domingo, 19 de noviembre de 2017

'Nietzsche, héroe del espíritu': un texto desconocido de José Revueltas

19/Noviembre/2017
La Jornada Semanal
Evodio Escalante

La influencia de Friedrich Nietzsche en la cul-tura mexicana se hace sentir en Julio Ruelas y los escritores de la Revista Moderna, pasa por los Ateneístas y los Contemporáneos, llega a Octavio Paz y José Revueltas y de ahí se sigue hasta nuestros días sin solución de continuidad. No hay prácticamente un período de nuestra cultura en el que no puedan discernirse los signos de su presencia. Lo que se ignoraba hasta el momento es que José Revueltas, el más destacado nuestros escritores de filiación mar-xista, también resintió, así sea de manera “secreta”, su poderoso influjo. Aunque es cierto que nunca se menciona a Nietzsche en Los días terrenales ni en Los errores, las dos novelas más emblemáticas de Revueltas, la toma de posición antiteleológica de la primera (el adveni-miento del comunismo no significa el “fin” de la historia), así como el proclamado privilegio del dolor y del sufrimiento como componentes suprahistóricos del existir humano, lo mismo que la definición del hombre como un ser “erróneo” en la segunda, derivan sin duda de las lecturas nietzscheanas de Revueltas, así como, habría que agregarlo, los marcados claroscuros de su dialéctica negativa que lo colocan, como ya lo vio muy bien Henri Lefebvre, más cerca de Theodor w. Adorno que del op-timismo hegeliano y del marxismo vulgar.
Revueltas no sólo leyó a Nietzsche, subrayando sus libros y haciendo en ellos prolijas anotaciones marginales, como ahora podemos saber gracias a las pesquisas realizadas por Brenda Melina Gil, alumna de la carrera de letras de la uam-Iztapalapa, quien ha tenido acceso al lote de libros y revistas que poseía el autor ahora en custodia de la Biblioteca Samuel Ramos de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, sino que, enorme sorpresa, ¡también escribió acerca de él! En efecto, se encuentra en este acervo un libro de María Teresa Retes titulado Nietzsche, héroe del espíritu y que habría publicado la Secretaría de Educación Pública en su colección “La Honda del Espíritu”, en 1967. María Teresa Retes, como se sabe, fue la segunda esposa del autor. Esta evocación de Nietzsche está precedida por una “Introducción” de apenas tres páginas en las que, de manera escueta, consta al final la firma “j.r.” El poderoso estilo de Revueltas resulta inconfundible, como puede constatarlo el lector. No hay duda de que sólo él pudo haber escrito este texto en el que de manera por lo demás llamativa logra conciliar sus lecturas del joven Marx con la desquiciante idea nietzscheana delsuperhombre. Al igual que Lefebvre lo había hecho antes, Revueltas concluye que el superhombre de Nietzsche no es sino el hombre real, el hombre verdadero, el que todavía no ha podido nacer debido a la larga historia de la ignominia y de la enajenación humana en la que nos ha sumido el torbellino de la historia.
Este texto, hasta ahora ignorado, no fue incluido por supuesto en la edición de las obras completas del autor, a cargo de la fallecida Andrea Revueltas y Philippe Cheron. Tengo una hipótesis para explicarlo. El libro, publicado por la sep en una colección popular de elevada circulación, contenía en portada y de modo sistemático en interiores un error garrafal: deletreaba Nietzche en lugar del correcto Nietzsche. Supongo, de aquí, que los ejemplares fueron guillotinados sin llegar jamás a las librerías.

Nietzsche, héroe del espíritu
José Revueltas

Introducción

La tragedia de Nietzsche en el siglo xx, apenas treinta años después de haber muerto, fue la de su “descendimiento y transfiguración”. Rosemberg y los semi-filósofos hitlerianos se repartieron las vestiduras de Nietzsche al pie mismo del sitio donde estaban crucificadas sus ideas: lo saquearon, lo deformaron e hicieron de él un sangriento, espantoso Rey de Burlas con el que intentaron apuntalar la teoría del Super-hombre ario. El lirismo nietzscheano, humanista en esencia, se transfiguró así en la historia y vesania nazis de la raza germana superior.
El Super-hombre de Nietzsche no es sino la búsqueda del hombre real a lo largo de una atormentada prehistoria humana que culmina –pero aún no se clausura– en nuestro siglo atómico. Lo “humano”, por reflejo de la mezquindad y el enanismo de su tiempo, se identifica en Nietzsche con lo despreciable, lo débil, lo ruin; pero precisamente desde que los hombres comenzaron a hacer su historia, eso es lo inhumano de ellos, lo que los ha enajenado hasta nuestros días y no los deja pertenecerse como hombres; el super-hombre, pues, vendrá a ser el hombre verdadero. Ese hombre envilecido y degradado –antes de ser siquiera humano– por su propia historia enajenada, resume en una sola cosa la cultura occidental y el cristianismo; al reconocerse en ese ser vil que es, trata de sublimarse en el desprecio y en el castigo, en la flagelación del cuerpo y en la expiación del pecado. La cultura cristiano-occidental, con sus Constituciones, sus Leyes, su Moral, deviene en la trasposición hipócrita de hombre; todos los caminos terrenales están cerrados, sólo queda la esperanzada irrealidad del Más Allá. Es por ello que, intrépido, agresivo y solitario, Zaratustra salta a la arena del combate; contra todo y contra todos; es realmente Dios –el ululante dios humano– y Nietzsche no se equivocaba al sentirse y proclamarse ese verdadero Ser Supremo dionisiaco y terrestre.
“¿Por qué este permanente retorno sobre el tema de la salvación, como si nuestra vida en esta tierra no fuera más que un castigo constante?”, se pregunta Nietzsche. Aquí vemos lo estupefacto de su sublevación, su no comprender, asombrado, el por qué los hombres se someten a su propia ignominia y la hacen sobrenaturalmente natural. De aquí deriva entonces su lucha contra el cristianismo por ser éste “humano, demasiado humano”, esto es, un castigo impío, alucinante y bárbaro, lo contrario de la super-humanidad que debemos ser.
“No hay felicidad en nada de lo que hacemos, excepto si lleva el sello de aprobación de la sociedad en que vivimos”, dice. Pero esa es la aprobación que no debe procurarse el espíritu; mas la que debe retar y rechazar. Nietzsche asume de este modo la infelicidad suprema, la de las ideas solitarias, la de una verdad máxima que dispara desde lo más alto de su montaña y que las llanuras sobrecogidas se negarán a comprender.
Sin embargo, Nietzsche no era Dios; esto hubiera sido una trampa de Dios mismo, una mala jugada. Pero sí era un santo, un furioso y amoroso santo demoníaco de la soledad. Y lo decía:
…está desgraciadamente la soledad que tiene una falta total de compensaciones, la soledad debida al fracaso del individuo para alcanzar un entendimiento común con el mundo. Esta es la soledad más amarga de todas, la que corroe el corazón de mi existencia.
Nietzsche pasará a los hombres del futuro como lo que en justicia no pudo menos de ser; uno de los héroes más puros de la intrepidez de la conciencia 
J.R.

