lunes, 27 de septiembre de 2010

Zelda está loca

27/Septiembre/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Anoche he estado en casa de mi editora francesa, Dominique Bourgois, nos acompañaron dos escritoras norteamericanas, una de ellas canadiense. En cierto momento de la cena aludí a un libro de Hemingway en el que hace la siguiente observación: “Nunca salgas de viaje con una persona que no amas”. Y añadí que con alguna excepción podríamos considerar esta sugerencia un mandamiento divino. Se debe viajar en soledad para estar alerta, hacer amigos e inventarse una vida. Si eso no es posible, entonces es conveniente que la acompañante sea una persona amada, pues de ese modo será más sencillo perdonar sus impertinencias. Las escritoras me fueron simpáticas, pero cuando alguien me es agradable comienzo a comportarme como un rufián. No parece una conducta razonable, sin embargo es una técnica perfecta para saber con qué clase de gente está uno tratando. Si la persona es inteligente sospechará que estoy fingiendo y se reirá de mi actuación. Entonces comenzará una amistad. Si no lo es se molestará y de inmediato hará juicios equivocados u ofensivos sobre mi persona y de ese modo me la quitaré de encima.

Ayer por la tarde estuve en el 21 de la calle Fossés Saint Jaques, a unos pasos del Jardín de Luxembourg. Allí abre sus puertas una librería cuya especialidad son los libros en castellano. Al lado de otros escritores mexicanos tuve una charla acerca de nada en especial. Los franceses quieren saber qué sucede en México pues tienen la impresión de que estamos en guerra. A mí ya me agobia el tema, pero no hubo manera de escabullirse y me lamenté agriamente del estado de cosas en el país. No he hablado mal de México como algunas personas han llegado a recriminarme. El país es un territorio y sus fronteras podrían cambiar en cualquier momento. Un país es una convención o un acuerdo entre personas, no un destino o una entidad definitiva. En esta reunión tomé un papel radical porque creo que en ciertos aspectos es mejor comenzar por el extremo para, en seguida, buscar los matices de la opinión. Me comporté como suelo hacerlo con las personas que me son agradables. No obstante, me arrepentí de usar un tono quejumbroso con el ánimo de pontificar. No hubo respuestas interesantes ni opiniones críticas por parte del público y salí de la librería un tanto desencantado. ¿Qué pasa con los públicos actuales? Han dejado de pelear.

Hemingway se preguntó por qué razón Dostoiewski escribía tan mal y pese a ello su lectura nos conmovía profundamente. La respuesta la sabemos todos y es que el ruso tenía podrida el alma y su hedor no podía de ninguna manera ocultarse. Esta es una lección que he aprendido demasiado tarde. Si uno está podrido, entonces todos los intentos por ocultarse resultarán en vano. Así que nada de actuaciones ni triquiñuelas por el estilo: en los años que me quedan de vida no me ocultaré y seré lo que de todas maneras tengo que ser. Mañana daré mi primera charla en el Festival América, aquí en París y no prepararé una sola palabra. Mis anfitriones han sugerido a manera de preludio el tema “las parejas y el amor”, como si se pudiera hablar de ello sin hacer el ridículo. Creo que me han tendido una ingeniosa trampa. De las mujeres no se puede hablar porque o son unos monstruos aberrantes o son unas diosas misteriosas y seductoras. En medio de estas dos categorías se encuentra un mundo en el que no estoy interesado. En cuanto a las parejas creo que el número dos es culpable de muchas desgracias, desde la dialéctica hasta los matrimonios destruidos, de modo que procuraré concentrarme en el número tres.

Yo he estado en París varias veces y nunca se me ocurrió leer las experiencias de Hemingway durante su estancia en esta ciudad. En París era una fiesta da cuenta de la envidia que la mujer de Scott Fitzgerald sentía por el talento de su marido. Para evitar que escribiera lo empujaba a beber y a marcharse de fiesta toda la noche. Esa mujer si que era una belleza moral. Cualquier escritor desearía tener una mujer como Zelda y pese a ella arrancarle a la noche unas cuantas páginas. Hoy mismo, hace unas horas me he dado cuenta de que mis novelas, sobre todo Lodo, están en un buen número de librerías. Me he sentido conmovido, en verdad, y he agradecido a mi editora su esmero. Podría quedarme a vivir aquí y creer que soy en verdad un escritor, pero volveré a México en donde uno debe pelear día con día para ser respetado.

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