es un pájaro…”, “Es un avión…”, “No, es Super Marcelo.” Corte. Aterriza Marcelo Ebrard vestido de superhéroe y dice: “No se preocupen carnalitos, con mis superpoderes sacaré el balón.” Lo hace. Los niños aplauden. Dice Marcelo: “Recuerden, para crecer grandotototes y fuertotototes no dejen de tomar su cereal. Y nunca lo olviden: el sol saldrá para todos mientras haya un rayito de esperanza. Adiós.” Marcelo se aleja volando.

Plano general de una feria de pueblo. Corte. Se ve el carrusel dando vueltas. En un Dumbo va montado Juan Camilo Mouriño1 y come unos panecillos. Se ve feliz. Corte. La cámara da vueltas en el carrusel con toma en close up de Mouriño. Él habla: “Con el cariño de siempre, Mouriño presidente.”

Toma panorámica de una “súper carretera” en la que se ve un coche deportivo sin capota viajando a toda velocidad. Corte. Varias tomas cortas del mismo auto por diversos paisajes. El auto frena con brusquedad. La cámara se acerca vertiginosa al conductor. Es Enrique Peña Nieto, quien viste muy elegante y trae puestos unos lentes oscuros. Su pelo está muy engomado peinado de raya a lado. Dice: “Ser metrosexual es un lujo, pero creo que lo valgo.” Corte. Plano general del auto que en arrancón reinicia la marcha y se pierde entre las curvas.

En un salón de baile hay un pastel muy grande. De éste, sale Martha Sahagún, silbando “La cucaracha.” Entra a cuadro un enanito que grita: “Para la Martha más conocida de México, cualquier publicidad es buena.”

Figuras como éstas son posibles por la confusión actual que existe entre publicidad y propaganda, o más bien la sustitución que ha hecho la última por la primera. Textos como Técnicas de marketing político, Mercadotecnia política, Cómo se vende al candidato, Publicidad política, entre otros, dan cuenta de este fenómeno que empezó en Estados Unidos en la década de los cuarenta del siglo pasado con las campañas electorales2, y que en nuestro país se ha manifestado de forma más clara en los últimos años: la publicidad al servicio de la política.

A QUE NO PUEDES CONFUNDIR SÓLO UNA

No sólo el común de la gente cae en la confusión de términos, algunos autores también lo han hecho y hablan de propaganda y publicidad como una misma cosa; lo hizo el célebre Salvador Novo cuando supeditó la propaganda a la, entonces bogante, publicidad en México, diciendo que la propaganda y las relaciones publicas pertenecían a un todo llamado “publicidad” (Apuntes para una historia de la publicidad en la Ciudad de México, 1968). Un libro exitoso en Estados Unidos fue The hidden persuaders, que en castellano se conoce como Las formas ocultas de la propaganda (1959). Su pecado estuvo precisamente en la traducción, porque otra cosa hubiera sido la traducción literal: Los persuasores ocultos que, precisamente, de eso trata: de la gente que usa la persuasión de manera encubierta en ciertas actividades de la vida cotidiana. El éxito en la propaganda (1975), cuyo título original es Successful publicity (Publicidad exitosa) tiene el mismo problema que el anterior, una traducción no adecuada. Este texto no confunde con descaro los dos términos, pero lo que no se acepta es que, aparte de afirmar que los “norteamericanos inventaron la propaganda” –el término fue acuñado por la Iglesia católica en el Renacimiento– hagan de ésta una receta o un manual de procedimientos –tan habitual en ellos– de cómo, dónde y cuándo usar la propaganda. “El hombre de negocios que quiera incrementar sus ventas…, el presidente del consejo de la liga de mejoramiento civil que desea obtener…, el ama de casa que quiere que su beneficencia venda más…”, etcétera. Sirva esto como ejemplo de equívocos en que han incurrido tanto escritores como editores.

Vale decir que hay autores que sí están consientes de las diferencias y así lo manifiestan en sus textos. Uno de ellos, y tal vez el más pujante, es Eulalio Ferrer (De la Lucha de clases a la lucha de frases, 1995), quien enumera una categorización tanto de semejanzas como de diferencias. Como ejemplo de las primeras dice: “Los mecanismos técnicos de la propaganda y la publicidad coinciden en la forma, en tanto una hace ofertas a un mercado político y otra a un mercado de consumidores, en busca de una elección o preferencia.” También menciona que “la propaganda y la publicidad tienen en común la clave de la promesa, desde ofertas persuasivas y sugerentes de un beneficio o de una satisfacción en el marco concreto de cada una”. En cuanto a las segundas, de las dieciocho diferencias, apuntamos estas: “La propaganda está al servicio de las ideologías y de los dioses. La publicidad está al servicio de los productos y de los servicios. Una dice lo que hay que creer y otra lo que hay que consumir.” Así “la propaganda cultiva el mesianismo de los hombres y la publicidad cultiva el fetichismo de las cosas. Esto es: la propaganda exalta el dominio del hombre sobre el hombre y la publicidad es el instrumento del hombre para el dominio de las cosas, aunque muchas veces las cosas dominen al hombre”.

Otro que hace notar la diferencia es Enrique Guinsberg (Publicidad: manipulación para la reproducción, 1987). “Este trabajo estudia la publicidad en-tendiéndola como conjunto de técnicas dirigidas a atraer la atención del público hacia el consumo de bienes o servicios, aceptándose por tanto que hay una diferencia con propaganda, cuya función sería la transmisión de fines ideológicos y/o políticos.” Comenta que antaño esta separación era real y que hoy más bien es teórica. Lo interesante del estudio de Guinsberg es que pone el dedo en la marca al notar que la publicidad también puede estar cargada de ideología y que, de cierta manera, reproduce el sistema social del gobierno al sugerir y tratar de imponer estilos de vida a través del consumo. “Se trata entonces de meter a la población en el mundo ideal de la superestructura, un mundo construido como paradigma de la adaptación perfecta y de aceptación acrítica de los valores imperantes, un mundo que no es creado por la publicidad pero que ésta apuntala cotidiana e insistentemente a través de la globalidad de su presencia. Nos dice qué es lo bueno para ser una persona ‘correcta’, ‘hermosa’, ‘sana’ y ‘elegante’, qué es lo que debemos hacer, decir y consumir.” Vemos, con esto último, que existe una delgada línea que divide estos dos campos, publicidad-propaganda, y que por lo tanto es fácil de brincar o atravesar y regresarse de nuevo, pero también lo es que sus fines principales y algunos métodos son diferentes. Puede entenderse, dentro del marco del mundo moderno, que la publicidad esté también al servicio de los gobiernos como mecanismo de control social, creadora de “necesidades” y “expectativas”, más relacionadas al consumo y al status que nos pueda brindar ese consumo, pero no a la satisfacción de necesidades de otra índole, como espirituales o políticas, aunque podría decirse que la publicidad busca también suplir esos aspectos del ser humano a través de los objetos fetiche. En este sentido, hay un libro interesante (más de lectura que de consulta), cuyo nombre es muy ilustrativo: Revelarse, vende (2004), en donde se explica cómo la publicidad, dentro del marco de la llamada contracultura, se apropia de los símbolos ideológicos, catalogados como revolucionarios o reaccionarios al sistema imperante y los utiliza como parte de artículos de consumo o de las mismas campañas publicitarias, con la intención de llegar a ese mercado “revolucionario” y ofrecerles productos que satisfagan esa necesidad que, más que ideológica, puede decirse que es de identidad o de pertenencia a un grupo. Por ejemplo, las playeras con la imagen del Che Guevara o de Frida Kahlo.