domingo, 12 de noviembre de 2017

La soledad del crítico

12/Noviembre/17
Confabulario
Yaneth Aguílar Sosa

Entrar al universo de Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962) es perderse en los asuntos que tanto le apasionan: la literatura, la música, el cine. La amistad. La cultura. Y la política. Adentrarse en su pequeño estudio de Coyoacán, al sur de la capital mexicana, es entrometerse en la guarida íntima de un crítico que se la juega todos los días en el hipódromo de la literatura. “La importancia de un crítico no radica en apostarle al caballo ganador, sino en que vaya todos los días al hipódromo”, le he escuchado decir en más de una ocasión.
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Mientras miro de reojo las notas, cartas, apuntes y torres de libros sobre el escritorio, coronado por una lámpara, pienso en todos los elementos que hacen posible la alquimia de la crítica literaria o, como él prefiere llamarla, “la historia de la literatura”. Visitar su estudio es también fisgonear en su cocina, donde se prepara el café cada mañana antes de sentarse a leer y a escribir.
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Apenas se cruza la puerta de su estudio y la mirada se topa con libros y más libros. También con sus colecciones de discos. Encuentro notas prendidas con chinches en los marcos de las puertas, afiches, pelotas, lapiceras, pisapapeles, fotos, portarretratos, muñequitos de plástico, postales, carritos.
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El escritor pertenece a la estirpe de los que son considerados a veces jueces y a veces abogados de la literatura; a la de los que escriben mucho y, por lo mismo, se equivocan.
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“Un crítico literario es un escritor que escribe sobre literatura y que utiliza el mismo instrumento que los objetos de su crítica: las palabras”, afirma al tiempo que se balancea en la silla de cuero desde donde analiza y desmenuza. Tiene claro que la autoridad de un crítico se la dan los lectores, pero también su estilo y sus procedimientos creativos. Lo dijo en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, el pasado 3 de noviembre, y lo dice en entrevista a Confabulario.
¿Existe una tradición de crítica literaria en México?
Desde luego que la tenemos. Mi ingreso a El Colegio Nacional sólo es un capítulo más de esta tradición. En este Colegio estuvo un crítico literario que fue Antonio Castro Leal. Antes, desde luego, figuró Alfonso Reyes, que no fue propiamente un crítico literario dedicado a la literatura contemporánea, aunque escribió uno de los tres grandes tratados de poética que tiene la tradición mexicana: El deslinde, junto a El arco y la lira, de Octavio Paz, y Poética y profética, de Tomás Segovia. Si la crítica en México no ha estado a la altura de la crítica en el mundo anglosajón o de Francia, ello se debe a circunstancias un tanto ajenas a nosotros: fuimos parte del imperio español hasta 1821 y el siglo XVIII español es muy pobre. Ortega y Gasset decía que fue el menos español de los siglos; y en el siglo XIX batallamos muchísimo por crear lo que entonces se consideraba urgente, que era una literatura nacional. Pero luego llegan Altamirano y el modernismo. Claro que hay crítica en México.
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¿Tu interés está sólo en la crítica literaria rigurosa y enérgica?
Soy un escritor, escribo libros de crítica literaria, pero no sólo eso: también he escrito historia y biografía. Y los artículos que EL UNIVERSAL generosamente me publica, después de dejarlos dormir un tiempo, los retomo, arreglo y algunos de ellos se convierten en parte de mis libros. Un crítico literario, como un poeta, como un novelista, debe escribir libros que aspiren a ser iguales o mejores que los libros sobre los que habla, sean éstos poemas, novelas o cuentos. Un crítico es un escritor que escribe sobre literatura y que utiliza el mismo instrumento que los objetos de su crítica, que son las palabras.
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¿Qué tanto te interesa la reseña como género?
La reseña es la unidad básica, pero quien se queda haciendo reseñas pues se queda en lo básico. Hay desde luego, como dije en el discurso, grandes escritores que se hicieron famosos por las reseñas breves que escribieron, como fue el caso del joven Borges, que escribía reseñas literarias en una revista de cultura general, y hasta la fecha esas reseñas son obras maestras del arte de la crítica. Actualmente en las revistas literarias, sobre todo en las anglosajonas, hay novelistas, como la británica Zadie Smith, que escriben textos muy notables que no tienen otro objetivo que el de ser meras reseñas.
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A la hora de escribir, ¿eres más exigente de lo que te demanda el texto que desmenuzas?
Ése es mi propósito y eso es lo que yo quisiera que el lector viera. Desde luego que no siempre lo consigo porque es un trabajo que requiere de un gran esfuerzo: al mismo tiempo que hay que estar al tanto de la literatura contemporánea, hay también que tener en cuenta la tradición literaria. Hay que leer a los clásicos para volverlos a colocar en el mercado, para, dicho vulgarmente, volverlos a poner en la vitrina. Y que los lectores sepan por qué hay que leer a Rubén Darío o a cualquier novelista ruso del siglo XIX, lo mismo que a algún escritor olvidado de principios del siglo XX. El crítico literario, y ésa es una de las partes más sabrosas del oficio, se la pasa recuperando, buscando, escarbando, redescubriendo.
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¿Es la crítica un oficio o una profesión?
Para empezar es una vocación. En nuestro país y en otros de América Latina las carreras de los críticos suelen durar muy poco. Un escritor joven ejerce la crítica durante dos, tres, cuatro años, y en cuanto sale su primera novela, su primer libro de cuentos o su primer libro de poemas, abandona esa especie de antesala en la que se vio obligado a estar. Por eso son muy importantes los creadores que siguieron haciendo crítica, como Tomás Segovia, Juan García Ponce, Octavio Paz y Salvador Elizondo. ¿Por qué? Porque ellos demostraron que no les bastaba con su ficción o con el ejercicio de la poesía, sino que tenían necesidad de reflexionar concienzudamente a nivel teórico. Ante la desaparición del joven crítico que se convierte, para bien o para mal, en novelista o poeta —aunada a la obstinación de algunos personajes como yo—, siempre está la gran crítica que hacen los poetas y los novelistas.
Tal parece que Domínguez Michael es tan exigente cuando habla que cuando escribe. Abre paréntesis, pausas, que intimidan cuando conversas por primera vez con él, pero que comprendes cuando ocurre un nuevo encuentro. El autor de Octavio Paz en su sigloVida de fray Servando, del Diccionario crítico de la literatura mexicana 1955-2011 y de William Pescador, su única novela hasta el momento (publicada hace 20 años), recurre a ciertos silencios para enfatizar algo, y enseguida continuar con la reflexión o rematar alguna idea.
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Como si de seres vivientes se tratara, los demasiados libros que hay aquí cubren paredes y trepan a mesas y sillones. Alcanzo a ver que están en la recámara y, claro, sobre el escritorio donde cocina a fuego lento los textos que publica puntualmente en las páginas de EL UNIVERSAL.
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El estudio es un santuario para la lectura, presidido por las figuras tutelares que lo han acompañado a lo largo de 36 años de trayectoria: Octavio Paz, Jorge Luis Borges, George Steiner, Harold Bloom, Juan García Ponce, Alejandro Rossi, Teodoro González de León.
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Lo imagino colocando cada cajita, barco de papel, postal o fotografía. Lo veo encontrándole acomodo a sus afiches. También escribiendo en el redicido espacio de su escritorio que queda libre, donde libros como Who’s Who in the Bible o The new Princeton Encyclopedia of Poetry and Poetics, están allí para ser consultados.
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Domínguez Michael se siente cómodo cuando habla de los críticos literarios que lo inspiran y refrendan su compromiso con la escritura. Dice sentirse orgulloso de pertenecer al grupo de intelectuales en el que figuran Enrique Krauze y Gabriel Zaid, ahora también colegas suyos en El Colegio Nacional. Reitera que fue educado por feministas y por ello es un orgulloso hijo de su siglo. “Mi feminismo es el clásico, basado en la igualdad y no en la diferencia”.
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¿Crees en la igualdad, en el feminismo?
Lo he dicho muchas veces: no puede haber hombre o mujer decente en el mundo actual que no sea o aspire a ser feminista. Creo en la igualdad absoluta del hombre y la mujer ante la ley y, desde luego, en la creciente igualdad de oportunidades que se ha dado gradualmente en las democracias. Hoy, el feminismo es una de las grandes corrientes de la modernidad. No lo inventé yo, lo han dicho otros comentaristas: es acaso la única revolución del siglo XX que triunfó, lo cual no quiere decir que sus tareas hayan sido concluidas, pero el saldo que entregó el feminismo en el siglo XX es abrumadoramente bueno en comparación a otras revoluciones que se intentaron en aquella centuria. El feminismo, siendo una de las grandes corrientes de la modernidad, tiene muchas tendencias, y ha tenido un desarrollo sobre todo desde los últimos años del siglo pasado hasta ahora. Creo que no se puede expulsar a nadie del feminismo, pues sería como querer expulsar a alguien del mundo de Platón, del de Hegel o de Marx. Es un patrimonio común de la inteligencia, de la modernidad. No coincidir con ciertas versiones del feminismo es también un derecho que todos tenemos como ciudadanos: apostar por ésta o aquella opción política, o por ninguna. Yo lo he ejercido leyendo a casi todas nuestras escritoras y no podía ser de otra manera porque ésta es una literatura fundada por una mujer. Desde luego que cuando estaba Sor Juana Inés de la Cruz en este planeta, México no existía, pero su antecedente histórico es la Nueva España que la tuvo a ella como el principal escritor durante un periodo de 300 años. Luego, nuestro siglo XX está lleno de escritoras importantísimas: el arco que va de Laura Méndez de Cuenca, aquella fina poeta, hasta Rosario Castellanos. Hay un esfuerzo que la historia de la literatura no puede obviar y no ha obviado. Ya en la segunda mitad del siglo XX hay escritoras esenciales, no sólo Elena Garro, también Inés Arredondo, Josefina Vicens, Luisa Josefina Hernández, Esther Seligson. El grupo es muy amplio para no hablar de la enorme cantidad de escritoras que ahora escriben, contemporáneas nuestras.
