lunes, 11 de octubre de 2010

En el avión

11/Octubre/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

Dentro de un avión el mundo empequeñece a tamaños sorprendentes, y ahora mismo experimento la sensación de ser una mosca en la botella a la que ni Wittgenstein habría podido mostrar la salida. Las personas a mi alrededor son odiosas, las observo parapetado en mi asiento a un lado de la ventana, el vuelo de Air France durará 12 horas y yo no haré ningún movimiento innecesario pues estoy preparado para soportar el sufrimiento y mi cuerpo se ha educado de una manera tal que no puede expresarse casi de ninguna forma cuando se encuentra dentro de un avión. No me muevo, apenas si tomo agua o un poco de vino, cuento los minutos lentamente o leo un libro mientras la botella se hace más angosta conforme el tiempo avanza.

Las pasajeros hacen fila para entrar al baño, sus órganos están por reventar, quieren mover y pasean su desconcertante imagen por los angostos pasillos de la nave. Dentro del avión se pelea por el espacio y cada centímetro ganado a un vecino es un triunfo que se celebra en silencio. Lo mismo sucede en primera que en sexta clase. Algunos miembros de la burguesía mexicana gustan exhibirse en el avión porque en el extranjero sus complejos se reproducen como una enfermedad tropical y, sin embargo, ahora que vuelven al país que dominan, se sienten complacidos, hablan en voz alta y sus palabras hieren cualquier sensibilidad recatada porque no dicen más que sandeces consecuencia de su absoluta ausencia de vida humana. Y entonces aparece una niña de siete años que corre de un lado a otro del avión como si buscara la salida de un intestino grueso. Su presencia despierta sonrisas en los ancianos y en un par de mujeres que comprenden a cabalidad lo que significa ser madre. La niña me observa como si entre su enclenque figura y el bulto de mi cuerpo existiera un abismo imposible de salvar. Las tempranas sonrisas de las aeromozas se van perdiendo en el camino y se transforman finalmente en muecas que inspiran terror. Hay pasajeros que visten sus mejores ropas dentro de un avión, aún cuando van enrollados como fetos en sus asientos. El sufrimiento requiere de nuestras mejores ropas. La amante de un sexagenario acaricia la calva de su protector mientras mira a otros hombres más jóvenes y se les insinúa: la historia de la vida. De pronto aparece en el horizonte un libro de miles de páginas que es puesto sobre cierta mesa reclinable de la fila 20 como un tesoro proveniente de la alta cultura, pero el pasajero lector apenas pasa de la primera página y ya babea sobre su propio regazo hundido en un sueño sideral que ni un astrónomo sería capaz de describir. Los hombres de negocios son todos la misma cosa, visten uniforme, se miden entre sí y hacen amistades que duran aproximadamente 16 minutos. Las conversaciones sobre negocios no se tragan ni con los mejores vinos.

Paso inadvertido hasta que la aeromoza me pide que le devuelva unos audífonos que no he usado. Las películas que se exhiben en las pantallas personales son como ratas muertas a las que uno debe darles respiración de boca a boca. Hojeo el periódico Libération que trae en la portada una imagen de dos jóvenes desnudos. Se hace alusión a la exposición de Larry Clark que se inaugura mañana en el Museo de Arte Moderno de París y que ha sido prohibida para los menores de 18 años cuando son justo los adolescentes el motivo de la obra del artista. Han prohibido a los jóvenes mirarse, reconocerse y serán sólo los adultos los que ingresarán al museo para ver e imaginar a sus hijos desnudos. Las turbulencias son constantes y el avión tiembla cuando avanza entre las nubes, ¿hacia dónde correr?, el vino es servido en botellas de plástico para evitar que el vidrio sea utilizado como un arma, el piloto no da la cara (yo sólo confío en los pilotos que se parecen a Charles Bronson), una mujer se sumerge en su bolso para después de una hora extraer de allí otra bolsa aún más pequeña. ¿Cómo hacen las mujeres para tener un vientre dentro del vientre? Como es mi costumbre seré el último en descender del avión y convertido en una sombra tomaré un taxi a mi casa y me encerraré 20 días hasta que el vómito anímico termine. Cuando esté suceda volveré a la tranquilidad y me preguntaré cómo es que los mexicanos hemos sido concebidos para soportar tanta delincuencia. Yo mismo me he visto obligado a regalar dinero a un gobernador para que su boda sea todavía más lujosa. Pero de eso les contaré la próxima semana.

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