Existe otro problema: qué hay de los mensajes que emiten los gobiernos para generar o mantener una buena imagen de su quehacer en aspectos no muy políticos como las campañas de salud, de empadronamiento, de población o de promoción de los valores. En nuestro país vemos que esa tarea, aparte de las secretarías correspondientes, se le ha encargado desde los años sesenta al, hasta hace poco, Consejo Nacional de la Publicidad (cnp) (¿por qué no Consejo Nacional de Propaganda?), hoy Consejo de la Comunicación, “voz de las empresas”, el cual insistentemente promueve, bajo su visión, los valores, claro, del gobierno en turno: A favor de lo mejor, Viva la familia, etcétera. ¿De qué se trata entonces si estos actores ni hacen publicidad como tal (promover mercancías y servicios), ni hacen propaganda total (campañas electorales o la adición a un partido político, movimiento social, credo o culto religioso)? Para responder el cuestionamiento diríamos que se trata de otro tipo de publicidad llamada “institucional”. Pero, en cierto modo, ¿no estaríamos hablando también de propaganda, en el supuesto de que se están promoviendo los valores de la sociedad, por muy cotidianos que parezcan, mismos que han sido orientados, sugeridos o impuestos por las élites de poder? Entonces, si se habla de una publicidad política, ¿por qué no se habla todavía de una publicidad religiosa o de una publicidad castrense? Ni siquiera en el habla común de la gente se dice que el cura está haciendo publicidad con su homilía; como van las cosas muy pronto veremos en la casulla del sacerdote alguna marca comercial.

LAS CAMAS MESTAS SE VOLVIERON LAMAS

¿Cómo explicar que la publicidad, que sucede a la propaganda, ahora se encuentre en un plano superior a ella? Eulalio Ferrer sugeriría una respuesta cercana a decir que la publicidad es una expresión del carácter socioeconómico de nuestro tiempo, donde el mercado manda cada vez más sobre la política. Muy relacionado, Moragas Spa comenta que, en tanto fenómenos (publicidad y propaganda) de la comunicación de masas, entran en la esfera de la economía política. “La búsqueda de la interrelación entre poder económico transnacional y poder político de los medios de comunicación es un ejemplo que muestra cómo la contribución de las diversas ciencias sociales a la búsqueda de las interrelaciones entre elementos del proceso está en la base de una nueva interpretación contextualizada de estos fenómenos sociales.”

Como resultado de esto tenemos que, actualmente, este viraje de la propaganda política hacia la publicidad se está encaminando hacia una esfera más complicada todavía, encargada no sólo de crear estrategias y mensajes persuasivos con el fin de imponer una creencia, una forma de gobierno o la satisfacción de una necesidad, sino que también se investiga a fondo el comportamiento de los públicos, antes de crear estrategias, durante la aplicación de éstas y posterior a ellas, y que se conoce como marketing o estudio de mercado. Con esta misma idea del mercado comercial, se habla en los tiempos actuales de un mercado político e, igual que la publicidad, la propaganda forma parte de éste.

LA CHISPA DE LA VIDA

Finalmente, para seguir el juego de estas fusiones que crean confusiones, habría que sugerirles a los publicistas algunas de estas frases para anunciar productos: por ejemplo, una empresa de detergentes podría acuñar: Fab, en vivo, fab, contigo. Una marca de cacahuates apuntaría: Unidos para botanear. Un enjuague bucal se promovería así: Bienestar para tus encías. Por eso, un estribillo a este parangón de términos sería el siguiente: “En las cosas de mercado,/ la publicidad la mata./ Pero si doctrinas trata,/ la que manda,/ propaganda.”.

1 Esto fue escrito antes de la muerte del, hasta entonces, secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, el 4 de noviembre de 2008.

2 Miquel de Moragas Spa (Sociología de la comunicación de masas III) publica dos artículos al respecto: “La campaña electoral ha terminado” y “Procesos políticos: la misión de los mass-media.”

sábado, 21 de agosto de 2010

Recorrido por los mejores cuentos del siglo XX

21/Agosto/2010
Babelia
Diversos Autores

Eduardo Halfon (Raymond Carver) Catedral (1983)

Hay cuentos que, más allá de contar, estremecen. Parecen conseguir algo más emotivo que intelectual, más asociado con la poesía o la música. Eso logra Carver en Catedral: un cuento llano, de lenguaje franco y austero, sobre un personaje que bebe mucho, que fuma marihuana, que vive anestesiado y aislado de su esposa y del mundo y hasta de sí mismo, como tantos de los personajes de Carver (Estados Unidos, 1938-1988). En este caso, sin embargo, algo le sucede, acaso brevemente, para sacarlo y a la vez sacarnos del oscuro aislamiento de la vida. Carver logra, a través de la portentosa imagen de una catedral, algo más que religioso. En una entrevista lo explicó: "Cuando escribí ese cuento, sentí que era verdaderamente diferente. Sentí un ímpetu real al escribirlo, y eso no sucede con todo cuento. Pero sentí que me había conectado con algo".

Nurria Barrios (James Joyce) Los muertos (1914)

Nieva en Dublín al inicio de Los muertos. Gabriel y su mujer, Gretta, acuden a la cena navideña en casa de sus dos ancianas tías. Aún nieva cuando la pareja vuelve a su hotel. En la habitación, iluminada débilmente por la lámpara de gas de la calle, Gabriel escucha la historia de Michael Furey, que amó a Gretta y murió muy joven. En la penumbra, que es la luz de la memoria, cuando vivos y muertos se aproximan hasta poder abrazarse, los celos se adueñan del corazón del marido. ¿No es mayor el amor que aún siente su mujer por ese fantasma del pasado que el que siente por él? La melancolía de este relato conmovedor está puntuada por la nieve que cae silenciosa en la noche como un hermoso sudario blanco. Joyce (Irlanda, 1882-Suiza, 1941) publicó Los muertos en 1914. Tenía 25 años.

Vicente Molina Foix (James Joyce) La bestia en la jungla (1903)

Aparecido en 1903 dentro de su libro de relatos The Better Sort, 'La bestia en la jungla' es uno de los pocos que James (Estados Unidos, 1843-Inglaterra, 1916) no publicó previamente en las revistas a las que contribuía desde el principio. Siendo extenso, se trata de un cuento desnudo de peripecia, casi abstracto en el tratamiento de la relación entre un hombre que reencuentra a una mujer a la que había hecho una confesión íntima que los separó. En la invisible jungla de los sentimientos descrita con la hipnótica densidad del estilo tardío del autor, la bestia está al acecho, sinuosa y callada, pero salta de modo turbador en el desenlace del cementerio. Sublime historia de amor no realizado (reflejo quizá de la del propio James con la suicida Florence Woolson), esta obra maestra inicia una moderna literatura de nuestra "parte maldita".

