sábado, 2 de octubre de 2010

José Saramago en sus palabras

2/Octubre/2010
Laberinto
José Saramago

La vida, que parece una línea recta, no lo es. Construimos nuestra vida sólo en un cinco por ciento, el resto lo hacen los otros, porque vivimos con los otros y a veces contra los otros. Pero ese pequeño porcentaje, ese cinco por ciento, es el resultado de la sinceridad con uno mismo.
La Vanguardia, Barcelona, 1 de septiembre de 1997

Digamos que la vida nos propone cosas. A veces, nos sentimos en condiciones de aceptar la propuesta y emprendemos una labor. Otra veces, no. La vida no es una obra de teatro. En una obra de teatro, todo está en su sitio, cada elemento tiene una función. La articulación de todos los elementos para conseguir crear unos efectos dramáticos está muy bien pensada. La vida no piensa. Vivimos en el caos. Lo que ocurre es que vivimos en un espacio limitado dentro de otro espacio que escapa a nuestra capacidad de comprensión.
Ler, Lisboa, núm. 70, junio de 2008

Ya no cambiaré de opinión, ni me queda tiempo en la vida para cambiarla: el ser humano no tiene remedio.
Setembro, Lisboa, núm. 1, enero-marzo de 1993

Muchas cosas me parecen enigmáticas. Las dificultades empiezan con la historia de mi nombre. El apellido de mi padre era Sousa y no Saramago. Él se llamaba José de Sousa. Sucede que, en Azinhaga, la aldea donde nací, las familias no se conocían por el apellido, sino por los apodos. El apodo de mi familia era Saramago, que es el nombre de una planta silvestre que da una florecilla de cuatro pétalos y que crece en los rincones, casi siempre olvidada.
O Estado de S. Paulo, São Paulo, 21 de septiembre de 1996

Cuando nací, mi padre se dirigió al registro para inscribirme y se limitó a decir: Se llamará José, como su padre. El empleado del registro civil, por su cuenta y riesgo, añadió al apellido verdadero, Sousa, el apodo de Saramago. Y así me convertí en José de Sousa Saramago. Mi padre descubrió el error cuando ya tenía siete años. Para matricularme en la escuela primaria, tuvo que presentar el certificado de nacimiento, y ¡entonces supo que me llamaba José Saramago! Lo más grave es que a él no le gustaba ese apodo.
O Estado de S. Paulo, São Paulo, 21 de septiembre de 1996

El amor no resuelve nada. El amor es una cosa personal, y se alimenta del respeto mutuo. Pero esto no trasciende al colectivo. Llevamos ya dos mil años diciéndonos eso de amarnos los unos a los otros. ¿Y ha servido de algo? Podríamos cambiarlo por respetarnos los unos a los otros, a ver si así tiene mayor eficacia. Porque el amor no es suficiente.
Turia, Teruel, núm. 57, 2001

Creo saber que el amor nada tiene que ver con la edad, como sucede con cualquier otro sentimiento. Cuando se habla de una época en la que se descubre el amor, pienso que es una manera simplista de entender las relaciones entre las personas. Lo que ocurre es que hay toda una historia, no siempre feliz, en torno al amor que hace que se entienda que el amor a cierta edad es natural, y que a una edad avanzada puede ser ridículo. Esta idea ofende la capacidad que tiene cualquier persona de entregarse a otra, que es en lo que consiste el amor.

Y no lo digo por la edad que tengo y la relación de amor que tengo. He aprendido que la intensidad del amor no depende de la edad. El amor es la posibilidad de una vida entera y, si surge, hay que recibirlo. Normalmente, quienes no piensan de esa manera y tienden a menospreciar el amor como factor de realización personal absoluta son aquellos que no han tenido el privilegio de vivirlo, aquellos a los que no ha sucedido ese misterio.
Máxima, Lisboa, octubre de 1990

Bueno, hablar de Pilar [del Río] es a la vez fácil y difícil. Ella nació en 1950, yo en el 22. Me siento un poco raro cuando pienso que hubo un tiempo en que yo ya estaba y ella no. Es extraño para mí entender que tuvieron que pasar veintiocho años desde mi nacimiento para que llegase la persona que sería imprescindible en mi vida… Ella es, y quienes la conocen lo saben, una mujer extraordinaria, además de guapa. Ella nació para servir a los demás, y los demás son todo el mundo, la madre, los catorce hermanos, las amigas, los amigos… Ella siempre está disponible. Ella nunca dice no a una llamada y da toda la atención a la persona con la que está hablando, que en esos momentos es la más importante del mundo. Y bueno… Cuando la conocí, yo tenía sesenta y tres años, era un hombre ya mayor, y ella tenía treinta y seis. Los amigos me decían: «¡Esto es una locura, un disparate! ¡Con esa diferencia de edad…!» Y yo lo sabía, pero no me inquietaba. Ahora ya no puedo imaginar mi vida sin ella, no puedo concebir nada si Pilar no existiera… Cuando no está, la casa se apaga. Y cuando vuelve, se reactiva.
Elle, Madrid, no. 246, marzo de 2007

