domingo, 31 de enero de 2010

En vez de un homenaje, una zapatería para Margo Glantz

31 de enero de 2010
La Jornada
Elena Poniatowska

Primeros zapatos

Son zapatitos de niña de color azul, su punta es redonda, son de vestir y de muñeca. A los del diario los llaman choclos para ir a la escuela. El par elegante tiene una trabita y es de glacé. “A esta niña hay que calzarla muy bien, su camino está trazado, en el futuro la esperan las zapaterías de París, las de Londres, Roma, Madrid, Dusseldorf, Nueva York, Buenos Aires. Gucci, Ferragamo, Maud Frizon, Andrea Perugia y Chanel serán sus diseñadores. Mete bien el pie, niña, y ahora vete en el espejo, dice la vendedora arrodillada frente a ella. Cada 28 de enero, desde 1930, Margo Glantz estrena zapatos, porque desde la punta del pie hasta el último de sus cabellos hace de su vida una experiencia estética de placeres inéditos.

Segundos zapatos

¿Habrá zapatos judíos? ¿Con qué zapatos vinieron de Ucrania sus padres? ¿Serían botas para la nieve? Seguro los zapatos de Jacobo Glantz, su padre, el poeta y pintor, eran pequeñísimos, porque él era del tamaño de dos manzanas encimadas, pero de su madre, Elizabeth Shapiro, Margo heredó la altura, el perfil y el tamaño del pie. En la huella de los zapatos de Margo se estampa su condición de judía, como lo afirma en su libro Genealogías, en el que busca su identidad, y en Síndrome de naufragios, en el cual vuelve a los mitos de la religión judeo-cristiana. Nunca he oído a una judía escribir tanto de Jesucristo y de la Virgen María como Margo Glantz. Bueno, quizá le gane la filósofa Simone Weil, pero ella era una escritora sufriente, y Margo es una escritora gozosa.

Terceros zapatos

Margo es malísima para los deportes y, por tanto, sus zapatos son intelectuales, elaborados y un poco inmorales. Eso sí, usa zapatos planos para caminar y para mudarse, porque los Glantz se cambian de casa con frecuencia y llevan sus libros en hombros. También el piano, pero primero son los libros. Jacobo Glantz, su padre, no controla las lecturas de su hija y la quinceañera lee desde Shakespeare hasta M. Delly, que la hace llorar más que Macbeth y Hamlet. Como buena eslava, los idiomas le bailan en la punta de la lengua: inglés, francés, alemán, italiano y portugués. Lee a los autores en su lengua original. En los cursos que mejor funciona Margo es en los de literatura y de gramática española y vocabulario. Creo que nunca, en toda mi vida, he hecho una falta de ortografía –presume.

Cuartos zapatos

Aún no tienen tacón alto, Margo asiste a la Preparatoria número 1, en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Su maestro es Agustín Yáñez, y su vocación, la literatura. A Yáñez le gustan los zapatos de la jovencita Margo, tienen un aire de extranjería, de niña que vive en medio de libros. Yáñez conoce Carmel Art, de Jacobo Glantz y adivina que la vida de esta joven retraída será la de las letras y que quizá las cubrirá con su propia piel. En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), los maestros de Margo serán Alfonso Reyes, Julio Torri, Rodolfo Usigli, Samuel Ramos y Leopoldo Zea, y los cinco la ayudan a abolir esquemas, pero nadie le dará mejores lecciones que su propio corazón, audaz y seguro de su valía.

Quintos zapatos

Zapatos de tacones de 13 centímetros de altura en los que encajan muy bien sus pies y las piernas, que van subiendo como dos torres gemelas. Después de la UNAM, en México, en 1953, Margo se doctora en letras hispánicas en la Universidad de la Sorbona. De regreso al país, la Facultad de Filosofía y Letras le abre los brazos, mientras Alina, su primera hija, abre sus ojos en 1959, y Margo le pone sus primeras botitas de estambre. Así, maternal, funda la revista Punto de partida, para los nuevos escritores universitarios. En 1971 nace su segunda hija, Renata, y ya para entonces Margo se ha inclinado hacia la literatura de los jóvenes y publica Onda y escritura en México, jóvenes de 20 a 33, en Siglo XXI Editores, la de sus amigos Arnaldo Orfila Reynal y Laurette Séjourné, e incluye a José Agustín, Gustavo Sáinz, Parménides García Saldaña y a otros que ahora son abuelitos o se piraron de un pasón.

Sextos zapatos

Los zapatos se dan a luz unos a otros hasta llenar tres roperos y cuatro cómodas que Margo, la melómana, hace cantar cada vez que abre un cajón. A su lado, Imelda Marcos palidece. Para hacer juego con los zapatos, usa vestidos que también son una fijación y un deleite. Margo se gusta, se mira en el espejo y vuelve a gustarse. Dalí le hubiera confeccionado un sombrero en forma de zapato, como lo hizo para Schiaparelli y Jacques Fath; le habría cortado una capa suntuosa cubierta de cibelinas. En México, la familia de Margo tiene que ver con Kamchatka, que vende abrigos de piel.

Séptimos zapatos

Hablan solos, hablan con seguridad, hablan en público, opinan con autoridad, saben hacia dónde se dirigen. Ningún mal paso. Caminan hacia el lenguaje, y Margo vuelve memorable lo que por costumbre sólo aparece en revistas especializadas, la vida secreta del cuerpo o lo que es aparentemente banal, como peinarse, lo que hasta antes de ella se creía reservado al mundo de las mujeres, al de la moda, el salón de belleza, al goulash. Margo vuelve esencial lo que creíamos trivial, saca a la luz lo que es la intimidad, vuelve público y sagrado lo que considerábamos secreto de familia, vacía por la ventana lo que antes se guardaba en el baúl de los recuerdos. La vida es un museo, la vida es un escaparate, la vida es un decirse, la vida es una puerta que se abre a los demás, la vida es quererse a sí mismo, y por allí se empieza. Margo mezcla la autobiografía, la novela, el ensayo, la crítica, el aforismo y la poesía, como lo hace en Apariciones, en Saña y en la Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador. Los temas de Las mil y una calorías la obsesionan: el erotismo, el amor, el cuerpo de la mujer, su desnudez y su carnalidad. El cuerpo, el sexo, el cabello y la sangre son sus obsesiones. ¡Ah, y el corazón! Margo se convierte en la escritora más erudita, la más universal, porque en una página discurre de filosofía griega y en la que sigue de erotismo y en la tercera de Cristo y en la cuarta de masturbación en un contrapunto que surge con la fuerza de los chorros en la fuente, un géiser de ideas y de propuestas. Poeta, Margo Glantz se atreve a todo, será porque es alta o será porque tiene la absoluta certeza de que la quieren. Una noche en la Cineteca Nacional vi a casi todo el cine levantarse y gritar Margo para ofrecerle su asiento. Su buen humor estimula a sus alumnos, porque les dice que ante todo, su gran tema es el erotismo. Con ellos dialoga y su relación es riquísima. De su debate en el aula salen sus libros, de su encuentro con los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, de Harvard, de Princeton, de Yale, de Stanford, de la Sorbona surgen las ideas: No sabes, Elena, la cantidad de horas clase que he dado en mi vida.


Octavos zapatos

Van de un lado a otro cumpliendo la más difícil de las tareas porque son zapatos mandaderos. La Malinche rescata y engendra, lleva la realidad salvaje de nuestro gran país a la voracidad del viejo mundo. Llevar un universo a otro es una tarea compleja y terrible, pero la lucidez de Margo es universal. Un universo es el de los españoles, los que atravesaron el mar; otro universo es el de los vencidos, los que no conocen la rueda. La Malinche da pasitos de códice, las plantas de sus pies apenas si se hunden en la tierra, va de uno a otro, del cristiano al indio. La Malinche es nuestra madrecita, pero Octavio Paz la llama la chingada. Margo le abre los brazos. Su afición por revalorar a las mujeres es muy intensa, y así como abraza a La Malinche lo sabe todo del corazón deshecho entre sus manos de Sor Juana Inés de la Cruz.

Novenos zapatos

Los zapatos monjiles de Sor Juana apenas si se escuchan en el corredor del claustro. Las sandalias indecentes de La Malinche son apenas unos cueritos que se amarran al tobillo y que saben a sal. Saber calzar tanto unos como otros es el secreto de la fuente de la eterna juventud de Margo Glantz. El sentido del humor, la risa, el no tomar en serio sino sus juanetes, el adorar su anatomía, son los mojones en la ancha autopista de su vida. De la erótica perversión de enredarse el cabello es un libro que hace una comparación entre Calderón de la Barca y King Kong, y es otra de las formas de seducir a sus alumnos. Su carácter lúdico, su reducción al absurdo de cualquier avatar, su propia e impresionante erudición, su capacidad de reír y hacer reír aligera sus clases y las vuelven seductoras, incluso para el más serio de los académicos que la recibe en la Academia de la Lengua.

Décimos zapatos

Esos los usaron los caminantes que venían de Europa, como ella, Margo, que a veces parece una inglesa nacida en México, original, accesible, maravillosamente bien vestida y, sobre todo, calzada. En alguna que otra reunión de los escritores la he visto levantarse y decirle al de junto: Te encargo mucho de que, mientras voy al baño, Monsiváis no hable mal de mí.

A imitación de los viajeros con buenos zapatos como J R Poinsett, el de la flor de Nochebuena y Frances Calderón de la Barca, Margo abre bien los ojos al caminar y reseña las pisadas de los extranjeros que descubrieron México.

Onceavos zapatos

Muy lejos de las pantuflas de piel forradas de borrego, de las chanclas de hule o de esas alpargatas o mocasines que casi no duran, Margo taconea su júbilo de notas musicales por las aulas de las universidades del mundo que la invitan 12 meses al año. Si es que tiene pantuflas, las avienta bajo la cama y se pone zapatillas que casi ladran, se dirige a King’s Cross y llama a un taxi porque va a oír tocar a Mozart en la Royal Academy Hall y a beber Sherry en el Claridge.

Zapatos para el domingo 31 de enero de 2010

Entran a Bellas Artes 200 ballenas azules, las que quedan en los mares de nuestro planeta y pasan por el Golfo de Cortés, porque allí copulan como le gusta a Margo, en el deleite del descubrimiento del otro. Suben a la sala Manuel M. Ponce, porque vienen a saludarla sin temor a los arponazos. Riegan sobre la escalera su semen que mucha falta le hace a Bellas Artes. Montados encima de su dorso, vienen Conrad, Pitol, Melville, Bellatin, Barthes, Glenn Gould, Brahms, Jorge Luis Borges, Johann Sebastian Bach, Salvador Elizondo, Myriam Moscona y Coral Bracho, Paul Celan, Thomas Mann, Georges Perec, William Faulkner, Joseph Roth, Álvaro Mutis y otros balleneros que alguna vez vieron a Jonás llorar dentro del vientre de la ballena. A Margo, las aguas la rodean hasta el alma y una olita equivocada le zafa los zapatos. Todos nosotros, chancludos y guarachudos, los recuperamos y la calzamos de nuevo. Con su sentido del humor y su ironía mil veces ensalzada, Margo nos da un elegante paraguazo. Ella nos ha revelado los enigmas de la alta cultura y los de la cultura de Coyoacán, los de Turner y Spencer y los de los grafitis que pintan en los muros de su casa, nos hace viajar y entrar a museos y en muchas ocasiones nos salva del naufragio al meternos en lo cotidiano y lo aparentemente trivial, como el color de un vestido o la pluma en un sombrero que a ella la transmutan en la amada señora sacramentada, en la señora que se ha ido a pintar las uñas de ese color intenso que tanto le gusta, en la que lleva anillos, collares y brazaletes, en la que se peina en salones de belleza encopetados, en la que se atreve a habitar el cuerpo de Sor Juana y el de La Malinche, en la que se cambia de zapatos todos los días, y tiene muchos para salir a pisar la noche antes de que la noche nos pise a nosotros, que en cierta forma somos sus zapateritos, sus sastrecillos, sus acompañantes, sus masajistas, sus pedicuristas, puesto que aquí estamos sentados a sus pies desde que le pusieron los primeros Merceditas, que así se llamaban los botincitos para niñas.

sábado, 30 de enero de 2010

Cervantes era gay

01-30-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

El máximo en lengua española, Miguel de Cervantes Saavedra, fue esclavo. De 1575 a 1580 fue propiedad de Hasán Veneciano. Y, según revela un estudio, su amante.

