sábado, 7 de septiembre de 2013

La biblioteca de la casa

Agosto/2013
Letras Libres
Christopher Dominguez Michael








Agustín Yáñez, en 1945, mandó hacer, para la revista Occidente, una encuesta sobre “Los libros fundamentales de nuestra época” y doce años después, considerándola vigente, la publicó como folleto (Et Cætera, 1957). Leyéndolo, en Letras Libres nos pareció pertinente repetir el ejercicio e invitamos a treinta escritores a hacer su propia lista de libros fundamentales, sabedores, como lo sugiere Gabriel Zaid en el ensayo que forma parte de este dossier, de que la manufactura de listados es una extraña pasión letrada. Yo agregaría que de esa pasión solo hablamos, por lo general, cuando nos toca, a los escritores, leer, bajo la forma de una antología, una lista en la que no figuramos o de la cual han sido excluidos quienes respetamos y admiramos.
¿Cuál es nuestra época?
En 1945 la mayoría de los encuestados asumió que nuestra época cubría más o menos los últimos dos siglos, aunque hubo quien no resistió mencionar a Platón. Para los requeridos en aquel entonces, y ello podría ser un dato para considerarse como punto de partida, “su época” iniciaba con cierta claridad un siglo atrás, con el Manifiesto del Partido Comunista (1848) de Marx y Engels, alcanzaba su apogeo con Nietzsche y se extinguía con los libros de Oswald Spengler, José Ortega y Gasset, Max Scheler y Miguel de Unamuno: todos ellos publicaron algunos de sus libros más célebres en los años veinte de la centuria pasada. En cuanto a nuestros contemporáneos inquiridos, “su siglo”, en el sentido de brevedad cronológica que le dio Eric Hobsbawm (inevitablemente mencionado con su Historia del siglo XX), como en el que tenía en tiempos de Voltaire, la fusión de lo que vivimos ordinariamente con aquello que dará gloria y renombre a nuestra época, es más corto.
La mayoría de los colaboradores de Letras Libres entendieron por enteramente suyos los últimos cincuenta, setenta años, aunque hubo quienes no tuvieron escrúpulo en remontarse a las grandes obras anónimas y colectivas como la Biblia o el Popol Vuh o enlistar a Cervantes, Ariosto, Shakespeare, Montaigne, Dante. Otros ofrecieron un canon hispanoamericano iniciado con Rubén Darío, que, muy plausible, no puede ser el motivo de estas observaciones pues, en atención a su propósito sintético e introductorio, me concentraré en aquello que se entendía y se entiende, con la vaguedad del caso, por nuestra época. Hubo finalmente, más en 2013 que en 1945, encuestados que, ante la duda de si las obras debían ser fundamentales para la humanidad o para sí mismos, optaron por la modestia y hablaron solo de lo que a ellos les ha hecho mella.
Ciencia y pensamiento
En 1945 el autor del libro más mencionado fue Albert Einstein con El significado de la relatividad y en 2013 aunque no faltaron científicos en las listas, ninguno –Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Francis Crick, Stephen Jay Gould– alcanzó la prominencia einsteiniana, seguida en aquel entonces por menciones a Max Planck, a Louis Pasteur y a Sigmund Freud, quien me parece que antes de la popularización del psicoanálisis era visto más como un polémico científico que como un patriarca de la cultura moderna. Debe decirse, en descargo de nuestros contemporáneos, que la encuesta de Yáñez interrogó a varios científicos, mientras que en la de Letras Libres es abrumadora la cantidad de hombres y mujeres de letras.
De los filósofos mencionados el que ha perdido mucha de su prominencia es Henri Bergson, el autor más mencionado en 1945 por encima de Einstein y cuya Evolución creadora solo fue mencionada, entre las obras, por debajo de El significado de la relatividad. Aquel Premio Nobel de Literatura y escritor delicioso ha caído en la estima pública, es evidente: en Francia batallaron recientemente al relanzar, en libro de bolsillo, una colección Bergson y el autor de La risa está ausente en la biblioteca de la Pléiade. De los preferidos de hace sesenta años tampoco le ha ido bien, por ejemplo, a Wilhelm Dilthey y entre los filósofos canónicos del siglo XX fue mencionado Ludwig Wittgenstein, en 2013, con sus Investigaciones filosóficas (1953), junto a Bertrand Russell con alguno de sus libros. Tampoco Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre gozaron de mucho predicamento entre los colaboradores de Letras Libres.
