domingo, 16 de marzo de 2014

Seymour Menton. El legado crítico de un lector apasionado

15/Marzo/2014
Laberinto
Ignacio M. Sánchez Prado

Conocí a Seymour Menton hace unos años, en el siempre entrañable encuentro anual de mexicanistas en la Universidad de California en Irvine, cuyos departamentos de lenguas extranjeras, primero español y portugués después, contribuyó a formar. Seymour era y es una presencia constante en el evento, siempre notable por su jovialidad, su generosidad, su entusiasmo, su inteligencia y su gusto por los tenis blancos con los que caminaba a todas partes. Recuerdo la emoción que me causó estrechar su mano, la enorme sonrisa e interés con el que me preguntó sobre mis gustos y lecturas y el sentido del humor que contagiaba a todos los que tuvimos la suerte de hablar con él. Por supuesto, este no fue mi primer encuentro con Seymour. Como estudiante, fui educado desde la preparatoria por su inigualable antología El cuento hispanoamericano que, desde su publicación original, y gracias a su constante actualización, contribuyó a introducir a la narrativa regional a una gran cantidad de lectores mexicanos, latinoamericanos y estadunidenses por igual. Su copiosa obra, recogida en el monumental volumen Caminata por la narrativa latinoamericana, planteó un amplio recorrido por territorios que son familiares ahora, en parte debido a su labor de cartógrafo del complejo mapa literario continental. Su obra reflexionó sobre la emergencia de las identidades nacionales modernas en las narrativas regionales de los veinte y los treinta, sobre la profunda transformación paradigmática que representaron el Boom y el realismo mágico, sobre autores de gran importancia a los que la tradición no ha hecho justicia (como Demetrio Aguilera Malta o Héctor Rojas Herazo) y sobre las consecuencias que tuvieron las revoluciones cubana y nicaragüense en el reacomodo estético y simbólico de la narrativa continental. En su conjunto, el trabajo crítico de Menton es una de las semblanzas más completas y amplias de la experiencia literaria latinoamericana, escrita conforme la producción narrativa continental emergía y gradualmente encontraba lectores e interlocutores.

Por momentos, algunas de las limitaciones de la obra de Seymour (su reticencia ideológica a ciertas prácticas, su fidelidad a la vocación pedagógica del crítico) pueden resultar evidentes a un lector contemporáneo. Sin embargo, nuestra habilidad misma de debatir con él, de estar en desacuerdo con sus interpretaciones, de buscar complementar sus lecturas y llevarlas más allá, fue posibilitada por su incansable compromiso de poner a la literatura latinoamericana en el centro del debate crítico, de hacerla disponible a los lectores de Estados Unidos y América Latina, y de mostrar que existía en ella un depósito de riqueza cultural y estética que resultaba difícil discernir al momento de su publicación. Como norteamericano, Seymour hizo esto a contracorriente de una gran cantidad de prejuicios en ambos lados de la división continental. En su país de origen, Menton fue uno de los primeros críticos en dar énfasis a la narrativa latinoamericana, en una época en que la enseñanza de la literatura en lengua española estaba fuertemente cargada hacia la literatura ibérica, en parte por los buenos oficios de los exiliados y en parte por los prejuicios eurocéntricos y racistas que consideraban como inferior la cultura latinoamericana. Hay que recordar, por ejemplo, que en su seminal The Literary History of Spanish America (1916), Alfred Coester, el fundador de la crítica literaria latinoamericana contemporánea en la academia norteamericana, dedica la introducción a dirimir si los “escritos” de los hispanoamericanos podían considerarse “literatura”, mientras que todavía en 1955 el clasicista C.M. Bowra atribuía a Rubén Darío una serie de supuestas limitaciones al hecho de que nació en Nicaragua. Frente a estos desafíos, Menton logró, desde la tesis doctoral que dedicó a Gregorio López y Fuentes en 1949 hasta sus últimos trabajos, ser parte angular de un esfuerzo muy importante de reconocimiento literario e institucional de la literatura latinoamericana. Si los que trabajamos en Estados Unidos como latinoamericanistas podemos tener un espacio de debate y consideración, se debe al hecho de que Seymour Menton y otros de sus distinguidos contemporáneos (incluidos algunos como Jean Franco, que han trabajado en cuadrantes ideológicos distintos y hasta opuestos a los de Seymour) limpiaron el terreno para poder desarrollar un campo y para poder preparar lectores de nuestra tradición.

Supongo que ser un crítico académico estadunidense le generó a lo largo de su vida algunas reacciones reacias de parte de algunas personas de Nuestra América, y que Seymour debió enfrentar más de una vez el provincialismo que niega incluso a los más apasionados lectores extranjeros, la legitimidad de hablar de lo nuestro. Lo cierto, sin embargo, es que Menton tuvo un largo compromiso con América Latina. Como recuenta en su libro Un tercer gringo viejo, aprendió español muy joven e incluso fue maestro de inglés y literatura en Guanajuato. Más aún, Seymour perteneció a una estirpe de académico norteamericano que se volvió interlocutor directo y compañero de ruta de muchos escritores latinoamericanos. Y, sobre todo, fue un maestro y colega con el que muchos latinoamericanos pudimos conversar sobre la literatura de la región. Gracias a sus monumentales libros sobre literatura de distintos países (entre los que destacan sin duda sus trabajos sobre México, Centroamérica y Colombia), los lectores del subcontinente tenemos un lugar al que podemos siempre volver a ponderar y debatir nuestras tradiciones, desde la perspectiva que solo un extranjero enamorado de una cultura que le pertenece por naturalización, más que por nacimiento, puede proporcionar. Por esta razón, Seymour fue justamente reconocido con las condecoraciones más altas de diversos países, como la Orden Andrés Bello y la Orden Francisco de Miranda en Venezuela, la Orden Miguel Ángel Asturias de Guatemala y la Orden del Águila Azteca de México.
Creo que la triste pérdida de Seymour Menton, quien falleció el 8 de marzo agregando su nombre a la lista de los que nos han dejado en este aciago 2014, debe ser, sobre todo, una oportunidad para volver a su obra, para re–entablar con él la conversación que como estudiantes y como lectores hemos tenido en algún tiempo. Una visita al sitio web del Fondo de Cultura Económica me dice que están disponibles en México la edición más reciente de El cuento hispanoamericano, la Caminata por la literatura hispanoamericana, su Historia verdadera del realismo mágico, el valioso estudio La novela colombiana. Planetas y satélites y, para aquellos que quieran recordarlo personalmente, Un tercer gringo viejo. Asimismo, Amazon ofrece en libro digital su seminal trabajo Latin America’s New Historical Novel. Nos queda como pendiente a sus lectores continuar la conversación, no dejar que se agote y hacer justicia a su legado manteniendo la lectura intensa del siglo de literatura latinoamericana que a él le correspondió pensar y valorar.

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