Que nuestro querido Cervantes era querido de otro lo afirma Sergio Fernández en un libro académico: El Mediterráneo de Cervantes, su juventud: Italia y Argel (Conaculta-UNAM, 2009); un recuento conversatorio y simpatizante de la digresión, la erudición y el chismecillo.

Ahí se debate si Cervantes era bardaj (pasivo) o era bujarrón (activo).

Fernández lo describe como “un pobre soldado manco, desconocido, pobre, enfermo y valiente” y agrega que él y su amo “muy posiblemente hayan tenido relaciones íntimas, nada inusual en el medio argelino y en todo el Magreb”.

Los motivos se sospecha de menor envergadura es que especialistas —como Françoise Zmantar— han ubicado ambigüedad sexual en personajes y relaciones de Los baños de Argel —basada en su cautiverio— y, en general, en su obra hay aire de algo que hoy hemos aprendido a reconocer gracias a estudios y literatura queer y gay.

Otro motivo de fuerte sospecha es que Cervantes intentó fugarse cuatro veces y su amo extrañamente lo perdonaba.

A estas evidencias yo quisiera agregar una pop. Hoy sabemos que Batman y Robin secretamente eran pareja —caray, basta verlos, puro drag queen— y, por su parte, Sancho y Don Quijote resultan, en retrospectiva, bastante sospechositos.

¿Por qué no se habla de la homosexualidad de Cervantes?

Primero que todo, porque si enlistamos a los grandes escritores —de Platón a Proust y de Whitman a Ginsberg, y de Gide a Lezama— pocos son heterosexuales. Y este asunto poco se toca en nuestras machas universidades y menos aún en contraportadas comerciales.

Además, porque a los españoles se las paran los pelos cuando el tema es abordado. Si lo hace un exegeta mexicano es porque ya se sabe excomulgado de la cervantología hispánica de antemano.

Pero no es, pues, la primera vez que se especula “la posibilidad de que la homosexualidad pudiera ser un componente más de su perfil biográfico, en particular durante sus cinco años de vida en Berbería”. Y no será la última.

Ya Kathy Acker en su Don Quixote volvió al caballero una mujer delirante y a Sancho, un perro, para dejar clara la falsedad de toda identidad social.

Podría ser que este siglo sea el que convierta a Cervantes en un ídolo de la cultura gay e inclusive dominatrix.

Si Madonna se entera, Cervantes será coreografía loca de su nueva gira.

Si nuestros dirigentes mochos leyeran y se enterasen de este dato sobre Cervantes, dadas las circunstancias, podría ocurrírseles prohibir la lectura de El Quijote, por temor a pervierta a sus hijotes.

O se vuelvan evidentes sus propios antojos escondidos.


miércoles, 27 de enero de 2010

Una historia de amor motivada por un certamen de belleza

27 de enero de 2010
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

La historia de amor entre Josefa Rodríguez y Jaime Sabines, comenzó con un concurso de belleza. Ella era la única mujer en el grupo de la única preparatoria chiapaneca y él era el estudiante que dirigía la campaña para convertirla en Reina de la Primavera; el poeta que en un volante escribió: “Chepita Rodríguez, ángel con cuerpo de mujer”, no sólo llevó a Chepita al triunfo sino que generó la historia de amor que se relata en el libro Los amorosos. Cartas a Chepita.

No todo fue sencillo para los amantes. Esa frase poética provocó los celos de Esperanza Cruz, la que era novia de Jaime Sabines; la respuesta de Chepita fue la conquista. Una amiga le dijo: “Ya sé cómo calmarás a Esperanza, conquista a Jaime, lo haces tu novio por unos días y luego lo dejas”.

Las cartas de un joven poeta de 23

Chepita, la mujer que vivió con el reconocido poeta 46 años, conversó con KIOSKO y cuenta esa aventura: “Nuestro primer noviazgo tardó unos cuantos meses nada más, porque éramos unos novios muy raros, si nos tocaba entrar a clase al mismo tiempo sólo nos decíamos: ‘¿Cómo estás?’ o ‘Buenos días’ y cuando lo obligaban los compañeros a que me llevara a mi casa, se nos iban las calles con pocas frases, él me decía: ‘habla, dí algo’ y yo les respondía ‘No, habla tú’, así llegábamos a casa diciendo nada más eso. Hasta que un día Jaime dijo: ‘Aquí se termina todo’”.

Pasó el tiempo y entonces comenzó el suplicio. Los dos jovencitos se trasladaron a la ciudad de México; ella para estudiar odontología -profesión que ejerció durante 35 años; él para cursar la carrera de medicina, que cambió por sus clases de filosofía. Josefa lo evitaba, hasta llegó a tirar un papelito que Sabines puso en la bolsa de su suéter.

“Jaime me seguía, él intentaba que volviéramos a relacionarnos, pero yo no accedía. Hasta el año siguiente me mandó un telegrama donde me decía: “Claudico, te esperaré en la joyería La princesa, que está en la calle de Tacuba, todas las tardes desde las cuatro de la tarde. Aventé la carta y lo olvidé, pasaron los meses hasta que sin pensarlo llegué allí una tarde; me invitó a tomar un helado y antes de despedirnos ya salimos de novios y le dije: ‘a ver que tal nos va; desde entonces, hasta que Dios se lo llevó’”, recuerda con nostalgia Chepita.

Superaron todo

Fueron novios siete años, hasta que ella terminó su carrera. Entonces se casaron y tuvieron cuatro hijos: Julio, el único varón; Jazmín, Judith y Julieta, quienes fueron testigos del amor entre sus padres. Y sin embargo, tuvieron que superar los problemas que hay en cada pareja.

“Hay algo que a Jaime le molestó mucho. Un buen día, una enfermera del hospital donde trabajaba me dijo ‘vino un detective y le ha preguntado a varios médicos cómo se comporta, si yo era confiable o andaba de loca; llegué a la casa echa un demonio, le dije: ‘o me tienes confianza o aquí se acaba todo’; él se enojó mucho, yo le dije: ‘has de tener alguna en la calle que trata de separarnos’; yo supe que él nunca desconfío de mí”, cuenta Chepita, la inspiradora de varias cartas y poemas del autor de Los amorosos, Horal y La señal.

Desde la intimidad

La viuda del poeta asegura que en el libro Los amorosos. Cartas a Chepita, publicado por Joaquín Mortíz, se ha publicado la totalidad de misivas que Jaime Sabines le escribió durante los años de noviazgo y si muchas no se incluyeron es porque se las escribió cuando ya estaban casados y le contaba de las ciudades a las que viajaba. “Tiempo después, cuando ya estábamos más holgados de centavos, entonces ya me hablaba por teléfono; ya más yo lo acompañaba”.

Chepita reconoce que el suyo fue un gran amor, por eso cuando murió el poeta, el 19 de marzo de 1999, ella se dejó de cuidar. “Desde que los médicos me dieron que Jaime no tenía remedio, me dejé de pintar el pelo, ni me lo pintaré. Tras su muerte, guardé luto casi un año, mis hijas me insistían que me quitara el negro, me decían: ‘A mi papá no le gustaría’, entonces comencé a dejar el color negro poco a poco”.

Los recuerdos del poeta

Josefa Rodríguez no duda, si volviera a nacer se volvería a casar con Jaime Sabines. Nunca se arrepintió de quererlo. “Fue un hombre muy bueno, muy cariñoso; me hacía muchos regalos, sobre todo en sus últimos años. Me hizo muchos regalos, más que nada cuando estaba enfermo. Los conservo, pero últimamente me ha dado por irlos repartiendo entre las hijas; a Julio lo que le he dado son las mancuernillas que yo le regalaba a su padre”, comenta Chepita.

La amante perfecta de Sabines, a la que le decía “Estoy terriblemente solo. Te necesitó. No puedo defenderme más contra tu ausencia y mi soledad”, está contenta con la familia, con las dos nietas que tiene; se lamenta de que su hija Julieta no tenga hijos, como tampoco los tiene Judith, quien decidió no casarse.

Chepita Rodríguez recuerda con cariño a su marido, el hombre alto, de ojos claros y bigote del que se enamoró cuando estudiaba la preparatoria y ni siquiera soñaba con ser Reina de la Primavera.

lunes, 25 de enero de 2010

Ideas

01-25-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

De cuantas ideas pasan por nuestra mente sería arrogante creer que alguna nos pertenece o que somos dueños en sentido estricto de su origen (nunca poseemos una idea). Lo que nos da la ilusión de poseerla no es sólo el hecho de que aceptamos su verdad, sino sobre todo que la decantamos en el momento de expresarla por medio de palabras. Las ideas son nebulosas por constitución, son nubes en movimiento cuyo contorno cambia en cuanto ellas avanzan empujadas por el viento. Sólo Funes el Memorioso (en el famoso relato de Borges) podría atrapar por un instante la forma de una nube en su mente y recordarla muchos años después sin variaciones. La memoria de este hombre, que nunca aprendió a pensar, podía contener la forma de las nubes australes sucedidas en cierto momento y compararlas, en el recuerdo, con las vetas de un libro o con otros objetos disecados en su memoria. El orden en su mente se producía cuando Funes comparaba imágenes entre sí, de manera que las nubes de un otoño lejano le hacían recordar las líneas de la espuma que un remo producía en las aguas de un río en una mañana de marzo. Pero, a diferencia de Funes, nosotros no somos simples observadores que guardan imágenes en su memoria, sino seres que piensan y, por lo tanto, se equivocan constantemente en sus apreciaciones. Y así como las nubes se desplazan en el tiempo, las ideas cambian de rumbo o se disipan formando nuevas variaciones.

¿Cómo entonces apresar una idea sin que ésta se desvanezca en las manos? Es inútil porque las ideas no son cosas, sino horizontes hacia los que se avanza un tanto a ciegas sin más certeza que el movimiento mismo que provoca su aparición en lontananza. Lo que sí es posible es que las ideas tomen un nuevo rostro cada vez que abandonan su estado nebuloso para ser sentidas, reflexionadas y expresadas por una persona que posee experiencias singulares o una vida que le es propia e inédita. Este largo preámbulo me ayuda a describir y a valorar la importancia de la literatura o de los escritores de ficción en una época en que la imaginación tiende a convertirse en un ejercicio visual o en una mera hoja de cálculo (esa vieja premisa de Hobbes la cual dice que pensar es igual a calcular). Lo que provoca que una idea (e incluso una imagen) posea sustancia y peso es el hecho de que ha sido narrada o expuesta por una sensibilidad humana y que, de ese modo, nos muestra un mundo que es nuestro y no es nuestro al mismo tiempo: decir “tengo una idea pero no puedo expresarla” significa en realidad no tener la idea. Es a raíz de esta certeza que la literatura se torna aún más relevante en la sociedad, ya que si bien las novelas se dicen a sí mismas ficticias no lo son en absoluto. A mí nunca se me ocurriría pensar que Gregorio Samsa (el personaje de Kafka, en La metamorfosis) es un personaje de ficción el cual existe solamente en la imaginación de los lectores. Su presencia ha sido tan constante en mi vida como lo ha sido la presencia de mis hermanos o de mis amigos y su realidad es palpable por lo menos en un hecho: su influencia me ha llevado por un camino en vez de otro (¿no es eso la realidad?)

