domingo, 29 de noviembre de 2009

Los verdaderos culpables

2009-11-29
El Universal
Sara Sefchovich

Cuenta Lorenzo Meyer que después de la Revolución, Aarón Sáenz, al no recibir apoyo del presidente Calles para ser el primer candidato presidencial del PNR, se separó y amenazó con buscar el respaldo de otro partido. Sin embargo, en el último momento desistió de su aventura, y si bien ya no sería presidente “tendría un dulce triunfo al traducir su capital político —la disciplina— en capital constante y sonante en la industria azucarera”.

Y cuenta también el caso de José Vasconcelos, el destacado intelectual, que rompió con Calles al no obtener su apoyo para ser gobernador de Oaxaca y fue el principal opositor del PNR en las urnas en 1929. En su caso, la derrota “fue aplastante y él permanecería marginado hasta el final”.

Lo anterior indica que hay dos formas de ser de oposición: una en la que se arrepienten y entonces reciben beneficios y otra en la que persisten y entonces les va como en feria.

Esto viene a cuento por dos acontecimientos recientes que evidencian que así sigue siendo el país que supuestamente ya llegó a la democracia, y cuyos poderosos se la pasan discurseando sobre lo importante que es “el cuestionamiento y disentimiento”, el debate “crítico y plural”.

Uno es el dinero que el Congreso de la Unión dio a los gobernadores: si hay lección de la historia es que esa es la forma de asegurar lealtad. Y esto en un sentido amplio, pues a su vez ellos conseguirán, con las derramas que podrán hacer en sus entidades, que sus súbditos estén contentos, lo cual se reflejará en votos para su partido. Pensar así parte de la premisa de que aquel al que le va bien en términos materiales quiere cuidar el statu quo y no arriesgarlo. El otro es el suicidio de Carlos Briseño Torres, ex rector de la Universidad de Guadalajara destituido a mediados del año pasado por sus críticas a Raúl Padilla López y marginado desde entonces.

El tema es que la crítica no gusta y que los aludidos hacen todo por evitarla o castigarla, en un espectro que va desde comprar a quien la hace hasta mandarlo matar, pasando por excluir, marginar, hostilizar, burlarse, descalificar.

Los sicoanalistas han señalado que la crítica no solamente humilla (pues nuestro yo depende en buena medida de la mirada de los otros), sino también afecta porque toca algo que el aludido sabe (aunque lo niegue) que es verdad. Y por eso enoja tanto.

Estudios recientes han mostrado que del enojo surgen las ganas de venganza por una razón física real: se activan los circuitos cerebrales del “striatum dorsal”, ya que “tenemos este cerebro primitivo que te dice hazlo, hazlo”, dice Kramer.

Pero, como también existe otra parte del cerebro (el córtex prefrontal), que es donde se procesa la información social, ello hace que se inhiba la respuesta natural. Freud afirmaba que esa represión nos obliga a someter a nuestros instintos frente al superyó cultural pues, de no hacerlo, no podríamos vivir en este mundo, lo cual no significa que desaparezca el sueño primitivo de la venganza, pues “evidentemente al ser humano no le resulta fácil renunciar a la satisfacción que le dan estas tendencias agresivas suyas”.

Esto explicaría la reacción desmesurada de nuestros poderosos a las críticas que hizo Joseph Stiglitz sobre el mal manejo de la economía mexicana en la crisis (las mismas que se tienen cada vez que alguien dice que aquí algo funciona mal, sean derechos humanos o reformas fiscales).

Y es que nuestra clase política sabe bien que el problema real está en su pequeñez de miras, de funcionarios, legisladores y partidos que solamente trabajan para su propio beneficio (como se ve en el caso del reparto del presupuesto) en lugar de trabajar para el país. Aquí está la esencia del problema: se prefiere que no haya reformas ni acciones ni nada con tal de no arriesgar que el presidente pudiera resultar beneficiado políticamente.

Esto el Nobel no podría aprenderlo así leyera todos los libros sobre México que le propuso un secretario, pues es imposible entender que prefieran hundirnos a todos. Los legisladores y los partidos podrán hacerse los ofendidos, pero son los verdaderos responsables de nuestras desgracias.

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