No sé cómo será la muerte. Cuando pienso que tengo, evidentemente, la edad que tengo y que no voy a vivir ochenta y cuatro años más, lo que más me afecta de todo es el pensar que yo ya no estaré. No es el hecho en sí mismo de morir, el se acabó. Es el saber que yo ya no voy a estar. Y ese no voy a estar significa que no voy a estar aquí. Que no voy a estar en ningún lado donde esté ella [Pilar del Río]. Eso, eso sí me afecta.
Elle, Madrid, no. 246, marzo de 2007

Yo soy ateo, pero siempre me he sentido atraído por el fenómeno religioso. Me interesa la religión como institución de poder que se ejerce sobre las almas y los cuerpos.
Turia, Teruel, no. 57, 2001

Sería más cómodo creer en Dios, pero escogí el lugar de la incomodidad.
Expresso, Lisboa, 2 de noviembre de 1991

En muchos momentos de su existencia, la Iglesia católica no ha hecho otra cosa que ofender a los demás.
Brasil Agora, São Paulo, 15-28 de junio de 1992

Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la Historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen los unos a los otros, por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en Dios, no lo necesito. Y además soy buena persona…
Andrés Sorel, José Saramago. Un mirada triste y lúcida, Algaba Ediciones, Madrid, 2007

Yo me considero como el náufrago de un barco que se hunde. Uno está a punto de ahogarse, pero hay una tabla a la que se aferra. Es la tabla de los principios. Todo lo demás puede desmoronarse, pero, aferrado a ella, el náufrago llegará a la una playa. Y después, con esa tabla, podrá construir otro barco, evitando cometer los errores de antes. Con ese barco intentará llegar a otro puerto.
La Nación, Buenos Aires, 11 de mayo de 2003

Si miro hacia atrás, independientemente de los triunfos, de las glorias, lo que más me gusta es encontrar un sujeto consciente, coherente. Coherente. Nunca cedí a las tentaciones del poder, nunca me puse a la venta.
Visao, Lisboa, 6 de noviembre de 2008

Hemos tenido la libertad para torturar, para matar, para asesinar, y hemos tenido la libertad para luchar, para ir adelante, para intentar mantener la dignidad. Es aterrador el uso que se puede hacer de una palabra. Lo importante es que haya presencia de un sentido de responsabilidad cívica, de dignidad personal, de respeto colectivo; si se mantiene, si se construye, si no se acepta caer en la resignación, en la apatía, en la indiferencia, eso puede ser una simple semilla para que algo cambie. Pero yo soy consciente de que esto a su vez no significa mucho.
Revista Número, Bogotá, núm. 44, marzo-mayo de 2005

Por ahí corre el rumor de que soy vanidoso. Pero creo que la vanidad es la cosa mejor distribuida de este mundo. Vanidosos somos todos. La cuestión es saber si hay alguna razón para serlo o si se es vanidoso sin ninguna razón.
O Jornal, Lisboa, 8 de enero de 1991

¿Cómo se puede ser optimista cuando todo esto es una extensión de sangre y lágrimas? Ni siquiera vale la pena que nos amenacen con el infierno, porque ya tenemos infierno. El infierno es esto.
Jornal de Notícias, Oporto, 5 de noviembre de 2008

La inspiración sólo es el equeleto de una idea. El trabajo y la disciplina son los que forman el cuerpo de ese equeleto.
Lancelot, núm. 752, 19 de diciembre de 1997

La tristeza que usted ve en mí se debe al irracionalismo, a los fanatismos que se diseminan por el mundo. Pero también es compasión. En el fondo todos somos unos pobres diablos. No obstante, hay una compasión que nos hace preguntarnos: ¿por qué no podemos ser de otra manera?, ¿por qué no conseguimos mejorar?, ¿por qué no conseguimos ser buenos?
O Estado de S. Paulo, São Paulo, 21 de septiembre de 1996

Cuando me movía [por los periódicos], incluso antes de trabajar en las redacciones, ya manifestaba las ideas que expreso hoy en día. De una manera general, la literatura que hago ahora sigue estando ligada a ese tipo de textos. Confieso que a veces añoro los periódicos… No soy el único. Creo que cualquiera que haya pasado por ellos debe de recordarlo hasta el final, debe de sentir esa especie de llamada, esa voz que te reclama desde la lejanía, esa sensación de estar en el meollo de las cosas, que la literatura en general no te da.
Jornal de Letras, Artes e Ideais, Lisboa, núm. 50, 18 de enero de 1983

En mi corta experiencia de periodista aprendí algo: a escribir noventa y nueve palabras cuando se necesitan noventa y nueve.
Época, Madrid, 21 de enero de 2001

