domingo, 19 de septiembre de 2010

“El arte tiene que ser artificial”

19/Septiembre/2010
Milenio
Édgar Velasco

Guadalajara.- Las escenas están grabadas en el inconciente colectivo de muchos mexicanos: los alarmados conductores de un noticiario, los edificios caídos, los cientos de voluntarios, el surgimiento del grupo de rescate conocido como Los Topos. Son herencias del 19 de septiembre de 1985, fecha en que un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter sacudió la ciudad de México y consternó al país. A partir de ese momento se comenzó a hablar de la gran solidaridad del mexicano en la desgracia y demás cosas que un día, de pronto, formaban ya parte del discurso oficial del Estado.

Hace cinco años, al celebrarse los 20 años del sismo, Ignacio Padilla (ciudad de México, 1968) comenzó a reflexionar sobre un aspecto en particular: la inexistente relación del terremoto y el arte. Así, comenzó a desarrollar un ensayo que, cinco años después, ve la luz con el título Arte y olvido del terremoto, editado por el sello Almadía y ganador del Premio Luis Cardoza y Aragón de Artes Plásticas.

¿Cómo surge el interés por plantear la reflexión del arte y su relación con el terremoto?
Procede de mi experiencia, tanto la personal como la colectiva. Comienza el 19 de septiembre de 1985, fecha de la que hacen 25 años. Desde entonces he observado, experimentado, indagado las secuelas, tanto las inmediatas como las posteriores, del terremoto. Durante estos 25 años este tema ha venido asediándome, como ha venido, creo yo, asediando a todos los mexicanos. Y me ha permitido observar, o desear observar, la presencia o la ausencia de esta experiencia fundamental, histórica y social, en las artes mexicanas.

¿De dónde procede la necesidad de ver el terremoto en el arte?
No es tanto una necesidad. Por lo general, se sabe que las experiencias particularmente dolorosas suelen, de una forma u otra, transmitirse a las artes en toda la historia de la humanidad. Me llamaba la atención que una experiencia, a mi entender dramática y mucho más importante y determinante para la transición del país a la democracia, no tuviera una presencia real en la literatura. Y luego descubrí que existía una presencia en las artes visuales, si bien era soterrada. Esto me sirvió para pretextar la relación entre terremoto y arte mexicano y luego plantear una reflexión de la relación más universal entre arte y olvido.

¿Cuáles son las causas para esta ausencia de arte vinculado al sismo?
He procurado reflexionar al respecto. El proceso inmediato fue eufórico desde luego, dignificante de la sociedad y crítico de las instituciones que nos gobernaban entonces. Esa euforia trascendió e intervino de manera importante en organizaciones sociales y protestas democráticas, hasta llegar a la victoria de la izquierda en 1988. Luego hubo un retroceso importante por la apropiación genial por parte del salinismo del discurso solidario. Después, la propia sociedad, que había comenzado a tener un movimiento crítico importante, bajó las manos ante el espejismo salinista y decidió darle al priísmo una segunda oportunidad sobre la tierra.

Hay dos tipos de olvido: uno de ellos es en el que un individuo o sociedad reniega de su experiencia dolorosa y la remite a un inconsciente colectivo o individual, la guardan para no verla y eso genera una enfermedad. Puede emerger en forma de cáncer, torpeza democrática, narcotráfico, violencia. La otra manera, que es la que propongo, es traer del inconsciente esa memoria dolorosa y verla a la cara. Cerrar ese proceso, tomar lo bueno y lo malo, madurar con la experiencia dolorosa y remitirla al olvido, pero un olvido sin impunidad.

¿Este 25 aniversario es un buen pretexto para saldar esa deuda?
La escritura de este ensayo la empecé hace cinco años, al notar que a 20 años del terremoto no existía una reflexión crítica. Ahora es una oportunidad. Y no me parece oportuno, sino necesario, cuantimás viendo cómo están ocurriendo las cosas en el país, que está en medio de otras conmemoraciones de acontecimientos dolorosos que quiere ver como festivos. Por qué no añadir uno que también es doloroso y tiene que ver con nuestro fracaso en la democracia, el fracaso del urbanismo, el colapso eterno de la ciudad de México. Qué mejor que volver a poner sobre la mesa el terremoto del 85.

¿Cómo debiera ser ese “arte del terremoto”?
El arte sólo debe ser fiel a sí mismo, no tener otra responsabilidad. Sin embargo, suele servir o desempeñar un papel que puede ser provechoso para la sociedad. El problema de que no haya registro artístico del terremoto es que fue hipercubierto mediáticamente con crónicas y fotoperiodismo. El arte tiene que ser artificial. Transformar la realidad que está retratando, no comprometerse ni a la información, ni a la denuncia, ni a la transformación inmediata de la sociedad. El arte tiene que hacer que el acontecimiento doloroso particular se convierta en universal, en algo que ocurre todo el tiempo. Una foto del bombardeo del Guernica en 1936 será particularizante, registral, detiene el acontecimiento. Pero un cuadro como El Guernica, de Picasso, extrae del tiempo y la particularidad el arrasamiento del pueblo español y hace que cada vez que veamos el lienzo, veamos el arrasamiento de todos los pueblos.

¿Cómo evitar la sobre exposición en los tiempos del Internet?
Somos ahora, más que nunca, una sociedad de imágenes, de apariencias. Y hemos cometido el error de depositar nuestra fe absoluta en algo que no existe: la objetividad del periodismo. El periodismo, la crónica y la fotografía son producidas por una subjetividad. El hecho retratado nunca va a ser el hecho real, sino la manera en que ha sido visto por alguien. Debemos dejar de tenerle miedo a la subjetividad y no creer que una imagen es la realidad. Mientras estemos conscientes de ello, las imágenes pueden ser conducidas a una lectura crítica.

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