sábado, 20 de julio de 2013

Bolaño: 10 años después

20/Julio/2013
Laberinto
Santiago Gamboa

Conocí a Bolaño en Roma, en 1999, cuando vino con su mujer y su hijo a tomar notas para Una novelita lumpen. Yo había leído todos sus libros y Los detectives salvajes me parecía una obra maestra. No era un descubrimiento insólito ni original, pues era la opinión de la mayoría de los autores de mi generación y por eso Bolaño fue en esa época un best seller entre los escritores latinoamericanos. Ningún otro autor de generaciones posteriores al boom llegó a ser tan influyente y leído.
México fue el lugar clave para su obra y su país de adopción. El recuerdo de lo que vivió en México lo llevó a escribir sus libros más ambiciosos: Los detectives salvajes y 2666. “Temo ir a México”, solía decir, “pues el México real puede inhibirme el México que tengo en el recuerdo”. Bolaño siguió la tradición anglosajona de considerar a México un género literario. En este sentido, Los detectives salvajes es una de las grandes novelas urbanas escritas en Latinoamérica. Las generaciones posteriores a él, los jóvenes de hoy, lo convirtieron en un clásico de la literatura en español, y al leer esas novelas el territorio mexicano se sigue afianzando como un espacio mítico y profundamente literario.
Su éxito es arrollador, pero salvo en Estados Unidos, la obra de Bolaño no ha estado nunca en las listas de los libros más vendidos en ningún país, y esto es un signo de los nuevos tiempos. En épocas de García Márquez o de Nabokov o de Fitzgerald era común que el talento estuviera asociado al éxito de ventas internacional, pero eso es algo que ha ido desapareciendo. Son muy raros los casos, hoy, en los que esto se da por fuera de las fronteras nacionales del autor. La obra de Javier Marías o de Javier Cercas podrían ser excepciones. Ahora todo ha cambiado: la gran masa de lectores se fue de la literatura y los grandes éxitos internacionales los tienen escritores sin relevancia en las generaciones que les siguen.
Bolaño es todo lo contrario: la juventud latinoamericana lo lee con admiración y una pasión similar a la que en su momento produjo Cortázar, pues además de sus libros sacralizaron también su modo de vivir. Algunos lo imitan excesivamente y esto a la larga le hará daño. El caso de Cortázar y de García Márquez nos muestran hasta qué punto los imitadores contaminan la lectura del original.
Bolaño lo leía todo, era una especie de oso devorador. Por eso antes de publicar cualquiera de mis novelas yo trabajaba y corregía sin parar, de un modo obsesivo, pues sabía que él iba a leerlas y temía defraudarlo. Esto me llevó a plantearme la literatura de un modo aún más visceral, y a concebir proyectos ambiciosos y arriesgados. Ese fue su legado. La exigencia era enorme, pues en su mesa de juego la apuesta era muy fuerte. Cuando murió sentí un gran vacío, una enorme tristeza. Pero sigo escribiendo como si cada una de mis frases fuera a ser leída por él.

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