Manuel Rivas (Juan Rulfo) No oyes ladrar a los perros (1953)

En Luces de Bohemia, El Preso le dice a Max Estrella: "Su hablar es como de otros tiempos". Esos otros tiempos no son los tiempos más o menos antiguos. Son los tiempos en que la luz y la sombra fermentan con saliva y habla como nunca la boca de la literatura. Y ocurre lo que Lawrence Ferlinghetti ansía en su Poetry as insurgent art: "Compón en la lengua, no en la página". Tal vez he empezado por el final. Todo eso se cumple en No oyes ladrar a los perros (incluido en El llano en llamas). Es un relato bíblico. El andar (¡el hablar!) del padre con el hijo moribundo a cuestas es el tránsito del tiempo a la intemporalidad. Y después de leer todo lo que Juan Rulfo (Sayula, Jalisco, 1917-Ciudad de México, 1986) ha escrito sólo cabe decir: "Amén".

Guadalupe Nettel (Julio Cortazar) Grafitti(1981)

En este cuento, escrito en 1981, lejos de Argentina pero con Buenos Aires en el pensamiento, confluyen varias de las obsesiones del magnífico cuentista que es Cortázar (Bélgica, 1914-Francia, 1984): el amor encontrado a la vuelta de la esquina, casi por azar pero fatalmente; el juego como motor del mundo; los senderos sinuosos de la creación artística, la presencia inequívoca de la crueldad humana; la denuncia de la dictadura, la militancia política. Gracias a la segunda persona en clave porteña, la voz narrativa se torna íntima y adquiere la tesitura de un susurro que apremia. El ritmo del texto es veloz pero a la vez sigiloso y nos conduce, como en un auto sin frenos, a un final sorpresivo en el que se descubre la identidad de la enmascarada narradora. Un desplante de virtuosismo literario pero, además, poderosamente conmovedor.

Fernando Royuela (Ramón del Valle-Inclán) El miedo (1902)

Un cuento es en esencia tensión, intensidad, unidad de efecto y catarsis final. Un buen cuento es todo eso más la emoción que persiste tras su lectura. El miedo es uno de los cuentos que Valle-Inclán (España, 1866-1936) incluyó en Jardín Umbrío, historias de santos y de almas en pena. Son relatos gestados en las regiones sombrías de la imaginación del autor. Fue publicado en El Imparcial, en 1902, y da muestra del preciosismo decadente de las primeras obras de Valle. La evocación de un pasado lejano en el que el narrador nos cuenta un episodio de iniciación justifica el deslumbrante esteticismo de su atrezo. Criptas, serpientes, calaveras y un terror infantil contrapuesto al aplomo necesario para afrontar la vida adulta. Una catarsis estupenda y al final la cobardía como fuente suprema del valor.

Berta Marsé (Truman Capote) Deslumbramiento (1982)

Nueva Orleans, 1932. Aparcado en casa de unos parientes durante el divorcio de sus padres, el niño de ocho años está fascinado por la Sra. Ferguson, tejana, inculta, soltera con seis bastardos, lavandera y, con todo, respetada y temida por sus supuestos poderes, capaz de "enderezar maridos descarriados, devolver el cabello perdido, recobrar fortunas derrochadas". Una bruja que puede convertir los deseos en realidad; y nuestro niño tiene un deseo, un secreto que le preocupa al punto de, para que se haga la magia, robar para ella el collar de su abuela, que ha venido a visitarle. No es un collar valioso, pero eso la Sra. Ferguson no lo sabe; se ha dejado deslumbrar por la piedra amarilla, del tamaño de una garra de gato, simple cristal de roca tallado y teñido que "gira, baila, deslumbra, deslumbra".

Fernando Iwasaki (Jorge Luis Borges) El espejo y la máscara (1975)

El espejo y la máscara (incluido en el volumen de relatos El libro de arena) no tiene la celebridad de Las ruinas circulares, El Aleph, La escritura del dios y otros magistrales cuentos de Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-Suiza, 1986), aunque podría compendiarlos a todos porque allí crepitan la enumeración caótica, la obsesión panteísta y la ambición de cifrar el universo en una palabra, un vórtice o un símbolo. Por otro lado, los poemas que cantan la batalla son obras de arte y al mismo tiempo una teoría del arte. La frase del rey: "Somos figuras de una fábula", supone un guiño a la segunda parte del Don Quijote de la Mancha, y el desenlace de la historia consiente el aroma épico de los mitos y el asombro antiguo de las leyendas populares. Una maravilla.

Ana María Shua (J.D Salinger) El hombre que rie (1953)

En 1953 Salinger publicó nueve cuentos que cambiaron el mundo. "Usarás siempre la palabra más sencilla" fue su máxima. Y el libro se llamó Nueve cuentos. Escoger entre ellos es absurdo, arbitrario. Prefiero, porque sí, El hombre que ríe. Es fácil encontrar los defectos de un mal cuento. Es imposible explicar un cuento perfecto como un árbol. Desafiando teorías, Salinger (Estados Unidos, 1919-2010) cuenta varias historias esenciales y simultáneas. La de un grupo de chicos que se estrellarán de pronto contra el fin de la infancia, la historia de amor del hombre que los lleva a jugar al béisbol en su bus destartalado, y la magnífica historia de un bandido deforme, que con la ayuda del lobo Ala Negra y el enano Omba devasta para siempre la frontera entre China y París.

Juan Gabriel Vásquez (Francis Fitzgerald) Regreso a Babilonia (1929)

En las notas de El último magnate, su novela inconclusa, Fitzgerald (Estados Unidos, 1896-1940) escribió: "Las vidas americanas no tienen segundos actos". Regreso a Babilonia es la confirmación, en una veintena de páginas, de ese veredicto cruel. Charlie Wales tiene 35 años, como Fitzgerald en el momento de escribir el relato; como Fitzgerald, tiene o tuvo problemas con el alcohol. El relato lo sorprende en el momento de su regreso a París, después de pasar allí los años del despilfarro y de sufrir, tras el crash de 1929, el final de aquella vida. Nunca nadie ha contado mejor la relación de los hombres con el dinero. Pero la clave es íntima: un hombre luchando contra sus errores, tratando -infructuosamente, como es debido- de rehacer su vida. El resultado es extraordinario.

Cristina Grande (Ingeborg Bachmann) Problemas, problemas (1972)

El matrimonio es una institución imposible, decía Ingeborg Bachmann en 1973, poco después de ser premiada por Simultáneo (en España titulado Tres senderos hacia el algo). Ingeborg Bachmann (Austria, 1926- Italia, 1973) era una vienesa excéntrica -si puede ser excéntrica una centroeuropea medular-, wittgensteiniana de poderosa mandíbula y un sarcasmo particular, que no distinguía entre un cuento largo y una novela, porque "una historia es como un tejido del que no debe perderse ningún hilo". Beatriz, la protagonista de Problemas, problemas, nunca piensa en el futuro, no trabaja y se deja querer por un casado mayor que ella: "Por un Erich divorciado o viudo nunca se habría molestado en ir hasta RENE para pasarse allí horas meditando entre lavados de cabeza, reflejos, manicuras o depilaciones, y mirándose en los espejos".