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¿Cuestionar las posiciones más radicales del feminismo es un acto misógino?
No. Me remito a lo que escribí cuando las lamentabilísimas declaraciones de Marcelino Perelló: creo que no se puede ser más contundente en el rechazo a este desagradable episodio. Creo también que las instituciones tendrán que irse ajustando a esta equidad de género. De acuerdo a la normativa de El Colegio Nacional y cuando tenga la oportunidad, propondré a varias mujeres escritoras que, desde luego, merecen un lugar allí. Y estoy seguro que lo tendrán.
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¿Implica mucho trabajo ser miembro de El Colegio Nacional?
Desde luego. Estoy yendo a mis primeros días de clase y apenas estoy conociendo la dinámica, pero lo asumo como lo que es: una responsabilidad pública. Sueño, pero esto tengo que consultarlo y organizarlo, con responder, en el marco de El Colegio, muchas de las preguntas que se hace el público lector sobre qué es la crítica literaria. Será nueva la tarea de organizar a otros escritores para que colaboren con un mayor conocimiento de la crítica literaria; cómo funciona; cuáles son sus antecedentes; cuáles, sus grandezas y sus miserias; sus corrientes contemporáneas; los críticos actuales, más allá de si me gustan o no, de si estoy o no de acuerdo con ellos. Espero poder contribuir a que todo esto se difunda.
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Domínguez Michael ha dicho que su formación se debe no a la academia, sino a las revistas en las que ha colaborado, como ProcesoLa Gaceta del Fondo de Cultura Económica, y, por supuesto, Vuelta, donde se incorporó al grupo de Octavio Paz, y Letras Libres.
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Se sabe un escritor solitario y al mismo tiempo gregario. Quizá por eso abundan en su estudio fotografías de personas. Están sus vivos, pero también sus muertos.
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¿Tienes figuras tutelares?
Sí, desde luego. Para mí la crítica es la permanente frecuentación de los críticos literarios del pasado o del presente que me apasionan, y a los que les pido consejo, por así decirlo, todo el tiempo. Desde los grandes críticos del siglo XIX hasta los que aún están vivos, y a los cuales leo y releo. Cuando acudo a George Steiner o a Harold Bloom, lo hago en busca de inspiración, de consuelo, de nuevas ideas. En cuanto a los jóvenes o de generaciones más cercanas, trato de ponerme en su tesitura. Sí, soy un crítico literario mexicano en lengua española, me siento muy contento de serlo, pero para mí la literatura es mundial y los críticos que son mis maestros, aunque a muchos de ellos nunca los haya visto en mi vida, son presencias cotidianas, están aquí, y todo el tiempo estoy recurriendo a ellos.
¿Es fácil la vida de un crítico?
Hay vidas muchísimo más difíciles que la de un crítico literario. La vida de un crítico literario es polémica. Al que no tenga el temperamento para la polémica, no le recomendaría la crítica literaria. Sin embargo, lo que uno recibe a cambio es muy satisfactorio: la amistad de los lectores, muchos de ellos desconocidos. Ahora gracias al mundo del internet uno se entera más sobre lo que piensan, para bien y para mal, los lectores, y uno también es más leído. Y, bueno, desde que era muy joven, de vez en cuando recibía cartas a la revista Proceso. Era muy satisfactorio. Inclusive cuando me regañaban los lectores, a veces con razón, era grato. Dentro del conjunto de la literatura —pensando en los novelistas, en los poetas, en los dramaturgos—, el crítico literario está más expuesto al desacuerdo, al disgusto, pero también a la autoridad que le conceden los lectores por el simple hecho de llevar muchos años escribiendo de literatura. Y eso me hace muy feliz.
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Dices que tu formación ocurrió lejos de los títulos académicos…
Hay estupendos críticos literarios que estuvieron y están en la universidad. Muchos de ellos son estos maestros de los que he hablado. Y habemos otra clase de críticos que nos hemos formado en la literatura, en las revistas literarias. Los lectores le dan la autoridad a un crítico. Si yo tengo alguna importancia es porque empecé a escribir a los 17 años y muy pronto me gané la confianza de ellos. Viniendo de otro mundo, no estrictamente del literario, me gané la confianza de los lectores de a pie. Estuve casi diez años escribiendo reseñas en Proceso, gracias a que a la gente le gustaban mis reseñas; finalizando mi periodo en Proceso fue cuando Enrique Krauze me invitó a Vuelta. Fue producto de mi trabajo previo en Proceso y en La Gaceta, que entré a Vuelta.
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¿Te causa problema pertenecer a un grupo de intelectuales?
Desde que yo empecé a escribir en Vuelta en 1987, y a aparecer en el directorio de lo que entonces era la mesa de redacción, en enero de 1989, siempre me he concebido como parte de un grupo. Hay escritores que les va mejor ir por la vida en soledad e independientemente, varios de ellos admirables, y hay otros, como es mi caso, que somos escritores gregarios. Yo desde muy al principio cuando se hablaba de las mafias dije: “los escritores, como todo el resto de las personas, tienden a agruparse con sus semejantes, con aquellos que nos son simpáticos o con aquellos que sentimos que nos van a hacer compañía, en este caso intelectual. Nunca lo he negado y me siento orgulloso de haber estado enVuelta. Ahora en El Colegio Nacional hay tres escritores que provienen de Vuelta: Gabriel Zaid, Enrique Krauze y un servidor. Es obvio que Enrique y yo tenemos una larga amistad y estoy con él en Letras Libres, junto con otros colegas, y eso va a seguir porque yo creo en las revistas literarias, pese a las amenazas y ventajas del mundo virtual.
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¿Tenemos los mexicanos la piel muy delgada ante la crítica?
En todas las latitudes la crítica siempre es incómoda, siempre es polémica, a ningún escritor del mundo le gusta que lo critiquen; lo que cambia es la calidad moral de la respuesta. Yo he tenido la fortuna de recibir de escritores que he criticado, respuestas muy duras, muy educadas y muy solidarias con mi oficio. Pongo un ejemplo: varias veces critiqué de manera enérgica libros de Vicente Leñero y lo que él hacía era mandarme cartas diciéndome: “te agradezco la crítica, tienes razón en esto, pero en esto no”. Era una verdadera conversación entre un escritor que entendía que la crítica era necesaria y que había que dialogar con el crítico. Ése es el mayor regalo que puede recibir un crítico, ese diálogo. No leemos lo mismo de Dostoievski a los 18 años que a los 40 o a los 60; ni nuestra lectura de El laberinto de la soledad es la misma a los 18 que a los 55. Si los grandes libros se van moviendo a lo largo de nuestra experiencia, cómo no se va a mover una opinión que dimos, con las exigencias que significa el periodismo. Por fortuna, en los ensayos y reseñas publicadas en la prensa, los críticos tenemos la oportunidad de retrabajarlas y publicarlas en libros. Ahí es donde entra lo que nos dijeron los lectores y autores. Por eso yo a los críticos jóvenes, que no son muchos por desgracia, les digo: “sí, está muy bien escribir en los suplementos, en las revistas y en los periódicos, pero tiene que llegar a los libros, porque es ahí donde vas a recoger la interlocución”.
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En ocasiones la reacción ante la crítica es visceral…
Eso es parte del oficio. Un crítico literario no es alguien que esté esperando que suene el teléfono y que el escritor de dé las gracias, eso no lo hacen ni siquiera aquéllos cuya obra uno examinó con entusiasmo. Uno no está esperando esas llamadas, las cuales son muy escasas. La mayoría de los escritores, cuando escribo sobre ellos, no me dicen nada, como debe de ser. Yo estoy haciendo un trabajo, que seguiré haciendo, y ellos hicieron el suyo.
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¿Tienes herederos?, ¿habrá un hijo literario de Christopher Domínguez Michael?
Eso está por verse. Es un misterio del futuro. No doy clases. No tengo discípulos. Soy una persona solitaria que forma parte de Letras Libres. Un crítico literario en ejercicio que ahora escribe en EL UNIVERSAL. Mi trabajo es, en efecto, un trabajo solitario. En ese sentido sí, para bien o para mal, soy muy distinto a un crítico académico que está formando generaciones de estudiantes, de alumnos y probablemente de críticos literario. Yo no. Si alguna aspiración dinástica tengo será que alguno de mis lectores, que yo no conozco, se convierta en un crítico literario. Pero ésa va a ser obra de la casualidad y no de mi voluntad.