Que una novela, una poesía o un relato puedan transformar una vida no se debe a que contengan un mensaje preciso, sino exactamente a lo contrario: los textos han sido escritos palabra por palabra y eso quiere decir que el escritor, a través del lenguaje, expresa un mundo que nos concierne y que no puede resumirse en una anécdota o en una moraleja (formas robóticas de la imaginación). Hay que leer de principio a fin la obra renunciando a las interpretaciones sencillas o al resumen, porque de lo contrario se pierde lo esencial en la literatura: vivir una historia en palabras que no son nuestras e incluirnos y conmovernos con ellas. Ha escrito Iris Murdoch (novelista y filósofa) que “el desarrollo de la conciencia de los seres humanos está inseparablemente relacionado con el uso de la metáfora” y por lo tanto relacionada con la literatura y las artes (que si bien no nos dan consejos morales o económicos a manera de recetas elementales, sí nos ofrecen ideas acerca de la ética o la economía desde la perspectiva del drama, la pasión humana o del lenguaje convertido en acontecimiento). Yo sé que ustedes estarán de acuerdo conmigo cuando, por ejemplo, conozcan en Escoria (la novela de Isaac Bashevis Singer) la vida de Max Barabander, un hombre que viajó a su tierra natal, Varsovia, para reencontrar su pasado y no hizo nada más que corromperse y envilecer a los otros con su presencia. Y, sin embargo, su depresión es de algún modo también la mía, y sus pasiones y sus vicios son como los de tantos hombres cuya sensibilidad y malicia los destruye. Leer, en este caso, es conocer y reconocerse en el otro. ¿No es eso importante?

Albert Camus

25 de Enero de 2010
Periódico Noroeste
Carlos Fuentes

Los hombres y mujeres de mi generación leímos ávidamente a dos autores franceses: Albert Camus y Jean Paul Sartre.

Contemporáneos entre sí, representaban para muchos de nosotros una modernidad conflictiva.

Acaso Camus era mejor escritor que Sartre, aunque éste nos diese obras como "La Náusea", "Las palabras", los ensayos críticos de "Situaciones" y el gran estudio sobre Jean Genet, al lado de obras dramáticas que André Malraux consideraba "Teatro de Bulevar" y de libros filosóficos densos.

Camus, en cambio, escribió novelas de estilo diáfano, "El extranjero", "La peste", "La caída", obras de teatro discutibles y ensayos extraordinarios, "El mito de Sísifo", "El rebelde", que lo llevaron a separarse de Sartre, pues mientras éste denunció la invasión de Hungría y al estalinismo, propuso un marxismo "particular" adaptado a la realidad de cada país.

Camus, en cambio, desarrolló un pensamiento opuesto a toda "teología totalitaria", consciente del absurdo humano y de las formas de la rebelión histórica, conduciendo a una reflexión sobre el terrorismo, de gran actualidad. Sartre y Camus: hermanos en la post-guerra, enemigos en la Guerra Fría.

Subrayo que Camus, ante todo, fue un periodista totalmente inmerso en la reconstrucción de los órganos de opinión pública franceses después de la guerra y de la ocupación nazi.

Como director del diario Combat, digno de su nombre, Camus se negó a admitir que la prensa fuese refugio de "literatos reprimidos, filósofos amargados o profesores arrepentidos".

El periodismo no era exilio: era reino, y en el reino de la prensa, lo efímero es lo que definía la condición humana.

Los peligros del periodismo, según Camus, eran someterse al poder del dinero, halagar, vulgarizar, mutilar la verdad con pretextos ideológicos: el desprecio al lector.

En cambio, una prensa libre, inteligente y creativa respeta a las personas a las que se dirige y cuando lo hace, es el oficio más hermoso.

Le irritaba que alguien pudiese ser periodista y despreciar el oficio. Claro que ser periodista significa hacerse de enemigos.

Más, ¿no es esto inevitable en una sociedad de "la malignidad, la denigración y la mentira sistemáticas"?

Camus estaba muy cerca de otro Premio Nobel de literatura, Francois Mauriac, cuando éste declaraba que el periodismo "es el único género al que le conviene la expresión de literatura comprometida".

Y añadía Mauriac, que él no separaba el valor literario del valor del compromiso. Para Camus, periodismo era cultura y lo que degrada a la cultura conduce a la servidumbre.

Señalo lo anterior para llegar al tema que obsesionó a Camus y que hoy está en el centro de la preocupación política nacional e internacional: el terror.

Aplicado a la política a partir de la Revolución francesa entre 1793 y 1794, el terror fue visto por Camus como un correlato de la historia.

El hombre no nació para la historia, explicó Camus, pero la historia nos impone deberes a los que no podemos negarnos.

Uno de ellos es oponernos a quienes creen que poseen, absolutamente, la razón, los dogmáticos, y tratan de imponerla en nombre de la verdad.

Pero la verdad, se pregunta Camus, ¿no es "misteriosa, huidiza y debe ser siempre reconquistada"? El pensamiento totalitario dice que no. La verdad ya existe y yo, Iglesia, Estado, empresa, partido, ya la poseo.

¿Y quienes la sufren? Camus toma partido no al servicio de quienes hacen la historia, sino a favor de quienes la sufren.

El terrorismo es una forma extrema de dar la muerte y justificarla, conduciendo a las bodas sangrientas del terror y la represión.

En nombre de la razón, el terrorismo abdica de la razón, pone la fuerza al servicio del mal hecho a los demás y representa una energía desviada y cruel.

El terrorismo mutila a quien comete el acto y también al que lo sufre. Y Camus no obvia la verdad.

Puede haber un terrorismo individual, pero también un terrorismo ideológico y religioso y un terrorismo de estado. Que cada cual se ponga el saco que le convenga.

Hay una tensión permanente, nos advierte Camus, entre lo inevitable y lo injustificable.

Es posible que el fin justifique los medios, ¿pero quién justifica el fin mismo? Esta gran cuestión política no la resuelve Camus.

La plantea. Lo hace, claro, a partir de su condición de escritor-periodista, ensayista, novelista, autor dramático.

Capturado, como todos, entre la voluntad de ser moral y todo lo que le impide serlo. Entre las ganas de ser dichoso y la imposibilidad de acceder a una dicha plena.

Camus recibió el Premio Nobel de literatura en 1957, a los 44 años, como si Estocolmo previese, apresurada, la breve vida del escritor.

Porque su distancia de lo que entonces pasaba por ortodoxia, de derecha o de izquierda, le valió toda suerte de epítetos.

Boy scout, moral de la Cruz Roja, escritor edificante, santo sin Dios, experto en coartadas, traficante de opio... y el elogio-cachetada de su antiguo amigo, ahora enemigo, Sartre: "Camus escribe demasiado bien".

Camus respondería que no se gana la justicia condenando a varias generaciones a la injusticia. Que existen la belleza y los humillados: ¿cómo serle fiel a ambos?

Que más vale no agradar que doblegarse para quedar bien. Que la fama es un entierro prematuro porque niega el futuro y el derecho que todos tenemos de cambiar.

Que no importa el tiempo que nos conceda la vida, sino cómo empleamos el tiempo. Y que no nos podemos separar de la historia, pero la podemos enfrentar críticamente.

Muy discutida fue la posición de Camus respecto a su patria natal, Argelia. El autor se ganó severos ataques por recordar que Argelia no era sólo musulmana, que no debía ceder ante los fanáticos y que al cabo era necesario vivir juntos y en paz o morir juntos y en guerra, acentuando la soledad de argelinos y franceses, así como la desgracia de ambos.

Superada por la historia tal disyuntiva, cabría hoy hacer la misma pregunta a israelíes y palestinos, pues la oportunidad de convivir, entender y abandonar el odio y la violencia, son opciones constantes de la historia y la historia, nos recordó Albert Camus, es la tensión entre lo inevitable y lo insustituible.

En México falta la crítica: Carballo

25-01-2010
El universal

Amado por unos, pero odiado por otros, Emmanuel Carballo (Jalisco, 2/jul/1929) es artífice de toda una época en las letras mexicanas. Periodista, poeta, cuentista, ensayista y crítico, sin él sería impensable entender nuestra historia literaria.
"Decir cuando joven lo que tiene qué decir y cuando es viejo: ¡Yo ya dije esto!", expresa.
Sobre el papel del crítico, cómo ve el mundo editorial actual, entre otros temas, habló el literato.
El crítico "mira todo desde la barrera", asegura este escritor en su site... y agrega en persona.
"No en la barrera sino estar en el pozo y capotear, tirarse a matar cuando es necesario hacerlo. A veces cortar las orejas y el rabo y a veces que te echen todos los cojines encima. El crítico no es un acto de impunidad, es algo que las leyes deben decidir si es correcto o no; si merece la libertad provisional, definitiva o la prisión".
—¿Es necesario el crítico en la literatura?
No, mire, la crítica... uno de los grandes problemas de México es la falta de crítica. Decir lo que se piensa sin pensar en lo que te pueda pasar. Yo a mis 80 he sufrido muchos agravios por decir la verdad. Hay que jugársela y si uno se equivoca, decirlo con toda honestidad: Me equivoqué".
—¿Qué papel juega el crítico hoy en la editorial mexicana?
—Ya no, ya no juega ningún papel. La cosa es muy complicada, por ejemplo nosotros en los años 60, y al decir "nosotros" pienso en un grupo (conformado por Jaime García Terrés, Arnaldo Orfila Reynal, José Luis Martínez, Alí Chumacero y yo mismo) que le llamaban "La Mafia", que era una especie de invencible... que lo que nosotros decíamos, se cumplía.
Hombre de palabras afiladas de tan pulidas, señala: "Tener el poder y usarlo en bien de las personas que tú gobiernas no es malo; lo malo es usar tu poder para defender mal las causas y rendirles malas cuentas a las personas que votaron por ti. Nosotros jugamos a luchar por la literatura mexicana; redescubrimos a Alfonso Reyes, a Vasconcelos a Martín Luis Guzmán a José Revueltas; auspiciamos a Arreola, Rulfo, a Fuentes a Sabines a Castellanos a Carballido a Magaña... ve la literatura que propiciamos en los 50 y 60, con lo de finales del 20 y da vergüenza".
—¿Y en la actualidad?
—En la actualidad es el desastre. Hay algunos escritores importantes, pero que se confunden con la "grey astrosa", como decía López Velarde, -La grey astrosa, los feligreses de la literatura.
Toda la gente hace libros de autoayuda, como Carlos Cuauhtémoc Sánchez o literatura infantil; o hasta grandes escritores escriben sobre niños no porque amen a los niños y quieran empezar a formar la niñez, (que es) la nueva generación de lectores mexicanos. Si se hiciera eso sería maravilloso.
Al preguntarle sobre los escritores que en estos tiempos le llaman la atención, evade sutilmente.
"Yo me retiré... Además un crítico, no sé si puede, debe hacer una editorial y publicar las cosas que le parecen buenas".
—Ha dicho que en su momento usted puso en tela de juicio a sus mayores, ahora, ¿hay algún joven que cuestione sus juicios?
—Debe ser eso, si no es eso, es que México anda mal. Los juicios literarios cuando mucho duran 25 años; al cambiar la filosofía, las leyes de la literatura, cómo hacer un cuento, novela, ensayo, una obra de teatro. Ya son otros escritores los que buscan seguir otros valores en sus obras y lo que yo dije ya no tiene sentido, ya eso es historia.
"Me di cuenta que el crítico tiene un momento de validez; después lo que dice ya nadie lo escucha, lo que dice ya no tiene valor".
Al final, cierra la plática como sólo él podría hacerlo, con una frase muy suya.
"Estoy aquí encerrado, nadie me hace caso, pero me respetan".

