domingo, 7 de julio de 2013

Los narradores ante el público

7/Julio/2013
Jornada Semanal
José María Espinasa

La editorial Ficticia, la más innovadora en las propuesta narrativas actuales, ha tenido el buen tino de publicar, en colaboración con la Universidad Autónoma de Nuevo León y el Conaculta-INBA, los dos volúmenes de Los narradores ante el público, libros editados hace ya casi cincuenta años por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Joaquín Mortiz, que sólo se podían conseguir buceando en las librerías de viejo y se habían vuelto verdaderas joyas bibliográficas. Son fuente inagotable de información de la narrativa que se escribía por aquellos años y, haciendo un ejercicio comparativo entre lo que se dijo entonces y lo que se cumplió en las décadas siguientes, se pueden encontrar lecciones muy interesantes.
En sus páginas se encuentran testimonios de escritores que en aquellos años ya frisaban la cincuentena, como Jorge López Páez o Ricardo Garibay‒ o los sesenta –Revueltas, Solana– hasta las entonces jóvenes promesas –José de la Colina, José Emilio Pacheco–, desde autores ya para entonces –1965– clásicos y con su obra prácticamente concluida –Rulfo, Arreola– hasta los bisoños, como Gustavo Sainz y Beatriz Espejo. También Sergio Galindo, Guadalupe Dueñas, Edmundo Valadés, Salvador Reyes Nevares, nos hablan de sus proyectos y comentan retrospectivamente sus libros ya publicados.
Tal vez algunas de las cosas más interesantes que nos transmita la publicación hoy es la desaparición de algunos nombres que en aquel momento llamaban la atención –de otra manera no se les habría invitado al ciclo. Por ejemplo, en la primera serie me pregunto quiénes serán Rubén Marín (1910) y Raquel Banda Farfán, y en el segundo, Irma Sabina Sepúlveda. En tiempos de internet recurro a los buscadores. Del primero encuentro mucha información de un senador argentino homónimo, y en algunos portales a la venta dos libros, En el hueco del pecho (1965) y Los otros días (1963), publicados por la editorial Jus. De Raquel Banda algo más, que es de San Luis Potosí, donde nació en 1928, ensayista y narradora, entre sus libros las novelas Valle verde y Cuesta abajo, y varios libros de cuentos. Y anoto, para no olvidar, que debo consultar la antología de literatura potosina de David Ojeda. De la última, que es de Nuevo León y que nació en 1935. No se consignan fechas de muerte, lo cual parece indicar que probablemente están vivas.
Si bien el desconocimiento de estos autores se puede achacar a mi ignorancia, es más probable que su literatura haya perdido el favor del público y los editores y que ya no siguieran escribiendo. Lo curioso es que sus intervenciones en el ciclo del cual los libros dan cuenta siguen siendo bastante interesantes. Otra vía de entrada al libro es pensar en la actualidad de los autores allí incluidos. La mayoría fallecieron ya, entre ellos autores centrales de las últimas décadas del siglo pasado – Garibay, Ibargüengoitia, García Ponce, Melo, Elizondo y, desde luego, Fuentes. Los que siguen vivos son López Páez (no hay que perderse su reciente ¡A huevo! Kuala Lumpur), Amparo Dávila, Tomás Mojarro, José Emilio Pacheco y José de la Colina, Beatriz Espejo y Gustavo Sainz. Sobre todo el que me parece más actual de los narradores mexicanos, un maestro del periodismo y extraordinario cuentista, Vicente Leñero. Ocho de treinta y tres. Más de veinte por ciento.
De Leñero, ahora que cumplió ochenta años, hay mucho que decir. Su díptico reciente Gente así y Más gente así es una colección de relatos extraordinaria, pero merecen un texto aparte. La literatura es una carrera de larga distancia, aunque podamos admirar en su momento a quienes ganan los cien y doscientos metros. Y en ese maratón que se corre entre los diferentes autores, una de las sensaciones más generosas es la nostalgia. ¿El autor de Los mástiles y El solitario atlántico de hace cincuenta años es el mismo autor de ¡A huevo! Kuala Lumpur; es el mismo el autor de Los albañiles que el de Más gente así? Sí y no. Como crítico y lector me resulta fácil conectar la atmósfera de sus primeros libros con los más recientes. Me resulta en cambio más difícil reconstruir la época. Y Los narradores ante el público nos lo permite, en buena medida, por ser un retrato de aquellos años, pero también y sobre todo por serlo reflejado de los actuales.
Hace poco un amigo me contaba que había encontrado entre sus cosas una agenda que le había hecho su madre con los teléfonos de sus amigos cuando se fue a estudiar fuera de México. Destacaba en la conversación dos cosas: la buena letra de su madre y que el listado era en su mayoría una lista de muertos. Y que había pesado más esto último y había echado a la basura la agenda casi como un exorcismo. La anécdota puede ser asimilada a Los narradores ante el público: la madre es el inba y la buena letra es la de la editorial Joaquín Mortiz ‒sólo que no se tira la agenda sino que se reedita, porque hay muy vivos en esos libros.
Y es que el ciclo parece haber tenido entonces un sentido muy grande, puesto que aún lo tiene ahora, aunque cambie su condición. Desde aquellos años en que el narrador se sitúa frente al público –el significado de la palabra “ante” tiene, como señalan varios de ellos, una connotación de riesgo– lo que ha cambiado sobre todo es el concepto de público. Hace cincuenta años ese público designaba a un lector; hoy se ha contaminado con la idea de comprador, y lo que resulta curioso es que ese público-comprador no sólo lee menos, también compra menos comparativamente hablando.
Es de suponer que el organizador del ciclo y compilador del libro, Antonio Acevedo Escobedo, invitó a lo que consideró mejor y más representativo de la época. ¿Cuál sería la nómina de invitados hoy a un ciclo similar? Y si se hiciera un libro similar, ¿tendría la misma vigencia y duración que éste? A la primera pregunta la respuesta es una enorme lista de posibles invitados, que irían desde el mencionado Leñero hasta narradores-poetas como Luis Jorge Bone. A la segunda creo que la respuesta sería: no. Ese cambio del concepto en la palabra público, condicionado por los medios masivos de comunicación, ha hecho un enorme daño a la literatura, pues impide que se forme, y por lo tanto, que se consolide un gusto.
(Posdata: en los mismos años que se hicieron las primeras ediciones de estos libros se publicaron también dos tomos sobre Las revistas literarias de México. Valdría la pena reeditarlas también.)

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