sábado, 29 de marzo de 2014

Discos visuales

29/Marzo/2014
Laberinto
Melina Balcázar Moreno


En 1968, durante su estancia en la India como embajador, Octavio Paz propone al artista y diseñador gráfico Vicente Rojo que lo acompañe en un proyecto importante para él: la edición de “pequeños objetos circulares” que permitan leer la poesía de manera diferente. Comienza así la realización de Discos visuales, un álbum con cuatro poemas, publicado por Era a finales de ese mismo año, cuyo dispositivo concebido
por Paz como “un verdadero juguete” se despliega mediante detallados dibujos y diagramas en las cartas que envía a Rojo desde Dehli.

Junto con sus otras experimentaciones visuales en torno a la poesía —Blanco (1966) y Topoemas (1971)— Discos visuales establece un diálogo a la vez lúdico y crítico con poetas que se han interesado en la materialidad del libro y la espacialización del texto, como Mallarmé, Apollinaire, Tzara, Breton o bien el poeta concreto brasileño Haroldo de Campos. Con este libro–objeto, aparece un aspecto nuevo en la obra de Paz: el deseo de involucrar directamente al lector en el proceso de significación a través del gesto de la mano que pone en movimiento el poema. Para leer, se tiene que hacer girar el disco superior provisto de dos o cuatro aberturas de manera que aparezca, fragmento por fragmento, el texto impreso en el disco inferior. El carácter visual de la escritura se realza mediante el uso de una tipografía expresiva y la espacialización
del texto que se coloca en forma horizontal, vertical o diagonal. Con el movimiento circular de la página los intervalos entre las palabras y los versos adquieren densidad, volviendo así visual y táctil el ritmo del poema.

El sentido surge entonces de la asociación entre letra, imagen y gesto. La idea de vuelta que la forma circular trae consigo funciona aquí como un arma contra lo que el poeta llamaba “la tiranía tipográfica que nos impone una visión longitudinal del mundo”. En efecto, la superficie de la página se transforma a fin de escapar de las convenciones que la rigen usualmente: el fondo blanco del poema se llena así de la viva paleta de colores de Vicente Rojo, de sus dibujos y sus líneas de fuerte grafismo. El formato, la concepción gráfica, la tipografía y el dibujo forman un todo con el poema, sin establecer por ello una relación mimética —como suele ocurrir en los llamados libros ilustrados o de artista— que sometería el lenguaje visual al contenido del poema. Al contrario, Rojo conserva toda su libertad artística y su trabajo gráfico —que se acerca al de su serie de pinturas Señales de 1966— participa realmente en la significación. De esta manera, se nos invita a leer los colores y dibujos, a ver las letras.

Discos visuales pone en práctica aspectos fundamentales de la poética de Octavio Paz. Además de la ya mencionada circularidad, el espacio animado de los discos materializa la concepción del poema como ideograma, es decir, como “fragmentos que se reagrupan y buscan constituir una figura, un núcleo de significados.” Asimismo, el giro que hace posible la lectura evoca la temática del viaje que constituye el trasfondo de los poemas, retomados en Ladera este en 1969: Juventud, Pasaje, Concorde, Aspa trazan un viaje al interior de sí mismo en el cuerpo del otro, como una meditación erótica que muestra la estrecha relación que el poeta mantiene con el pensamiento oriental y, en particular, con el tantrismo indio, cuyo carácter experimental, que reúne juego y ceremonia en el acto sexual, enfatiza en Conjunciones y disyunciones. Se crea así una reflexión activa sobre la lectura como punto de encuentro, como “conjunción instantánea del yo y el tú”.

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