OBRA
Entre sus cuentos de Emmanuel Carballo destaca: 'Gran estorbo la esperanza (1954)'.
Algunos títulos de sus ensayos son 'Los dueños del tiempo' (1965), Agustín Yáñez (1966), y 'La narrativa mexicana de 1910 a 1969' (1979). 'Nueve asedios a García Márquez (en colaboración con otros autores, 1969)' y 'Protagonistas de la literatura hispanoamericana del siglo XX' (1987) son algunas de sus entrevistas de Emmanuel Carballo.
De entre sus antologías destacan: 'Cuentistas mexicanos modernos' (1956), 'El cuento mexicano del siglo XX' (1965), 'Las fiestas patrias en la narrativa nacional' (1982) y 'El periodismo durante la guerra de independencia' (1985).
- En 1957 concluyó su libro 'El periodismo del siglo XIX'.



sábado, 23 de enero de 2010

Lo mejor del 2020

01-23-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Una década ya pasó. La pregunta es: ¿en el 2020 qué será visto como lo más adelantado?

Ni siquiera en Estados Unidos lo saben aún. Pero se los diré a uds.: Christine Wertheim.

Vive en Los Angeles. Tiene un libro: +|‘me’S-pace (2007).

Fusiona concretismo y psicohistoria.

Parecería feminismo o conceptualismo pero rebasa tales etiquetas. Su obra no es literaria o estética; utiliza recursos poéticos pero lo que hace es crear una ciencia accidental, una errática.

Según su teoría —que nombre litteral poetics— el inglés posee claves —como otras lenguas— que describe (entrelíneas) la estructura cripto-social.

Wertheim sabe que la similitud entre “Son” (hijo) y “Song” (canto), “Hymn” (himno) e “hymen” (himen) no es azar. La lengua tiene razonas que la Razón no conoce.

Argumenta que la literatura occidental es el canto del Uno a partir del orín-río de la madre. Ella es una patafísica del psicoanálisis.

Wertheim está retando, pues, dogmas que comparten la literatura mainstream y la escritura experimental norteamericana. No cree en el carácter arbitrario del signo —adiós semiótica y (post)estructuralismo— y solicita un retorno (maléfico) del psicoanálisis (es decir, del hijoanálisis), hasta hoy prácticamente expulsado por sus resonancias romántico-expresionistas, después de la Muerte del Autor y la descontrucción.

Analiza a Joyce y Beckett de modo intrépido, ofreciendo evidencia de cómo su lenguaje se origina cuando la figura masculina —son(g)— desea separarse de “mother”, es decir, los “M-(any)-Others”. Ser Héroe: roer Eros.

Un texto está compuesto de todas las relaciones entre los personajes cifrados. Y los personajes y verbos están deletreados en los vocablos; hay que hallarlos.

Wertheim obtiene las relaciones entre per-sonajes a través del juego verbal; sin tener que recurrir a material biográfico; percibe semejanzas sonoras y constitución atómica de letras y sílabas, que ofrecen pistas sobre la historia (his-story) del texto-sexo retro-secreto. Un Inconsciente Lingüístico (anti-lacaniano).

Su obra se compone de ensayos que explican cómo están presentes las relaciones hijo-madre en las palabras del inglés, y de poemas —matrices matemático-maternales— que muestran cómo el presidente (Gran Ojo o Granujo Gran Hijo) se sale con la suya.

Esas piezas verbo-voco-visuales des-cubren que el escritor occidental no es un parricida —como creíamos— sino un ardid de mártir matricida.

Imaginen que la poesía visual de Cabrera Infante buscara evidenciar (sistemática y seriamente) que Fidel castró a todo cubano.

E imaginen a Derrida jugando a la ouija hasta descubrirse médium de la madre de Freud. Ese vocerío-vacío es lo que Wertheim está explorando en inglés hoy.

Ella es la primera escritura del nuevo milenio.

El desafío de la cultura en México

01-23-2010
Suplemento Laberinto
Elena Enríquez Fuentes

La cultura más allá de su definición

¿Por qué es importante hablar hoy de cultura?, una de las razones que más nos apremian y obligan a reflexionar sobre ella, con urgencia —tratando de no encasillarnos en el debate en torno a su definición—, es la necesidad de resolver problemas que si no atendemos ya, nos condenarán a participar en el diálogo intercultural, sólo como espectadores o meros consumidores, en lugar de ser interlocutores o generadores de formas alternas de ver y entender el mundo y a nosotros mismos.

En nuestros días la cultura se valora en múltiples dimensiones, no sólo como un elemento de identidad, unidad o un factor de desarrollo social, en particular, su peso económico ha adquirido un lugar cada vez más predominante. Los estudios realizados para medir su aportación al Producto Interno Bruto (PIB), tanto en países desarrollados como en vías de serlo, acreditan el liderazgo de la cultura como recurso. Sus contribuciones al PIB en cada nación van desde el 5 hasta más del 10 por ciento. Es un hecho comprobado que la principal fuente de ingresos de Estados Unidos ya no es su industria armamentista, sino sus industrias culturales.(1)

De acuerdo con datos de la revista Fortune, la industria del entretenimiento(2) generará, en el país del norte, en el 2010, 750 millones de dólares. Para comprender la magnitud de la cifra, basta con pensar que, modalidades del entertainment —como el cine porno— facturan anualmente más de 60 millones de dólares, casi el equivalente a toda la economía de la cultura de Hungría o de Chile.

En México los dos únicos estudios realizados para cuantificar el valor económico de la cultura la han colocado(3) en el tercer y cuarto lugar como generadora de ingresos, apenas por debajo del petróleo, las remesas que recibimos de Estados Unidos y el turismo. Pero, para apreciar su justa aportación al PIB, necesitaríamos contar con una serie de indicadores que nos permitieran evaluar su desempeño. Por ejemplo, el sólo considerar la parte que el turismo le debe a la cultura bastaría para reposicionarla en el segundo sitio como fuente de riqueza.

Sabina Berman, en su libro escrito en coautoría con Lucina Jiménez, Democracia cultural(4), al hablar de cultura y economía, cuenta que, en un encuentro entre Bill Clinton y Jacques Chirac, el presidente estadunidense reclamó a Chirac por qué en Francia se “… grababa el cine hollywoodense para subsidiar al francés” y, durante la conversación, tratando de negociar, Clinton concedió: “los franceses hacen los mejores quesos. Háganos los quesos y déjenos a nosotros hacerles las películas.” A lo cual Chirac dio un rotundo no, bajo el argumento de que “las películas no son quesos, son identidad nacional”. No importa si la anécdota pertenece al terreno del mito o al de la realidad, lo cierto es que los franceses defienden su cine como algo insustituible, del mismo modo como lo hacen con todas sus manifestaciones culturales.

Ernesto Piedras ha dicho, en diversas ocasiones, que la cultura posee un toque de Midas, porque es la única rama de la economía que tiene un carácter dual de desarrollo. Si la aspiración de todas las naciones es lograr bienestar, equidad y desarrollo social sustentable para su población, la cultura es la única capaz de cumplir con esos objetivos de forma simultánea. El petróleo y otros sectores de la economía, reconocidos como grandes generadores de divisas, por su alto valor económico, generan dólares con menor plusvalía que la cultura porque, después de obtenerse, deben transformase en bienestar: camas de hospital, aulas para la educación, cultura, etcétera. En la transición burocrática de un rubro a otro hay un desgaste del valor monetario, de tal forma que cada dólar se convierte en 85 o 60 centavos al llevarse de un área a otra. En cambio, el mismo dólar, si se obtiene a través de la cultura, ya es simultáneamente bienestar, empleo, inversión y valor económico.

La cultura es un bien renovable por ello su potencial es incalculable, en México hoy ¿cuánto gozamos de ella, cómo y qué tanto nos beneficiamos de su toque de Midas?, ¿qué hacemos para contener la avalancha de las industrias del entretenimiento que avasallan a nuestras industrias culturales y artes en general?

Algunos de los problemas

Para apenas asomarnos a lo que implica desenredar un poco la madeja, podemos comenzar por revisar algunos datos generales. En el ámbito de la economía, el estudio más reciente realizado en nuestro país, promovido por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI)[5], demuestra que:

1 La cultura, como sector económico, es líder en su aportación al PIB y no ha perdido su posicionamiento durante la última década, a pesar de que cada año desciende su productividad. En 1998 su contribución al PIB era de 5.15 por ciento (Ernesto Piedras había calculado más del 6 por ciento[6]) y en 2003 bajó a 4.77 por ciento.

2 La producción cultural se ha debilitado, entre otras causas, por el embate frontal de la piratería y la débil observancia del Estado de derecho. Uno de los puntos de quiebre son las carencias de la Ley Federal del Derecho de Autor. Para combatir la piratería se requiere de la querella, es decir, de la denuncia directa del afectado, en tanto, en otros países se persigue por oficio, es decir, basta que la autoridad vea que se está cometiendo el delito para detener al culpable. En los hechos esto se traduce en que el autor o editor de un libro, el productor de un fonograma, o el músico o cantante que participan en él, deben indicar quién los está perjudicando y cómo. Es imposible para cualquier titular de derechos señalar a cada uno de sus plagiarios, ni siquiera las sociedades de gestión colectiva pueden hacerlo, por eso quienes comercian en tianguis o demás puntos de venta productos piratas lo hacen sin ninguna preocupación.

3 Ante la falta de políticas públicas específicas para impulsar y proteger a las industrias que comercializan obras protegidas por el derecho de autor (industrias creativas o culturales), existe una disminución progresiva del tamaño del sector. La evidencia de ello salta a la vista en el número cada año menor de disqueras nacionales (aunque surgen muchos sellos pocos logran mantenerse con vida), desaparecen editoriales, grupos o productores de teatro o bien compañías de danza.

4 Pese a todos los problemas antes mencionados, la cultura es uno de los pocos sectores de la economía que, desde 1998, ha aumentado anualmente el número de empleos que genera. Sin embargo, las remuneraciones de quienes trabajan en él se han reducido, su forma ha cambiado de un régimen asalariado al de honorarios, donde no se ofrece ningún tipo de seguridad social.

5 Tan sólo el trabajo de uno de los sectores de las industrias culturales: las industrias básicas(7), representa el 3.41 por ciento del total del empleo nacional y los lugares donde se comercializan sus productos alcanza el 3 por ciento de los establecimientos comerciales del país.

La política cultural del Estado, que arrancó con la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) en 1988, ha dado apoyo principalmente a la creación, con lo cual ha contribuido a aumentar el número de creadores, no obstante, la infraestructura cultural no ha crecido al mismo ritmo que el número de obras que ahora es necesario dar a conocer. Como muestra baste un botón(8): tenemos 7 mil 210 bibliotecas, una por cada 15 mil 059 habitantes; hay mil 841 casas de cultura y centros culturales, uno por cada 58 mil 977 habitantes; mil 124 museos, uno por cada 96 mil 598 habitantes; 567 teatros, uno por cada 191 mil 493 habitantes; mil 373 puntos de venta de libros (lugares donde se pueden adquirir libros, no librerías), uno por cada 79 mil 080 habitantes; 3 mil 892 pantallas de cine, una por cada 38 mil 177 habitantes. Por mencionar sólo un referente, consideremos que en España hay una librería por cada 10 mil habitantes, mil 539 teatros y más de 350 salas de conciertos, para una población y comunidad artística por lo menos 50 por ciento menor a la de México.

Además, carecemos de información estadística, suficiente y confiable, sobre la cultura en México, lo cual ha frenado el desarrollo de la investigación, el diseño y evaluación de políticas públicas, en fin, no tenemos bases que permitan enlazar y establecer una relación entre el tipo de infraestructura cultural con que contamos, la tipología de eventos a realizar, la cantidad de obras que se producen en todas las disciplinas y el número de artistas que hay detrás de ellas, así como la proporcionalidad de ese conjunto con el tamaño de la población y sus posibilidades para acceder a todas la opciones que la cultura ofrece.