José María Merino (Katherune Mansfield) La mosca (1922)

El genio de Chéjov se muestra en su sabiduría para presentarnos con naturalidad concisa una situación capaz de conmovernos por su oculta dimensión dramática. La mosca (1922), de Katherine Mansfield, pertenece a esa estirpe de cuentos. El viejo Woodifield, retirado por enfermedad, hace una rutinaria visita a su antiguo y satisfecho jefe en la City, y le cuenta que sus hijas han visitado en Bélgica el cementerio donde yacen los restos de su propio hijo y del de su ex jefe, muertos seis años antes en la guerra. Cuando el viejo se vaya, el recuerdo conmocionará al financiero, mas su relación con una mosca caída en el tintero mezclará el dolor y el olvido de un modo misterioso, capaz de turbarnos. Preludio y otros relatos. Alianza Editorial, 1993.

Luis Sepúlveda (Ring Lardner) Campeón (1924)

Midge Kelly obtiene su primera victoria por KO a los 17 años, su contrincante es un inválido cuatro años menor que además es su hermano. A partir de ese momento Ring Lardner convierte al lector en second de un púgil que, sin la menor sed de victoria, ganará todos los combates contra la bondad, la decencia, la moral y, justamente por eso, será celebrado. Es un campeón. Lardner (Estados Unidos, 1885-1933) fue un periodista y uno de los padres fundadores del relato social norteamericano. Campeón es un apasionante cuento sobre la autodestrucción y la complicidad de la prensa deportiva que necesita campeones para vender. En 1949, Max Robson dirigió la versión cinematográfica del relato y es el referente de todos los filmes sobre boxeo.

Hipólito Navarro (Medardo Fraile) El álbum (1959)

Lo descubrí en 1979 en una antología junto a una docena de piezas magistrales, entre ellas, La migala, de Arreola, y Axolotl, de Julio Cortázar. No era mala compañía la suya. El cuento de Medardo Fraile (España, 1925) me fascinó tanto como los otros. En El álbum está concentrada la esencia del género, las inmensas posibilidades del relato para contar el universo entero en apenas dos páginas; toda una lección de educación y de economía para cualquier cuentista que se precie. Relata el noviazgo de una humilde pareja que llena sus tardes admirando el álbum que el novio había logrado completar cuando era niño. Las maravillosas estampas de las chocolatinas que les regalan el mundo les roban a la vez el amor, su porvenir juntos...

José Ovejero (Flannery o'Connor) La buena gente del campo (1955)

Este relato atenta contra la mayoría de las poéticas del cuento que conozco. "Que no sobre una palabra, un cuento es como un poema...". Tonterías. Aquí hay digresiones innecesarias, incluso personajes de los que se podría haber prescindido. "En un cuento todo tiene que estar dirigido a un final previsto de antemano...". Más tonterías. O'Connor ignoraba cómo acabaría su cuento. El final, cruel, lógico, perfecto, surge de sus personajes construidos frase a frase. Son ellos los que, tras adquirir consistencia, descubren, con la misma sorpresa que la autora y los lectores, ese final inevitable. La grandeza de este cuento es, precisamente, no respetar ninguna de las normas que deberían haberlo regido; nace, como las mejores obras, de un proceso creativo tan riguroso como libre.

Miguel Ángel (Katherine Mansfield) En la bahia (1921)

La fragilidad de unas vidas tan sagradas como cotidianas. Un día de playa contiene un mundo. Con la refrescante suavidad de una brisa veraniega, Katherine Mansfield (Nueva Zelanda, 1888-Francia, 1923) enfrenta la inocencia infantil con la decepción de los adultos, que sueñan con amantes, envejecen, recuerdan a sus muertos o no desean a sus bebés. Aspiran a que los otros descubran quiénes son en realidad mientras los niños afirman: "¡Qué injustas son las personas mayores!". Es difícil imaginar un cuento que lo parezca menos que este, y al tiempo contenga todas las claves del género: elusión, sugerencia, libertad formal. Una demostración de que el relato no debe ceñirse a normas. Mansfield reconoció no poder olvidar, mientras lo escribía, el ruido del mar.

“Un huevo de porcelana llamado beca”

21/Agosto/2010
Laberinto
Braulio Peralta

Leo para olvidarme de lo que leo: muchos manuscritos, impublicables. Si la gente tuviera idea de las cosas que uno tiene que leer no daría crédito y compadecería a los editores: poemas que no son poemas, cuentos sin ton ni son, crónicas confundidas con el sabor a diario de egos subidos de tono, novelas sin trama ni sustento. Por eso dedico el fin de semana a un clásico de la literatura, para recuperarme. Normalmente, leo, o releo poesía o prosa.

Releo los ensayos de Ezra Pound bajo el nombre de El arte de la poesía, gracias al recordatorio de un queridísimo amigo. En traducción de José Vázquez Amaral, aun no termino el libro y quisiera que no concluyera la lectura. Había olvidado las reglas del arte, todo: el que se dedica al teatro, la prosa y la poesía, la pintura misma. Libro de juventud, me rescata en mi edad otoñal (no me atrevo a hablar de madurez).

Nos dice cómo “leer menos con mayor provecho”. Y de repente, aparece una cita que debí haber puesto en mi columna anterior sobre las becas del Estado. Sin pierde: “A partir de 1848 se observó, en Alemania, que algunas gentes pensaban. Se hacía necesario restringir esa peligrosa actividad; a los pensadores se les dio un huevo de porcelana llamado beca, y poco a poco se les incapacitó para la vida activa, o para cualquier contacto con la vida en general. La literatura era permitida como objeto de estudio. Y su estudio se estructuró de tal manera que la mente del estudiante se desviara de la literatura a la sandez”.

Pound no para en esa idea. Describe la razón de los libros. Simple en su enseñar: “En la medida en que una obra es exacta, es decir, fiel a la conciencia humana y a la naturaleza del hombre, en la medida en que formula con exactitud el deseo, será duradera y será ‘útil’; quiero decir que mantiene la claridad y precisión del pensamiento, no sólo para el beneficio de algunos diletantes… sino… fuera de los círculos literarios y en una existencia no literaria, en la vida general comunal e individual”. O se corrompe: “se torna fangosa e inexacta, excesiva e hinchada”.

El poeta de los Cantares hace una disección cruel de por qué sólo algunos libros quedan en la historia de la humanidad. “Los inventores”, “los maestros”, son pocos; “los diluidores”, una variante más débil “que produce la mayor parte de lo que se escribe”. “Los que hacen una obra más o menos buena en el estilo más o menos bueno de un periodo. De ellos están llenas las deliciosas antologías, los cancioneros, y elegir entre ellos es cuestión de gustos”.

Lo dice un clásico, no un humilde servidor que ha pretendido ejercer el papel de crítico, al que Pound recomienda: “si se quiere ser un buen crítico es menester indagarlo por cuenta propia… Sugiero mandar al diablo a cuanto crítico emplee términos generales vagos. No sólo a los que usan términos vagos por ser demasiado ignorantes para tener algo qué decir; sino también a los críticos que emplean términos vagos para ocultar lo que quieren decir, y a todos los críticos que emplean los términos tan vagamente que el lector puede creer que está de acuerdo con ellos o que asiente a sus afirmaciones cuando de hecho no es así”.

Y la sentencia del poeta: “el arte de escribir versos ya no se puede entender claramente sin el estudio del arte de escribir en prosa… el arte serio de escribir ‘se pasó a la prosa’”.

Coda

“La gran literatura es sencillamente idioma cargado de significado hasta el máximo de sus posibilidades”.

De ahí mi propuesta de becar a un libro, no a un autor.

