lunes, 13 de agosto de 2018

La poesía de Margarita Villaseñor

12/Agosto/2018
La Jornada Semanal
José María Espinasa

Como ya he dicho en anteriores ocasiones, el éxito de la antología Poesía en movimiento, con más de cincuenta años de haber sido publicada, hizo que ante el lector cada vez más minoritario del género una buena parte de la lírica que se escribía quedara en el olvido: no era moderna. Es evidente que en ese juicio hay 
no poca justicia. Pero también lo es que, en su nom­bre, se ningunearon obras con más valores de los que se cree y, sobre todo, la modernidad, después de un efímero boom, alejó a los lectores de la poesía. Esto sucedió de manera subrayada con las dos últimas generaciones de la antología citada, es decir las entonces más jóvenes. No estuvieron en la selección ni Eduardo Lizalde ni Gerardo Deniz: su movimiento no era el que la antología tenía presente, pero la lectura que hoy hacemos de ambos está claramente en la figura trazada por ella. En cambio, hay una poesía más tradicional, que no inmóvil, de características muy distintas que valdría la pena recuperar en su justa medida. Y en parte eso está ocurriendo.
La poesía de Dolores Castro está ya disponible en el Fondo de Cultura Económica desde hace varios años para el lector interesado. En esa misma editorial lo estuvo hace ya tiempo la de Roberto Cabral del Hoyo. Cuando escuche al poeta zacatecano leer su poesía por los primeros ochenta me resulto emocionante ver ese acento convencional y pueblerino, que yo creía ya olvidado, convertido en buena poesía. Hace unas semanas se celebró un homenaje a Dolores Castro por sus noventa y cinco años. Fue también emocionante oírla leer sus poemas, con su voz apenas en un hilo ante los atentos escuchas. No es que la edad les dé una calidad que no tienen, ya la tenían antes, pero nuestra obsesión por la modernidad nos impide verla, oírla, sobre todo. Los acentos tradicionales se dan en varios registros: la forma métrica y la actitud personal ante 
el yo lírico.
Con la generación de nacidos en los treinta, la más marcada y la más protagónica de Poesía en movimiento, las cosas también tienen su miga. 
Y la nómina de poetas se reorganiza con base en el gusto del lector y en la aparición de nuevos nombres que no estaban allí por razones previsibles. Justo en estos días circula un libro llamativo en esta corriente de revisión de los escritores de esa época. La Universidad y el Gobierno de Guanajuato han publicado la Poesía reunida, de Margarita Villaseñor (1932-2011), en una cuidada edición a cargo de Carlos Ulises Mata. Ella es un caso extraño. Tuvo protagonismo público en cierto momento e incluso recibió el Premio Xavier Villaurrutia, por su poemario El rito cotidiano. Gozó también de cierto éxito como guionista para culebrones televisivos (a ella se debe El extraño retorno de Diana Salazar). Por edad pertenece a la generación de escritores guanajuatenses que va de Jorge Ibargüengoitia a María Luisa Mendoza.