Uno de los datos más controversiales dados a conocer en el documento “Información sobre la cultura en México”, realizado por la Dirección General de Proyectos de la UNAM, por encargo de la Comisión de Cultura de la LX legislatura, para aproximarse a un diagnóstico de esta materia en nuestro país, fue que todas las cifras recabadas en torno a la cultura no parten de criterios comunes, por tanto discrepan entre sí. El número de museos, bibliotecas o cines, que hay en México es distinto para el INEGI, para Conaculta o para los gobiernos de los estados. La falta de datos claros obstaculiza, entre otras acciones, la generación de políticas públicas y la transparencia para conocer cómo se ejerce el presupuesto destinado a la cultura.

Nuestras opciones culturales

Es claro que todas las industrias, como la del vestido, la farmacéutica, la automotriz o la de la construcción, para garantizar su desarrollo, necesitan de políticas públicas específicas que reconozcan sus particularidades y potencien su producción. En México muchas de las anteriores cuentan con regímenes fiscales preferenciales para estimularlas, además de una estructura que permite cuantificar sus aportaciones económicas al PIB y observar su desenvolvimiento, para implementar estrategias orientadas a impulsarlas. En el caso de las industrias culturales hay todo por hacer. Las galerías, librerías, teatros y demás espacios donde se entra en contacto con manifestaciones culturales son tratados bajo el mismo rasero que los restaurantes o las tiendas de autoservicio, aunque es evidente que tienen dinámicas diferentes.

En México, el público accede a la cultura, de manera preferente, como una forma de entretenimiento. La Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales, realizada en 2003, resalta la gran presencia cotidiana, en la vida de los mexicanos, de las industrias culturales, sobre todo a través de los medios masivos de comunicación. El 95 por ciento de los entrevistados señaló que destinaba entre dos y cuatro horas diarias a ver televisión y el 87 por ciento acostumbraba oír radio una cantidad de tiempo semejante. En contraste, el 16.7 por ciento utilizaba su tiempo libre para ir al cine, el 4.6 iba a ver presentaciones de danza, teatro o a exposiciones, el 4 por ciento visitaba bibliotecas o librerías y el 13.4 prefería las compras. Las industrias culturales más desarrolladas: la televisión y la radio, dedican el 80 por ciento de sus contenidos al entretenimiento, entendido este como una distracción. Todas aquellas manifestaciones culturales cuyo disfrute se potencia gracias a la información o, simplemente, por el ejercicio del criterio, tienen escasos adeptos.

Lo anterior nos explica, en parte, por qué toda expresión cultural que no esté vinculada al espectáculo encuentra tan pocos receptores. Las artes escénicas, plásticas y la literatura sólo corren con alguna suerte cuando se apoyan para su promoción en los medios masivos de comunicación.

En este contexto, la cultura generada por quienes ejercen una disciplina artística adquiere un carácter endogámico en aumento. Sólo acceden a ella los creadores del área, convirtiéndose en una élite. El resto de la población retoma y hace propio aquello que se desprende de los medios de comunicación, del barrio o del centro comercial, lo que encuentra en los espacios que le son próximos y mira con recelo a las artes como algo aburrido, ajeno y distante.

Sólo la investigación podría brindar elementos para revertir las contrariedades o contrasentidos, esta labor no podemos esperar que nazca como consecuencia natural de la interacción del mercado, los públicos, consumidores, los creadores y las industrias culturales.

La legislación que la cultura demanda

Los países que se benefician del “toque de Midas de la cultura” son aquellos donde el Estado funge como orquestador de todas las voces, para lograr equilibrios entre creación y mercado, entre patrimonio particular y cultural, entre producción nacional y el diálogo con las culturas locales o extranjeras.

Un paso decisivo para resolver los retos que nos impone hoy la cultura es el reciente reconocimiento del derecho a la cultura dentro de nuestra Constitución. Durante la LX Legislatura se reformó el artículo 4˚ de la Carta Magna, al cual se le hizo la siguiente adición:

Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y servicios que presta el Estado en la materia, así como el ejercicio de sus derechos culturales. El Estado promoverá los medios para la difusión y desarrollo de la cultura, atendiendo a la diversidad cultural en todas sus manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa. La Ley establecerá los mecanismos para el acceso y participación a cualquier manifestación cultural. El Estado tutelará estos derechos.

Francisco Javier Dorantes, pionero en la estructuración de un derecho cultural mexicano consideró, hace algunos años, en su libro Derecho cultural mexicano, que la relevancia del derecho a la cultura está en que vuelve impostergables dos acciones: la creación de una Ley General de Cultura, que regule toda la legislación del país en la materia y, en segundo término, la conformación de una instancia del Estado para coordinar las acciones en este sentido.

Conaculta, que actualmente funge cómo órgano coordinador, no cuenta con la personalidad ni con el patrimonio jurídico necesarios para cumplir con las tareas que impone hacer efectivo el derecho a la cultura. No obstante, la disyuntiva mayor no es la creación de un órgano más apropiado para este fin, sino la delimitación de los criterios para sustentar el cómo se dará acceso a la cultura. La pregunta más difícil de responder no es ¿qué conviene más: una secretaría de cultura o un órgano constitucional autónomo? El reto es pensar ¿cómo queremos que sea legislado el derecho a la cultura, de qué manera se hará efectivo, cómo podrá demandarse y de qué forma se protegerá a partir de las normas jurídicas vigentes, cómo se regulará desde la perspectiva constitucional en sus diferentes vertientes? Es crucial decidir qué vamos a hacer: ¿sólo trataremos de hacer más eficientes los servicios culturales existentes o hasta dónde iremos para garantizar el acceso a los bienes y servicios relacionados con la cultura?

Del mismo modo como la llamada Reforma Energética requirió una exhaustiva consulta nacional, la cultura demanda un análisis de las mismas proporciones y un diagnóstico que reconozca su carácter estratégico y todas sus dimensiones.

El derecho a la cultura está contemplado en el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, convertirlo en una garantía constitucional obliga al Estado a instrumentar la protección y el acceso a la cultura, para lo cual será indispensable una reforma integral de la estructura jurídica de la cultura en México. En uno de los múltiples foros realizados en torno a este tema Néstor García Canclini dio la clave: “La tarea primordial de las leyes, más que resolver problemas, es crear condiciones para que los movimientos de la sociedad conviertan a los problemas en oportunidades”.

Nos encontramos ante un desafío histórico ¿estaremos a la altura de sus exigencias? nos falta muy poco para conocer la respuesta.


1 Entendidas estas como la industrialización, para su reproducción en gran escala, de obras protegidas por el derecho de autor o el copyright. También son conocidas como industrias del copyright.

2 En Estados Unidos las industrias culturales están englobadas en un todo más amplio: las industrias del entretenimiento. En ellas queda comprendida la industrialización de las obras protegidas por el copyright, los espectáculos y los deportes, para su desarrollo y fomento han generado una legislación que impulsa el desarrollo desde el arte hasta el cine porno, considerando su valor económico.

3 Ernesto Piedras Feria, ¿Cuánto vale la cultura en México?, México, SOGEM, CANIEM, CONACULTA y SACM, y La contribución económica de las industrias protegidas por los derechos de autor en México de Victoria Márquez-Mees, Mariano Ruiz Funes y Berenice Yaber (aún sin publicar en México).

4 Sabina Berman y Lucina Jiménez, Democracia cultural, México, Fondo de Cultura Económica, 2006.

5 La contribución económica de las industrias protegidas por los derechos de autor en México, abarca de 1998 a 2003. Uno de los grandes problemas que se enfrentan al querer hacer cualquier tipo de evaluación o medición en el ámbito de la cultura es la carencia de información sistematizada, reciente y refutable en el tiempo.

6 Op. cit.

7 Las industrias básicas, son uno de los subsectores de las industrias culturales, su trabajo consiste en masificar las obras protegidas por el derecho de autor, algunos ejemplos son: editoriales, medios de comunicación, compañías disqueras, etc.

8 Información tomada del trabajo de Alfonso Castellanos Ribot, “Estadísticas básicas de la cultura en México”, en Cultura mexicana: revisión y prospectiva, México, editorial Taurus, 2008.

lunes, 18 de enero de 2010

Terremoto

2010-01-18
El Universal
Guillermo Fadanelli

“El terremoto en Haití ha dejado bastante deteriorado a su Dios, mientras que en México los ministros de la Iglesia se dedican a quebrantar el Estado laico e intentan por todos los medios hacer infelices a las personas, su Señor se entretiene sembrando la desgracia en un pueblo pobre e indefenso”. Podrían ser estas las palabras de un gnóstico alejandrino que resucitara en la época actual y se pusiera al tanto de la marcha de nuestro mundo. Y si en caso de ser un epicúreo quien transgrediera el tiempo para vivir a nuestro lado, se convencería otra vez de que el mundo está lleno de maldad y de que la divinidad que lo creó tiene que ser necesariamente malvada. Y en este concierto de voces atemporales Basílides constataría que la realidad continúa siendo un espejismo y Cioran proclamaría una vez más la necesidad de un dios abúlico, reacio a ejercitar sus músculos creando todavía más desgracias. Pero no es mi intención ofender a los creyentes ni mucho menos crear polémicas acerca de lo que no se puede polemizar. La cuestión es que siendo yo un humilde pagano no deseaba dejar pasar el hecho de que en caso de ser monoteísta el terremoto en Haití me habría dado bastante en qué pensar e incluso estaría sopesando la posibilidad de cambiarme de equipo. Eso es todo.

Las desgracias suelen ser un estímulo para cavilar acerca del sentido de las creencias más acendradas. Es del saber común que el terremoto de Lisboa en 1755 afectó a Voltaire a tal extremo que modificó su pensamiento acerca de la razón divina y que la invasión de Roma por los bárbaros empujó a un consternado San Agustín a escribir La ciudad de Dios. Tres días duró la invasión a Roma por los godos y 14 años la escritura de esta obra que decidió mudar la ciudad terrena a los santos cielos donde ningún terror humano volvería a devastarla. Qué alivio es concebir el mundo como un conjunto de desgracias y convencerse de que no existe orden divino. Cioran, lo escribió de manera vehemente y precisa: “La injusticia rige al universo. Todo lo que se construye o se marchita lleva la huella de la inmunda fragilidad, como si la materia fuese el fruto de un escándalo en el seno de la nada”. Y mientras los jeques árabes levantan en Dubái la torre más absurda de la historia, decenas de miles de haitianos son sepultados bajo los escombros de sus casas miserables. Este sí que es un verdadero testimonio divino y si el gnóstico Valentín de Alejandría estuviera entre nosotros no se inmutaría en absoluto. Acaso volvería a afirmar que estos acontecimientos son consecuencia del error original: hechos por demás naturales en un mundo cuya esencia es la maldad, el absurdo y la muerte.

Y si nos salvamos de los terremotos seguiremos viviendo a expensas de la crueldad humana. Lo anterior parece decirnos uno de los relatos más aprehensivos de Heinrich von Kleist cuyo título es “El terremoto de Chile.” Un sismo salva a una joven pareja de morir cuando arrasa la ciudad y derrumba los muros de la prisión donde se encontraban los repudiados amantes (incluso el arzobispo queda sepultado entre piedras como una rata). Tal pareciera que por una vez en la tierra la justicia divina se ha hecho presente, pero una vez que los amantes vuelven a la ciudad, una horda de fanáticos acaba con sus vidas de manera sanguinaria. Los acusan de haber causado el terremoto y de que sus amoríos han desatado la desgracia sobre la ciudad. Este relato fue escrito en 1805, tres lustros antes del suicidio de Heinrich von Kleist y cuando lo leí por primera vez no fui capaz de advertir el profundo pesimismo que impregna toda la narración. Hoy que he vuelto a sus páginas no sólo lo he apreciado de manera distinta, sino que me parece una ilustración de lo que sucede en la actualidad: una época en la que todavía existen religiosos empeñados en prodigar prohibiciones aludiendo a alguna clase de autoridad divina.

