sábado, 18 de abril de 2015

Adiós a Günter Grass: El poeta incómodo

18/Abril/2015
Laberinto
Héctor Orestes Aguilar

Para Tona Pi-Suñer i Llorens y Ana Gerhard Pi-Suñer

Anécdota previsible: un joven poeta de semblante hosco, poco aliñado y de dicción áspera —autor de un volumen de cuarenta poemas a duras penas localizable en librerías que no venderá más de setecientos ejemplares, y de breves piezas de teatro insertas en la tradición surrealista nunca representadas de manera profesional—, toma su turno para leer en voz alta un pasaje de la obra que trae entre manos, las primeras cuartillas de lo que describe como una novela. Ich schreibe an diesem Roman, explica antes de ponerse en trance. Es el otoño de 1958, en una casa del barrio rural de Allgäu, diminuta ciudad termal del condado de Ravensburg; una reunión casi sectaria del Grupo 47, el cónclave literario alemán organizado bajo el modelo de la hispánica Generación del 98, grupo sin grupo que convoca periódicamente a tertulias donde participan autores, críticos e incluso editores.
Hans Werner Richter, organizador principal de aquellas sesiones, registra así aquella lectura: “Me sorprende que esté escribiendo una novela, para mí es un poeta, también un dramaturgo. Pero ya desde las primeras frases, la sala está como electrizada. Es el primer capítulo del futuro Tambor de hojalata […]. Y sé que es el comienzo de un gran éxito en el Grupo 47.

Ralf Schnell, germanista e historiador de la literatura, señala con razón que la primera novela de Günter Grass fue muchísimo más: se trataba del comienzo de un éxito literario como nunca antes lo había tenido autor de lengua alemana alguno, con excepción, antes de la Segunda Guerra Mundial, de Stefan Zweig. A lo largo de veinticinco años, aquella obra publicada en 1959, pocos meses después de la lectura referida, alcanzó a facturar más de tres millones de ejemplares y se tradujo al menos a veinte lenguas; por todas las transformaciones que trajo consigo, en virtud de su enorme poder épico y su inusual despliegue de imaginación, se convirtió en el símbolo de una cultura literaria, y, visto en retrospectiva, en el emblema de toda una época. Por sí sola, El tambor de hojalata tuvo la misma repercusión y se convirtió en un fenómeno extraordinario semejante al boom narrativo latinoamericano.

Entre la cauda de sensaciones que trae consigo la desaparición física de Günter Grass, a los 87 años, el pasado 13 de abril, la más estremecedora es percibir, de nueva cuenta, con mayor claridad, cuánto ha cambiado la sociedad y la cultura alemanas durante los últimos cinco decenios y medio. En el lapso equivalente a una vida adulta promedio, en el mismo periodo en el que apenas se arriba a una visión equilibrada de la condición humana, la República Federal ha experimentado procesos de transición asombrosamente intensos y veloces, en cierta medida inaprehensibles o laboriosos de entender. Por otra parte, es alucinante corroborar que todavía está fresco en la memoria el momento en que la editorial Joaquín Mortiz inaugura en México su serie Novelistas contemporáneos en 1963, con la histórica versión española de El tambor de hojalata debida al transterrado Carles Gerhard Ottenwälder (1899-1976), catalán de madre alsaciana y padre suizo, un político dedicado a la traducción con un perfil fuera de serie, quien realizó la tercera traducción —y no la primera, como afirmé erróneamente durante días recientes en varias entrevistas— de la ópera prima narrativa de Grass, luego de que aparecieran las ediciones francesa e inglesa en 1961 y 1962, respectivamente. Una traducción que, como reconoció hace pocos años Miguel Sáenz, es superior a las dos anteriores y fue aportación decisiva para la recepción internacional de la obra de Grass; una acogida que lo llevó primero a ser una celebridad mundial y a la larga a obtener el Premio Nobel, toda vez que le abrió un espectro de lectores de gran magnitud y significó el inicio de la publicación de la “Trilogía de Danzig”, pues Gerhard Ottenwälder también traduciría El gato y el ratón y Años de perro, editadas asimismo bajo el sello de Joaquín Mortiz en 1961 y 1963.

Actitud crítica y disidencia
Una novela excepcional y fundadora, un momento irrepetible en la historia editorial de México, un traductor dotado con notable oficio y una cultura refinada: estas coordenadas no han vuelto a confluir en torno a la edición de ninguna obra literaria alemana reciente en nuestro país y se antoja complicado que vuelva a pasar, pues han cambiado mucho las reglas y condiciones para publicar en nuestro mercado editorial y la adquisición de derechos de traducción de grandes autores en otras lenguas no es común. Aún menos probable es que los escritores contemporáneos de lengua alemana vuelvan a emprender, en este siglo, una iniciativa como la que cobijó e impulsó a Günter Grass. Si bien persiste un espíritu gremial en la sociedad literaria de la República de Berlín, un proyecto colectivo como el Grupo 47 es impensable en nuestros días, como inimaginable resulta que los autores emergentes de la Alemania reunificada pretendan cumplir las funciones de un intelectual de la estatura de Grass, quien hizo de su actitud crítica, su disidencia permanente y su apoyo a grupos sociales excluidos una causa pública.

La muerte del autor de El tambor de hojalata ha reavivado las polémicas en torno a esa parte de su trayectoria, la faceta que Grass ejerció más como un intelectual (en el sentido que se le da en Francia a esa palabra, un letrado que contradice y pone en tela de juicio al poder), comentócrata, consejero aúlico de la socialdemocracia, patrono y mecenas de premios literarios regionales o de comunidades étnicas excluidas en Europa —como el pueblo de los roma— quien, al revitalizar el alemán y renovar la novela como género, contribuyó sin duda a legitimar la civilización germana de la posguerra. El papel que desempeñó Grass como puntal de la Imagen-País de la República Federal durante al menos tres decenios no fue menor.


De allí que el expediente iniciado en agosto de 2006, cuando se desplegó la campaña de lanzamiento de Pelando la cebolla, libro donde Grass reconoce haber sido reclutado por las Waffen-SS, elitista sección de combate de los escuadrones paramilitares de protección en el ejército hitleriano, vuelva a abrirse, dé pie a nuevas y viejas preguntas y nos confronte a la realidad incontestable de que incluso Günter Grass, quien encarnó tal vez sin desearlo la conciencia moral de Alemania durante los últimos cuarenta años del siglo XX, no logró hacer un ajuste de cuentas con su propio pasado nacionalsocialista de forma cabal, pero sí nos dejó muchas buenas enseñanzas sobre lo que puede hacer un ciudadano de la literatura con una conciencia crítica. Con el regreso intermitente de la xenofobia radical, el antisemitismo y el miedo ante la diferencia que caracterizan a movimientos sociales como PEGIDA (Patriotas europeos contra la islamización de Occidente), surgido en noviembre pasado en Dresde, estoy cierto que extrañaremos —no solo los alemanes— la mirada penetrante, provocadora e incómoda del poeta Günter Grass, siempre una fuente de luz entre la tiniebla de la irracionalidad.

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