Pero, pensando en la volatilidad del magisterio filosófico o filosofante entre el público literario, se me ocurre que, hecha nuestra encuesta hace un cuarto de siglo o más, habrían menudeado los Roland Barthes, los Michel Foucault, los Claude Lévi-Strauss, los Jacques Derrida, las Julia Kristeva, con una presencia modesta en las listas proporcionadas a Letras Libres, lo cual indica que la época del giro lingüístico ya no es para la mayoría de los encuestados “nuestra época”. No en balde apareció enlistado Imposturas intelectuales (1997), de Alan Sokal y Jean Bricmont.
Agónicamente, en el listado de 2013, aparecen Tristes trópicos (1955), Mitologías (1957), El pensamiento salvaje (1962), Las palabras y las cosas (1966), lo mismo que algunos otros títulos de Roman Jakobson, de Noam Chomsky, de Susan Sontag. Pero todos ellos son mencionados en competencia cerrada con pensadores de obra e influencia más reciente, como Jean Baudrillard, Slavoj Žižek, Zygmunt Bauman, Gilles Lipovetsky, Gabriel Zaid, Jean-François Lyotard, Francis Fukuyama, Fernando Savater: uno se preguntaría cómo les irá, en una circunstancia semejante, dentro de treinta años. Para mi sorpresa (quizá yo los habría incluido en mi propia lista) apenas si fueron mencionados E. M. Cioran y Walter Benjamin, influyentes entre los influyentes, como rara vez aparecieron títulos como Las contradicciones culturales del capitalismo (1976) de Daniel Bell o la Minima moralia (1951) de T. W. Adorno. Marshall McLuhan sigue importando, según nuestra lista. Más que Gilles Deleuze, lo cual quizá sea injusto: mal que me pese, entre quienes adivinaron el mundo de hoy está él.
Extremismos
Nadie en el 2013 tuvo el arrojo de Jesús Guiza y Acevedo, un ultramontano de los de antaño, quien en 1945 dijo sin chistar que las obras fundamentales de nuestra época eran las encíclicas papales, empezando por el Syllabus de Pío IX y terminando por la Pascendi de Pío X. Y tampoco nadie dijo ahora, como entonces el pintor Diego Rivera y Narciso Bassols, presentado como embajador de México en la Unión Soviética, que las únicas obras fundamentales fueran las de Marx y Engels. Juguemos a pensar que en 1945, ardiendo aún las brasas de la Segunda Guerra Mundial, el centro era más reducido y abundaban los tradicionalistas católicos y los estalinistas. Pero ocurre que los encuestados de Letras Libres, casi todos colaboradores permanentes u ocasionales de la revista, habitan una franja situada entre los liberalismos y la socialdemocracia. ¿Qué autores y obras habrían propuesto como fundamentales la extrema derecha y la extrema izquierda, que las hay, de nuestra época? ¿Habrá quien se refiera todavía a Mao Tse Tung como un pensador? Se mencionó irónicamente, en 2013, al Libro rojo, imitando en el gesto a Joaquín Xirau quien en 1945 destacó “el influjo rápido, amplio, inminente” de Mi lucha, de Hitler. Tampoco aparecieron, en nuestras listas, los escritores que estuvieron relacionados con el fascismo y que han sido indultados por la opinión ilustrada, como lo fueron los Ernst Jünger (una sola mención), los Mircea Eliade, los Julius Evola.
Agenda radical
Hay una agenda radical –que en palabras de uno de los encuestados, se opone a “un cierto reflejo sociológico propio de las últimas décadas” que “dio por confundir el fracaso de la experiencia soviética con una supuesta comprobación histórica de la irrelevancia de las cuestiones de la exclusión y la desigualdad”– que está bien representada en las lecturas propuestas, sobre todo, por los más jóvenes. Así, entre los libros fundamentales, aparecen obras sociológicas y políticas debidas todavía al aliento del 68 y por cuya vigencia apuestan los encuestados: La sociedad del espectáculo (1967), de Guy Debord, un par de libros de Cornelius Castoriadis o Metamorfosis del trabajo (1988), de André Gorz, clásicos que conviven con libros de Michael Hardt y Toni Negri, de Ernesto Laclau, de David Harvey, de Naomi Klein. En el otro lado del espectro, un Christopher Hitchens goza de lectores entusiastas entre quienes respondieron a la encuesta de Letras Libres.