Qué fortuna encuentro en ser pagano. Puedo cambiar de dios o de santo todas las mañanas. No tengo que ceñirme a las leyes que dictan los fanáticos y hasta puedo inventar divinidades para cada ocasión, ungir a una teibolera como deidad suprema o poner a los dioses a pelear entre sí. En definitiva ningún terremoto me hará cambiar de opinión.

sábado, 16 de enero de 2010

Intimidad, lectura y beneficio

01-16-2010
Suplemento Laberinto
Iván Ríos Gascón

Si me preguntan lo que leo, evado la respuesta. Cambio el tema, hago una pregunta inocua o francamente absurda, y en ocasiones menciono alguna obra que leí mucho tiempo atrás, quizá porque revelar el título que concentra mi atención, sería como describirme en calzoncillos. Tal vez la imagen proviene de la idea de Lawrence Ferlinghetti, que dijo que la poesía es la ropa interior del alma o posiblemente sólo sea una especie de pudor mal entendido, o avaricia literaria o el reflejo por mantener cierto misterio en mi privacidad.

La lectura, observa Harold Bloom, es una praxis personal, más que una empresa educativa. Y aunque referir al libro o al autor que ocupa mi tiempo me parece un verdadero incordio, sucede lo contrario cuando alguien solicita sugerencias para ir llenando su biblioteca particular. Al fin y al cabo, recomendar novelas, ensayos o poemarios no es lo mismo que confesar la ruta por la que vamos caminando, un periplo que es más saludable recorrer en completa soledad, ya que a la insidiosa pregunta de ¿qué es lo que estás leyendo ahora?, generalmente le prosiguen otras: tu opinión sobre el ritmo de la obra, la valía del autor, el frenesí o el aburrimiento que el libro te provoca, y esas cuestiones no pueden responderse de improviso, es perentorio alcanzar la página final y luego meditar por un tiempo lo leído, para esclarecer las consecuencias. Después de todo, la sensibilidad es como una esponja. Puede absorber o expeler las sustancias intelectuales o emotivas que transpira el arte.

A la gente le encanta inmiscuirse en tus afinidades. Nunca falta quien merodee por tus estanterías. Que coja los volúmenes, los hojee, revise subrayados y, peor aún, te increpe por haber resaltado una frase o dos renglones, que pretenda analizar por qué determinada idea adquirió un aura fluorescente. En estos casos, lo recomendable es guardar silencio. El debate sería inútil, cada quien percibe distintas claves o pulsiones, se identifica con un párrafo, una escena, o se conmueve con versos y episodios que para ti o para los otros no tienen valor alguno: los libros hablan cuando súbitamente, por inercia, evocamos algo que creíamos haber perdido en alguna región ignota de la psique, y reclama su sentido.

Sin embargo, debo confesar que me llaman la atención aquellos lectores que buscan un beneficio personal. Los que no dejan de hablar de lo que están leyendo, los que adelantan comentarios o de plano, cuentan las tramas de cabo a rabo para privarte del asombro, el fiasco o la sorpresa. Los que presumen una memoria elefantina, aunque ya Patrick Süskind escribió sobre ese curioso fenómeno que es la amnesia in litteris (el olvido momentáneo o irreversible de las viejas lecturas), y los que llevan a cuestas una inabarcable casa de citas (librescas, por supuesto). De todos, quienes más me intrigan son los donjuanes eruditos. Sus estrategias de cacería (poses, dichos, temas), persiguen un objetivo peculiar, un ideal paradigmático que me recuerda lo que Lawrence Durrell escribió en Balthazar: “enamorarse de alguien más ignorante que uno mismo añade el delicioso estremecimiento que produce la conciencia de pervertirlo, de sumirlo en el barro del que nacen las pasiones, y los poemas y las teorías sobre Dios”…

¿Qué es Flarf?

01-16-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Si, para bien y mal, Kenneth Goldsmith es el escritor actual más emblemático, la corriente versal más interesante —nos guste o no— es Flarf.

Como Alan Sokal y su broma pesada a Social Text (para demostrar que el posmodernismo era teoría pitufina), Gary Sullivan logró que Poetry.com ofreciera publicarle un poema suyo deliberadamente pésimo.

Nació oficialmente Flarf, una corriente norteamericana que antipoetiza googlemas y descréditos, detritus digital y apropiación inapropiada, sátira y sitcom, cut-&-paste, gringodadaísmo & performance.

Sus miembros son Kasey Silem Mohammad, Katie Degentesh, Gary Sullivan, Nada Gordon, Jordan Davis, Drew Gardner, entre otros.

A Flarf se le conoce por poemas-collage a partir de googleos. Pero sus técnicas son múltiples. Procura lo impertinente, cómico, bufón, pseudo-ingenuo. Flarf pretende ser big-banguardia en vano. Flarf es cacopoesía, (mal)versación y sampleo.

Se gestó entre 2000 y 2002 en listas de emails y blogs. Sus opositores le acusan de ser una mera payasada. Otros le creen, junto con el conceptualismo, lo más intrépido del experimentalismo norteamericano hoy.

El vocablo Flarf parece no tener sentido. Pero estoy convencido que en él está codificado el significado de este movimiento. Me explicaré. “Flarf” es una reunión inconsciente de fart (pedo) y bluff (engaño). Pedo presuntuoso, además, que se mezcla con flat (plano) y que suena como ladrido en inglés: arf! Arf! Flarf es una burla del arte (art) y una farsa (farce). Busca evidenciar que la poesía es un chiste y una onomatopeya cultural.

Hay algo también de fluff (ligero) mezclado con war (guerra). Fluff-war, guerra inverosímil. Todo esto es la fórmula secreta de Flarf.

¿Recuerdan aquel extraterrestre ochentero de peluche? Bueno, si E.T. era un símbolo de la otredad extraplanetaria, Alf era su parodia, la otredad venida a menos. Lo retro-inmediato. Flarf es Alf. Y Flarf es al experimentalismo lo que Alf es a E.T.

Y si Kenneth Goldsmith es Max Headroom, Flarf en Bart.

Decía George Oppen que “hay un ego simple en la lírica, pero uno extraño en la guerra”. El ego kitsch absurdo-bufón de Flarf es un reflejo del sin-sentido del discurso político norteamericano en el contexto del surgimiento del palabrerío global.

Flarf es Cantinflas hablando Neospeak. Aunque no lo parece, Flarf es una poética de guerra (de la reality war norteamericana). Y la prueba es que la palabra “guerra” no aparece en ella.

Así como Warhol (war-hole, hoyo de la guerra) es la frivolidad balsámica de la posguerra, Flarf es la poesía surgida del vacío dejado por la irrealidad de la post-Guerra Fría. La risa lela para masticar el shock Schwarzkopf.

Hay poesía veterana de guerra que jamás ha puesto un pie en el campo de batalla. Flarf es lo que quedó de la poesía estadunidense después del Medio Oriente.

lunes, 11 de enero de 2010

Adopción

2010-01-11
El Universal
Guillermo Fadanelli

Podría hacerse una máxima universal del caso siguiente: son las personas menos adecuadas para hacer una tarea quienes más se empeñan en realizarla. Me imagino a un puerco empeñado en hacer el aseo de los corrales o a un ciego que se obstina en llevar a cabo las tareas del centinela. Más o menos así funciona nuestra sociedad. Esto viene a mi mente cuando escucho los argumentos de quienes insisten en imponer sus normas morales a los demás y conciben un mundo a su imagen y semejanza, como pequeños dioses que intentan someternos a las costumbres de su reino. Su provincianismo es atroz en cuanto no conciben o aceptan nada que rebase los límites de sus estrechas fronteras. Sus razones son superficiales y sus prejuicios profundos. No tengo ningún empacho en declararlos mis enemigos.

Pese a mi declaración de enemistad no tengo ningún inconveniente en que continúen pensando como deseen. No movería un dedo en contra de ellos ni promovería su expulsión de mi comunidad. Incluso estaría dispuesto a escuchar sus homilías atentamente para cerciorarme de que en realidad estamos en desacuerdo. Lo que no haré es permitir que me impongan sus costumbres morales ni que gobiernen en mi intimidad por medio de ninguna clase de coerción. Me imagino a un sacerdote sentado en una silla frente a mi cama censurando lo que le parece incorrecto y deseando al mismo tiempo que lo correcto suceda para lograr colmar sus placeres. Es una imagen lastimosa, pero es más o menos así como sucede en nuestros tiempos.

Si mis vecinos deciden adoptar una cabra y me invitan a celebrarlo, con mucho gusto acudiré a la fiesta e incluso investigaré en la enciclopedia qué clase de alimentos prefieren las cabras para no presentarme con las manos vacías a su casa. Si adoptar quiere decir recibir como hijo a quien no lo es naturalmente, consideraré a mis vecinos seres civilizados y sin duda envidiaré a la cabra por la buena suerte que ha tenido al conseguir un hogar. Si esta adopción hace felices a mis vecinos y a la cabra esto redundará también en mi felicidad, puesto que no hay nada tan pernicioso que vivir junto a personas amargadas.

Me parece un síntoma de buena salud que las personas tomen para sí el sexo que deseen y que no se detengan en hacer públicas sus pasiones. Considero el género como un horizonte al que las personas tienden, no como una imposición moral que limita su imaginación y por lo tanto su libertad. Si los transgresores de género quieren casarse y adoptar niños tailandeses no tengo más que desearles una vida a la medida que desean. Yo no les recomendaría el matrimonio a no ser que consideren que las leyes imperantes son convenientes para su bienestar, pero esa es una opinión privada y lo único que les pediría es que me inviten a la celebración.

Conforme pasa el tiempo me convence más la postura de Rawls que la de Nozick en lo que respecta a los principios que una sociedad liberal tiene que seguir para procurar la justicia y el bienestar entre sus miembros. La diferencia más evidente se encuentra en lo relativo a la presencia del Estado y sus atribuciones: o se busca que éste lleve a cabo solamente unas cuantas funciones administrativas, como quiere Nozick; o se le considera un medio para defender la libertad, la igualdad y la equidad económica, como desea Rawls. Un mínimo orden es necesario y un Estado sensato debería velar porque las libertades se respeten, sin violar la libertad que el mismo intenta preservar. Si los homosexuales o quienes sean van a adoptar un niño, deben hacerlo sólo si el adoptado va a estar en mejores condiciones de vida que en la orfandad. De lo contrario el contrato sería una diatriba (nadie estaría, por ejemplo, de acuerdo en que las personas se valieran de las adopciones para el comercio de menores). Es allí donde hacen su aparición las leyes que en vez de prohibir matrimonios entre personas libres o rechazar adopciones a priori se disponen tan sólo para evitar abusos y preservar las libertades de los individuos.

En mi opinión es más perniciosa la existencia de diputados que mes con mes adoptan sueldos tan elevados y que promueven sus prejuicios a la categoría de dogmas legales. Yo estoy seguro que hasta una cabra rechazaría vivir bajo su mismo techo.

¿Problema mental?

Lunes 11 de Enero de 2010
Periódico Noroeste
Denise Dresser

Independencia. Revolución. Conmemoración. 1810. 1910. 2010. La historia de bronce festejada cuando debería ser cuestionada; la historia oficial cincelada cuando debería ser escrita de nuevo.

Porque han sido 200 años de héroes falsos y mentiras propagadas y dictaduras perfectas y democracias que están lejos de serlo.

Doscientos años de aspirar a la modernidad sin poder alcanzarla a plenitud y para todos.

Veinte décadas de justificar el Estado paternalista y el predominio del PRI, la estabilidad corporativa y el País de privilegios que creó.

Buen momento, entonces, para examinar la herencia, los mitos compartidos, las ficciones fundacionales, el bagaje con el cual cargamos.

Gran oportunidad para emprender un proceso de instrospección crítica sobre nuestra identidad nacional, para cobrar conciencia de lo que hemos hecho consistentemente mal.