Buenas y malas intenciones

12/Noviembre/2017
Confabulario
Geney Beltrán Félix

Salvo casos muy particulares, rara vez nos enojamos —cuando menos no lo hacemos con vehemencia— al suponer las intenciones de novelistas o poetas. Usualmente aceptamos que quien escribe una novela o un libro de poesía lo que busca es, en el mejor caso, expresarse, pero sobre todo ganar fama, un premio, regalías, la posteridad. En suma, cualquiera de esos mojones tan elusivos que con frecuencia alimentan las conversaciones ante el espejo o los devaneos en la duermevela. Es decir, se asume que poetas o novelistas tienen el derecho de ver nacer su escritura de un doble impulso: uno elevado —la manifestación de un temperamento, una visión o aspiración o necesidad del espíritu— y otro elemental. El provecho más inmediato. La expansión del ego. Una cuenta bancaria abultada. Etcétera.
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Quienes escriben —escribimos— textos de crítica pareceríamos entrar en otro ramo. Daría la impresión de que tanto colegas del medio literario como lectores de a pie le regatean a los y las oficiantes de la crítica cualquier posibilidad de trascendencia. Escribe crítica y húndete en el olvido, quieren espetarnos, olvidadizos de Aristóteles, Longino o el doctor Johnson. La idea, supongo, sería esta: que nadie llega al paraíso de la literatura desbrozando los caminos de la crítica. Se entiende, de entrada, y quién sabe por qué, que toda persona al borronear unas palabras sobre una hoja de papel o en el procesador de la computadora tendría como justificación única, como avidez máxima, la inmortalidad. “¡Tan largo me lo fiais!”, citaba Esther Seligson al clásico cuando alguien, sin temblor ninguno en la voz, le aseguraba un futuro ilustre e indudable a sus libros La morada en el tiempoSed de mar o Todo aquí es polvo, obras, aún hoy, ya siete años después de su muerte, de muy escasa circulación y menor resonancia crítica.
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Frente a ese panorama de reivindicación final que auguraría la nombradía póstuma, la escritura exegética no tiene, se dice, gran riqueza que ofrecer. He visto con desconsuelo a autores y autoras jóvenes mostrar una indiferencia, a ratos un desprecio, ante la sola propuesta de encarar la página, sin las andaderas de la ficción o el lirismo mal entendido, para comentar un libro, una figura literaria, un tema lateral aunque sea. He conocido, también, a colegas de ya notorio talento en los campos de la narrativa de ficción, el ensayo personal, la poesía o la dramaturgia que aquí o allá —una reseña muy de vez en cuándo, el artículo en ocasión del centenario de un libro egregio— han dejado muestra muy enfática de dotes filosas para la aventura crítica, y que, sin embargo, no han reincidido en esta vía. Ante la sugerencia de garrapatear renglones de crítica con más tenacidad, lo descartan de forma muy espontánea. “No soy crítico”, me han dicho. “Lo mío es la novela”. “O la poesía”. Quizá tienen razón, me he dicho. Tal vez advierten con transparencia algo que, de este lado, por terquedad o mera costumbre, se nos sigue escapando. Pero sigo sin saber cuál puede ser esa verdad.
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Especulo que, de fondo, para perseverar en la crítica se requiere no esencialmente el talento, la inteligencia, la erudición y la capacidad argumentativa que durante décadas y siglos suponíamos se requerían. Para escribir buena crítica, por supuesto, esos atributos son vitales. Pero hablo de la persistencia en este ámbito, el seguir escribiendo que siempre resulta más arduo de sostener que el sólo escribir: aquí lo necesario es, supongo, algo que, a falta de un término más elegante, llamaría “el impulso adversativo”. Se trata de un ánimo inclinado por la confrontación, la puesta de duda, la exigencia polemista. El no poderse estar en paz hasta que no se escribe, se argumenta, aquello que nos ha provocado una lectura.
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¿De dónde vendrá esta energía? Tal vez anide en los genes, o la endilgan los astros al instante de hacer entrar en nuestro cuerpo la primera bocanada de aire, o la teje en alguna de nuestras almas uno de esos episodios de trauma, carencia o humillación que todo ser sufre en la precoz infancia. No estoy tan seguro de que el impulso adversativo se pueda adquirir con los años o con la práctica, quiero decir. Porque tampoco es factible esconderlo, o no sin repercusiones. Es un empuje que reclama hacerse presente, una y otra vez. Si no es perpetrando una reseña, escribiendo una tesis de grado o redactando un tuit de perspicacia, enojo o repulsión, se verá al momento de preparar el temario de una clase de literatura, al dictaminar manuscritos para una editorial o un premio, al organizar una actividad de promoción literaria. Pero estará siempre.
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Se manifieste de la forma que sea, este impulso no acepta quedarse estéril. A través de la palabra, queremos que este cuestionamiento mueva algo. Altere las cosas. Son unas ganas feroces, impostergables, de no dejar el mundo igual que como estaba antes. “¿Cómo?”, se dirá. “¿Qué tiene que ver el mundo en esto?” Lo que a veces no se entiende es que toda persona que escribe crítica no sólo está en una batalla al interior de la esfera literaria, buscando hacer espacio a propuestas que consideramos más valiosas, o retadoras, o exigentes, o cuestionando conceptos, prejuicios, famas. También las intenciones de quien hace crítica aspiran a desbordar las orillas del orbe literario y descomponer el orden ya fijado de lo real. Si leer un libro nos ha cambiado la percepción del mundo y ha transformado así nuestras ideas y nuestro actuar, ambicionamos conseguir que más y más personas lean esas páginas tan poderosas para acrecentar efectos tan necesarios.
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Por eso, cuando se descalifica un texto crítico arguyendo que quien lo escribió es alguien que se ha dejado llevar por la envidia, el despecho, el rencor, la cobardía o el arribismo, los y las oficiantes de la crítica sólo levantamos los hombros. Esa incomprensión es frustrante, sí, pero viene con el oficio; es algo que ya ni ha de preocuparnos. Sabemos que toda persona, sea novelista o poeta o crítico, puede tener inercias desviadas de la ética. Pero los alcances de la crítica —como los alcances de cualquier manifestación artística auténticamente vital— van más allá de nuestras limitadas condiciones personales, y de las supuestamente espurias intenciones de quienes la practican.

