sábado, 25 de febrero de 2012

Las sombras de los premios literarios

25/Febrero/2012
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

La larga historia de los premios literarios en México no está exenta de la polémica, la denuncia y la impugnación. Por ejemplo, Luis Aguilar y Armando Alanís cuentan la historia de cuando Jaime Sabines llegó tarde a la deliberación del Premio Aguascalientes 1978, ante un Efraín Huerta que no había leído los libros finalistas y un Roberto Fernández Retamar que los leyó pero requería consejo para “orientar” su decisión. Sabines propuso dárselo a Elena Jordana, y ella ganó. No era secreto su amistad con ella.

En los últimos años, la polémica ha marcado varios premios, sobre todo de poesía, pero la narrativa no ha quedado exenta de los cuestionamientos e incluso impugnaciones; el caso más reciente es el del escritor Sealtiel Alatriste. Unos días después de anunciarse como uno de los dos ganadores del Premio Xavier Villaurrutia, la comunidad intelectual comenzó a cuestionar el premio para un escritor acusado de plagios literarios y periodísticos. Por la presión, renunció al premio y a su cargo como director de Difusión Cultural de la UNAM.

La exigencia de transparencia en las bases de los premios, la elección de los jurados y los métodos de elección de los ganadores, pero también las reglas del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA), no son recientes ni solicitudes aisladas, muchos escritores y críticos lo han exigido.

En un artículo de septiembre de 2004, en la revista Letras libres, el crítico Christopher Domínguez Michael llamó al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) a instrumentar modificaciones en las reglas del SNCA para evitar conflictos de intereses, retomó la denuncia del poeta Manuel Andrade que acusó a Hugo Gutiérrez Vega, jurado ese año, de utilizar “sus buenos oficios para premiar como creador artístico al Sr. Luis Tovar, su secretario de redacción en La Jornada Semanal”. El Fonca modificó las reglas y nombró un comité artístico.

Hoy, las sospechas del mal manejo de los premios son mayores. Muchas de las polémicas tienen que ver con los poetas y en especial con el Premio Nacional Aguascalientes de Poesía. En 2008, el premio se declaró desierto aun cuando habían llegado a la convocatoria 200 poemarios.

Decidieron premiar a Gerardo Deniz por trayectoria, lo que desató críticas para el jurado: José Luis Rivas, Jorge Esquinca y José Javier Villarreal.

En 2009, al publicarse Tríptico del desierto, con el que Javier Sicilia obtuvo el Premio Aguascalientes, el crítico y académico Evodio Escalante, en una carta, puso en evidencia las apropiaciones de Sicilia de versos completos de autores como Eliot, Rilke, Celan y La Biblia. Silicia replicó que se trataba de “intertextualidad”.

El Aguascalientes es un premio siempre bajo la lupa de los propios poetas, quienes también miraron con suspicacia que en 2007 el galardón fuera para Mario Bojórquez, justo el año en que estuvo como jurado Eduardo Langagne, quien era su “patrón” -dijeron- en la Fundación para las Letras Mexicanas.

En el cuestionado Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009, concedido a Claudia Posadas, también estuvo implicado Mario Bojórquez, quien fue jurado junto con José Vicente Anaya; ambos habían publicado poemas de Posadas incluidos en el libro ganador. Algunos poetas, entre ellos Luis Benítez, lo calificaron de fraude; ella argumentó que el libro era inédito aunque nueve poemas sí habían sido publicados.

La exigencia

El poeta y ensayista Armando González Torres asegura que actualmente, tanto los premios institucionales como los comerciales se han desprestigiado.

“En general, todos los fallos literarios son siempre polémicos e imperfectos, pues responden a apreciaciones subjetivas, a políticas e inercias del gusto, e inclusive, en algunos casos, a indudables intereses de grupo. Sin embargo, en México el halo de sacralidad que rodea a la cultura y a la institución del premio, redunda en mayor opacidad y discrecionalidad, lo que suele generar mayor desconfianza y polémica”.