La otra raza cósmica de Vasconcelos

21/Agosto/2010
Laberinto
Evodio Escalante

Lo menos que puede decirse es que estamos ante una auténtica sorpresa. A más de cincuenta años del fallecimiento del más controvertido de nuestros pensadores, nadie imaginaría que andaba por ahí volando en el aire un libro inédito de José Vasconcelos. La publicación de La otra raza cósmica resulta por este motivo un hallazgo notable, producto directo del interés de Heriberto Yépez por destacar la figura de quien es para él el primer intelectual post-nacional que ha dado el país. En trance de escribir un libro sobre Vasconcelos, y hurgando en la de por sí abundante bibliografía del “escritor mexicano que más ideas ha tenido”, Yépez encontró unas conferencias que habría sustentado Vasconcelos en la Universidad de Chicago en 1926 y que no fueron incorporadas a las obras completas del autor: eran por lo tanto completamente desconocidas entre nosotros. Las tradujo en excelente español y les encontró un título a la vez propicio y provocador. Por la cercanía temporal y por la veta temática (la primera edición de La raza cósmica es de 1925), nos encontramos, en efecto, ante lo que bien podría ser la otra cara de una misma moneda: la tesis mesiánica de una raza mestiza que estaría destinada a implantar una nueva época en la historia del mundo, inaugurando con ello una etapa definitiva de progreso, armonía y disfrute estético, permanece en lo esencial la misma, aunque eso sí, atemperado en este caso el proverbial anti-yanquismo del autor por la doble circunstancia de dirigirse a un público norteamericano culto y, acaso, (atrevo la conjetura) porque ya avizoraba Vasconcelos que cierta simpatía de los círculos dirigentes del país anglosajón podría hacerle falta a la hora en que emprendiese sus futuras campañas políticas.

No por ello, de ningún modo, es un libro oportunista. De hecho, La otra raza cósmica podría antojarse en varios sentidos superior a su precedente inmediato. No se nos olvide que la prosa de Vasconcelos, arrebatada y arbitraria en largos pasajes, podía ser en sus momentos de felicidad estilística tan sugerente y fluida como la de su amigo Alfonso Reyes. Pero no se nos olvide tampoco que era un visionario, un pensador ebullente y original, muchas de cuyas ideas se diseminaron con éxito en nuestro medio, y que el propio Reyes en sus textos sociales llegó a reciclar de manera explícita algunos de sus conceptos como puede constatarlo quienquiera que revise las páginas de su famoso Discurso por Virgilio (1931). La prosa que ahora Yépez como buen “partero de las ideas” rescata del limbo de la inexistencia pertenece a la mejor estirpe vasconceliana: suelta, inventiva, magnánima, elevada y poderosa pero también flexible. El Vasconcelos demócrata e idealista brilla en estos textos con un resplandor que le permite codearse sin complejos con cumbres como Sarmiento, Bolívar y Andrés Bello. Así de poderoso y efectivo es el talante de su logos.

El libro está dividido en tres secciones, lo que corresponde a las tres conferencias impartidas por el autor: I. Similitud y contraste; II. La democracia en América Latina; y III. El problema racial en Latinoamérica. El filósofo de la historia y el experto en asuntos de geopolítica que quería ser Vasconcelos emergen desde los primeros renglones del texto. Impresionan su visión global de la historia de México, su idea del “desarrollo interrumpido” de las etnias indígenas de nuestro país, su manera de alabar el instinto de mestizaje con el que llegaron aquí los españoles, su visión ciclónica del paisaje americano, su descripción tumultuosa de la altiplanicie como escarpa geográfica que obliga al titanismo de sus habitantes, y más en lo amplio, su visión de la América toda como dividida en tres grandes zonas o regiones que imponen modos distintos de civilización, desde la América del Norte hasta la Patagonia. Como ombligo de su ejercicio de anatomía geográfica: las selvas, las zonas tórridas, que se yerguen como tremendo reto al impulso constructor de los hombres. Vasconcelos reitera aquí una tesis que ya había sostenido en La raza cósmica: “El mundo futuro será de quien conquiste la región amazónica.” En la versión de Chicago leemos: “Existe un periodo destinado a llegar en el cual la humanidad, apropiadamente provista con una adecuada técnica, se echará a cuestas la conquista y la explotación de la zona tórrida. (…) tengamos en mente que la raza que conquiste los trópicos será la ama del futuro.”

Si en La raza cósmica excluía de modo tajante a los Estados Unidos de su proyecto de fusión universal, en la medida en que ese país representaría “el último gran imperio de una sola raza”, las conferencias de Chicago se limitan a proponer un contraste que estaría obligado a fructificar: mientras que Norteamérica se ha desarrollado de acuerdo con una ley de similitud de razas, esfuerzos y condiciones, Latinoamérica encarnaría una suerte de ritmo variado de cambios y contrastes, que es el elemento mismo del mestizaje. Será el futuro, adelanta el filósofo, quien habrá de decidir si se impone la llamada Ley de similitud o si resulta más productiva la Ley de contrastes.

Surge el asunto estético. ¿Por qué lo blanco nos parece siempre lo más bello? Vasconcelos establece un interesante relativismo cultural, no exento de agudeza. Si sucede así, nos dice, es porque el criterio blanco de belleza es el que predomina en la era actual de la historia. Lo que no quiere decir que siempre tenga que ser así. A lo que agrega un interesante argumento que acaso no hubiera disgustado a los seguidores de Marx: la belleza física está relacionada con la serenidad y la paz mental propia de las clases dominantes. “En otras palabras —observa Vasconcelos—, una raza de esclavos no puede ser bella porque el trabajo duro y la miseria tienden a dejar su impronta en el cuerpo.” Entiéndase bien: no el trabajo como realización de las facultades humanas, sino como actividad ardua y brutal, que lastima los miembros y deforma los rostros.

El capítulo sobre la democracia contiene los alegatos más poderosos del libro. Lo que está en el caldero es el problema del inveterado caudillismo latinoamericano, modelo de dominación oriental o despótica que impide que la justicia y el respeto ante los demás triunfen en nuestras tierras. Si en La raza cósmica el tema apenas aparecía mencionado en una tacaña frase (“el cesarismo es el azote de la raza latina”), en los discursos de Chicago Vasconcelos se explaya con inteligencia y conocimiento de causa. Sus juicios sobre algunos de nuestros principales personajes históricos como Iturbide, Fray Servando, Benito Juárez, Lerdo y Madero me parecen agudos y ponderados, nada qué ver con la visión maniquea de una desafortunada historia de México que escribió varios años después ya despechado por el tremendo fraude que sufrió durante las elecciones presidenciales del 29. Sin ahondar más en el tema, me limito a decir que en la visión de Vasconcelos, mientras que es el despotismo el que ha hundido en la miseria a los pueblos latinoamericanos, son los gobiernos democráticos, sobre todo si están encabezados por hombres de cultura (como Sarmiento, Montalvo o Bello) los que conducen a la prosperidad. No por ello, empero, deja de reconocer que el gran déspota Porfirio Díaz también impulsó de modo sustantivo el crecimiento económico del país, aunque en definitiva lo condena en tanto que todo tirano, ejemplo de dominio unipersonal, “está destinado a traer una nueva era de odio, destrucción y caos”.