La censura en sábado

12/Noviembre/2017
Confabulario
Huberto Batis

Como editor de un suplemento tienes que buscar opciones para hacer atractiva tu publicación. Así fue como nació, sin una intención premeditada, una sección que fue muy popular entre nuestros lectores porque combinaba lectura y erotismo. Se llamó “El diván”. Había comenzado por accidente, porque cada que me visitaba algún escritor en las oficinas del suplemento sábado, llamaba por teléfono al departamento de fotografía del periódicounomásuno y pedía que me mandaran un fotógrafo para que le hiciera un retrato, pero casi siempre estaban haciendo sus labores en la calle. Además, decían que “político mata a escritor”. Uno de los fotógrafos me dio una cámara y me dijo: “Tómalas tú y aquí te las revelamos”. Me dieron unas pequeñas clasecitas y empecé a tomarlas yo mismo. De este modo logré hacer un archivo muy variado y rico. Tengo retratos de varios escritores mexicanos que reuní a lo largo de 25 años.
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En una ocasión vino Claudia Hernández de Valle Arizpe, alumna mía. Se sentó en el diván a leer el suplemento. Entonces, me llamaron la atención sus piernas. El ejemplar tenía en sus manos le tapaba el rostro. Le tomé una foto y una semana después la publiqué. Como título sólo le puse: “Guess who?” Cuando encontré a Luis Gutiérrez, director del periódico, y me preguntó quién iba a salir en la sección “Guess who?”, su pregunta me sorprendió y le dije que eso había sido una puntada. Me dijo que le habían hecho buenos muy comentarios y que había varias candidatas que querían aparecer ahí. Cuando retraté todas las piernas del periódico, comenzaron a visitarnos las poetas y escritoras. No necesitaba decirle dos veces a una escritora que la quería retratar. Si no le decía, se ofendía. Al final del año, publiqué, en fotos pequeñas, retratos de cada una de ellas con el rostro descubierto para revelar la incógnita. Algunas competían por ver quién enseñaba más pierna. Así fui haciendo mi archivo de “divanesas”, fotos increíbles. Pero en “El diván” no sólo posaron mujeres. Por ejemplo, Fernando Tola de Habich llegó a despatarrarse ahí.
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También comenzaron a llegar artistas, actrices y cantantes. Algunas fueron Paty Manterola, Edith González y Biby Gaytán. Empezamos a recibir poemas dedicados a ésta. Era tanto el éxito que teníamos la sensación que estábamos viviendo una Bibymanía. Algunos lectores empezaron a pedir que publicáramos fotos de Gloria Trevi. Tuvimos sesiones memorables a puerta cerrada con varios fotógrafos simultáneos, con actrices en paños menores. Muchas de ellas no se publicaron pero nos hicieron gozar mucho. Milagrosamente, ahí sí aparecieron los fotógrafos que antes nos hacían falta.
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“El diván” era una de las páginas más buscadas. Como el unomásuno no tenía secciones separadas, sábado era él único que se podía desprender del resto del periódico porque se encartaba al centro. Algunos voceadores me dijeron que sacaban el suplemento y lo vendían aparte. Cuando tenían que regresar las existencias, nadie se daba cuenta que no lo traía. Así se sacaban un dinero extra.
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Un suplemento es la revista cultural de un periódico. Recuerdo que en sábado teníamos autores para aventar para arriba en temas de cine, teatro y literatura. Llegamos a tener hasta cuatro críticos publicando simultáneamente en el suplemento, aunque a veces hablaran del mismo tema. Eso permitía comparar opiniones.
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Con “El diván” descubrimos que incluir recursos eróticos en los temas culturales era algo novedoso. Lo más cercano al erotismo que tenían los lectores eran las secciones de espectáculos, donde aparecían fotografías pícaras, graciosas, muy bellas, de actrices de teatro y cine. Hoy no veo que las secciones culturales tengan algún aporte erótico, salvo algunas excepciones.
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Poco tiempo después de que Manuel Alonso Muñoz tomó la dirección del periódicounomásuno, nos encontramos en la boda de un escritor amigo mío. Yo llevaba mi cámara. Me dijo: “¿Cómo es posible que te aproveches del periódico, de la cámara y los laboratorios, tomando fotografías de sociales? ¿No te da vergüenza?” Pensó que estaba ganándome otros ingresos como fotógrafo de eventos sociales, cuando esas fotografías se destinaban al periódico, se publicaban o se archivaban para formar parte de un dossier.
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Su hijo, Manuel Alonso Coratella, no intervenía en mi trabajo. Otra de sus hijas era la que le decía qué estaba bien y qué estaba mal. Así supe que el papá se guiaba por el criterio de Guadalupe Alonso.
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Cuando llegó, don Manuel me había dicho que el suplemento era lo mejor del unomásuno y que debía de ayudar al periódico a adquirir la fama de sábado. Muchos intelectuales decían que compraban el periódico sólo para leer el suplemento. Pero la censura, que nunca me ocurrió con los directores anteriores, la padecí con Manuel Alonso Muñoz. Me regresaba cada número del suplemento con indicaciones de las cosas que no le gustaban: tachaba las fotos que le parecían escandalosas. Llegó a tachar la plana entera, diciendo que era un artículo indigno de publicarse. No daba argumentos, lo hacía porque le daba la gana. Es muy lamentable que un director de un suplemento tenga encima la voluntad o el capricho de un director sin criterio ni voluntad de escuchar. Luego, llegó a tacharme todo el suplemento. Me di cuenta que ya no tenía nada que hacer ahí: en algún momento me iba a tachar a mí.
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¡No pasarán! Historia de una transición intelectual