La edición viene precedida por un breve pero muy buen prólogo del narrador Enrique Serna, quien la trató y fue su amigo. Serna, con gracia y desenfado, traza el retrato de una poetisa –la palabra está en desuso, pero a ella le cuadra muy bien– con fuerza vital, alegría de vivir en medio de los dramas personales y amplio conocimiento literario. Si bien el nombre de Margarita Villaseñor no me era del todo desconocido, nunca había leído su poesía. Atraído por el dibujo que de ella hace Serna me puse a leerla y realmente fue una sorpresa. Me esperaba la típica escritora de provincia, de pasiones arrebatadas resueltas en lugares comunes de una cursilería que no se atreve a decir su nombre, pero me encontré con una poesía rigurosa, trabajada en términos que hoy consideraríamos clásicos, muy influida por la estética de Juan Ramón Jiménez, tono del que se fue liberando con los años. Su lírica no es abundante y como cuenta en su introducción Carlos Ulises Mata, fue escrita de manera espaciada a lo largo de los años y muchas veces en respuesta a sinsabores personales, crisis y desamores, con la voluntad catártica tan usual en una época.
Otra sorpresa. El primer libro de esta autora, fruto del duelo ante la muerte en un accidente de motocicleta de su novio adolescente, lleva como entrada unos breves e inspirados versos que el poeta Pedro Garfias, amigo de su familia, le escribió al conocer el poemario: “Si se apaga este amor ¿seapagará esta voz?/ ¿Entornarán sus párpados, de vena roja, el sol?/ ¿Se hará la luz escombros, ceniza el corazón?/ ¿Se apagará esta voz, si se apaga el amor?” Curioso tino del gran escritor español para definir el tono que ella tendría toda su vida. En alguna ocasión, hablando también de Poesía en movimiento, señalé que esa idea de modernidad en realidad seguía siendo modernista, en la cauda del Darío de Cantos de vida y esperanza, y eso pensé al leer el epígrafe de Garfias y la poesía de Villaseñor. La rápida primera y sorprendida lectura de esta poesía tiene que llevar después a una más cuidadosa revisión de sus valores, pero esta primera impresión me llevó a pensar en esa cruel condición del olvido que reviste ahora la llamada “fama literaria”.
Crecí con la idea de que la poesía era una condición de excepción, que no se leían, y desde luego, no se escribían poemas como se escriben novelas policíacas. Pero esa idea es también en parte la culpable de que la poesía no se lea, no forme parte de nuestro entorno y ni su lectura ni su escritura sea un hecho común, suponiendo que lo haya sido algún día. Pero tal vez lo más excepcional de la poesía sea que pueda volverse una práctica, como ocurre en la adolescencia, de carácter cotidiano y natural y que su condición de excepción ocurra en esa atmósfera en que más que leerla se la respira. Por eso es tan importante la labor de recuperación y rescate de esos escritores olvidados que son legión. La labor de la crítica es leer sin prejuicios, revisar nuestro árbol genealógico literario. Si no había leído antes a Margarita Villaseñor fue probablemente por prejuicio. Ahora, gracias a esta edición puedo subsanar mi error. Ojalá a más lectores les ocurra lo que a mí y se sientan sorprendidos por la poesía de esta autora

