lunes, 8 de febrero de 2010

Arte

08-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

El arte crea objetos que antes no estaban en el mundo y estos no necesariamente tienen que ser objetos materiales. Las definiciones de arte, como todas las que se refieren a una abstracción, son diversas y se oponen entre sí. Tales definiciones aparecen casi siempre justo cuando el crimen ya ha sido cometido. Arte es una palabra que incomoda en estos tiempos de querella contra lo trascendente. “Somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres”, escribió Guy Debord. Ha planteado Gilles Deleuze que todo concepto posee una historia, es amorfo y se alimenta de digresiones. Más que un argumento o una proposición es un punto de encuentro. No existen conceptos simples, sino composiciones que varían de acuerdo a la proximidad de sus elementos. “El artista crea libre de todo encargo y no se deja medir por los patrones comunes de la moral pública” y es justo esta característica la que “funda su independencia y le confiere socialmente los rasgos de un marginado”. (Hans-Georg Gadamer). Tal concepción sobre lo que es o representa un artista en la actualidad tiene sus raíces en una tradición romántica del arte en la cual el instinto lúdico se potencia en el instinto de la forma y la materia. ¿Es sensato insistir en el carácter romántico de un artista cuando su rechazo a encarnar en una entidad histórica o en un héroe de la sensibilidad es evidente?

Octavio Paz afirmó que la modernidad es la aceleración del tiempo histórico. Lo creo y no me parece extraño que un exceso de velocidad nos haya conducido a esa desintegración del sentido histórico que se conoce hoy como posmodernidad y cuyo concepto puede construirse desde la reflexión y la lectura de autores como Vattimo, Habermas, Baudrillard, Derrida, Zizek y Lyotard entre muchos otros. En sus libros, Jean-François Lyotard anuncia el ocaso de los grandes relatos sobre los que el occidente europeo ha construido sus valores humanistas. El filósofo francés se concentra en los enunciados que usamos para expresar nuestros juicios e ideas y coincide en que actualmente es posible establecer distintos juegos de lenguaje: se puede hablar de verdad a niveles locales o de juegos particulares, se puede traicionar la lógica de un discurso inventando e introduciendo en él giros o palabras nuevas, pero lo que según Lyotard es cada vez más dudoso, el hacer derivar todos nuestros actos y palabras de una lógica universal (un metarrelato). Es decir: nadie tiene razón. Incluso la ciencia positiva, al estar sostenida por un conjunto de enunciados que adquieren su legitimidad de un proyecto expuesto como discurso, no puede aspirar a valer universalmente (y si lo hace, es porque ha abandonado la complejidad del conocimiento para constituirse en un juego más, cuya legitimidad la da la misma ciencia: un solipsismo). No sistemas continentales sino islas, ni tampoco masas rígidas de pensamiento sino nubes de formas improbables, eso es lo que nos plantea Lyotard en sus libros.

El romanticismo es enfermedad y el clasicismo es salud, opinaba Goethe en el ocaso de su vida. No vivió lo suficiente para presenciar cómo el tiempo transformaría la noción de enfermedad en un bien o en una virtud de las artes. La vocación por quebrantar las normas, la confianza en la intuición individual, la fascinación por lo primitivo o auténtico y el cultivo de la ironía como un arma para desbaratar la solemnidad clásica, fueron características del movimiento romántico que hace más de dos siglos impregnó las artes en Alemania e Inglaterra y sembró el terreno para el florecimiento de las vanguardias actuales. La inclinación a desestimar las vanguardias modernas por considerarlas demasiado unidas a lo histórico y la decisión de explorar e inventar nuevos caminos en el arte es una actitud esencialmente romántica. La deconstrucción y la diseminación de sentido son los últimos residuos del arte vanguardista que, cansado de lo humano y de la visión homogénea y unidireccional de la historia, se aproxima a convertirse en una ciencia más que no requiere de la pasión humana ni de las epopeyas heroicas (artistas malditos o visionarios, revistas alternativas, contracultura) para sentar las bases de su propio crecimiento.


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