sábado, 29 de marzo de 2014

El editor cotidiano

29/Marzo/2014
Laberinto
Alberto Ruy Sánchez

Trabajar diariamente con Octavio Paz en la edición de la revista Vuelta tenía para mí el valor de un proceso iniciático. Era un ritual de paso cotidiano hacia un universo literario único. Un ámbito excepcional donde la mirada de un poeta se había convertido en una visión que se extendía de manera penetrante y sabrosa, inteligente y creativa hacia las artes, la historia, la política, el amor y la edición misma.

Cuando Octavio Paz edita sus revistas de madurez: Plural y Vuelta, ya se ha construido a sí mismo como una persona que de manera sistemática y pasional transforma su mirada en una visión. Alguien que, siguiendo la Poética de Aristóteles, cuando señala la diferencia entre un historiador, que habla de lo que sucedió, y un poeta, que no solo habla de lo que sucedió sino de lo que sucedió más lo que podría suceder y lo que debería suceder. Y por eso muchos de sus textos no solo no pierden vigencia sino que algunos la adquieren súbitamente ante nuevas circunstancias de la vida que él ya no vivió. El historiador mira, el poeta tiene una visión.

Y esa visión es el producto de un arduo trabajo de autoconstrucción. Un esfuerzo de formación creativa, intelectual, moral, estética. Es el producto de alguien genial, pero no en el sentido que se da comúnmente a ese término para designar a alguien con dones especiales. No, el poeta reflexivo Octavio Paz es genial en otro sentido más antiguo, el del término que se da a la persona que utiliza todas sus posibilidades hasta sus últimas consecuencias, con un trabajo grande, para hacer lo mejor que puede y un poco más. Su visión es el producto de una labor ardua de reflexión y creatividad, de moral y trascendencia.

No confundir con lo más fácil, no se trata solo de “una visión del mundo”, sino de un método para pensar el mundo y para crear en él. Tener una visión así, una visión de poeta, es una manera de estar en el mundo. Y editar, para Octavio Paz, era ejercer esa visión. No era tan solo difundir a ciertos autores o adelantar ciertas opiniones y defender una sensibilidad. Cosas que hizo brillantemente. Editar, para Octavio Paz, era extender el ámbito de su presencia personal volviéndola colectiva.

Es decir, algo mucho más amplio, más profundo, más propositivo y singular. No era tan solo una acumulación de conocimientos interesantes o una opinión. En Octavio Paz, en sus elecciones editoriales,
en sus ideas y gustos, se hacía visible una historia personal rica y compleja. Pero también emergían todos aquellos ímpetus y movimientos del siglo XX que en él encarnaban. Así, editar cotidianamente la revista de Octavio Paz cada día era, a través de los textos que él proponía o elegía entre los que le proponían, darle la vuelta a la llave que permitía entrar en un ámbito creativo e intelectual del siglo XX que supo ser indispensable.

Y eso sucedía para mí un poco más allá y a través de la realización profesional de la edición, que presentaba retos del oficio muy concretos y siempre interesantes; más allá del trabajo vinculado a Gabriel Zaid y Enrique Krauze, ejemplos activos de inteligencia práctica de quienes aprendía siempre; más allá del placer de verlos dirigir con Octavio ese proyecto cultural y ser su cómplice; más allá de la colaboración inmediata con Jaime G. Velázquez, verdadero artífice del oficio editorial; y del apoyo de todos los que laboraban en la revista haciendo los trabajos del día a día; más allá y a través del contacto con los nueve escritores mexicanos que formaban un consejo de redacción excepcional, y con las decenas de autores nacionales e internacionales que escribían en sus páginas; y más allá, a través y gracias finalmente a la respuesta cotidiana de un público lector de la revista, atento y creciente, ávido e imprevisible que encontraba en las páginas ese “algo” distinto que muchos sintieron que iba siendo irremplazable.

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