domingo, 24 de octubre de 2010

Alí Chumacero. En el jardín de las cenizas

24/Octubre/2010
La Jornada
José Emilio Pacheco

Nadie ha sabido decirnos con certeza de dónde viene la voz que habla en los poemas, desde qué sitio de la realidad se dirige a nosotros. Es común afirmar que ningún poeta se parece a sus versos. No es menos cierto que tales páginas no existirían sin la única e irrepetible experiencia vivida por esa persona concreta.

Será difícil hallar un comentario sobre Alí Chumacero que no se asombre ante el contraste entre una actitud personal amable y expansiva, antisolemne mucho antes de que se inventara el concepto mismo de antisolemnidad, y una obra tan austera y doliente como la suya.

Una posible explicación es que desde sus orígenes remotos la poesía lírica sirve, entre otras cosas, para concentrar toda la negatividad del mundo. En cualquier época hay muy pocos poemas alegres. Existen, claro está, versos jocosos pero siempre van dirigidos en contra de alguien. La dicha se basta a sí misma, no necesita de celebraciones. El placer que derivamos de los poemas, aun o sobre todo de los más sombríos, nunca es resultado de su tema sino de su arte verbal.

Así, en la poesía mexicana se hallarán pocos libros tan disfrutables como Palabras de reposo, siempre y cuando estemos dispuestos, no tanto a leer sin prisa cada uno de sus poemas.

Alí Chumacero ha pasado su vida haciendo los libros de los demás, es decir transformando los originales en piezas tipográficas, pero sólo quiso darnos tres propios: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1947) y Palabras en reposo (1956). En ellos está toda su obra breve y admirable.

A uno le hubiera gustado seguir leyendo siempre nuevas páginas de Chumacero. Sin embargo su decisión no nos privó de su poesía de madurez, ya que fue un poeta cabal desde su aparición en 1940 con Poema de amorosa raíz. En menos de veinte años hizo lo que tenía que hacer, dijo cuanto tenía que decir.

En torno suyo se ha tejido la costumbre de afirmar, para alabarlo, que es el Juan Rulfo de la poesía mexicana y su prestigio crece con cada nuevo libro que no publica. Como los versos interesan a menos personas de las que se preocupan por la narrativa, Chumacero ha podido guardar silencio sin molestias ni expectativas por la siguiente colección de poemas. Nada tan lejano a Rulfo y a Chumacero –ambos nacidos en el mismo 1918– como la idea de una carrera literaria. Ambos escribieron por necesidad interior y enmudecieron una vez escrito, inmejorablemente bien escrito, lo que debían expresar.

Es irresistible la tentación de comparar sus tres libros a estrellas solitarias que brillan con luz propia en el cielo de la poesía de nuestro idioma, o bien a islas rodeadas de silencio por todas partes. Silencio y soledad son el marco propicio para que resuene la elocuencia sin énfasis de sus poemas y quebrantes las tinieblas una luz que no enceguece sino ilumina.

En Páramo de sueños e Imágenes desterradas hay una continua tensión entre la inmovilidad que se eleva y el movimiento que se abisma, entre el sepulcro como destino final de toda carne y el deseo en que la vida se afirma al negar la fatalidad de la desdicha. Estos poemas son muchas veces monólogos dirigidos a un que es casi siempre una mujer lejana o a punto de alejarse. La dicción y el fraseo provienen en parte de los poetas españoles de 1927 y los Contemporáneos mexicanos, en especial Xavier Villaurrutia. No obstante, Chumacero encuentra su propia voz desde sus primeros pasos y en ella resuena una sentenciosidad bíblica nada frecuente en la poesía de lengua castellana.

Este Páramo de sueños, escenario en que arden y fluyen los poemas juveniles de Chumacero, es la Tierra Baldía de las dos guerras, las que termina cuando él nace y la que comienza cuando publica sus primeras páginas. En ellas establece como defensa contra la arrasadora tempestad de la Historia una atmósfera de cuadro postsurrealista. La desnudez que evocan esos poemas es la misma de sus medios expresivos. Se trata de una poesía despojada de todo brillo ornamental y de toda facilidad rítmica (o arrítmica). No tiene los resplandores del diamante sino la naturaleza serena y sólida del mármol.

Si la poesía juvenil de Chumacero no es difícil sino exigente, la obra de madurez –llamemos con un término convencional a la escrita entre 1948 y 1958-, cuando Salón de baile y Alabanza secreta aparecen en la segunda edición (1966) de Palabras en reposo, pide una colaboración tan absoluta que sólo puede llamarse complicidad.

Palabras en reposo es uno de los libros más originales de la poesía castellana en general y mexicana en particular. Fuera de nuestro ámbito está aún por descubrirse como otros dos grandes libros de aquel mismo momento: La insurrección solitaria (1953), de Carlos Martínez Rivas, y Contemplaciones europeas (1957), de Ernesto Mejía Sánchez.

Con la distancia de los años Palabras en reposo surge como una obra maestra impredecible e irrepetible. Por sí sola explica y justifica el posterior silencio de Chumacero. En estos poemas llega a no parecerse sino a él mismo pero alcanza también un punto sin retorno.

Por otra parte, este libro de un poeta por completo lírico –es decir subjetivo, intimista, monologante– es el más cerrado y al mismo tiempo el más abierto, aquel que deja entrar al nosotros y está lleno de personajes, invadido por las penas y los goces del prójimo. En su aparente pureza, en el sentido del abate Bremond, es también el más impuro y el más contaminado” de realidad. Poemas que sólo quieren ser poesía pero a su manera sutil son también realistas y en cierto modo narrativos.

Una breve historia puede leerse inscrita en el revés de cada poema. Pero de poco sirve decir que el gran responsable del peregrino es un canto epitalámico invadido por ecos de oraciones fúnebres en que se predice para los que se unen no el porvenir de los cuentos de hadas, sino la dificultad de la convivencia humana y el final despeño de la esperanza.

O que el extraordinario Monólogo del viudo es el lamento de un hombre que ha perdido a su mujer, muerta cuando le practicaban un aborto. La poesía no cuenta (para eso está la narrativa), nos hace participar desde dentro en una experiencia ajena, apropiarnos de ella, materializarla por medio de una lectura que es el menos pasivo de los actos.

Estas palabras no descansan en la inercia ni la inmovilidad. Su reposo es el poder de transformación que Heráclito asignó al fuego. La poesía de Alí Chumacero será siempre nueva en cada lectura y para cada persona que tenga el privilegio de acercarse a ella.

Fragmento del prólogo de Poesía, antología del Fondo de Cultura Económica. El autor otorgó el permiso para su publicación en este espacio.

Poema de amorosa raíz

Alí Chumacero

Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.

Antes que luz, que sombra y que montaña
muraran levantarse las almas de sus cúspides,
primero que algo fuera flotando bajo el aire,
tiempo antes que el principio.

Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura,
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios,
antes, antes, muy antes.

Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban,
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.

Poema de amorosa raíz fue el primero publicado por Alí Chumacero. Se publicó en la revista Tierra Nueva, núm. 1. Enero-febrero de 1940.

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