12/Noviembre/2017
Confabulario
Ángel Gilberto Adame

Octavio Paz dejó de publicar en el periodo comprendido entre 1934 y 1936, luego de haber obtenido cierta notoriedad con Luna silvestre, su primer poemario (1933). Durante ese lapso, vivió conflictos familiares que llegaron a su punto álgido con el fallecimiento de su padre el 10 de marzo de 1935; cursaba una licenciatura que no le satisfacía e iniciaba una relación tormentosa con Elena Garro. A pesar de estos factores, su avidez lectora se mantuvo intacta, lo que le permitió estar al tanto de los acontecimientos que derivaron en la Guerra Civil española.
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Cuando estalló el golpe de Estado en contra de la II República, Dolores Ibárruri, “La pasionaria”, pronunció un discurso mediante el cual exhortó a la población civil a tomar las armas en defensa del gobierno legítimo: “El mismo 18 de julio, por la noche, en nombre del Partido Comunista hablé al pueblo por la Radio del Ministerio de la Gobernación. Desde aquel momento, el ‘No pasarán’ se hizo carne de la resistencia del pueblo”1. Su intervención tuvo tal resonancia que se convirtió en un documento moral que atrajo el interés de gran número de intelectuales, entre los cuales se encontraba el joven Paz.
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Deseoso de participar en el debate ideológico que oponía al comunismo y al fascismo, Paz escribió una serie de poemas“¡No pasarán!”, “Oda a España”, “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”. El primero de ellos constituyó para él una renovación lírica y personal, pues le permitió descubrir la veta social de la poesía y le dio la oportunidad de figurar en la primera línea de la literatura latinoamericana. ¡No pasarán! se publicó en México por Talleres Gráficos de la Nación 2 bajo el sello de Simbad3 el 30 de septiembre de 1936, con un tiraje inusitado de 3 mil 500 ejemplares 4. El libro constó de ocho páginas, incluyó un epígrafe del historiador francés Elie Faure5 y una nota final en la que especificaba que las ganancias se donarían al Frente Popular Español por conducto de su similar constituido en México, una asociación conformada principalmente por exiliados y comunistas.
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Es altamente probable que, para la impresión, Paz contara con el apoyo de Vicente Lombardo Toledano, máximo representante de la izquierda durante el cardenismo y mentor de Octavio Novaro —fundador de Simbad— y de Enrique Ramírez y Ramírez, por aquellas fechas amigos íntimos del poeta.
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La recepción del texto fue sorpresiva, pues provocó una discusión que tuvo como centro las fronteras entre la literatura y las disputas ideológicas. Aunque otros escritores jóvenes –Arnulfo Martínez Lavalle y el propio Novaro– siguieron un proceder similar al de Paz e intentaron vincular su quehacer artístico con la guerra de España, ningún trabajo causó tantas reacciones como ¡No pasarán!. Incluso El Nacional 6, periódico oficial del gobierno, lo incluyó en su suplemento dominical del 4 de octubre.
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Una primera reseña apareció el 15 de octubre en El Porvenir, diario regiomontano, en donde se criticó que los Talleres Gráficos invirtieran su presupuesto en difundir poesía “de propaganda” mientras descuidaban los libros de texto. Se dijo también que el autor pertenecía a la corriente estridentista y el poema fue calificado como un folletín comunista7.
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El 31 de octubre, ¡No pasarán! figuró en la portada de la revista costarricense Repertorio Americano, acompañada de una ilustración antifascista de William Gropper, la cual fue remitida por el propio Paz. El editor en jefe de la publicación era Juan García Monge, quien impulsó su difusión a nivel continental.
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Rubén Salazar Mallén escribió, el 12 de noviembre, una nota para El Universal que incluyó fuertes críticas dirigidas a la novel poesía que se escribía en México: “La juventud, inepta unas veces y otras veces ávida, dejó de servir a la poesía para servirse de ella […] y brotaron, irrumpieron en el mercado literario esos versos con voluntad de cartel antes que de poesía”8. En respuesta, Futuro, dirigida por Lombardo Toledano, publicó en su número de diciembre un artículo en apoyo de los poetas jóvenes y en particular de Paz; en la nota se lee: “Rubén Salazar, no pasarán tus diatribas torpes al nuevo arte, la repugnancia de las intelectualidades sensatas del presente, como no pasarán a la historia de la literatura esos poetas de poesía decadente en que te atrincheras”9.
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Rafael Solana estuvo entre quienes acogieron con entusiasmo el poema de Paz: “‘¡No pasarán!’ […] lleva, en vez de su firma, la de todos nosotros. Agrupados en torno por la solidaridad y aprobándolo en cada una de sus sílabas. […] Por primera vez en la historia contemporánea un poeta ha podido hacer un poema revolucionario, con tendencias de propaganda, sin dejar de ser poeta. Ha dado Octavio Paz un ejemplo que seguramente será muy difícil de seguir”10.
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El 15 de enero del año siguiente, Bernardo Ortiz de Montellano, firmando bajo el seudónimo Marcial Rojas, escribió para Letras de México un artículo que tituló “Poesía y Retórica”. En su texto “cita los versos iniciales de ‘¡No pasarán!’ para compararlos desfavorablemente con el comienzo de ‘Galope muerto’, poema inaugural de Residencia en la tierra, el gran libro de Neruda que crea escuela a partir de su edición madrileña de 1935. Sin citar autores ni títulos, el crítico ve en los versos de Paz una superficial imitación retórica de la poesía auténtica del chileno”11. Su conclusión es que el autor busca un impostado dramatismo a través del empleo de ciertos adjetivos –desgarrados, febriles– y, aunque reconoce que la calidad de los versos se incrementa a medida que el poema se desarrolla, aduce que sólo los buenos lectores distinguirían las “diferencias entre la retórica y la poesía”12.
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Efraín Huerta escribió en El Nacional —dos días después del ataque de Montellano— un elogioso comentario al poema, argumentando que su valía radicaba en explorar nuevos senderos de la poesía rompiendo con las trilladas formas del modernismo; también aseguró que el texto de Paz había sido “producto de una decidida intervención con la sangre, las vísceras y el cerebro en la lucha social”13.
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Salazar Mallén retomó la discusión el 21 de enero: “El poema era una caja de palabras completamente vacía, era un aspaviento demagógico para ignorantes de la poesía. Lo que hubiera podido aprovecharse para forrar ideas poéticas, no forraba sino las más vulgares ideas políticas”. Sin embargo, fue generoso en sus palabras sobre “Raíz del hombre”, “un poema nuevo […] en que la lejanía de la política es cabal, en que se busca un camino de libertad por la poesía”; atributos que volvían a este libro un proyecto mejor y “verdadero”14.
