domingo, 23 de febrero de 2014

El inventor de su pasado

23/Febrero/2014
Confabulario
Alejandro Toledo

Como preparación para la entrevista, colocó Federico Campbell (Tijuana, 1941-ciudad de México, 2014) sus libros sobre la mesa del comedor. Eran poco más de una veintena de títulos, entre ediciones originales, reimpresiones y traducciones. Tenía además, por ahí, un par de carteles en bastidor con las portadas ampliadas de Pretexta (1979) y Tijuanenses (1989). Se diría que con estas armas se alistaba para enfrentar el 2011 en que cumpliría, el primero de julio, siete décadas de vida.

Dijo entonces: “Me desconcierta cumplir 70 años, realmente no sé si ponerme triste o contento. Es una cosa muy buena tener salud a esta edad. Juan Marsé dice que la vejez es una masacre; yo digo, más bien, que la vejez es una ruleta rusa: como si estuvieras en una trinchera de la Primera Guerra Mundial, vas viendo caer a los lados a tus conocidos, amigos o parientes. A esta edad empiezas a aceptar con naturalidad que cada uno de nosotros se está yendo, y eso te permite hacerte a la idea de tu propia mortalidad”.

Esto lo llevó al siguiente pensamiento: “La paradoja es que uno no tiene la edad que cronológicamente viste: yo me sigo sintiendo como alguien de veintitantos años. Más o menos cuando conseguí un yo, entre los veinte y los treinta años, me establecí en ese yo y así he vivido”.

—¿Tienes alguna perspectiva de tu escritura? Estos libros sobre la mesa, ¿son lo que proyectaste cuando eras joven?
—Pienso que no llegué a ser el escritor que pensaba que iba a ser. De joven decía que me gustaría ser como Mario Vargas Llosa; lo que más le envidiaba era la disciplina, el gobierno de sí mismo, y la capacidad de concentración. He sido muy disperso y mi capacidad de concentración es muy escasa por periodos largos. Con el tiempo he aprendido a aceptarme de esa manera, es mi modo de ser mental. Incluso me sorprende que haya logrado publicar quince o dieciséis libros siendo como soy. A veces me digo incluso que a lo mejor he sido un impostor, no un verdadero escritor.

Según Campbell, en los estudios sobre el síndrome de atención se dice que las personas que padecen esa enfermedad suelen escoger oficios muy específicos, entre ellos periodista o mesero. Él fue periodista. Títulos como Infame turba (1971), Conversaciones con escritores (1972), Máscara negra (1995) y La invención del poder (1995), surgen de esa actividad.

Aunque fue también, o sobre todo, narrador. “Uno se inventa el pasado, la memoria inventa. En el seno familiar no habla uno de muchas cosas porque supone que todos vivieron al mismo tiempo y conocen por tanto de esas cosas, no hay entonces nada nuevo de que hablar. Sin embargo, puede suceder en la conversación que uno se dé cuenta que no se vivieron las cosas de la misma manera. De ahí la necesidad de volver a contar esas historias”

—En títulos como Tijuanenses, La clave Morse o Transpeninsular, ¿es tu narrativa esa “novela familiar” de la que habla Freud?
—Hasta este momento ha sido eso.
—Quizá la excepción es Pretexta, en donde se aborda un asunto más amplio, como lo fue la fabricación de libelos en el sexenio de Luis Echeverría.
—Aunque también está la preocupación por el periodismo como tema literario, y hay en esa novela componentes de mi vida personal. Es un recurso: con diferentes figuras armas un personaje. En el personaje del profesor Ocaranza están fundidos seres para mí queridos y admirados como Daniel Cosío Villegas, José Revueltas, Julio Scherer, el profesor Vizcaíno (de Tijuana) y mi padre.

—En el personaje del escritor fantasma, ¿a quién verías reflejado?
—Sería yo de joven, un periodista con ambiciones literarias frustradas: no logra pasar del peridismo a la literatura, no logra ser el escritor que pensaba que iba a ser, aunque tiene la impresión de que ha estado escribiendo el libelo de su propia vida.

—De tu obra, ¿qué es lo que más te entusiasma? Como se decía antes, ¿dónde están tus mejores páginas?
—Sigo creyendo en Todo lo de las focas, mi novela menos comprendida y menos tomada en cuenta. Es un monólogo interior un tanto delirante, de tono melancólico. Al ser una novela primeriza los críticos, o quienes la leyeron, supusieron que yo no sabía armar una novela, mientras que esos mismos recursos eran celebrados como una literatura muy evolucionada si aparecían en un libro de Peter Handke o Samuel Beckett.

—¿Qué es lo que define tu escritura?
—La noción de que uno solo escribe de cosas que le duelen, que le importan y lo han marcado a lo largo de la vida. Uno hace lo que puede y ya se verá si lo que escribiste valió la pena o no. Por lo pronto, un consuelo es saber que muchas de las cosas que viviste y pensaste han quedado en letra de imprenta, y que una vez muerto vas a seguir conversando con los lectores. Eso es lo maravilloso no solo de la literatura sino en general de la escritura misma.

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