sábado, 22 de octubre de 2011

Bob Dylan y el Nobel

22/Octubre/2011
Laberinto
David Toscana

Este año le tocó el Nobel a Tomas Tranströmer. Respiro tranquilo de saber que los académicos suecos no han cometido la locura de premiar a Bob Dylan. Aunque paz y literatura son terrenos distintos, luego del obamazo todo es posible.

Comoquiera me pregunto: ¿quién o quiénes se empeñan en proponerlo cada año? ¿Es gente seria o un grupo de fanes? El hombre es músico, no confundamos sus canciones con poesía.

Lo mismo pasaba con John Lennon. Es un poeta, decían, porque cantaba frases que cualquier señora podía decir: “Hay que darle una oportunidad a la paz” o “Imagina a toda la gente viviendo la vida en paz”. Y sí, otras con más intensidad: “La mujer es la negra del mundo” o “Sólo estoy aquí sentado, mirando las ruedas girar y girar”.

La música le da fuerza a la letra, pero sigue siendo música. La poesía vive por sí misma, sin la música.

Prefiero a León Felipe leyendo su “Vencidos” que a Joan Manuel Serrat cantándolo. Por más que Serrat lloriquea la voz, tiene encima una música triunfalista que en nada corresponde al desánimo derrotado de los versos.

No es que música y poesía estén peleadas. Son dos seres con luz propia que no brillan más por andar juntos.

Cuando se acerca octubre de cada año, los nombres de los candidatos al Nobel son parte ya de un mercado de apuestas. Hay dinero de por medio y casi siempre los que encabezan las listas son autores que escriben en inglés. Porque son los que conocen los apostadores.

Lo más que me he jugado en estos vaticinios es una ronda de cervezas.

Durante algún tiempo tuve cinco gallos: Ismail Kadaré, Adonis, Ryszard Kapuscinski, Mahmoud Darwish y Carlos Fuentes.

La madre naturaleza me obligó a reducir la lista, sin que nunca mis opiniones hayan sido las de la Academia Sueca.

Esa misma madre natura fue quien le concedió el premio a Gabriela Mistral, pues tomó la estafeta del recién fallecido Paul Valéry. Luego Gabriela Mistral propondría sin éxito a Alfonso Reyes.

Una ocasión anduve por Estocolmo. Hacía frío, las mujeres iban abrigadas hasta los ojos, era imposible comprar alcohol. Así es que visité el museo Nobel.

No tenía ningún encanto más allá de la calefacción. De ahí me pasé a la biblioteca Nobel. Entre libros me sentí mejor. Hay una sección con ejemplares en distintas lenguas de los ganadores, y otra zona mucho más amplia, para los que podríamos llamar candidatos.

En medio de la conversación, y quizá para disuadirme, el bibliotecario me explicó que no aceptaban donativos de libros. Ellos eran un apoyo para la Academia y debían cuidar que solamente entraran a sus estantes obras de autores reconocidos.

“Ahora mismo me acaba de llegar una caja”, me dijo el bibliotecario, “y tengo que deshacerme de ella”.

Por curiosidad, me asomé. Eran todos los libros de un autor mexicano que está a años luz de ganarse el Nobel. Iban acompañados de una cariñosa nota en inglés.

Cada quien su lucha, pensé.

Y no. No voy a decir el nombre de ese escritor.

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