Para entender por qué no hemos construido un país más libre, más próspero, más justo durante los últimos dos siglos.

Abundan las explicaciones. La Conquista, la Colonia, la ausencia de una tradición liberal, el Porfiriato, la vecindad con Estados Unidos, la desigualdad recalcitrante, el nacionalismo revolucionario, los ciclos históricos marcados por proclamas, seguidas de alzamientos y la instauración de líderes autoritarios que prometen salvar al País del caos y de sí mismo.

Muchos piensan que México no avanza por su pasado fracturado, por su historia insuperada, por sus creencias ancestrales, por sus costumbres anti-democráticas. Muchos esgrimen el argumento cultural como explicación del atraso nacional.

"Es un problema mental", afirman unos.

"Es una cuestión de valores", insisten otros. "Es un asunto de cultura", sugieren unos. "Así somos los mexicanos", proclaman unos.

Según esta visión cada vez más compartida, el subdesarrollo de México es producto de hábitos mentales premodernos, códigos culturales atávicos, formas de pensar y de actuar que condenan al país al estancamiento irrevocable.

Es cierto que muchos mexicanos creen apasionadamente en los componentes centrales del "nacionalismo revolucionario".

Es cierto que muchos mexicanos han internalizado las ideas muertas del pasado, y por ello les resulta difícil forjar el futuro.

Es cierto que muchos mexicanos han sucumbido al romance con la supuesta excepcionalidad histórica de México, y por ello se resisten a apoyar medidas instrumentadas con éxito en otros países.

Aquí, los hábitos iliberales del corazón son como un tatuaje. Aquí, ideas como el Estado de Derecho, la separación de poderes, la tolerancia, la protección de las libertades básicas de expresión, asamblea, religión y propiedad, no forman parte del andamiaje cultural post-revolucionario.

Y por ello tenemos elecciones competitivas que producen gobiernos ineficientes, corruptos, solipsistas, irresponsables, subordinados a los poderes fácticos, e incapaces de entender o promover el interés público.

En términos políticos, México es una democracia electoral; culturalmente sigue siendo un país iliberal.

Nadie duda que esto es así. Pero el problema de las explicaciones culturales es que conducen a callejones sin salida.

Si partimos de la premisa "así es México", la Nación no tiene futuro, ni solución, ni posibilidad, ni salvación.

Si el clientelismo y la corrupción y el patrimonialismo y la confrontación son producto de a una cultura bicentenaria, no queda claro cómo reformarla ni reformarnos.

Peor aún, el uso de la cultura como herramienta analítica o como justificación política, obscurece las causas estructurales detrás del atraso.

La cultura heredada, promovida, aprendida por los mexicanos a partir de la Revolución es una invención interesada, un cálculo deliberado; es aquello que los políticos y los ideólogos del régimen decidieron enseñarnos en la escuela pública. Las costumbres iliberales y las creencias reaccionarias que dibujan el mapa mental de tantos mexicanos fueron colocadas allí porque eran útiles. El poder político de México vivió, y vive aún, de alimentarlas.

Pensar que el problema de México es mental desvía la atención de donde debería estar centrada: en ese artificio contractual que es el corporativismo post-revolucionario y el "capitalismo de cuates" que engendró.

En la permanente redistribución de la riqueza en favor de los grupos beneficiarios del statu quo que este acuerdo ha entrañado.

En las prácticas de rentismo acendrado que este pacto ha perpetuado. En la apabullante concentración de la riqueza que este modelo ha permitido.

En la economía oligopolizada que este arreglo ha producido. Esas son las raíces de tantas mentiras piadosas que la clase política elaboró y sigue diseminando; esas son las razones detrás de códigos culturas que las élites han usado para controlar a la población.

El verdadero problema del País no es cultural sino estructural; no es una cuestión de valores sino de intereses.

A México no le hace falta ir al psiquiatra para resolver un problema mental; más bien necesita combatir una estructura de privilegios que ni la Independencia ni la Revolución lograron encarar.

sábado, 9 de enero de 2010

El autor más emblemático: 2000—2010

2010-01-09
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Si encuestamos a los críticos usuales qué fue lo mejor de la literatura norteamericana durante la última década, Cormac McCarthy o Philip Roth serán consenso. Son la fachada de las letras estadunidenses.

Sus novelas son mainstream. ¿Agregan algo a la historia de la literatura? Hollywood puede llevarlos al cine. “Realismo”.

Las tendencias que alteraron la literatura norteamericana actual no están en la novela. Ni en la poesía de receta lírica, traducible a cualquier idioma, hecha de variantes de las mismas imágenes, anécdotas o sentimientos compartidos por millones y que los respectivos versistas no hacen sino engalanar vía ritmos y espacios en blanco.

Lo innovador proviene de quienes desafían e incluso frustran el gusto público.

La tendencia más innovadora de la literatura norteamericana de este siglo es la corriente llamada “escritura conceptual”. No le interesan las obras maestras.

Craig Douglas Dworkin así la formuló: “¿Cómo sería una poesía no-expresiva? ¿Una poesía del intelecto y no de la emoción? Una en la que las sustituciones en el corazón de la metáfora y la imagen fueran reemplazadas por la presentación directa del lenguaje mismo, y el “flujo espontáneo” suplantado por procedimientos meticulosos y procesos exhaustivamente lógicos”. Sus precursores son el concretismo brasileño, las ideas de Barthes, los juegos de Oulipo, los Language Poets y, por supuesto, la obra verbal de Duchamp, padre-queer del conceptualismo.

Hoy en Estados Unidos el conceptualismo escritural tiene un nombre: Kenneth Goldsmith. ¿Es Goldsmith un escritor? Ahí inicia la polémica. Generalmente se le detesta.

En su libro Soliloquy (2001) transcribió todo lo que dijo durante una semana; en Day —su libro más célebre— cada palabra y letra aparecida en la edición impresa del New York Times del primero de septiembre del 2000.

En otras obras suyas ha anotado cada movimiento que hizo su cuerpo durante medio día; y en los más recientes, los reportes de tráfico, clima y deportes.

Goldsmith denomina a su práctica “escritura no-creativa”. Se trata de una forma de apropiación, ready-made, cuya meta es “aburrir”.

Afirma que no hay necesidad de novedad alguna. Basta reenmarcar lo viejo.

No oculta que emula a Andy Warhol. Incluso editó un libro de entrevistas del inventor del pop art. Juega siempre a ser ultra-frívolo.

Como anti-provocador, persigue una literatura sin originalidad, shock o aura. Sostiene que no tiene caso inventar nada porque ya hay demasiadas palabras. Basta plagiarlas. Es la cumbre del experimentalismo posmoderno y, a la vez, su reducción al absurdo. Deliberadamente exaspera. Y se le adora. Evidenció que la literatura moderna ya ha quedado agotada.

Joyce hoy, Kenneth Goldsmith es el autor más emblemático de la primera década del siglo XXI.


jueves, 7 de enero de 2010

Así escribo (Francisco Hinojosa)

Enero del 2009
Revista Nexos
Francisco Hinojosa
De cualquier manera

En total desorden. En el caos absoluto. Saltando de un texto al otro. Con fastidio cuando las musas me abandonan y con furor cuando me visitan. Todos los días. Por las mañanas, por las tardes, por las noches y, con la ayuda no infrecuente del insomnio, por las madrugadas. En silencio de preferencia. Aunque de vez en cuando, según qué escriba, con música: salsa, rock, Mozart, jazz, blues y, una vez, juro que una sola, Los Tigres del Norte. Nunca con mariachi. Con café, jugo o té antes de las doce.

Con cerveza cuando ya el juego es legal. Con un libro al lado que me empuje a escribir y me guíe por el buen camino (tengo muchos, además de Borges). Entre revisadas constantes al @gmail, telefonazos y todo tipo de interrupciones. En mi lugar de trabajo o en cuartos de hotel y aeropuertos. Nunca a mano. Tampoco con máquina de escribir. Casi siempre con risas y a veces, de plano, a carcajadas. Antes de ir al súper o al banco y también después. Sin ganas o con muchas. De los niños a los adultos, del cuento al ensayo, de la poesía a las cartas, del pastiche al experimento. A quince palabras por minuto o a cinco por hora. A pedradas, a latigazos. Pensando en un amor imposible, en una deuda que tengo o en el menú del día. Con la emoción de un encuentro, con la decepción de una mala comida, con certidumbres, con dudas. De cada tanto con coraje (hoy fue con mucha furia). Con la vida rota o con esperanzas. Después de un abrazo o antes de un beso. Sin saber por dónde comenzar o cómo seguir. Deshabitado, inseguro, nervioso, como cable eléctrico. Y sobre todo corrigiendo sin fin, buscando cada palabra, borrando demasiado.
Cuando era joven, hubo quienes me hicieron creer que para escribir era necesario preparar el entorno que propiciara el ritual de la creación: el escritorio digno de un escritor, la escenografía libresca, los cuadros en las paredes con las fotografías de grandes autores (Kaf-ka, Melville, Baudelaire, Groucho), quizás una varita de incienso y una botella de vino, y el letrero: “Silencio: escritor en funciones”. La escritura como un ritual masturbatorio y fetichista. La escritura como efecto y no como deseo. La escritura como apuesta al hit parade y no como desplazamiento. El escritorio y la Montblanc como el escenario y el instrumento que hacen al escritor. Y luego los medios que todo lo confirman. Y al mismo tiempo la chorcha que lo reconfirma: hay que buscar la legitimidad antes que las palabras. Por eso las lecturas públicas —comprometidas con llamadas telefónicas, promesas de amistad perdurable y correos electrónicos personalizados— suplen la escritura con la fiesta. El aplauso de pie luego de la función. Con vino de honor. De honor. Y el jaripeo en vez de la escritura. Y a veces ni siquiera jaripeo.

Hasta hace poco me sentía observado cuando le pegaba al teclado: escribía bajo vigilancia. Especialmente al escribir para niños. Tenía objetos que me miraban y me obligaban: el libro que me regaló la niña Elisa en Medellín, un alfiletero que me dio Lucero, que vive en la Portales, dibujos, muchos dibujos, cartas, muchas cartas, un pisapapeles que deja caer nieve, muñecas, una piedra, fotografías, un luchador de plástico…: esos objetos que tienen nombre y rostro y que ahora viven momentáneamente en una bodega, en lo que vuelven a encontrar casa, siguen exigiéndome. Y así escribía: con testigos, con un tribunal que castiga cuando se traicionan los principios, con la mirada atenta y a la vez ávida de una novedad, de algo que cambie las cosas y las haga más agradables. Escribía observado, con muchos ojos que me miraban a través de los objetos para decirme que siempre es posible mejorar. Y escribo y escribía así, con la conciencia limpia de que nunca ha habido una traición, aunque me haya equivocado tantas y tantas veces.