sábado, 11 de agosto de 2018

Cinismo, literatura y pensamiento

11/Agosto/2018
El Cultural
Carlos Velázquez

La literatura mexicana atraviesa por una fase peculiar. Por un lado se produce el efecto de que se encuentra en decadencia y al mismo tiempo se presume de una vitalidad sin cortapisas. Se cuestiona su calidad, pero contamos con escritores como Antonio Ortuño o Yuri Herrera que le garantizan una salud envidiable. Se publica demasiado y sin embargo pocos son los libros realmente significativos. Vivimos un momento editorial boyante y sin embargo las mesas de novedades siguen esclavizadas por las enésimas rediciones de clásicos latinoamericanos, Fuentes, Vargas Llosa, etcétera. Se establecen listados de autores como México 20 y se publican antologías como no ocurría en el pasado inmediato.
Para arribar a este peculiar momento la literatura tuvo que experimentar un hueco.
Un vacío que va de Cerca del fuego (1986) a Un asesino solitario (1998). Casi diez años en los que el desarrollo de las literaturas regionales y la literatura del Centro entró en periodo de incubación. La década perdida tuvo en el núcleo de sí misma a una figura: Guillermo Fadanelli. Quien no sólo sostuvo la narrativa del Centro, antes de la irrupción de Enrigue, sino que mantuvo vigente la literatura mexicana en uno de sus momentos de mayor transición. Una proeza que cristalizaría con la publicación de Lodo (2002), uno de los clásicos modernos de nuestras letras.
¿CRISIS? ¿CUÁL CRISIS?
La literatura mexicana ha vivido en constante crisis desde los sesenta. Una vez agotado el modelo pseudocosmopolita y posrevolucionario, la literatura mexicana se vio en la encrucijada de continuar narrando el paraíso exótico de Macondo o responder a la exigencia de contar la realidad de un continente que se caía en pedazos. Y a esa demanda respondieron varios productos literarios. Entre ellos Cerca del fuegoEl asesino solitario y Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1998). La realidad de este país se mide en sexenios.
El continente necesitaba voces radicales que describieran la realidad aplastante que se vivía en parte gracias al resquebrajamiento de las instituciones. De Cuba, Pedro Juan Gutiérrez, de Colombia, Fernando Vallejo, de Chile, Pedro Lemebel y de México, Guillermo Fadanelli, comenzaron a desenmascarar el embuste del bienestar promovido por la América Latina del realismo mágico. Existe un punto de encuentro entre la narrativa de Fadanelli y Sam Shepard. En ParísTexas, hay una escena en la que Harry Dean Stanton se cruza en un puente con un homelessque a grito pelado clama el final de los tiempos. Es el comienzo de Clarisa ya tiene un muerto (1999). Con la aparición del predicador, Fadanelli se desmarcaría del resto de sus contemporáneos. Daba reporte de una Ciudad de México ajena a la literatura. Y no era otra sino la misma de todos los días. Pero desprovista de romanticismo. Observada con los mismos ojos que la observaban día a día millones de personas. Reflejo a la vez de un país desolado.
En la actualidad la literatura mexicana reflexiona demasiado sobre sí misma. Más que nunca en su historia. Es interesante que estas preocupaciones no se presentaran cuando fueron las corrientes marginales las que alimentaron la transformación del panorama. La inquietud presente por contar con una literatura salubre ha modificado la producción literaria en el país. La academia gana terreno y lo que se escribe ahora en México carece del arrojo que hubo en el pasado. Fadanelli es un producto proveniente de corrientes marginales. Su adhesión a la filosofía dejó constancia desde el principio. Fuera de unos pocos autores, como Fadanelli o García Ponce, en nuestro país la filosofía no arraigó en el pensamiento del literato. La República de las Letras optó por la metaliteratura. Aquella que no habla de la vida o las tribulaciones del hombre o la condición humana. La literatura que sólo tiene como tema la literatura misma.
La literatura del Centro está en deuda con Fadanelli más de lo que cree. Alzó la mano por la narrativa capitalina mientras la literatura norteña clavaba la bandera de un estilo y una moda; dotó a las letras del Centro de un lenguaje auténticamente loco, como correspondía; y mientras la ciudad perdía protagonismo en las letras nacionales, él continuó situándola en el centro de su ficción. Primero como cuentista, después como novelista y luego como pensador. Sin su presencia la narrativa del Centro habría demorado más tiempo en recobrarse de la deforestación ideológica y estilística inaugurada con La región más transparente.
Antes que la clase media chilanga volviera a ocupar un espacio en la literatura mexicana, Fadanelli la mantuvo viva. Fadanelli tuvo que esperar a la clase media para que lo acompañara en el campo literario. Dicha clase está en deuda con él. Pero no se trata de un héroe. Se trata solamente de un escritor que se dedicó a hacer su trabajo. Ajeno por completo a cualquier generación. 

