sábado, 25 de enero de 2014

Gabriel Zaid: El poeta

25/Enero/2013
Laberinto
Marco Antonio Campos

Gabriel Zaid cumple 80 años. Su presencia en nuestro mundo cultural, igual como poeta que en sus revisiones críticas de la política cultural y de todo aquello que se relacione con el libro ha sido continua y decisiva. Puede estarse de acuerdo o no con él, pero ha sido de una integridad granítica, algo que no le haría daño a la derecha liberal practicar más a menudo. El ejemplo predica más alto que lo escrito en los medios impresos o electrónicos o lo dicho en los discursos en la tribuna; Zaid ha dado el ejemplo actuando con una honestidad sin fisuras.

Católico —no sé si practicante—, el orbe de la religión apenas aparece en su obra. Ha estudiado y escrito sobre poetas mexicanos como López Velarde, Carlos Pellicer y Manuel Ponce. ¿Hay influencia de alguno en su poesía? A la verdad, salvo alguna cercanía formal con Ponce, apenas hay un mínimo de huellas que lo acerquen al complejo jerezano o al tabasqueño de “manos llenas de color”. Excepto en ligeras variaciones y adaptaciones, no hallo tampoco las señales en el tronco del árbol de los clásicos castellanos San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Santa Teresa. Aún más: en sus poemas son muy pocas las menciones a Dios, vírgenes, santos, la Biblia, la iconografía o la liturgia católica. Hay incluso un poema, “Desfiladero”, que es extraña o insólitamente un duro reclamo a Dios. La poesía de Zaid sólo se parece a la de Zaid.

Quizá la breve obra poética de Zaid podría dividirse en dos partes: una, donde sobresale su espíritu lúdico, y la otra, más seria y apegadamente formal. Si se me permite, prefiero con mucho la segunda, y entre estos, casi todos los que eligió y analizó Paz en un ensayo espléndido, y que Paz mismo vio como su antología personal de la obra del amigo (“Respuestas a Cuestionario —y algo más”). Nunca satisfecho, Zaid una y otra vez ha rehecho su ya de por sí escasa obra. Al parecer Reloj de sol será la última. En esos juegos rayuelianos, que se mostraron ante todo en su primera reunión (Cuestionario, FCE, 1975), quiso que el lector fuera propositivamente activo al darle seguimiento a sus poemas, es decir, que el lector armara, por diferentes vías, el meccano zaidiano, y se volviese una suerte de lector–autor. Tal vez su profesión de ingeniero haya influido en algo en estas proposiciones de construcción para que su obra poética fuese una pequeña ciudad verbal en continuo movimiento.

En ambas direcciones, en su poesía seria o de juego, hay dos cosas que las hermanan. De un lado, por la forma, la casi totalidad de sus poemas son breves y su estilo es como una piedra seca con secretos dibujos, una piedra, que también, si le tallamos un fósforo, se enciende y quema a quien se lanza; por el otro lado, en los contenidos, la mayoría de sus piezas, ya serias, ya humorísticas, tratan ya de la pareja, ya de la amada, y ya, claro, del autor que se presenta como personaje; no pocas ocasiones unos y/u otros salen muy mal parados.

Se acusa a menudo, a la poesía mexicana de solemne, formalista, de tonos discretos, y aun —digámoslo sonriendo—, de “fina y sutil”; contra lo que se cree, sobra el buen humor en mucha de nuestra buena poesía. Baste recordar en el siglo XIX alguna parte de la lírica de Prieto, Ramírez y Acuña, o en el cambio de siglo a Tablada, o en el siglo anterior, por poner un manojo de casos, a Novo, Efraín Huerta, Lizalde, Gutiérrez Vega, Pacheco, Francisco Hernández (Mardonio Sinta), Deltoro, Héctor Carreto. Uno de quienes más lo cultivó fue Zaid. Homo ludens, en las piezas de Zaid encontramos epigramas, burlas, bromas, divertimentos, chistes, situaciones cómicas, chispazos festivos... Cierto: a veces resbala y el poema cae —decae— en la superficialidad o el juego por el juego; igual cuando aparecen en sus versos pedos y orines –en los que no creo que nadie halle ningún efecto o emoción poética.

De su poesía más confesional me gusta sobre todo un buen puñado de poemas que guardan un sentimiento a la vez de melancolía y nostalgia, por lo que ya no es, o si es, se irá pronto. En eso hay poemas de Seguimiento y Campo nudista, pero sobre todo de Práctica mortal. Si se me diera a elegir, me inclinaría en especial por “Nacimiento de Venus”, “La ofrenda” y “Circe”, declaraciones línea por línea de absoluto amor, “Maidenform”, con un admirable final abierto, “Canción”, preciosa cuarteta que parte de un verso de San Juan de la Cruz, “Práctica mortal”, quizá el más misterioso de todos, y “Sombras benignas”, donde contrasta el fúnebre asunto con el dibujo del bello paisaje mediterráneo.


Paz observó que los poemas de Zaid son “breves, totales, autosuficientes”. Un buen número, me digo, son tan ligeros que a veces el lector no se da cuenta que tiene en las manos una carga de dinamita a punto de estallarle. O que le estalla.

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