La herencia del siglo XX
Que Isaiah Berlin e Iván Illich estén entre los autores más citados en la encuesta remite a una suerte de involuntaria autobiografía colectiva de los escritores ligados a Letras Libres: por un lado, el gran vindicador de la tradición liberal y, por el otro, el crítico meticuloso de la sociedad parida por el Progreso y sus prácticas cotidianas. Ambos nos llevan a otro estante, muy nutrido, de nuestra biblioteca, aquel donde están los libros dedicados a la sangrienta herencia del siglo XX. No podía ser de otra manera, dado que la mayoría de quienes respondieron a la encuesta nacieron en las décadas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial y a su doble ruina totalitaria, la nacionalsocialista y la comunista. Estamos, así, ante lectores del Archipiélago Gulag (1973), de Alexandr Solzhenitsyn, la ganadora como novela-emblema de nuestra época, la más influyente. Al escritor ruso lo acompañan los autores de novelas, crónicas, ensayos y obras históricas que tienen a la experiencia totalitaria y a sus consecuencias como asunto central: George Orwell (1984, obviamente), Arthur Koestler con su Autobiografía (empezada a publicar en 1952), Milán Kundera (La broma, su primera novela, apareció en 1967), Hannah Arendt (Eichmann en Jerusalén, 1961), de Vasili Grossman (Vida y destino, 1980), Albert Camus (El hombre rebelde de 1951 parece haber sobrevivido al éxito arrollador de El extranjero y al prestigio del teatro camusiano), La montaña del alma (1990), del primer Premio Nobel chino, Gao Xingjian, Raymond Aron (El opio de los intelectuales, 1955), Victor Klemperer (sus Diarios, publicados póstumamente en 1966 y lti. La lengua del Tercer Reich, 1947), François Furet (El pasado de una ilusión, 1995), Irène Némirovsky (Suite francesa, su novela póstuma de 2004) y otros títulos escritos por historiadores y agonistas como Giorgio Agamben, Vladimir Sorokin, Antony Beevor (Berlín, la caída: 1945, 2002), Tony Judt (el llorado historiador socialdemócrata, autor de Una historia de Europa desde 1945, 2006), Orlando Figes (historiador de la Revolución rusa y del régimen estalinista) y Timothy Snyder (Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin, 2010). Este último historiador nació en 1969.
El canon literario
Habría sido preocupante que en una revista esencialmente literaria e hispanoamericana los libros más mencionados no pertenecieran a nuestro viejo nuevo mundo, de tal forma que a la primacía de Cien años de soledad (1967) y de La fiesta del Chivo (la novela, de 2000, mejor valorada actualmente entre las de Mario Vargas Llosa), se suma la de Roberto Bolaño, cuyo 2666 (2004) fue mencionado, igual que los dos clásicos anteriores, cuatro veces. A la irrupción de Bolaño, sin duda la noticia canónica más relevante en los últimas décadas de nuestra literatura, novedad festejada por los más jóvenes y vista con preocupación por los mayores, le sigue un panorama predecible: Jorge Luis Borges y Octavio Paz (el autor más mencionado de toda la encuesta con ocho menciones) siguen siendo los preferidos. Y a ellos les sigue un pelotón integrado por Juan Rulfo, José Saramago, Javier Cercas (nacido en 1962 y uno de los más jóvenes autores mencionados en la encuesta), Haroldo de Campos (imperó cierto fatalismo respecto a la poesía entre los encuestados: debería ser influyente, pero no lo es), Zaid, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Fogwill, Gerardo Deniz, Jorge Ibargüengoitia, José Revueltas, Adolfo Bioy Casares, Gonzalo Rojas, Ignacio Martínez de Pisón, Osvaldo Lamborghini, Clarice Lispector, Pablo Neruda (solo una mención, para el Canto general), Álvaro Mutis, Rubem Fonseca, Jorge Semprún, Blanca Varela, Fernando Vallejo, Raúl Zurita, etc. Me parece que en 1945 nadie mencionó a Alfonso Reyes. En 2013, tampoco.
En 1945 la literatura en lengua española, según la encuesta de Yáñez, contaba muy poco. Entre los peninsulares, se mencionaba a los filósofos Unamuno y Ortega, a los historiadores Ramón Menéndez Pidal y Claudio Sánchez Albornoz, al poeta Antonio Machado, al histólogo Santiago Ramón y Cajal... De hispanoamericanos solo se cita, gracias a la respuesta de un solo encuestado, a José Martí, a José Enrique Rodó, a Antonio Caso, a Carlos Vaz Ferreira, al historiador católico mexicano Carlos Pereyra, a Francisco Romero y a José Vasconcelos, cuya Estética, de 1935, es una de las “novedades” enlistadas una década después, mientras que en 2013 varios propusieron libros llegados más recientemente a las librerías.