Escribo, y eso hay que hacerlo de alguna manera, cualquiera. Yo creía haber encontrado una propia, y me aferraba a ella aunque no tuviera ningún orden. O quizás creía en una rutina que me hacía estar seguro y de la que no podría prescindir. Desde hace varios meses he aprendido que escribo de cualquier manera, con sol o con lluvia, con escritorio o sin él, enamorado o con un duelo que no deja de llorar. Así escribo: conmigo mismo y con la lap top. Por ahora es suficiente. Y aunque vuelva a poblarse mi mundo de amores y extrañamientos, de objetos y nuevos rituales, sé ahora que para escribir no necesito más. Y si la lap top se pierde o me abandona, regresaré al lápiz y la hoja en blanco.

miércoles, 6 de enero de 2010

Los libros del año

3 de enero de 2010
Suplemento el Ángel
Sergio González Rodríguez

El libro del año: Tarde o temprano (Poemas 1958-2009) (FCE), de José Emilio Pacheco;

Novela: Nos acompañan los muertos (Planeta), de Rafael Pérez Gay; La Biblia Vaquera (Tierra Adentro), de Carlos Velázquez; La noche será negra y blanca (Era), de Socorro Venegas; La fiesta del oso (Mondadori), de Jordi Soler; Verloso (Mondadori), de Felipe Soto Viterbo; El dilema de Houdini (Mondadori), de Norma Lazo; No tengo tiempo (Alfaguara), de Arturo Vallejo Novoa; Los escritores invisibles (FCE), de Bernardo Esquinca; Señales que precederán al fin de mundo (Periférica), de Yuri Herrera; Morirse de memoria (Sexto Piso), de Emiliano Monge;

Crónica: Palmeras de la brisa rápida (Almadía), de Juan Villoro; Gula. De sesos y lengua (Mantarraya), de Antonio Calera-Grobet; El último mundo (Mondadori), de Laura Emilia Pacheco;

Memoria: Un tiempo suspendido. Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo (CNCA), de Roberto García Bonilla; Los aprendizajes del exilio (Siglo XXI), de Carlos Pereda; La guerra fue breve (Magenta), de Gabriel Bernal Granados; Padre y memoria (UAM/Ediciones sin Nombre), de Federico Campbell; Yo te conozco (Era), de Héctor Manjarrez; Memoria y espanto o el recuerdo de infancia (Siglo XXI), de Néstor A. Braunstein;

Ensayo: Una visita a Marius de Zayas (Universidad Veracruzana), de Antonio Saborit; El insomnio de Bolívar (Debate), de Jorge Volpi; La gramática del tiempo (Almadía), de Leonardo da Jandra; Inmanencia viral (Tierra Adentro), de Fausto Alzati Fernández; Ensayos fundamentales (Taurus/Colmex), de Enrique Florescano; Pop art y sociedad del espectáculo (UNAM), de Jorge Juanes; La vida íntima de los encendedores (Páginas de Espuma), de Ignacio Padilla;

Antología: Un sol más vivo (Era), de Octavio Paz, editado por Antonio Deltoro;

Aforismos: 99 (Taller Ditoria), de Luis Alberto Ayala Blanco;

Poesía: Libelo de varia necrología (Tierra Adentro), de Balam Rodrigo; Mientras menos hagas (Lenguaraz), de Feli Dávalos; Tríptico del desierto (Era), de Javier Sicilia; Bomarzo (Era), de Elsa Cross; Imperio (Motín Poeta), de Rocío Cerón; Nueces (Trilce), de Pedro Serrano; Estado de sobrevuelo (Bonobos), de Salvador Gallardo Cabrera;

Narrativa histórica: Tiempo de zopilotes (Planeta), de Paco Ignacio Taibo II; Ficciones de la revolución mexicana (Alfaguara), de Ignacio Solares; El secreto de la Noche Triste (Joaquín Mortiz), de Héctor de Mauleón; La cena del bicentenario (MR/Planeta), de Héctor Zagal;

Cuento: Cuentos reunidos (FCE), de Amparo Dávila; Mis días en Shangai (Almadía), de Aura Estrada; Cicatrices (Páramo), de Esther Seligson; Sombras detrás de la ventana (Era), de Eduardo Antonio Parra; La corredora de Cuemanco y el aficionado a Schubert (Punto de Lectura), de Mónica Lavín; Los animales invisibles (UAM), de Mauricio Montiel Figueiras; Telaraña (UNAM), de Mauricio Molina; Firmado con un klínex (Tusquets), de Élmer Mendoza;

Arquitectura: Arquitectura mexicana contemporánea (Designio), de Gustavo López Padilla; El centro comercial como nuevo espacio público (Arquine), de Grupo Arquitech. Juan José Sánchez Aedo; 10 concursos perdidos 1 ganado (Arquine), de Lucio Muniain;

Periodismo: Contacto en Italia (Debate), de Cynthia Rodríguez; El Cártel de Sinaloa (Grijalbo), de Diego Enrique Osorno; Breviario de correrías (CNCA), de Ariel González;

Fotografía: Pata de perro. Biografía de Héctor García (CNCA), de Norma Inés Rivera; Gabriel Figueroa/Luna Córnea 32, investigación y dirección de Alfonso Morales Carrillo; El imaginario fotográfico (UNAM), de Michel Frizot; Teresa Margolles/ What Else Could We Talk About (RM), editado por Cuauhtémoc Medina;

Crítica literaria: Alfabeto de las esfinges (UNAM), de Adolfo Castañón; La voz del espejo (DGE/Equilibrista), de Fabienne Bradu; El complejo Fitzgerald (Tierra Adentro), de José Mariano Leyva; El asesino de la palabra vacía (CNCA), de Héctor Orestes Aguilar; Crónicas literarias (Eón), de Federico Patán; Ojos de Reyes (UNAM), de Héctor Perea; El sueño no es un refugio sino un arma (UNAM), de Geney Beltrán Félix; La sabiduría sin promesa. Vida y letras del siglo XX (Lumen), de Christopher Domínguez Michael;

El peor libro del año: Réquiem para un Ángel (Alfaguara), de Jorge F. Hernández.

lunes, 4 de enero de 2010

Diez buenos libros en el 2009


Periódico Milenio
Israel Morales

El año que terminó fue vital en las letras mexicanas, pues vaya que abundaron los títulos, mas no su buena distribución por cuestiones editoriales o de orgullo, vaya usted a saber. Pocos títulos y muchos a la sombra, pero aquí una muestra en que se reúnen novelas, cuentos, estudios y biografías; diez buenos libros, todos ellos lanzados en 2009, para no dejar fuera un solo renglón de lectura.

10. Dolores, Felipe Montes (Ed. Acero)

Un libro en el que no hay armonías ni lucidez, sino que lo que vale es lo que se dice de Dolores, protagonista y víctima, lo que le da un sitio abismal a los fantasmas que pueblan una ciudad y que se la llevan de encuentro; sin que se trate ésta de una novela de horror, sino de la realidad misma.

9. Temporada de caza para el león negro, Tryno Maldonado (Anagrama)
Esta novela tiene la noción de lo efímero, tanto que de quien se habla, Golo, ya está en la tumba, y se acude a un recuento personal, elocuente, haciendo honor a la brevedad, con las reiteraciones de una estética por el mundo freak del amante y narrador, y su vida por exposiciones de arte.

8. Recordatorio de Federico Gamboa, Álvaro Uribe (Tusquets Editores)
Nunca va a dar pereza leer la vida de un autor que dejó en Santa esa cualidad de mito popular, el cual, no dudaban en Chimalistac, que en realidad existió. Gamboa, a través de Uribe, es una muestra de que un apasionado de las letras encontró su camino, aunque acaso la vida no es eso, una suerte de encontrase ante el autor y sus hazañas, sus vivencias, postales del porfiriato y esas acusaciones de pornógrafo, por ser el padrote que llevó a su personaje desde la novela hasta la primera muestra de cine sonoro en México.

7. Temporada de zopilotes, Paco Ignacio Taibo II (Alfaguara)
Otro libro que se lleva en torrente la Revolución Mexicana contado desde la perspectiva de Taibo II, experto en los temas y que en el Centenario aguarda aún más sorpresas. Con una narrativa elocuente y directa, Taibo II saca algunos demonios de un capítulo vital en la historia de nuestro país.

6. Siete esqueletos decapitados, Antonio Malpica (Océano)

Esta novela tiene los efectos del cine de horror y la buena música. Mientras nuestros jóvenes buscan con voracidad a autores crepusculares y de escuelas de magia de lugares de quién sabe dónde, Malpica hace lo propio con originalidad y un gran sentido del universo para los lectores en crecimiento. Es una muestra de que en la literatura de misterio pocos levantan la mano y afilan la pluma, y este autor lo hace con tinta sangre, una osamenta y la mejor música de Led Zeppelin.

5. Oscuro bosque oscuro, Jorge Volpi (Almadía)

Esta novela a manera de poemas y reiteraciones es un libro en el que se muestra a un autor más cómodo, menos agobiado y con las estrategias de saber contar de nuevo esos temas de la Segunda Guerra Mundial y los fantasmas del nazismo, ahora en un pueblo olvidado en donde quieren reclutar a lugareños que no tienen otra intención que continuar con sus vidas.

4. Poesía eras tú: Un hombre… una mujer… un puerco: una historia de amor, Francisco Hinojosa (Almadía)

Pégame, pero no me dejes, y cuéntame un poema. Esta novela de Hinojosa con los tonos de poemas, corridos y frases armoniosas no se escapa a la concepción del autor de ver con humor la relación de pareja, un humor que conforme se abren las páginas se torna negro, sombrío, agónico, sin perder el ápice de juego verbal, sin dejar si quiera respiro al lector ante tanta cochinada. Tal vez uno de los libros en que Hinojosa deja más en claro la carga anecdótica, y que lo hace un lector buscado por niños, grandes y ahora parejas de divorciados.

3. Los puentes de Königsberg, David Toscana (Alfaguara, 2009)
La ciudad de Monterrey y la de Königsberg son la estrategia en que tiende Toscana los puentes, sin revelar secretos, sólo en tono presencial, además de la desaparición de seis niñas en una urbe que crecía, y con ella buscaba convivir con sus fantasmas. Un actor y su amigo, y un polaco, un niño, la maestra, ilustradora de la Segunda Guerra Mundial, conviven y mitifican las posibilidades de una invasión en la cual tales personajes se vuelven prisioneros, y no alcanzan a llegar a la trinchera, y todo es parte de un carnaval por calles de la ciudad o a metros de la presa La Boca, con las botellas vacías (símil con las desaparecidas), con un lenguaje que seduce por lapsos, y por otros se torna asfixiante, entrecortado, como alistándose para la invasión a Monterrey.

2. Aparta de mí este cáliz, Luis Humberto Crosthwaite (Tusquets Editores)

Los mitos son la neta en Luis Humberto, quien balancea el cometido de que en los límites del país las fronteras se borran y hasta la mera Tijuana llega Jesús. Las atmósferas que recrean una llegada son hilarantes y con un lenguaje bien tratado (sacro, pulcro e impulcro), la cual por lo mismo se torna explosiva con todo y los aspavientos de una sociedad asfixiada, en donde se cumple a la perfección por qué el Evangelio es enseñanza, dicha; sinfonía en que el autor se recrea para no dejar pasar una página sin reiterar que el ser humano nunca obviará sus defectos. Así es la literatura de Crosthwaite, desmitificadora, arrabalera y en los planos del humor, que se extingue hasta alcanzar sus mejores estrategias, que es la simpatía por el demonio y sus lectores.

1. Firmado con un klínex, Élmer Mendoza (Tusquets Editores)

Los disparos al lector son contundentes y las esquirlas fulminantes, en un regodeo con el sexo, drogas, muerte y algo de rock and roll. Mendoza es el autor que nos deja este año un libro extraordinario de cuentos que se van rápido, tanto que para cuando acordamos ya estamos regresando a algunos de ellos, lo que me pasó con “Cuerpo”, ese atento despliegue visceral de una Miss Sinaloa con todo y su atractivo en aras del poder que se acerca vestido de traje Armani casual, esclava de diamantes, botas de piel de avestruz mientras la dama espera, casi a ritmo de narcocorrido, o con el entramado en que conviven más que autores, sus frases, aunque no se pone pero a personajes como Arturo Pérez-Reverte, Eduardo Antonio Parra, Rubem Fonseca, Juan José Rodríguez, Alfonso Orejel, David Toscana, Paco Ignacio Taibo II o Luis Humberto Crosthwaite; hablo de “Fiesta”, lo cual nos hace llevarla en paz hasta abrir “La decisión”, “Postal para Diego Luna” (un homenaje a las tomas de cine), “Gard”, “Ytsé”, “Rompecabezas”, “La secta de Gutenberg”, la trama policiaca que da título al libro hasta esa maravilla llamada “Plop”, donde nos da cuenta de lo fugaz, y que la vida se puede ir en un cuento.