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Guillermo Sheridan recuerda que, en medio de la controversia, Jorge Cuesta invitó a Paz a una comida a la que también acudieron los miembros más prominentes de “Los Contemporáneos”. Durante la velada, el joven poeta fue interrogado acerca de su quehacer artístico, en particular sobre su tendencia a asimilar la literatura con la política, práctica que el grupo encontraba inaceptable, pues ellos consideraban que el artista debía defender la razón y la verdad de la influencia de su época: “Las opiniones políticas que sostiene […] Paz tienen un relente colorado preocupante, y haberles permitido expresión poética en ‘¡No pasarán!’ amenazaba convertirlo en un poeta comprometido. Paz procura defender ‘¡No pasarán!’ ante un jurado que, de manera unánime, sostiene la opinión contraria. […] Se defiende como puede e insiste una y otra vez en que su escritura es insubordinable a la ideología y, menos aún, a su formulación teórica: ‘el realismo socialista’”15.
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Ramírez y Ramírez se sumó al debate sobre la legitimidad de la poesía social y señaló: “El estupor producido por ‘¡No pasarán!’ reside, en gran parte, en la equivocada credulidad de quienes piensan que la poesía, para ser tal, debe referirse exclusivamente al misterio de las palabras entrelazadas cabalísticamente”16. También dijo que en Paz se revelaba un poeta versátil capaz de escribir con la misma intensidad sobre la tragedia de España que sobre tópicos como la soledad y el amor.
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Huerta retomó el tema desde la tribuna del Diario del Sureste para aclarar que Paz no era un militante, por lo que, a su parecer, una lectura partidista del poema era una indolencia:
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No hubo demagogia en el “¡No pasarán!”, ni los comunistas nos hemos aprovechado “maliciosamente” para decir que Paz es de nuestro Partido. Paz nos ha dicho que no es político. Nosotros no intentamos que lo sea. Es, ¿qué más le podemos exigir?, un gran poeta que ha aceptado desde hace mucho tiempo los puntos más importantes, los fundamentales de nuestro programa de lucha. Está contra el movimiento fascista y contra su consecuencia: la guerra. No es un simpatizante común y corriente, puesto que ha dejado de pertenecer a las élites del fastidio y de la pedantería17.
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Alberto Quintero Álvarez fue, del grupo de los cercanos a Paz, el único que expresó una opinión crítica: “El poema […] es rápido, y no tiene sino destellos muy brillantes a lo largo de una sucesión en donde lo propuesto y lo circunstancial se constatan con fría emotividad”. Desde su punto de vista, ¡No pasarán! apenas lograba “prodigar circunstancias en un lenguaje más o menos emocionado, pero artificial”18.
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La relevancia de ¡No pasarán! le ganó a Paz una invitación al Segundo Congreso de Escritores Antifascistas en Defensa de la Cultura que inició en julio y tuvo como sedes las ciudades de Valencia, Madrid, Barcelona y París. Cuando supo de su convocatoria, residía en Yucatán y, en su correspondencia de los meses anteriores, había comentado con Elena Garro la confianza que tenía depositada en su trabajo poético y su adscripción estilística:
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“No pasarán” y “Raíz” son productos de la misma sensibilidad, pero el segundo no los hiere en sus intereses de clase, en tanto que el primero les hace vivas y visibles su impotencia y su cobardía, su indiferencia. El “¡No pasarán!” les demuestra las verdaderas raíces de su odio a lo que llaman, tontamente, literatura de propaganda. Todas lo han sido. Y les demuestra que se puede hacer arte con todo y no nada más con su asquerosa putrefacción, con su venenosa afición a los colores, a las formas, a La Belleza en el aire19.
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Durante el Congreso, Paz participó en veladas poéticas con la lectura de ¡No pasarán!, siendo una de las más memorables la que llevó a cabo en Madrid el 14 de julio. Animado por ello, Manuel Altolaguirre editó Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España, un pequeño libro dividido en tres secciones: “Bajo tu clara sombra”, “Raíz del hombre” y “Cantos españoles”. El volumen se publicó en Valencia el 31 de agosto, como parte de la Nueva Colección Héroe20.
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Mientras tanto, Salazar Mallén arremetió en contra de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), convencido de que a sus miembros los guiaba un sectarismo que atentaba contra el albedrío de la creación artística y sus medios de difusión. A su parecer, fue esta asociación la que motivó a Paz a escribir ¡No pasarán! y la que promovió su invitación a España: “Había que verlo a él, el auténtico poeta de Raíz del hombre, a la zaga de tipos sin valor artístico, sumido en una servidumbre humillante”21.
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El 26 de noviembre, Salazar Mallén dio a conocer una carta que le envió Paz compuesta por una serie de aclaraciones y respuestas a las críticas que éste había hecho en su contra:
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Por lo que se refiere al “inmundo halago” de mi poema “¡No pasarán!”, quiero decirte, por última vez y contigo a todos los que están detrás de ti o a tu lado, moral o ideológicamente, con la sospecha, el silencio o la mentira, que cuando publiqué ese poema no lo hice con ánimo venal o servil (servil: ¿a quién?) y que hasta la fecha no he obtenido, ni pretendido, ventaja material o espiritual de gobiernos, organizaciones o personas. No lo hice con ánimo de lucro y aclaro nuevamente, ni siquiera la invitación al Congreso de Escritores —invitación que, además humana y verosímilmente yo no podía suponer o calcular— partió, no del conocimiento de mi poema, sino del de mi libro Raíz del hombre, que, como sabes y lo has juzgado, no es un libro “político”, dotando a la palabra de la crueldad y rigidez que ustedes le otorgan en las ideas y en la práctica.
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La misiva mereció un extenso comentario, en el que Salazar Mallén incluyó una nueva invectiva acerca de su presencia en el Congreso: “La invitación la ganó con ‘¡No pasarán!’, con esa pobre cosa demagógica, sin valor poético, como él mismo, Octavio, lo reconoció una tarde”. También afirmó que sus vínculos con la Liga de Escritores eran evidentes. Concluyó atribuyendo los reclamos de Paz a su edad y a su inocencia, pues según él no era consciente de los intereses que lo utilizaban22.
