lunes, 13 de septiembre de 2010

Que celebren los pocos

13/Septiembre/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Las celebraciones comunales me entristecen porque siempre guardan un sedimento hipócrita. Nadie puede celebrar con la misma intensidad emotiva, ni tampoco los acontecimientos históricos o festivos significan lo mismo para todas las personas. Yo siempre me aburrí en mis cumpleaños hasta que descubrí que podía beberme un tonel de aguardiente. Entonces sí que comenzó a interesarme el cumplir años. Aborrecía los regalos puesto que esencialmente son puras tonterías. Los obsequios más anhelados llegan sólo una o dos veces en la vida. Lo más desconcertante es que en toda celebración se cuela un indeseable, alguien cuya presencia obedece sólo a una razón: amargarte el rato. Los que ríen a cántaros o hacen demasiado evidente su entusiasmo y alegría es porque guardan más de una frustración y si uno les abre las puertas terminarán cometiendo una masacre.

Se debería celebrar en silencio porque el pudor es elegante, como la muerte que te permite tomarte un trago antes de arrancarte de la tierra con sus amarillentos metacarpos, y en resumidas cuentas porque a nadie le conciernen nuestros placeres íntimos. Cada vez que tengo un motivo para festejar me vuelvo mudo, me concentro y pienso que lo peor está por llegar. No es de ningún modo un método para invocar la humildad, sólo es una manía como tantas otras que se van acumulando a lo largo de la vida. Y cuando me he reunido con mis amigos para celebrar cualquier nadería lo hacemos casi todos con la conciencia de que somos actores y de que ese modesto teatro de emociones que inventamos tiene más que ver con la amistad y el deseo de unir ánimos que con la importancia real del hecho.

“Reunión de muchos, a temblar los pocos”, decía una tía que se quedó soltera toda su vida sin darse cuenta de que lo contrario es también aterrador y que en México, este fragmento de país en escombros, cuando los pocos se reúnen (obispos, políticos, hombres de negocios), los muchos tienen que pagar la cuenta. Bonita manera de festejar tenemos. Además, cuando hay algo que celebrar uno tiene que poner dinero. Y como en mi familia me enseñaron a poner todo o a no poner nada, y no soy tan cínico como quisiera, en ambos casos siempre salgo perdiendo.

Hoy que se cumplirán 200 años de no sé qué me aterra que la plaza se caliente, pues sé que las celebraciones populares siempre se pagan con uno que otro muerto. Quiero decir que no tenemos nada que festejar como sociedad porque a los únicos que les ha ido bien es a los de siempre. Y cuando esto sucede, entonces la fiesta se ensombrece. ¿Por qué salen los patrones a la calle a pedirnos a los jodidos que cantemos a un mismo ritmo y cobijados bajo el mismo entusiasmo? ¿No les parece un cruel desaguisado? No se puede celebrar una fiesta nacional si sólo unos cuantos tienen motivos para reír. ¿Es tan difícil de comprender algo tan sencillo? Claro que no, pero el cinismo no viste discreto en estos tiempos. En una democracia las celebraciones populares deberían por lo menos tener raigambre popular. Y contarán con ella pues siempre habrá una multitud de muertos vitoreando su propia muerte, como en los poemas de Miguel Hernández o de Cernuda. Yo me quedaré en casa.

Lo que no seré en esta ocasión es tolerante. No saldré a la calle a abrazarme con un extraño que quiere un país, pero no sabe qué es eso. Y además me pueden robar los 100 pesos que tengo en la bolsa, o la foto de alguna de mis amantes encueradas. Sólo eso faltaría. Que me sacaran del bolsillo lo que me da vida. Lo han hecho siempre. Los ladrones desean que salgamos a la plaza para justificar sus tropelías. Hasta una bandera de México llegó a mi casa. Nunca había tenido una tan cerca y en vista de que habito en un tercer piso pensé en lanzarme a la acera envuelto en ella como lo hiciera el dramático Juan Escutia. Sin embargo, los héroes están demasiado ridiculizados hoy en día. ¿Por que voy a lanzarme de cabeza en la acera? No hay motivos. Y además me pueden robar mis fotos.

1 comentario:

Cezzare Reyes dijo...

El gran Fadanelli, tan atinado y mordaz como es su corrosiva y esperada costumbre, me fascinan sus columnas. Saludos