El capítulo final está dedicado a exaltar el papel de la raza mestiza. Por principio de cuentas, el autor añade una observación interesante que le desconocíamos, en el sentido que los indígenas mesoamericanos no constituyen de ninguna manera una raza primitiva. Acepta que pueden ser una raza decaída, en la que de seguro hay vestigios de la gran época de la Atlántida, pero no primitiva como tal. Un enorme paso adelante si se considera que para su contemporáneo el “humanista” Reyes los antiguos pobladores del Anáhuac son —y la frase me suscita escalofríos— “un pasado absoluto” (véase de nuevo el antes mencionado Discurso por Virgilio). Por lo demás, Vasconcelos sostiene que el mestizo representa un elemento totalmente nuevo en la historia, sin verdaderos asideros en el pasado, lo que de modo necesario lo proyecta hacia el porvenir. Retomo el argumento en su aspecto medular: “…el mestizo no puede remontarse por entero a sus padres, ya que no es exactamente como ninguno de sus ancestros, y al ser incapaz de vincularse plenamente con el pasado, el mestizo está siempre dirigido al futuro, es un puente hacia el porvenir.” Ningún país como México, añade el autor, puede mostrar “todos los signos y los efectos de esta peculiar psicología mestiza”.

No todo, empero, es miel sobre hojuelas. Su valoración del zapatismo, por ejemplo, revela no sólo un dejo peyorativo contra los campesinos alzados en armas sino igualmente una consideración muy unilateral acerca de las comunidades indígenas en general, las cuales, según esto, “carecen de estándares civilizatorios en los cuales apoyarse.” Su diversidad, opina Vasconcelos, resulta una limitación. El indio, enfatiza: “No tiene lenguaje propio, (y) nunca tuvo una lengua común para toda la raza.” La lengua de España resulta así elevada a canon insuperable de todo proceso civilizatorio. Lo cual ya es mucho decir…

En fin. Estoy consciente de que resumo de manera apresurada y parcial un libro muy rico en argumentos del mejor Vasconcelos. En estos días que corren, cuando ciertos personajes de la academia se entregan al deporte de menospreciar los variados aportes de este pensador… sin siquiera haberlo leído, me parece que la aparición de La otra raza cósmica es una buena oportunidad para iniciar la tarea pendiente.

Novelas para el siglo XXI

21/Agosto/2010
Laberinto
Héctor de Mauleón

Un grupo de escritores, periodistas, sociólogos y arquitectos se encerró durante nueve horas en el Museo Rufino Tamayo para debatir, hace unos días, sobre el narco, la sociedad, la cultura. El escritor Eduardo Antonio Parra recordó que el narcotráfico ha generado obras literarias desde hace al menos cinco años; el escritor Elmer Mendoza se refirió a los desafíos que la realidad impone en la ficción. Ambos estuvieron de acuerdo en que el país no ha producido novelas del narcotráfico comparables a las que hace un siglo produjo la Revolución. Habrá por allí un par de obras estimables, pero en términos generales, y ante la cauda de balaceras, ejecuciones y decapitaciones en que está inmerso el país desde hace años, la literatura mexicana no cumple aún a cabalidad con el apotegma balzaciano que invita a la novela a narrar la vida secreta de las naciones. ¿Dónde está la obra literaria que cuente las narcofosas del modo en que Mariano Azuela describió en el otro siglo la panorámica de un mundo en llamas?:

“Cruces de madera negra recién barnizada, cruces forjadas con dos leños, cruces de piedras en montón, cruces pintadas con cal en las paredes derruidas, humildísimas cruces trazadas con carbón sobre el canto de las peñas. El rastro de sangre de los primeros revolucionarios de 1910 asesinados por el gobierno…”.

A fin de paliar esta carencia y hacer que los escritores actuales no palidezcan ante Rafael F. Muñoz, Mauricio Magdaleno, Francisco L. Urquizo, José Vasconcelos, Nellie Campobello, Martín Luis Guzmán y el propio Azuela; como una forma, en fin, de devolver la fe de Parra y Mendoza en la vitalidad literaria de México, propongo el rápido lanzamiento de un grupo de títulos que aborden los años en que nuestra generación entró de lleno en la Edad de la Delincuencia Organizada. A saber:

1) Nacho Coronel no tiene quien le escriba.

2) La muerte de un inhalador.

3) Los narquillos de Río Frío.

4) Las tribulaciones del narcotraficante Törless

5) Juventud con éxtasis.

6) Mañana en Puente Grande piensa en mí.

7) El narco filantrópico.

8) Las grapas de la ira.

9) Morir en el cártel del Golfo.

10) El narcón maltés.

11) En busca de El Chapo perdido.

12) Badiraguato era una fiesta.

13) El periquillo narquiento

14) Astucia. Los hermanos de la coca o los narcos contrabandistas de la rama.

15) Motita.

16) Al este del narcoparaíso.

17) El testigo (protegido).

18) Los encobijados.

19) La sombra del narquillo.

20) Cuentos del General Gutiérrez Rebollo.

El Bicentenario, celebración de agravios

21/Agosto/2010
Laberinto
José Luis Martínez

A los periodistas, a los intelectuales no nos gusta México –dice Héctor Aguilar Camín, quien critica la manera como se están llevando a cabo los festejos del Bicentenario y explica las razones del conflicto del PAN con la historia oficial del país, “de una fuerza extraordinaria, pero también llena de omisiones y mentiras”. Durante la entrevista, realizada en la oficina que ocupa como director de la revista Nexos, habla de las cualidades y defectos de la prensa mexicana y del papel de los intelectuales ante el poder, aborda su conflicto con una izquierda que responde a la tradición socialista estalinista y comenta que la historia es una conversación entre generaciones.

¿Cuál es su opinión sobre el Bicentenario?

Que lo estamos conmemorando mal, sin un proyecto común, incluyente, de lo que ha sido nuestro trayecto como nación. Es una fecha de extraordinaria fuerza simbólica, pero me parece que los gobiernos del PAN no han sabido cómo hacer las paces con la historia del país, que está muy marcada por los ejes establecidos durante la hegemonía del PRI.

México tiene una historia oficial con una fuerza extraordinaria, que es a la vez jacobina, llena de omisiones y mentiras. Establece, por ejemplo, que el año de nuestra Independencia es 1810, y eso es falso: el año en que México pacta y declara su Independencia es 1821. Olvida, por otra parte, que en las primeras décadas del siglo XX en el país hubo dos guerras civiles; sólo reconoce la que transcurre entre 1913 y 1917 y a la otra, la que va de 1926 a 1929, la llama despectivamente la Cristiada, como si esos campesinos que se rebelaron contra el estado revolucionario hubieran sido sólo un sucedáneo de la voluntad de los obispos.

Por otra parte, tenemos este Bicentenario en medio de la discordia política, con los pelos parados de punta, con la violencia, con falta de metas comunes entre el gobierno y la oposición. Tenemos pluralidad e intereses particulares, pero no metas nacionales. La gran celebración que estamos haciendo, es la celebración de nuestras carencias, de nuestros agravios, de nuestros miedos. Lo dije recientemente en un artículo, esto es como si uno celebrara su cumpleaños porque piensa que su vida ha sido perfecta, y no más bien para darse un respiro en la imperfección de la vida.

¿Qué le impide al PAN avenirse con nuestra historia?