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A finales de año, habiendo concluido la estancia de Paz en España, César Ortiz escribió un artículo para El Machete que tituló “Octavio Paz, esperanza de la poesía mexicana”, en el que exaltaba la imagen de la literatura nacional que el joven había representado con éxito en el extranjero y frente a algunos de los escritores más importantes del mundo23.
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Todavía en enero de 1939, desde las páginas de Futuro, Paz refrendó su simpatía con el pueblo español y llamó a la solidaridad entre los países hispánicos:
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España ha sido muchas veces un Estado, hasta un imperio […], pero pocas veces, muy pocas, ha logrado realizarse en una comunidad nacional, en una democracia que albergue todos los pueblos ibéricos. Las convulsiones internas de España han sido siempre contra la tiranía de la riqueza y en contra del despotismo del Estado central. Catalanes, gallegos o vascos, lo mismo que mexicanos, argentinos o cubanos, todos víctimas de un Estado que nunca pudo, por ajeno, por antihumano, ser íntegramente español o americano24.
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El 23 de mayo de 1943, José Revueltas publicó en El Popular una clasificación de la literatura mexicana: Primero agrupó a los poetas en helenizantes, a cuya cabeza colocó a Alfonso Reyes y a los cuales caracterizó por su aptitud intelectual pero también por su tendencia a buscar apoyos estatales; después se refirió a los europeizantes, liderados por Xavier Villaurrutia y preocupados exclusivamente por las tendencias estéticas procedentes del extranjero; otro sector que identificó fue el de los revolucionarios, quienes estaban a la espera de un cargo público; y por último, se incluyó a sí mismo entre los marxistas, interesados sobre todo en la realidad social y ajenos a los manejos burocráticos. Resulta al menos llamativo que en esta lista pormenorizada no figure Octavio Paz, a quien solo se refiere como un poeta de notable talento25, cuya orfandad lo llevaría, eventualmente, a abandonar el país.
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La historia de ¡No pasarán! es también la de una transición intelectual. Arroja luz sobre un Paz compañero de viaje de los comunistas que sucesivamente fue ampliando sus horizontes intelectuales hasta convertirse en un disidente y en un crítico frontal de la izquierda. El desarrollo de este hito biográfico explica por qué, de las sucesivas recopilaciones de su obra poética, Paz excluyó este y otros trabajos.
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Los motivos que conjuró para esta ausencia fueron, además de políticos, de carácter artístico: así se lo hizo saber a Héctor Tajonar en una entrevista concedida en 1984, en la que le dijo que, tiempo después de haberlo concluido, ¡No pasarán! le produjo la sensación desconcertante de haber sido escrito más por una necesidad íntima que por una aspiración poética. El poema apareció nuevamente en el tomo trece de sus Obras completas como un testimonio cabal de su trayectoria.
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1 . Ibárruri, Dolores, El único camino, Barcelona, Bruguera, 1979, p. 273.
2 . Gustavo Ortiz Herón era el director de Talleres Gráficos de la Nación a la fecha de publicación del poema.
3 . Además de ¡No pasarán!, Simbad editó otros tres títulos: Raíz del hombre (1937), también de Octavio Paz, y Canciones para mujeres (1936) y Palomas al oído (1937) de Octavio Novaro. El tipógrafo era Ángel Chapero. Rafael Solana comentó que el objetivo de la empresa consistía en “hacer ediciones modestas, sin llegar a indigentes, de obras al alcance de todas las fortunas, incluso intelectualmente hablando”. La opinión anterior se publicó en “Reseña de Canciones para mujeres, de Octavio Novaro”, Taller Poético, número 2, noviembre de 1936.
4 . Rafael Solana dijo sobre el tiraje de este volumen: “No se trata ya de una poesía de pequeños grupos, sino de un poema que sale a la calle, que se echa en medio del público, no solamente a producir un deleite espiritual al que tan poco afecta es la gente, sino a decir su verdad y hacer su propaganda”. Así lo hizo saber en el artículo “El año poético”, Diario del Sureste, 1 de enero 1937, p. 3.
5 . “España es la realidad y la conciencia del mundo”. Elie Faure (1873-1937) hizo de la Guerra Civil española un tema recurrente de sus ensayos, llegando a equipararla en importancia con la Revolución Rusa; incluso aseguró que el pueblo español había decidido oponerse a las oligarquías capitalistas. Para profundizar en sus opiniones sobre el conflicto, confróntese Meditations catastrophiques, Paris, Bartillat, 2006.
6 . El director del diario a esas fechas era Froylán C. Manjarrez (1894-1937).
7 . “Circula en Monterrey propaganda comunista”, El Porvenir, 15 de octubre de 1936, p. 4.
8 . Salazar Mallén, Rubén, “Poesía y juventud”, El Universal, 12 de noviembre de 1936.
9 . “Juventud, poesía…y fachismo”, Futuro, diciembre de 1936.
10 . Solana, Rafael, “El año poético”, Diario del Sureste, 1 enero de 1937, p. 3.
11 . Stanton, Anthony, “La poesía de Octavio Paz durante la guerra civil de España”, Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV), El Colegio de México.
12 . Rojas, Marcial, “Poesía y retórica”, Letras de México, 15 de enero de 1937, p. 2.
13 . Huerta, Efraín, “El problema de la poesía”, El Nacional, 17 de enero de 1937.
14 . Salazar Mallén, Rubén, “Raíz del hombre”, El Universal, 21 de enero de 1937.
15 . Sheridan, Guillermo, Poeta con paisaje: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, México, Era, 2004, paginado variable en formato virtual.
16 . Ramírez y Ramírez, Enrique, “La juventud de la poesía mexicana”, El Nacional, 9 de febrero de 1937.
17 . Huerta, Efraín, “Lady Jane y la poesía”, Diario del Sureste, 14 de febrero de 1937.
18 . Quintero Álvarez, Alberto, “Carta sobre la poesía de la juventud”, El Nacional, 11 de abril de 1937, p. 2.
19 . Carta de Octavio Paz a Elena Garro, 16 de abril de 1937 “Elena Garro Papers”, Biblioteca Firestone, Universidad de Princeton.
20 . Altolaguirre escribió en su nota introductoria: “Esta vez le ha tocado en suerte a la poesía, al volver su rostro adolescente, el encontrarse con que Octavio Paz, su poeta, tiene sus mismos años, más o menos. Los dos juntos, tan jóvenes, el poeta y la poesía, la vida y el arte en este caso, llegaron a España para cantar a nuestro pueblo en guerra. Los cantos españoles de Octavio Paz, bajo una clara sombra helénica, salen hoy a la luz, a todos los vientos, para que sean repetidos con fervor por nuestros valerosos combatientes”.
21 . Salazar Mallén, Rubén, “Cambio de táctica”, El Universal, 26 de agosto de 1937.
22 . Salazar Mallén, Rubén, “Correspondencia”, El Universal, 26 de noviembre de 1937.
23 . Ortiz, César, “Octavio Paz, Esperanza de nuestra generación”, El Machete, 4 de diciembre de 1937.
24 . Paz, Octavio, “Americanidad en España”, Futuro, número 35, enero de 1939, p. 18.
25 . Revueltas, José, “El Cascabel al gato”, El Popular, 23 de mayo de 1943.