lunes, 9 de agosto de 2010

Malas compañías

9/Agosto/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Desde que mi memoria se puso en marcha hasta ahora que comienza a dar algunos tumbos saco a cuentas que me inclino más por los seres concretos que por las entidades abstractas. Prefiero una montaña a la idea de una montaña. Quizás esto se deba a que en la vida cotidiana uno puede salir herido si se tropieza con una piedra, en cambio no es común escuchar que una persona muera sepultada por un concepto o una metáfora. Sin embargo no hay que confiarse, pues en verdad sucede lo contrario: detrás de tanta muerte de personas concretas, sea a causa de una revolución o de una guerra, se encuentra siempre una mala teoría o, si se quiere, una teoría no comprendida o interpretada de mala manera. Quiero decir que en el curso o devenir de la historia las personas se han visto obligadas a subir por montañas que no existen o a pelear contra personas que no conocen y que acaso en otras circunstancias serían sus mejores amigos. A veces esto no es consecuencia nada más de una mala teoría sino de personas o instituciones que aprovechan estas teorías para obtener beneficios. Creo, como lo escribió Karl Popper, que todos los hombres son filósofos o creadores de teorías, aunque unos lo sean más que otros. Con estas palabras intento decir que los hombres tienen derecho a imaginar teorías pero no a imponerlas sin la aceptación razonada de los demás.

En relación a que los malos conceptos o teorías propician estragos, en el arte sucede también una cosa parecida. Es suficiente que un artista lleve a cabo una propuesta novedosa para que de inmediato surjan en el escenario seguidores que a ciegas intentarán seguir el camino recién descubierto. El buen artista abre una ventana, pero son varios los que se lanzan de cabeza por el boquete recién abierto. La caída desde esta ventana suele ser mortal, por lo que nunca debe uno lanzarse de cabeza a ningún lado ni siquiera por mantener intactos sus ideales. A los conceptos como a las ventanas uno debe asomarse con cuidado y tirarse al vacío a través de ellos. No somos poseedores de verdades absolutas ni héroes que guiarán a nadie por el camino correcto. Lo más que una persona puede hacer es narrar su experiencia, obtener un par de conclusiones y esperar a que los demás encuentren en sus palabras cierta sabiduría para continuar en el camino. La estropeada imagen del héroe ha desmerecido aún más en estos días sobre todo porque se ha vuelto mediática. Si se desea comprobar esta sentencia sólo basta imaginarse a una sola persona ofreciendo la salvación de una comunidad entera. Cuando escucho pronunciar la palabra droga siempre me entra una aversión por los conceptos abstractos o por las definiciones ampulosas que son capaces de hacer entrar en la misma definición cosas de naturaleza tan diferente. Si somos honestos o ampliamos el espectro de una definición podríamos llamar droga lo mismo a las piernas de una mujer que al cloroformo. En sentido similar se podría afirmar que los tiburones son de la misma clase que los charales sólo porque todos viven dentro del agua. Detrás de una definición abarcadora e inmensa nos encontraremos comúnmente con problemas de realidad cotidiana. Me ha sorprendido la definición que para drogas tiene el Diccionario de la Real Academia Española en el que dice que droga es una sustancia mineral, vegetal o animal, que se emplea en la medicina, en la industria o en las bellas artes. No sé de dónde los respetables señores que están detrás de este libro han sacado tales cuentas, pero me parece extraordinario o por lo menos elocuente que asocien la expresión de las drogas a las bellas artes. Ahora además de acudir a los ejemplos de escritores o artistas como Michaux, Burroughs o Thomas de Quincey para probar la buena relación entres las sustancias estimulantes y las artes podemos también acudir a una sencilla definición de diccionario.

Lo que nos queda después de discutir acerca de la legalidad y naturaleza de las drogas es sólo un montón de dudas además de costales de estadísticas sin raíces morales. En un mar de opiniones y posturas distintas no nos resta más que volver a insistir en la libertad. Concepto tan extraño e íntimo al mismo tiempo, pero que es el sustento de las sociedades que no desean ser gobernadas por tiranos ni sometidas por monopolios o pandillas de poderosos. Cuando la confusión o la batalla entre intereses persiste siempre es sano volver a los principios elementales de convivencia y libertad individual y comenzar de nuevo.

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