El Partido Acción Nacional nació en contra del presidente más consagrado por la historia oficial: Lázaro Cárdenas. Y fue parte de la gran coalición de 1940 que condicionó que Cárdenas no pudiera dejar en el poder al candidato más radical que era Francisco J. Mújica, sino al conciliador Manuel Ávila Camacho, cuya primera frase célebre como presidente fue: “Yo soy creyente”.

Con esta historia oficial, el PAN nunca ha podido congeniar como gobierno porque como movimiento político nació en gran medida para combatir a sus dueños.

Como consecuencia, el gobierno de Vicente Fox se desinteresó del tema del Bicentenario; en el fondo era una celebración que le resultaba ajena o que apelaba sólo a una parte de su nacionalismo, de su visión histórica del país. Nombró jefe de las celebraciones del Bicentenario a un hombre que tiene la paz hecha absolutamente con la historia oficial de México: Cuauhtémoc Cárdenas, y de ahí para acá todo han sido bandazos, titubeos, cambios, equívocos.

Creo que desperdiciamos un momento simbólico como país, de revisión de nuestra historia, de orgullo por las cosas que, en medio de todos los errores y desviaciones, hemos conseguido, entre ellas el hecho de ser una nación. En 1848 no estaba claro que fuéramos a serlo y Lucas Alamán empieza su Historia de México diciendo que la escribe por si algún día desaparece la nación mexicana, para que ahí el lector pueda ver cómo se pierden los mayores dones de la naturaleza.

¿Fueron mejores las celebraciones del Centenario de la Independencia?

El Porfiriato celebró extraordinariamente el Centenario. Sería interesante ver de cuánto fue la inversión entonces del gobierno de Díaz en obra pública, en kioskos, plazas, hospitales, publicaciones, y hacer la comparación con lo que se ha hecho ahora, ver la proporción, digamos, país contra país. En 1910, México era un país de 15 millones de habitantes; tenemos ahora un país ocho veces mayor. Es otro país. Esta es una de las cosas elementales que debió haberse pensado para el Bicentenario, la increíble transformación de México.

El siglo XX mexicano empezó en 1910 con la Revolución, con una elección protestada, con la exigencia de que hubiera elecciones libres y efectivas, y terminó con una elección libre y efectiva. Pero eso nos parece poca cosa.

Estamos en un país con una potencialidad increíble, que se ha modernizado a un ritmo extraordinario; y si bien no ha dado el salto a la prosperidad, sí lo ha dado hacia la constitución de una nación de una gran resistencia, de una gran identidad, de una gran diversidad y de una gran riqueza. Pero esto nos parece poco, todo nos parece poco porque estamos de mal humor, porque tenemos un litigio muy serio con México. A los periodistas, a los intelectuales no nos gusta este país, nunca nos ha gustado, hemos construido una épica de la crítica que se aproxima mucho a la derogación, cuando no a la quejumbre, y la verdad es que nos fuimos para el otro lado: pecamos de optimismo oficial, de ceguera ante los problemas durante la hegemonía del PRI, y ahora pecamos de estrabismo crónico para ver nuestras cosas: siempre las vemos feas, incompletas.

Ante este panorama, ¿cuál sería la labor de los intelectuales?

Los intelectuales tenemos que pensar en nuestro país con seriedad, tenemos que hacer nuestra tarea con mayor humildad y rigor. Por lo demás, no sé si todavía existen los intelectuales como existieron en otro tiempo, cuando tenían un peso en la vida pública; tengo la impresión de que ese peso se ha desplazado mucho hacia los medios.

Pero sí existe una relación de los intelectuales con el poder…

Es una relación muy deformada, en la manera como se le ve y en la importancia que se le otorga. El intelectual que realmente pretenda tener una influencia en el gobierno, lo que debería hacer es meterse a la administración pública, lo otro es un asunto mediático, de imágenes, porque la verdad es que los gobernantes no necesitan ideas de los intelectuales, tienen una enorme cantidad de información precisa, de especialistas, de colaboradores frente a los cuales las ideas generales, las prédicas morales de un intelectual, pues son interesantes, una parte de la conversación, pero no me parece que sean fundamentales en la toma de decisiones.

En este sentido, ¿qué importancia tiene la información que ofrecen los medios?

Los medios tenemos una responsabilidad muy seria, estamos obligados a decir la verdad, ese es nuestro trabajo, no difundir lo que a nosotros nos parece la verdad; nuestro trabajo es ir a preguntar y ver hasta dónde se pueden reconstruir los hechos.

Cuando uno sale de México y tiene la oportunidad de tratar con periodistas, da entre tristeza y rabia ver la imagen que proyectamos del país. La imagen que ofrece la prensa extranjera no es sino reflejo de la prensa que nosotros hacemos. En California, en Nueva York, en Chile, en Argentina, en España, me preguntan: “¿Y usted, cómo sale a la calle?” Les respondo que normal y me dicen: “¿Y la guerra?” Cuál guerra, les contesto. “La guerra que hay en México, que hay en Ciudad Juárez”. Bueno, Ciudad Juárez es importante, pero representa el uno por ciento de la población del país, y la violencia que hay en México es la mitad de la que existe en Brasil.

¿Cómo mira en este momento a la prensa mexicana?

La encuentro muy próspera, plural, competida, libre, y al mismo tiempo un tanto irresponsable, poco profesional, dominada con frecuencia por el facilismo, cuya expresión mayor es la declaracionitis, tomar los dichos por los hechos, eso me parece su primera y mayor limitación. La segunda es su provincianismo, la enorme dificultad de enterarse —con cierto rigor— por la lectura de un periódico de lo que pasa en el mundo, aun en el mundo más cercano, en Centroamérica, donde dos o tres estados están desapareciendo a manos de los narcotraficantes, de las bandas —ahí sí están desapareciendo. O en Estados Unidos, donde tenemos 20 millones de mexicanos, nueve de ellos indocumentados, y tampoco sabemos lo que pasa. Ya no digamos en Europa o en China… Pienso que México es menos provinciano que su prensa.

Yo tengo una lista de columnistas que leo todos los días, una lista de reporteros y cronistas y realmente la prensa mexicana que leo es muy buena, pero hay que hacer una antología.

¿Y el periodismo cultural?

Es una desgracia que el periodismo cultural, que tenía tanta vida y era parte fundamental de toda idea de un periódico en 1970-80, esté desapareciendo. Es una desgracia también que hayan desaparecido géneros —la crónica, el reportaje— que exigen precisión y calidad en la escritura, que van más allá de la declaración, de enervar a quién sabe qué político y transcribir y redactar. Incluso ha desaparecido la entrevista como una manera de realizar el perfil del entrevistado.

Usted es periodista, historiador, narrador, ¿cómo concilia los intereses y las exigencias de cada uno de estos oficios, de estas actividades?

El eje que marca las fronteras es el tema de la ficción y la no ficción. El historiador puede, debe usar su imaginación, lo mismo que el periodista, pero tiene que estar ceñido a los hechos. El novelista es pura imaginación, porque si se ciñe a los hechos va a perder la parte más interesante del espacio de la ficción. Yo diría que el historiador imagina a partir de la realidad y el novelista llega a la realidad a través de la imaginación.

