sábado, 29 de marzo de 2014

Plural y Vuelta:una pasión colectiva

29/Marzo/2014
Laberinto
Malva Flores

Cuando en 1998, después de la muerte de Octavio Paz, adquirí la colección completa de Vuelta, tuve la ilusión de leer sus números y compararlos con los de Plural. No pude entonces cumplir ese deseo y poco tiempo después comprendí que el mundo que hasta entonces había admirado y en el que, tarde, me estaba iniciando —el de la vida alrededor de los suplementos, las revistas o las editoriales— se había transformado radicalmente.

¿Qué había pasado? ¿Por qué las instituciones culturales privilegiaban lo que era propio de las instancias académicas o administrativas y exigían, más que conocimiento o experiencia, grados académicos?
¿Por qué desaparecían revistas y suplementos culturales? ¿Por qué las editoriales promovían libros y autores irrelevantes que desaparecían tan de prisa como los volúmenes de la mesa de novedades para engrosar la bodega de saldos?

Años atrás, en 1971, Octavio Paz fundó Plural, una publicación que, inserta en las páginas de Excélsior, hoy puede leerse como una notable contribución a la literatura, al arte y a la discusión pública. En 1976, y después del conocido golpe a Excélsior, ese proyecto se canceló, pero dio origen a Vuelta, una revista independiente que duró 22 años.

Esa doble aventura fue considerada por Paz como una misma empresa y podemos seguir en ella una trayectoria que va de la curiosidad por las distintas expresiones, vanguardistas o asentadas en la tradición, que recorrieron Plural, a la publicación de los escritores o artistas más importantes de su tiempo, en Vuelta. En el campo político vale recordar que en Plural inició una polémica que recorrió tres décadas de nuestra historia intelectual. La discusión sobre la política de Echeverría y su relación con los escritores suscitó entonces una querella bien conocida, pero el debate sobre la independencia de los intelectuales frente al poder fue uno de los puntos medulares de estas dos revistas.

Escribir aquí los nombres y la importancia de los escritores y artistas de al menos tres

generaciones, mexicanos o extranjeros, que pasaron por sus páginas, excede el espacio concedido a esta nota, pero hay un aspecto que no quiero soslayar: Plural y Vuelta fueron, lo dijo Paz alguna vez, “una pasión colectiva”. Disiento entonces de la opinión que las colectiva como una extensión del pensamiento del poeta. Sin demérito de su importancia central, si se leen puede comprobarse la independencia de sus miembros: no eran sus empleados, sino sus colaboradores, interlocutores y no pocas veces, sus críticos.

Vuelta fue un referente, para bien o para mal, de nuestra cultura. La suya fue una vida tormentosa y polémica que se gestó a resultas de una arbitrariedad del Estado. Así, el primer editorial de Vuelta tuvo el gesto de una arrogancia temeraria: la de quien, habiendo sido aplastado por el poder, se levanta y dice: “Estamos de vuelta”.

Sin ser de derecha —“la derecha no tiene ideas, sino intereses”, dijo Paz—, ambas fueron revistas que, desde la crítica al pensamiento hegemónico de la izquierda latinoamericana, mantuvieron principios que hoy podemos suscribir: la defensa del arte y la literatura frente a la tiranía del mercado; el respeto al lector común, no especializado; la independencia del intelectual; la crítica al Estado mexicano y la exigencia de procesos democráticos en todo el mundo.

“Apólogos del sistema”, “lacayos de los empresarios”, son muestra de los motes que acompañaron a los miembros de dos revistas que, paradójicamente, dedicaron buena parte de sus páginas a criticar al PRI, pero pocos leyeron esas críticas. Sería ingenuo decir que algunos de sus miembros no tuvieron cercanía con el poder real, como el resto de los intelectuales mexicanos reconocidos, pero establecer o exigir una interlocución, aceptar un diálogo, no excluye el ejercicio de la crítica o supone el uso de recursos públicos
para actividades privadas. Hoy nadie se asombra de ver en las pantallas a distintos intelectuales de izquierda. Nadie consideró que Scherer fuera un empleado de la oligarquía por aceptar publicidad estatal o de los empresarios, en Excélsior o en Proceso. Nadie dijo, tampoco, que Arreola fuera un “vendido” por trabajar para Televisa cuando esa empresa apoyaba al régimen corrupto de López Portillo. Desde finales de los ochenta se aseguró que Vuelta era su “filial”, debido a la presencia de Paz en algunos programas de la televisora. Si nos atenemos a las estadísticas, fueron las editoriales, el gobierno y la UNAM, quienes más anuncios publicaron en Vuelta, de modo que la publicidad de Grupo Televisa representó solo el 3% de sus ingresos. Sin embargo, estos datos no fueron cotejados por sus críticos.

Pese a que Vuelta fue prohibida por el régimen de Castro o las dictaduras sudamericanas, su posición abiertamente anticastrista, el desenmascaramiento de algunos regímenes centroamericanos, la denuncia de los totalitarismos y su pelea con la academia, marcaron su destino. Aún hoy la lectura parcial y las pasiones ideológicas corren un velo sobre estas revistas que tuvieron el mérito de agitar la vida cultural, criticar los prejuicios y la simulación, defender la disidencia y luchar contra la uniformidad de pensamiento. Pero en ellas la política o la historia estuvieron supeditadas a un eje central: la literatura, dijo Paz, es “invención verbal y reflexión sobre esa invención, creación de otros mundos y crítica de este mundo.”

Plural y Vuelta representan, pues, uno de los esfuerzos editoriales más notables del siglo pasado y acercarnos a sus páginas nos permite valorar aquel momento en que las revistas como los suplementos —hoy asfixiados por un mercado al que no le interesa la cultura sino la moda— eran aún puentes indispensables de la conversación que alienta la cultura.

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