Fadanelli ha cultivado un aislamiento a prueba de balas y prebendas. A diferencia de Monsiváis o Poniatowska, jamás ha aparecido en fotos con políticos. Es un espécimen en extinción dentro de las letras nacionales.

LA CONSTRUCCIÓN DEL MITO
En la edición de Debate de Lodo la foto de solapa muestra a un Fadanelli sentado, calvo y con unos lentes de sol casi de diadema. A sus 39 años ha escrito una novela que en 2003 sería finalista del Premio Rómulo Gallegos. Perdería con la obra de otro loco, Desbarrancadero de Fernando Vallejo. Pero bien pudieron haberse declarado ganadoras a ambas novelas, como ocurre con frecuencia en otros certámenes. En la lista de ganadores del prestigioso concurso aparecen cuatro mexicanos. Fuentes, Del Paso, Poniatowska y Mastretta.
Guillermo Fadanelli nació en la Ciudad de México en 1963. En 1989 fundó junto a sus compinches la revista Moho, que encarnaría después en editorial. Y debutaría autores como Wenceslao Bruciaga. La vida de Fadanelli no es muy distinta de la de cualquier mexicano. Parte de su biografía se puede rastrear en sus libros. Como a los autores valiosos, la vocación lo pescó a él y no al revés, como sucede ahora con la gente que decide dedicarse a la escritura. Es difícil imaginarse a Fadanelli en un máster de literatura. Sea en la Pompeu Fabra o Cornell.
En sus inicios como cuentista, Fadanelli describía su realidad circundante. Poco a poco fue incorporando a su obra fragmentos de su biografía, sin pisar de lleno la no-ficción. Y con el paso de los años se ha convertido más en un pensador que en literato. Su producción novelística no se ha detenido, pero ha dejado bien claro que sus preocupaciones se centran en otro lugar. Un sitio que ha desgranado en sus textos ensayísticos. El idealista y el perro, Insolencia y Meditaciones desde el subsuelo es una suerte de trilogía que ha mantenido al autor ocupado poco más de un lustro.
Fadanelli no es un hombre de escándalos. Pero es imposible no recordar aquel en el que fue metido involuntariamente una tarde cuando la conductora de espectáculos Paty
Chapoy ocupó unos segundos del programa Ventaneando para despotricar en contra de La otra cara de Rock Hudson. Es la mejor clase de publicidad que alguien puede recibir. No sólo es una anécdota chistosa. El trabajo de Fadanelli logra su cometido, es decir, sus aspiraciones. Incomodar a través de una historia que reflejara la realidad nacional. No importa que fuera un malentendido. Que la conductora comprara el libro por equivocación. Por pensar que era una biografía del autor. Este episodio dice mucho del poder de Fadanelli. Que su libro cayera en manos de gente que en su vida ha leído es sobre todo un triunfo de su literatura.
Pocos escritores tienen el don de la palabra como Guillermo Fadanelli. Su solvencia para expresar ideas sólo es comparable a la de Juan Villoro. Un hombre puede ser sabio en dos ocasiones. Cuando habla desde la cima de su experiencia. Y cuando habla desde la cima del lenguaje. Fadanelli es de los últimos. Su facilidad de palabra la ha puesto siempre al servicio de las ideas. Lo que lo ha convertido en un excelente conversador. Pese a estos atributos, es especialista en el arte de quedarse solo. Fadanelli ha cultivado un aislamiento a prueba de balas y prebendas. A diferencia de Monsiváis o Poniatowska, jamás ha aparecido en fotos con políticos. Es un espécimen en extinción dentro de las letras nacionales.
Una literatura que lo llevó a ser fichado por la editorial Anagrama con una antología de relatos. En 2004, cuando apareció Compraré un rifle, era impensable que un autor ingresara a una editorial como esa con un libro de relatos. Y menos con una antología. Y aunque los relatos no eran inéditos, eran desconocidos para el público español. Lo que habla de la acuciosa imperiosidad con la que era requerida la presencia editorial de Fadanelli en España. Si bien la editorial catalana tenía entre sus publicaciones a unos cuantos outsiders, era necesario detentar una calidad muy alta para pertenecer a ese club hasta entonces selecto. La calidad de Fadanelli nunca fue moneda de cambio trasatlántico. No porque no la tuviera, al contrario. Sino por su cualidad trashy. Fadanelli hacía videos, apadrinaba grupos de rock, fanzines, etcétera, pero debajo de toda esa fascinación por el underground habitaba un autor con grandes ambiciones. Que se consolidarían con el paso del tiempo y de los libros. Y que hoy lo mantienen como una de las figuras más insobornables del panorama.
Las solapas de sus libros presumen que desertó de la universidad, que es un boxeador fallido y que fue arriero, vendedor de árboles de navidad en Nueva York y dependiente de mostrador de una pastelería en Madrid. Cuesta menos imaginarlo así, con las manos embarradas de betún de chocolate que en un programa de escritura creativa. Es autodidacta. Y pese a que ha tenido muchos golpes de suerte continúa siendo un descreído. Su cinismo lo mantiene ajeno a las fruslerías del medio literario. Afirma que los premios que ha ganado son producto de un equívoco. Y de los apoyos gazmoños (becas) de parte del Estado tiene una opinión bastante relajada. Los considera limosnas. Y nunca va a estar en contra de formarse en la fila para recibir unas migajas. Ese es Fadanelli. Un autor que lo fagocita todo, incluso a sus colegas, con tal de mantenerse en el camino de la escritura.

Es autodidacta. Y pese a que ha tenido muchos golpes de suerte continúa siendo un descreído. Su cinismo lo mantiene ajeno a las fruslerías del medio literario. Afirma que los premios que ha ganado son producto de un equívoco.

LA DESTRUCCIÓN DEL HOMBRE
Fadanelli considera que la autodestrucción es una herramienta útil para el conocimiento de uno mismo. Partidario de los excesos, es un dipsómano congraciado, a sus 55 años conserva un buen estado de salud. Resultado de su faceta de basquetbolista de ocasión. Deporte al cual profesa cariño y ha tratado en su novela El hombre nacido en Danzing.
Pero también, y sobre todo, de su afición por el trote. En El billar de los suizosMemorias atendidas, declara que su salud es la enfermedad bien llevada. En ocasiones ha manifestado que trota tres veces a la semana. Cuesta imaginarlo, pero no porque esté reñido con el deporte. Porque sus cavilaciones parecen de otro orden. Y sin embargo es imposible que un pensador no sea un adicto a la caminata. En todo caso, Fadanelli ha sabido pregonar la destrucción y ha conseguido hacer lo necesario para mantenerse en forma. Y su condición escritural también se encuentra activa. Así lo demuestra su columna de los lunes en El Universal.
Fadanelli ha llevado la destrucción hasta sus últimas consecuencias. Su obra, a menudo asociada con el realismo sucio, demostró ser algo más con la publicación de Lodo. Metafóricamente, Fadanelli se anuló a sí mismo para tomar una nueva dirección. Esto es imposible no relacionarlo con la vida de Dennis Rodman. Existe una cinta casera que cuenta la vida del basquetbolista. Una noche, cansado de tantos problemas de armas y drogas, Rodman se encerró en su coche con una pistola. Y llevó a cabo una muerte simbólica. Salió de ahí convertido en otro para ser campeón de la NBA.
Sin el dramatismo del defensivo del año en 1990 y 1991, Fadanelli le ha impreso a su trabajo giros radicales. Primero con Lodo y después con su obra ensayística. Lo que lo ha exonerado de ser un autor complaciente consigo mismo, con los lectores y con los editores. Y ha mancillado esa imagen indolora que tiene el mundo editorial de convertir al escritor en una máquina productora de novelas. Una al año si es posible. En resumen, Fadanelli ha hecho lo que se le antoja. Y ese es un lujo que no todo mundo puede darse.

Lodo trajo un respiro a lo que ofrecía la literatura mexicana. Lo que no sabíamos es si queríamos ese respiro.

UN ANIMAL MORAL
La literatura mexicana reciente tiene muchas obras pero carece de personajes entrañables. Quizá el mejor personaje que haya producido en los últimos años sea Benito Torrentera. El protagonista de Lodo no es un alter ego de Fadanelli. Pero bien podría ser el autor de Meditaciones desde el subsuelo.
Habría que preguntarle a Fadanelli si se siente más a gusto ahora en el ensayo que en cualquier otro género, arriesgándonos a suponer que se sienta a gusto con algo. Su trasbordo a lo ensayístico lo ha metamorfoseado de raro en más raro. Y no por otra cosa sino porque el moralista que habita en él siente más deseos de pronunciarse que nunca. Si en el futuro la humanidad toca fondo no quepa duda que Dostoievski se convertirá en el escritor más popular. Fadanelli lo sabe. Él es también un moralista. Y como tal ha decidido llevar hasta sus últimas aspiraciones las tribulaciones de Torrentera.
Al momento de su publicación, Lodo trajo un respiro a lo que ofrecía la literatura mexicana. Lo que no sabíamos es si queríamos ese respiro. De lo que no había duda era de que lo necesitábamos. Era una moneda al aire con todas las de la ley. Un profesor de filosofía decide visitar Tiripetío, Michoacán, porque fue ahí donde cinco siglos antes se impartió la primera cátedra de filosofía en México. Una chica, Eduarda, asalta un Oxxo y busca refugio en el departamento del catedrático y después él convierte su expedición en una huida.
El argumento de la que por muchos ha sido nominada como la novela de la década, es la antítesis de lo que la narrativa de Fadanelli promovía hasta el momento. Decía Bukowski que el escritor tenía que arriesgar. Y Fadanelli atendió bien a sus palabras. Qué tremenda conversión moral tuvo que pasar para idear esta trama. No es complicado imaginar a Fadanelli arrastrarse de un lado a otro con el argumento metido en la cabeza. Si en su momento Rayuela funcionó como una guía jazzística, Lodo se ha convertido en un referente de lecturas filosóficas.
Torrentera es un sibarita que se regodea con añejas ediciones de libros y vino tinto. Y mientras conduce su coche desgrana su conocimiento. Pero es ante todo un mortal al servicio de sus debilidades. Las mujeres. Flor Eduarda para ser precisos. Y como si se tratara de una novela de forajidos en un giro inesperado, Lodo termina con un profesor de filosofía en la cárcel. Que no es otra cosa que la metáfora del pensamiento. La mente, de la cual no podemos escapar por más Cioran que consumamos en el desayuno.
En estos momentos Fadanelli se encuentra más cercano del Bukowski de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco que del autor de El día que la vea la voy a matar.
COMPRARÉ UN RIFLE Y LOS MATARÉ POR CABRONES
Si un día se instaura el Salón de la Fama de la Literatura Mexicana al primero que tendríamos que ingresar es a Fadanelli.