Dice que es muy poco lo que se puede hacer con respecto a los premios comerciales, pues parten de estrategias empresariales y recursos privados; sin embargo, en los institucionales (que otorgan las instancias federales, estatales o municipales), es importante introducir mayor transparencia, pues no sólo involucran recursos públicos que deben legitimarse, sino que cumplen una función importante de reconocimiento e impulso a la creación.

“Creo, sin embargo, que, venciendo algunas inercias, es relativamente fácil para quienes organizan este tipo de certámenes introducir algunos sencillos criterios de transparencia. Dichos criterios son del sentido común y van desde definir más explícitamente en las convocatorias los requisitos para aspirar a premios (por ejemplo, qué se entiende por libro inédito, ¿que ningún texto se haya publicado antes o que no se haya publicado como libro?) hasta previsiones con respecto al conflicto de intereses (un jurado que tenga una relación familiar o laboral con un aspirante debe transparentarlo y excusarse)”, señala.

También dice que debe haber más transparencia en los procesos de deliberación, como tener disponible para el público interesado no sólo las lacónicas actas, sino un auténtico documento de registro deliberativo que detalle la discusión sobre los finalistas y los méritos del ganador o, mejor aún, la grabación o versión estenográfica de la discusión.

“En algunos casos de premio al mérito de un libro, como el Villaurrutia, sería deseable establecer requisitos mínimos de trayectoria y hacer públicas otras figuras u obras que fueron tomadas en cuenta”, asegura.

El crítico literario Evodio Escalante asegura que el problema con los premios, aquí y en otras partes del mundo, es que hay mucho cabildeo e impera el favoritismo amistoso.

“Mi maestro Antonio Alatorre decía que uno de los defectos de la crítica es el ‘cuatachismo’. Esto se aplica a los premios literarios. Los jurados casi siempre distinguen a sus amigos con el billete gordo, he aquí el problema. Muy pronto estamos ya en el asunto de las mafias o grupúsculos de iluminados que se reparten los premios entre sí, con lo que todo queda en familia”, dice.

Fabienne Bradu, crítica literaria e investigadora de la UNAM, dice que “la falta de transparencia inicia con la elección del jurado: es mejor convocar a personas de distintas concepciones literarias para provocar un debate de ideas y no de otra índole. Lo demás se deriva o se agiganta con los pasos sucesivos”.

Influencias y descontentos

Si González Torres afirma que siempre habrá descontentos en una comunidad pequeña con pocos reconocimientos e incentivos, Escalante destaca el cabildeo. “Cada vez más las editoriales mueven sus influencias para que sus autores resulten premiados”.

Y cita el caso del libro El arte de perdurar, de Hugo Hiriart, galardonado en 2012 con el Premio Mazatlán, que, dice, en realidad es “una muy mediana exposición de por qué Alfonso Reyes no es tan famoso como debiera. Un libro muy flojo que termina sosteniendo que... ¡Jorge Ibargüengoitia es mejor escritor que Reyes! O sea: un verdadero disparate”.

González Torres afirma que, con todo, la desconfianza y la sospecha persistentes con respecto a los premios institucionales dañan la función promotora de este mecanismo, desorientan con respecto a los prestigios literarios y desestimulan la participación de quienes no pertenecen a los círculos de influencia. “Hay muchas medidas que con imaginación y voluntad de transparencia se pueden adoptar. Creo que mucho de esto va contra añejas costumbres y prejuicios de la república literaria, pero ayudaría indudablemente a restituir la veracidad del premio como indicador de mérito y a mejorar su función de estímulo y promoción”.

Para Bradu, que premien a un escritor y que un amigo esté en el jurado no siempre es una práctica deleznable. “Si mis amigos son talentosos, y puedo yo argumentarlo y demostrar por qué, entonces no debería haber problema”.

Escalante dice: “El amiguismo no cederá, y lo peor es que cada vez hay menos crítica literaria. La impunidad que impera en la sociedad mexicana en el terreno de la delincuencia se contagia a la República de las Letras”.

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