Literatura mundial
Excluidos los novelistas comprometidos en la historia y la ficción del totalitarismo, la encuesta de 2013 refleja, en cuanto a la literatura mundial, mayor diversidad o indecisión. Sin hablar de los hispanoamericanos, el más votado de los novelistas fue, sorprendentemente, Cormac McCarthy con La carretera (2006) y con otras dos novelas mencionadas. Le siguieron Samuel Beckett, Vladimir Nabokov, Amos Oz, Umberto Eco y Georges Perec, J. M. Coetzee, Philip Roth, Haruki Murakami. Con una mención aparecen Bulgákov, Mario Bellatin, J. R. R. Tolkien, Truman Capote, Emmanuel Carrère, Raymond Carver, Don DeLillo, David Foster Wallace, Bret Easton Ellis, Jonathan Franzen, Witold Gombrowicz, David Grossman, Ian McEwan, J. K. Rowling, W. G. Sebald, Danilo Kiš, Orhan Pamuk, etc. Contra dos novelas gráficas, casi nadie se animó a proponer libros de poesía en lengua extranjera y, en cuanto a los críticos de arte y literatura (no cuento a Barthes y Cía., ya examinados), lidera las preferencias, con varios títulos, George Steiner y le siguen, apenas con una referencia, Harold Bloom, Erich Auerbach, Gilbert Highet, Robert Hughes, John Berger y Camille Paglia. Hay solo una biografía mencionada: Joyce (1959), de Richard Ellmann.
En 1945 parecía haber mayor unanimidad. Tras los Tolstói y los Dostoievski dominaban, imperiales, los Joyce y los Proust. En la encuesta de Yáñez se cita el Journal, de André Gide (lo cita alguien que lo leyó antes de que apareciera en español) y a T. S. Eliot, Rainer Maria Rilke y Paul Claudel como los poetas esenciales.

Mis conclusiones

• Proponer cánones, o dicho sea más modestamente discutir listas, es edificante, como lo sugiere Zaid.
• La encuesta, de ser representativa, refleja al universo de los colaboradores de Letras Libres. Es, de alguna manera, un catálogo de la biblioteca de la casa. La de 1945 era más institucional y académica e incluyó a embajadores, exrectores, exsecretarios de Estado, miembros de El Colegio de México y del Colegio Nacional, altos funcionarios y distinguidos profesores de la unam. En 2013 –aunque desde luego que algunos de nuestros colaboradores destacan también en esas instituciones– se recurrió esencialmente a los escritores independientes de actividad frecuente en los medios impresos y en los blogs, de tal forma que comparar ambas listas puede ser engañoso.
• Las personas sensatas saben que los libros importantes para ellos mismos suelen ser aquellos que resultan decisivos para su época.
• La noción de “nuestra época” abarca menos tiempo histórico ahora que hace setenta años. Se impone aquello que Élie Halévy bautizó como “la aceleración de la historia”.
• Los maîtres à penser, de Dilthey a Barthes, duran poco en los puntos más altos de la estimación pública. Después pasan a formar parte de un mundo más rico y variado pero menos jerárquico de preferencias intelectuales.
• Para la mayoría de los escritores que contestaron a la encuesta de Letras Libres, acaso por su promedio de edad, el tema de nuestra época, moral y político y hasta literario, sigue siendo la experiencia totalitaria del siglo XX. Los más jóvenes, acaso, dirán que esa obsesión retarda o esteriliza la crítica del presente, como lo creen algunos de los teóricos contemporáneos más citados por ellos. Y tanto más notable se vuelve la cuestión si la comparamos con la encuesta de 1945 porque si bien la mayoría de los clásicos antitotalitarios (Koestler, Camus, Aron, Arendt, Simone Weil, Klemperer, Popper, etc.) no habían aparecido en esa fecha también es cierto que (con las probables excepciones de Reflexiones sobre la violencia, de Georges Sorel, de Max Weber o de La rebelión de las masas, de Ortega) la anatomía del totalitarismo, en las ideas y en la práctica, no estaba entonces bajo la atención pública, en el México de la inmediata posguerra. Con cierta liviandad, se puede concluir que el totalitarismo en 2013 se sigue viendo como el episodio central del siglo pasado, pero que no lo era en 1945.
• El canon hispanoamericano goza de muy buena salud. En 1945 apenas existía.
• Se asume, con fatalismo, que la poesía debería ser fundamental pero no lo es, y ante ese hecho se prefiere no poner títulos sobre la mesa.
• Se leen muchas novelas de autores de lenguas variadísimas en 2013. Aunque dominada por los anglosajones, la oferta novelística es multicultural.
• Paul Valéry sobrevivió a la criba, heroicamente, en 2013, logrando una mención. Él decía, en Variedad (1956), precisamente: “La adolescencia de las novedades es presuntuosa. La prudencia, el cálculo, y, en suma, la perfección, solo aparecen en el momento de la economía de las fuerzas.” ~

No hay comentarios: