domingo, 12 de noviembre de 2017

La soledad del crítico

12/Noviembre/17
Confabulario
Yaneth Aguílar Sosa

Entrar al universo de Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962) es perderse en los asuntos que tanto le apasionan: la literatura, la música, el cine. La amistad. La cultura. Y la política. Adentrarse en su pequeño estudio de Coyoacán, al sur de la capital mexicana, es entrometerse en la guarida íntima de un crítico que se la juega todos los días en el hipódromo de la literatura. “La importancia de un crítico no radica en apostarle al caballo ganador, sino en que vaya todos los días al hipódromo”, le he escuchado decir en más de una ocasión.
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Mientras miro de reojo las notas, cartas, apuntes y torres de libros sobre el escritorio, coronado por una lámpara, pienso en todos los elementos que hacen posible la alquimia de la crítica literaria o, como él prefiere llamarla, “la historia de la literatura”. Visitar su estudio es también fisgonear en su cocina, donde se prepara el café cada mañana antes de sentarse a leer y a escribir.
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Apenas se cruza la puerta de su estudio y la mirada se topa con libros y más libros. También con sus colecciones de discos. Encuentro notas prendidas con chinches en los marcos de las puertas, afiches, pelotas, lapiceras, pisapapeles, fotos, portarretratos, muñequitos de plástico, postales, carritos.
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El escritor pertenece a la estirpe de los que son considerados a veces jueces y a veces abogados de la literatura; a la de los que escriben mucho y, por lo mismo, se equivocan.
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“Un crítico literario es un escritor que escribe sobre literatura y que utiliza el mismo instrumento que los objetos de su crítica: las palabras”, afirma al tiempo que se balancea en la silla de cuero desde donde analiza y desmenuza. Tiene claro que la autoridad de un crítico se la dan los lectores, pero también su estilo y sus procedimientos creativos. Lo dijo en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, el pasado 3 de noviembre, y lo dice en entrevista a Confabulario.
¿Existe una tradición de crítica literaria en México?
Desde luego que la tenemos. Mi ingreso a El Colegio Nacional sólo es un capítulo más de esta tradición. En este Colegio estuvo un crítico literario que fue Antonio Castro Leal. Antes, desde luego, figuró Alfonso Reyes, que no fue propiamente un crítico literario dedicado a la literatura contemporánea, aunque escribió uno de los tres grandes tratados de poética que tiene la tradición mexicana: El deslinde, junto a El arco y la lira, de Octavio Paz, y Poética y profética, de Tomás Segovia. Si la crítica en México no ha estado a la altura de la crítica en el mundo anglosajón o de Francia, ello se debe a circunstancias un tanto ajenas a nosotros: fuimos parte del imperio español hasta 1821 y el siglo XVIII español es muy pobre. Ortega y Gasset decía que fue el menos español de los siglos; y en el siglo XIX batallamos muchísimo por crear lo que entonces se consideraba urgente, que era una literatura nacional. Pero luego llegan Altamirano y el modernismo. Claro que hay crítica en México.
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¿Tu interés está sólo en la crítica literaria rigurosa y enérgica?
Soy un escritor, escribo libros de crítica literaria, pero no sólo eso: también he escrito historia y biografía. Y los artículos que EL UNIVERSAL generosamente me publica, después de dejarlos dormir un tiempo, los retomo, arreglo y algunos de ellos se convierten en parte de mis libros. Un crítico literario, como un poeta, como un novelista, debe escribir libros que aspiren a ser iguales o mejores que los libros sobre los que habla, sean éstos poemas, novelas o cuentos. Un crítico es un escritor que escribe sobre literatura y que utiliza el mismo instrumento que los objetos de su crítica, que son las palabras.
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¿Qué tanto te interesa la reseña como género?
La reseña es la unidad básica, pero quien se queda haciendo reseñas pues se queda en lo básico. Hay desde luego, como dije en el discurso, grandes escritores que se hicieron famosos por las reseñas breves que escribieron, como fue el caso del joven Borges, que escribía reseñas literarias en una revista de cultura general, y hasta la fecha esas reseñas son obras maestras del arte de la crítica. Actualmente en las revistas literarias, sobre todo en las anglosajonas, hay novelistas, como la británica Zadie Smith, que escriben textos muy notables que no tienen otro objetivo que el de ser meras reseñas.
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A la hora de escribir, ¿eres más exigente de lo que te demanda el texto que desmenuzas?
Ése es mi propósito y eso es lo que yo quisiera que el lector viera. Desde luego que no siempre lo consigo porque es un trabajo que requiere de un gran esfuerzo: al mismo tiempo que hay que estar al tanto de la literatura contemporánea, hay también que tener en cuenta la tradición literaria. Hay que leer a los clásicos para volverlos a colocar en el mercado, para, dicho vulgarmente, volverlos a poner en la vitrina. Y que los lectores sepan por qué hay que leer a Rubén Darío o a cualquier novelista ruso del siglo XIX, lo mismo que a algún escritor olvidado de principios del siglo XX. El crítico literario, y ésa es una de las partes más sabrosas del oficio, se la pasa recuperando, buscando, escarbando, redescubriendo.
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¿Es la crítica un oficio o una profesión?
Para empezar es una vocación. En nuestro país y en otros de América Latina las carreras de los críticos suelen durar muy poco. Un escritor joven ejerce la crítica durante dos, tres, cuatro años, y en cuanto sale su primera novela, su primer libro de cuentos o su primer libro de poemas, abandona esa especie de antesala en la que se vio obligado a estar. Por eso son muy importantes los creadores que siguieron haciendo crítica, como Tomás Segovia, Juan García Ponce, Octavio Paz y Salvador Elizondo. ¿Por qué? Porque ellos demostraron que no les bastaba con su ficción o con el ejercicio de la poesía, sino que tenían necesidad de reflexionar concienzudamente a nivel teórico. Ante la desaparición del joven crítico que se convierte, para bien o para mal, en novelista o poeta —aunada a la obstinación de algunos personajes como yo—, siempre está la gran crítica que hacen los poetas y los novelistas.
Tal parece que Domínguez Michael es tan exigente cuando habla que cuando escribe. Abre paréntesis, pausas, que intimidan cuando conversas por primera vez con él, pero que comprendes cuando ocurre un nuevo encuentro. El autor de Octavio Paz en su sigloVida de fray Servando, del Diccionario crítico de la literatura mexicana 1955-2011 y de William Pescador, su única novela hasta el momento (publicada hace 20 años), recurre a ciertos silencios para enfatizar algo, y enseguida continuar con la reflexión o rematar alguna idea.
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Como si de seres vivientes se tratara, los demasiados libros que hay aquí cubren paredes y trepan a mesas y sillones. Alcanzo a ver que están en la recámara y, claro, sobre el escritorio donde cocina a fuego lento los textos que publica puntualmente en las páginas de EL UNIVERSAL.
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El estudio es un santuario para la lectura, presidido por las figuras tutelares que lo han acompañado a lo largo de 36 años de trayectoria: Octavio Paz, Jorge Luis Borges, George Steiner, Harold Bloom, Juan García Ponce, Alejandro Rossi, Teodoro González de León.
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Lo imagino colocando cada cajita, barco de papel, postal o fotografía. Lo veo encontrándole acomodo a sus afiches. También escribiendo en el redicido espacio de su escritorio que queda libre, donde libros como Who’s Who in the Bible o The new Princeton Encyclopedia of Poetry and Poetics, están allí para ser consultados.
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Domínguez Michael se siente cómodo cuando habla de los críticos literarios que lo inspiran y refrendan su compromiso con la escritura. Dice sentirse orgulloso de pertenecer al grupo de intelectuales en el que figuran Enrique Krauze y Gabriel Zaid, ahora también colegas suyos en El Colegio Nacional. Reitera que fue educado por feministas y por ello es un orgulloso hijo de su siglo. “Mi feminismo es el clásico, basado en la igualdad y no en la diferencia”.
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¿Crees en la igualdad, en el feminismo?
Lo he dicho muchas veces: no puede haber hombre o mujer decente en el mundo actual que no sea o aspire a ser feminista. Creo en la igualdad absoluta del hombre y la mujer ante la ley y, desde luego, en la creciente igualdad de oportunidades que se ha dado gradualmente en las democracias. Hoy, el feminismo es una de las grandes corrientes de la modernidad. No lo inventé yo, lo han dicho otros comentaristas: es acaso la única revolución del siglo XX que triunfó, lo cual no quiere decir que sus tareas hayan sido concluidas, pero el saldo que entregó el feminismo en el siglo XX es abrumadoramente bueno en comparación a otras revoluciones que se intentaron en aquella centuria. El feminismo, siendo una de las grandes corrientes de la modernidad, tiene muchas tendencias, y ha tenido un desarrollo sobre todo desde los últimos años del siglo pasado hasta ahora. Creo que no se puede expulsar a nadie del feminismo, pues sería como querer expulsar a alguien del mundo de Platón, del de Hegel o de Marx. Es un patrimonio común de la inteligencia, de la modernidad. No coincidir con ciertas versiones del feminismo es también un derecho que todos tenemos como ciudadanos: apostar por ésta o aquella opción política, o por ninguna. Yo lo he ejercido leyendo a casi todas nuestras escritoras y no podía ser de otra manera porque ésta es una literatura fundada por una mujer. Desde luego que cuando estaba Sor Juana Inés de la Cruz en este planeta, México no existía, pero su antecedente histórico es la Nueva España que la tuvo a ella como el principal escritor durante un periodo de 300 años. Luego, nuestro siglo XX está lleno de escritoras importantísimas: el arco que va de Laura Méndez de Cuenca, aquella fina poeta, hasta Rosario Castellanos. Hay un esfuerzo que la historia de la literatura no puede obviar y no ha obviado. Ya en la segunda mitad del siglo XX hay escritoras esenciales, no sólo Elena Garro, también Inés Arredondo, Josefina Vicens, Luisa Josefina Hernández, Esther Seligson. El grupo es muy amplio para no hablar de la enorme cantidad de escritoras que ahora escriben, contemporáneas nuestras.
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¿Cuestionar las posiciones más radicales del feminismo es un acto misógino?
No. Me remito a lo que escribí cuando las lamentabilísimas declaraciones de Marcelino Perelló: creo que no se puede ser más contundente en el rechazo a este desagradable episodio. Creo también que las instituciones tendrán que irse ajustando a esta equidad de género. De acuerdo a la normativa de El Colegio Nacional y cuando tenga la oportunidad, propondré a varias mujeres escritoras que, desde luego, merecen un lugar allí. Y estoy seguro que lo tendrán.
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¿Implica mucho trabajo ser miembro de El Colegio Nacional?
Desde luego. Estoy yendo a mis primeros días de clase y apenas estoy conociendo la dinámica, pero lo asumo como lo que es: una responsabilidad pública. Sueño, pero esto tengo que consultarlo y organizarlo, con responder, en el marco de El Colegio, muchas de las preguntas que se hace el público lector sobre qué es la crítica literaria. Será nueva la tarea de organizar a otros escritores para que colaboren con un mayor conocimiento de la crítica literaria; cómo funciona; cuáles son sus antecedentes; cuáles, sus grandezas y sus miserias; sus corrientes contemporáneas; los críticos actuales, más allá de si me gustan o no, de si estoy o no de acuerdo con ellos. Espero poder contribuir a que todo esto se difunda.
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Domínguez Michael ha dicho que su formación se debe no a la academia, sino a las revistas en las que ha colaborado, como ProcesoLa Gaceta del Fondo de Cultura Económica, y, por supuesto, Vuelta, donde se incorporó al grupo de Octavio Paz, y Letras Libres.
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Se sabe un escritor solitario y al mismo tiempo gregario. Quizá por eso abundan en su estudio fotografías de personas. Están sus vivos, pero también sus muertos.
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¿Tienes figuras tutelares?
Sí, desde luego. Para mí la crítica es la permanente frecuentación de los críticos literarios del pasado o del presente que me apasionan, y a los que les pido consejo, por así decirlo, todo el tiempo. Desde los grandes críticos del siglo XIX hasta los que aún están vivos, y a los cuales leo y releo. Cuando acudo a George Steiner o a Harold Bloom, lo hago en busca de inspiración, de consuelo, de nuevas ideas. En cuanto a los jóvenes o de generaciones más cercanas, trato de ponerme en su tesitura. Sí, soy un crítico literario mexicano en lengua española, me siento muy contento de serlo, pero para mí la literatura es mundial y los críticos que son mis maestros, aunque a muchos de ellos nunca los haya visto en mi vida, son presencias cotidianas, están aquí, y todo el tiempo estoy recurriendo a ellos.
¿Es fácil la vida de un crítico?
Hay vidas muchísimo más difíciles que la de un crítico literario. La vida de un crítico literario es polémica. Al que no tenga el temperamento para la polémica, no le recomendaría la crítica literaria. Sin embargo, lo que uno recibe a cambio es muy satisfactorio: la amistad de los lectores, muchos de ellos desconocidos. Ahora gracias al mundo del internet uno se entera más sobre lo que piensan, para bien y para mal, los lectores, y uno también es más leído. Y, bueno, desde que era muy joven, de vez en cuando recibía cartas a la revista Proceso. Era muy satisfactorio. Inclusive cuando me regañaban los lectores, a veces con razón, era grato. Dentro del conjunto de la literatura —pensando en los novelistas, en los poetas, en los dramaturgos—, el crítico literario está más expuesto al desacuerdo, al disgusto, pero también a la autoridad que le conceden los lectores por el simple hecho de llevar muchos años escribiendo de literatura. Y eso me hace muy feliz.
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Dices que tu formación ocurrió lejos de los títulos académicos…
Hay estupendos críticos literarios que estuvieron y están en la universidad. Muchos de ellos son estos maestros de los que he hablado. Y habemos otra clase de críticos que nos hemos formado en la literatura, en las revistas literarias. Los lectores le dan la autoridad a un crítico. Si yo tengo alguna importancia es porque empecé a escribir a los 17 años y muy pronto me gané la confianza de ellos. Viniendo de otro mundo, no estrictamente del literario, me gané la confianza de los lectores de a pie. Estuve casi diez años escribiendo reseñas en Proceso, gracias a que a la gente le gustaban mis reseñas; finalizando mi periodo en Proceso fue cuando Enrique Krauze me invitó a Vuelta. Fue producto de mi trabajo previo en Proceso y en La Gaceta, que entré a Vuelta.
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¿Te causa problema pertenecer a un grupo de intelectuales?
Desde que yo empecé a escribir en Vuelta en 1987, y a aparecer en el directorio de lo que entonces era la mesa de redacción, en enero de 1989, siempre me he concebido como parte de un grupo. Hay escritores que les va mejor ir por la vida en soledad e independientemente, varios de ellos admirables, y hay otros, como es mi caso, que somos escritores gregarios. Yo desde muy al principio cuando se hablaba de las mafias dije: “los escritores, como todo el resto de las personas, tienden a agruparse con sus semejantes, con aquellos que nos son simpáticos o con aquellos que sentimos que nos van a hacer compañía, en este caso intelectual. Nunca lo he negado y me siento orgulloso de haber estado enVuelta. Ahora en El Colegio Nacional hay tres escritores que provienen de Vuelta: Gabriel Zaid, Enrique Krauze y un servidor. Es obvio que Enrique y yo tenemos una larga amistad y estoy con él en Letras Libres, junto con otros colegas, y eso va a seguir porque yo creo en las revistas literarias, pese a las amenazas y ventajas del mundo virtual.
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¿Tenemos los mexicanos la piel muy delgada ante la crítica?
En todas las latitudes la crítica siempre es incómoda, siempre es polémica, a ningún escritor del mundo le gusta que lo critiquen; lo que cambia es la calidad moral de la respuesta. Yo he tenido la fortuna de recibir de escritores que he criticado, respuestas muy duras, muy educadas y muy solidarias con mi oficio. Pongo un ejemplo: varias veces critiqué de manera enérgica libros de Vicente Leñero y lo que él hacía era mandarme cartas diciéndome: “te agradezco la crítica, tienes razón en esto, pero en esto no”. Era una verdadera conversación entre un escritor que entendía que la crítica era necesaria y que había que dialogar con el crítico. Ése es el mayor regalo que puede recibir un crítico, ese diálogo. No leemos lo mismo de Dostoievski a los 18 años que a los 40 o a los 60; ni nuestra lectura de El laberinto de la soledad es la misma a los 18 que a los 55. Si los grandes libros se van moviendo a lo largo de nuestra experiencia, cómo no se va a mover una opinión que dimos, con las exigencias que significa el periodismo. Por fortuna, en los ensayos y reseñas publicadas en la prensa, los críticos tenemos la oportunidad de retrabajarlas y publicarlas en libros. Ahí es donde entra lo que nos dijeron los lectores y autores. Por eso yo a los críticos jóvenes, que no son muchos por desgracia, les digo: “sí, está muy bien escribir en los suplementos, en las revistas y en los periódicos, pero tiene que llegar a los libros, porque es ahí donde vas a recoger la interlocución”.
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En ocasiones la reacción ante la crítica es visceral…
Eso es parte del oficio. Un crítico literario no es alguien que esté esperando que suene el teléfono y que el escritor de dé las gracias, eso no lo hacen ni siquiera aquéllos cuya obra uno examinó con entusiasmo. Uno no está esperando esas llamadas, las cuales son muy escasas. La mayoría de los escritores, cuando escribo sobre ellos, no me dicen nada, como debe de ser. Yo estoy haciendo un trabajo, que seguiré haciendo, y ellos hicieron el suyo.
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¿Tienes herederos?, ¿habrá un hijo literario de Christopher Domínguez Michael?
Eso está por verse. Es un misterio del futuro. No doy clases. No tengo discípulos. Soy una persona solitaria que forma parte de Letras Libres. Un crítico literario en ejercicio que ahora escribe en EL UNIVERSAL. Mi trabajo es, en efecto, un trabajo solitario. En ese sentido sí, para bien o para mal, soy muy distinto a un crítico académico que está formando generaciones de estudiantes, de alumnos y probablemente de críticos literario. Yo no. Si alguna aspiración dinástica tengo será que alguno de mis lectores, que yo no conozco, se convierta en un crítico literario. Pero ésa va a ser obra de la casualidad y no de mi voluntad.


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