sábado, 12 de febrero de 2011

Literatura contra violencia

12/Febrero/2011
Laberinto
Armando González Torres

Suena ingenuo, pero ¿puede la literatura contribuir a moderar la violencia, a restituir formas de vinculación y solidaridad entre individuos? En ciertos territorios, todo extremo del mal se vuelve parte de una difusa normalidad, pues la violencia encarna en una cosmovisión pasiva y fatalista que apenas distingue la calidad moral de los actos y la identidad de los agentes. Impera entonces la tendencia a juzgar a partir del resentimiento o el prejuicio y se opera una reducción del espacio social comúnmente habitable. Contrarrestar los devastadores efectos del miedo, la desconfianza, el rencor social y los estereotipos encontrados requiere un esfuerzo bien organizado de apertura intelectual y emotiva: pasar de los juicios globales a los específicos, confrontar los estereotipos temidos o despreciados, dirimir resentimientos. En particular se trata de suscitar la empatía y mirar como ser humano al que sería la presa, la víctima o el extraño. En este sentido, la literatura contribuye a identificarse con personajes y situaciones, a las que la costumbre o el prejuicio acostumbran mirar simplemente como objetos amenazantes. Como dice Martha Nussbaum en Justicia poética: “Podemos enterarnos de muchas cosas sobre la gente de nuestra sociedad y sin embargo mantener ese conocimiento a distancia. Las obras literarias que promueven la identificación y la reacción emocional derriban esas estratagemas de autoprotección, nos obligan a ver de cerca muchas cosas que pueden ser dolorosas de enfrentar. Y vuelven digerible este proceso al brindarnos placer en el acto mismo del enfrentamiento”.

Una revelación literaria acaso puede ofrecer alternativas de visión a seres, con una imaginación cercenada y un sentimiento muerto, prisioneros de su ambiente o su pasado, oponiéndose a la violencia sin replicarla. Muchos de los dilemas más controvertidos y sutiles de la convivencia y el derecho o muchos relatos extremos de las consecuencias del odio se encuentran expresados en la literatura y no es extraño que el pensamiento legal acuda seguido a la imagen literaria. Habría entonces que explotar el aspecto formativo y curativo de la literatura para iluminar la mente en situaciones límite. La literatura es verdaderamente subversiva en ese mundo mudo que muchos habitamos, encarnado sólo en accesos violentos, pues multiplica la capacidad de vivir experiencias distintas, revela analogías profundas entre personajes antagónicos, señala lo que es inaceptable y nutre un poco la sensibilidad restituyendo aptitudes morales adormecidas. Esa moralidad ambigua de la literatura apunta diversos caminos y, al exigir al mismo tiempo la identificación y la distancia, hace reflexionar sobre el horror y la esperanza de redimirlo. Por eso, aunque no sea dueña de un mensaje estrictamente edificante, la literatura puede cumplir una función pública, sin duda no para instaurar las buenas causas, pero si para interpelar y combatir lo execrable.

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