sábado, 18 de febrero de 2012

Subrayar

18/Febrero/2012
Laberinto
David Toscana

Hace unos días volví a leer La marcha Radetzky, de Joseph Roth. Encontré varios subrayados que hice en otra época y elegí dos como mis preferidos.

“Tanto el uniforme de suboficial como el de funcionario de correos estaban colgados, uno al lado del otro, en el armario. La viuda los mantenía en constante brillo mediante alcanfor, cepillo y limpiametales […] y cada vez que el hijo abría el armario creía ver dos cadáveres de su padre”.

Una forma muy bella de resumir una existencia monótona. Sin embargo dejé dos palabras sin subrayar. Ahí donde están los puntos suspensivos, el texto dice: “Parecían momias”, lo cual me pareció que redundaba y debilitaba la idea del par de cadáveres.

Más adelante, Joseph Roth da una categórica y sencilla explicación sobre la mala literatura.

“El teniente recordó aquella noche otoñal, cuando servía en caballería, y oyó a sus espaldas los pasos de Onufrij. Recordó las novelas rosas, de ambiente militar, en unos volúmenes pequeños, encuadernados en verde, que había leído en la biblioteca del hospital. En esas novelas abundaban los fieles asistentes, campesinos toscos con un corazón de oro. Si bien el teniente Trotta carecía del menor gusto literario, y el término literatura, de oírlo casualmente, para él sólo significaba el drama Zriny de Theodor Kórner y nada más, había sentido siempre cierta aversión hacia el sentimentalismo dulzón de esas novelas y hacia sus conmovedores personajes. El teniente Trotta no poseía la experiencia suficiente para saber que también en la realidad existen toscos campesinos con un corazón de oro y que esas malas novelas contienen gran parte de verdad copiada de la vida misma, sólo que mal copiada”.

Me viene la idea de revisar todos mis libros. Elegir de cada uno mi subrayado preferido y entonces organizar un certamen personal. Ir enfrentando unos contra otros en una especie de eliminatoria hasta dar con el campeón.

Hay libros que tienen todas las páginas intactas. Hay otros, como Don Quijote o las obras completas de Dostoievski, que están rayonadas en casi cada página con la tinta roja que suelo utilizar para el caso.

De Memorias del subsuelo, van tres ejemplos: “Os juro, señores, que una conciencia demasiado lúcida es una enfermedad”, idea que se aviva algunas páginas después: “¿Qué hombre, en plena posesión de su conciencia, podría respetarse?”. O bien, “Déjenos solos, sin libros, y al punto nos perderemos, nos embrollaremos sin saber qué hacer ni qué pensar, sin saber lo que se debe amar ni lo que se debe aborrecer”.

No sé cuál ganaría la competencia, pero sin duda una de las finalistas sería aquella frase de Crimen y castigo que Raskólnikov pronuncia ante Sonia: “No me inclino ante ti, sino ante todo el dolor humano”.

Si Cristo la hubiese enunciado ante María Magdalena, yo sería cristiano. Pero mis profetas no vinieron de Israel, sino de la Rusia zarista. Eran frágiles, pecadores, borrachos. A algunos de ellos no los dejarían entrar al templo. Y sin embargo escribían mejor que el mismo dios padre.

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