Cuando uno empieza a seguir un hecho con propósitos periodísticos o históricos, tiene que trabajar mucho para obtener poco, tiene que ir a entrevistar, leer, estudiar, investigar, para llegar a veces a cosas muy poco concluyentes.

Todos sospechaban que Calles y Obregón había mandado matar a Villa; era un rumor, pero nadie podía afirmarlo con rigor histórico hasta que Friedrich Katz encontró en un archivo un indicio muy claro de que el asesino de Villa le había avisado a Joaquín Amaro, secretario de Guerra de Calles, sus intenciones de cometer el crimen. Una y otra vez le dijo cómo lo iba a hacer y Amaro, en las cartas que le envió, nunca, por lo menos, lo disuadió de hacerlo. En cambio, después lo ayudó para que tuviera un juicio rápido y saliera libre. No es prueba contundente de que Calles y Obregón hubieran mandado matar a Villa, pero sí es una pista sólida de que les gustó la idea de tener un voluntario para hacerlo, y lo protegieron. Hasta el descubrimiento de Katz, lo repito, no se podía afirmar esto con rigor histórico, como después ya se pudo.

En cambio, Martín Luis Guzmán toma ese mismo momento y situación e inventa en torno de hechos reales cosas que nunca sucedieron y que, sin embargo, a la vuelta del tiempo acaban diciendo más de la verdad profunda de esa época que una crónica puntual de los hechos. A través de la imaginación, Martín Luis Guzmán llega a la verdad, y a través de los hechos, constatados en el archivo, Katz llega a imaginar lo que falta en el escenario para darle coherencia y explicación a la muerte de Villa. Uno inventa y descubre la verdad, el otro descubre la verdad y potencia en la condición de un hecho, de una fuerza convincente, de una fuerza que cambia la manera de ver la historia a partir de entonces.

¿Para qué nos sirve la historia?

La historia es para aprender de la vida, de tu país, de otros países. No hay ningún lugar en donde sea posible entender tanto de la naturaleza humana como en la historia; no hay espacio mejor que la historia bien escrita, bien pensada, bien investigada. Yo diría eso, que la historia es para aprender cómo es la vida.

La historia es un universo muy grande, cada generación escoge o debería escoger el pedazo de historia que le es significativo y necesita para enfrentar su propio tiempo. No hay tal cosa como un pasado que está ahí y todos recogemos, el pasado es siempre una pulsión de las pasiones del presente y ahí, en el presente, es donde la historia se va haciendo útil, necesaria, nos muestra que el camino que vamos a emprender viene de algún lugar, del sueño que tenemos de la transformación del país; a través de los desafíos que presenta cada momento histórico hay algo así como una conversación de las generaciones.

¿Cómo ha conversado su generación con la historia?

Para nosotros, en los ochenta, el tema de la democracia era fundamental porque era la mayor aspiración que había, y un personaje como Madero era mucho más pertinente para esa tarea que alguien como Juárez o Cárdenas. En el momento actual, cuando parece haber la necesidad, la posibilidad de una conducción más liberal del país, de una liberalización mayor de su economía, de una integración mayor con Estados Unidos —nuestro adversario simbólico a lo largo del siglo XX—, Juárez y los liberales son un gran referente. Durante el gobierno de Juárez se firmó el tratado McLane-Ocampo, que es la iniciativa de integración territorial y económica más grande que se haya planteado nunca en México respecto a Estados Unidos.

Los grandes liberales del siglo XIX vuelven a tener una fuerza y un interés extraordinario, porque tenían dos cosas que ahora parecen lejanas para México: querían una sociedad de propietarios industriosos, ilustrados, activos, independientes, que podría describirse como un gran contingente de pequeñas y medianas empresas, y al mismo tiempo Juárez quería un gobierno fuerte, capaz de cumplir las tareas del Estado, de recaudar los impuestos necesarios, de aplacar a los poderes fácticos, que en ese momento eran fundamentalmente la Iglesia católica y los fueros del ejército.

Entonces, cuando tú vez el país que tienes enfrente, al que le faltan tantas cosas para ser próspero, hecho lo cual será una potencia mundial, Juárez y Ocampo y Mora adquieren una pertinencia mucho mayor que Porfirio Díaz diciendo: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, o que Lázaro Cárdenas colectivizando el campo, construyendo ejidos, organizando a los trabajadores en sindicatos que con el tiempo se ha vuelto grandes obstáculos.

Ahora más que nunca necesitamos nuestros linajes liberales. Cada generación es, de algún modo, un cruce de conversaciones entre las urgencias del presente y las tradiciones que pueden nutrir, inspirar las buenas decisiones; es un diálogo del pasado significativo para los desafíos que plantea el futuro.

En la actualidad, a los liberales se les asocia con la derecha.

Sí, así pasa. En la geometría un poco absurda y analfabeta de la política mexicana ser liberal es ser de derecha. No deja de ser un poco extravagante que ser liberal, como Juárez, como Ocampo, se haya convertido en México en una forma de insulto cuando se dice que alguien es “neoliberal”.

¿Usted se considera un hombre de izquierda?

A estas alturas, no sé qué sea en México un hombre de izquierda. No me identifico con la izquierda mexicana —que no es izquierda, o en todo caso es la izquierda del estatismo nacionalista, de la tradición socialista estalinista, prosoviética y procubana, que no ha aceptado el fracaso de aquello en que creyó y no puede imaginar el futuro que necesita construir sobre las lecciones de ese fracaso. Es una izquierda que repite —mejoradas— las prácticas clientelares. En el ámbito de las ideas, es una izquierda que no ha hecho su autocrítica y que, en el fondo, comparte las creencias fundamentales del nacionalismo revolucionario que el país ha dejado atrás, que el propio PRI ha ido dejando atrás. En el ámbito de la práctica, es un corporativismo de baja calidad para unos partidos cuyo proyecto es mover al PAN del gobierno o impedir el regreso del PRI. Entonces, pienso que en México no tenemos izquierda.

¿Tampoco una izquierda intelectual?

Tenemos una izquierda intelectual muy importante, pero que en su mayor parte está en una situación parecida a la mía: fuera de la izquierda partidaria, del movimiento social y del movimiento político de la izquierda, de sus cotos de poder. Intelectuales de primerísima calidad, como Roger Bartra, están en litigio con la izquierda. Luis González de Alba va a publicar en el próximo número de Nexos un ensayo espléndido haciendo el recuento de su itinerario, de su pleito con la izquierda. Y otro hombre crecido en la izquierda, irreprochablemente adherido a las grandes tradiciones, José Woldenberg, escribió en su libro El desencanto las estaciones, los momentos de ruptura que lo han llevado a ser estigmatizado y echado de los ámbitos de la izquierda.

Conclusión: yo estoy en el mismo lugar que estaba en 1968, cuando era un hombre de izquierda, un dirigente de izquierda, los que se han mudado a un lugar inaceptable son las gentes de izquierda que han hecho cosas tan notables como hacer senadora de la República a la célebre amante del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Entonces, sí hay un pensamiento de izquierda importante, hay intelectuales que son de izquierda, de ahí vienen, de ahí venimos, ahí aprendimos cosas fundamentales en materia de cultura política, de actitud frente a la parte pública, pero simplemente no podemos caminar juntos con la llamada izquierda mexicana; no podemos, vivimos en un litigio con esa izquierda en la que no hay espacio para la pluralidad ni para la libertad intelectual.