Nunca fui un verdadero periodista. Nunca escribí una noticia, nunca hice una entrevista, nunca hice un reportaje. Como digo a veces, entré en los periódicos por la puerta de la administración. En El Diário de Lisboa, ejercía de editorialista; nunca hice otra cosa, aparte de coordinar, durante unos meses en 1972, el suplemento literario al marcharse Vítor da Silva Tavares, con quien al parecer trabajaba Nelson de Matos. Y, en el Diário de Notícias, entré para ser director adjunto. Fuera como fuere, trabajé en los periódicos, tuve ocasión de respirar aquella atmósfera que hoy ya es electrónica…
Jornal de Letras, Artes e Ideias, núm. 690, 26 de marzo de 1997

Soy autodidacta. Mi familia no tenía medios. Ejercí de cerrajero mecánico durante cerca de dos años, con el clásico mono azul, muchos otros oficios. Mi educación literaria se ha hecho en las bibliotecas públicas, porque en mi casa no tenían un solo libro, mi madre era analfabeta. Nada apuntaba a que yo pudiera tener la trayectoria que he tenido. Escribí una novela a los veinticinco y, luego, nada más hasta que, pasados los cincuenta años, perdí mi trabajo de periodista en el Diário de Notícias y decidí que era el momento de consagrarme a la escritura. Cuando me preguntan por qué pasé tantos años sin escribir, respondo sinceramente que no tenía nada que decir.
Revista dominical Magazine, Barcelona, 8 de enero de 2006

Me resulta complemente imposible leer en una pantalla de ordenador. Lo lamento. Soy del tiempo del libro, del papel. Uno puede dejar caer una lágrima sobre la página. Es más difícil dejar caer una lágrima sobre un ordenador. Creo que el libro todavía va a durar.
El País, Edición Andalucía, 13 de mayo de 2006

En una máquina de escribir, tenemos que elaborar el pensamiento antes de pasarlo al papel: es muy trabajoso y te obliga a tirar mucho papel. La pantalla es un papel que siempre está limpio y tiene una ventaja enorme: si hay una idea, aunque no esté del todo elaborada, puede escribirse y después trabajar sobre ella. Comparo la pantalla del ordenador con el un campo de batalla, de donde se retiran los muertos y los heridos, [que son] las palabras que no interesan, las ideas imprecisas que han perdido sentido.
Público, Lisboa, 3 de junio de 1995

Antes del interés por la escritura hay otro: el interés por la lectura. Y mal van las cosas cuando sólo se piensa en el primero si antes no se ha consolidado el gusto por lo segundo. Nadie escribe sin leer.
Revista Diário, Madeira, 19 de junio de 1994

Fui un lector entusiasta. En mi casa no había libros, pero leía mucho en las bibliotecas públicas, sobre todo de noche. Leía de manera indiscriminada. Recuerdo haber leído El paraíso perdido de Milton, en traducción, hacia los dieciséis años. No tenía a nadie que me aconsejara sobre qué leer a continuación. De manera que mi educación literaria fue anárquica, llena de lagunas, pero con el tiempo logré organizar cierta visión coherente de la literatura, sobre todo de la francesa.
The Independent, Londres, 31 de julio de 1993

La palabra que más me gusta decir es no. Siempre llega un momento en la vida en la que hay que decir no. El no es la única cosa efectiva y transformadora que niega el statu quo. Lo que está ahí tiende a instalarse, a beneficiarse injustamente de un estatus de autoridad. Entonces llega el momento de decir no. La fatalidad del no —o nuestra propia fatalidad— está en que no hay ningún no que se convierta en sí. El no es absorbido y tenemos que vivir más tiempo con el sí.
Folha de S. Paulo, São Paulo, 31 de octubre de 1991

La literatura tiene influencia en las personas. Pero ¿el que dispongamos de Cien años de soledad desde hace una cantidad de años ha cambiado algo? No. La literatura es una aventura personal. Es como si nos dejaran en una isla desierta y tuviéramos que hacer nuestros propios descubrimientos, abrir senderos, buscar fuentes. Eso es la lectura. No tengo la esperanza de que mis libros cambien la humanidad. Ésa no es la función de la literatura.
El Tiempo, Bogotá, 9 de julio de 2007

No quiero ser apocalíptico, pero el espectáculo ha tomado el lugar de la cultura. El mundo se ha convertido en un escenario, en un enorme show. La mitad de la población mundial vive de dar un espectáculo a la otra mitad. Y probablemente llegará un día en que ya no habrá público y todos serán actores, y todos serán músicos.
Zero Hora, Porto Alegre, 12 de abril de 1997


Con edición, selección y prólogo de Fernando Gómez Aguilera, José Saramago en sus palabras muestra a un intelectual en la esfera pública, a un hombre comprometido con su tiempo, con una clara posición política, crítico del poder y contrario a todo tipo de fanatismos. Coherente, dice él.

En el prólogo, Gómez Aguilera señala: “Valoradas con el horizonte que ofrece el transcurso de los años, estas declaraciones fragmentarias constituyen hoy un valioso caudal de información y de presentación de ideas y valores éticos, así como una estimulante práctica de disidencia y de contestación pública. En ellas está Saramago, el testimonio de un librepensador en el que resuenan formidablemente las tensiones, anhelos y fracasos de nuestro tiempo”.


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