domingo, 11 de diciembre de 2016

Ningún favor a Elena Garro

11/Diciembre/2016
Confabulario
Geney Beltrán Félix

En 1981, luego de casi dos décadas de haber debutado en el género novelístico con Los recuerdos del porvenir (1963), Elena Garro da a conocer su segunda incursión en el territorio más emblemático de la literatura moderna con Testimonios sobre Mariana. A esta obra siguieron, durante esa década y los años noventa, varios otros títulos, entre novelas y nouvelles, que la autora habría empezado a escribir desde tiempo atrás: Reencuentro de personajes, La casa junto al río (1982), Y Matarazo no llamó… (1991), Inés (1995), Busca mi esquela, Primer amor (1995), Un corazón en un bote de basura, Un traje rojo para un duelo (1996) y Mi hermanita Magdalena (1998). A este listado hay que añadir, por supuesto, libros de cuentos, memorias y ensayos históricos, además de piezas teatrales.
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Garro publicó, en suma, y restringiéndome sólo a la ficción, cinco novelas, cuatro libros de cuentos y seis novelas cortas. Con todo, no es una exageración afirmar que en esta esfera sigue siendo valorada casi en exclusiva por Los recuerdos del porvenir y, en menor grado, La semana de colores (1964): son esas las únicas obras que se han mantenido sin falta, año tras año, en los estantes de las librerías y son citadas por escritores y especialistas como las piezas narrativas valiosas de Garro. Esta apreciación viene, por supuesto, de los altos valores de los dos títulos, pero también de un desconocimiento o una descalificación apresurada de muchas de las ficciones publicadas por Garro en los años ochenta y noventa.
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Así, se ha afincado la noción de que las obras supremas de la autora se hallan en su primera década de existencia editorial (1958-1964), y que lo salido de las prensas después de su exilio en 1972 ya no se halla a la altura de los antiguos logros. Tan sólo hace pocos días, en una actividad de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la escritora Beatriz Espejo habría afirmado (según reportó la prensa) que la segunda parte de la trayectoria literaria de Garro disminuyó de forma notoria en calidad. A la manera de un círculo vicioso, esta valoración negativa propició que casi ningún esfuerzo se hiciera por revisitar esa franja creativa de Garro para poner a prueba el decir común.
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Si algo ha dejado ver el caudal de actividades con que se ha celebrado el centenario del nacimiento de Garro, es que los hechos de su vida (su esposo, su activismo político, el año 1968, sus pasiones y rencores) hacen surgir el mayor interés en lectores, funcionarios, reporteros, mismos críticos. Es necesario, sin duda, hacer las puntualizaciones del caso en lo que concierne a su biografía; pero tanta compulsión por imbricarle vida y obra hace pensar que, a un siglo de su nacimiento, Elena Garro aún no es asumida como una autora irrefutablemente clásica de la ficción narrativa de México. Sigue siendo un elemento incómodo en el paradigma de lo que se considera aceptable en el escritor mexicano: a ratos parecería como si le estuviéramos haciendo un favor queriendo salvarla de sí misma, al decir que, aunque de conducta errática, falible o contradictoria, era una notable escritora.
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En esta situación aún tienen eco las beligerantes relaciones que tuvo Garro con el medio intelectual, en el cual habría figuras que aún hoy se sentirían acaso agraviadas por sus desencuentros. También deberá mencionarse el distinto rasero con que se estima la escritura y la actuación política de una mujer en un mundo regido, ayer y aún hoy, por los varones. Pero no estaría de más detenernos un poco e interrogar la última franja de su obra: ¿hay algo en esta ficción que la ha hecho casi invisible?
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En primer término, la prosa ha mutado. Gana en velocidad, transparencia y efectividad dramática, al tiempo que deja de lado el espesor y lucimiento lírico de los primeros textos. Esta evolución se observa con mayor énfasis en las ficciones que exploran el terror psicológico, como Reencuentro de personajes, La casa junto al río e Y Matarazo no llamó… Una dicción así se muestra orgánica, a ratos seca y ríspida, con descuidos y prisas, es cierto, pero potente y expresiva en su exploración de la tensa vulnerabilidad que conocen los personajes.
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Por otro lado, está el tema fundamental de la persecución y la huida. Sus protagonistas experimentan la paranoia, la ansiedad y el desasosiego al querer escapar de duros poderes; sin embargo, no es justo omitir la variedad de enfoques y soluciones técnicas con las que Garro delinea el destino de sus creaciones. Nada más distante, en términos de estructura, que Testimonios sobre Mariana Reencuentro de personajes; se trata de dos propuestas muy dispares de construcción narrativa. Más todavía, conviene recordar cómo el ciclo de persecución y huida se manifiesta en tanto una visión crítica de los nexos que tienen las derivas de corrupción y represión de la sociedad con las experiencias del machismo y la misoginia en la vida familiar y de pareja. Hay en esta Garro un registro ficcional de lacerantes realidades que siguen siendo vigentes: la violencia contra las mujeres, la pobreza, la migración forzada. Insisto: contrario a lo que a menudo se dice, Garro no se estanca en un solo tema ni toca una sola cuerda. En este amplio panorama se hallan ficciones de tonos muy encontrados; esto quedaría claro tan sólo con el contraste entre Un traje rojo para un duelo, una pesadillesca fábula sobre el mal desde la mirada de una adolescente, y Mi hermanita Magdalena, un veloz y gozoso recuento sobre la juventud, el juego y la luz que presenta a una protagonista audaz y descarada.
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Por último, y esto es quizá lo más notorio, la última Garro gana en visceralidad, la manifestación de un vehemente tenor dialógico con las pasiones humanas. Sus ficciones son opresivas, fuertes, perturbadoras; desafían las certidumbres y comodidades de quien la lee al exponer los dilemas de personajes vulnerados por fuerzas superiores, como el Eugenio Yáñez de Y Matarazo no llamó..., un burócrata hostigado por la policía secreta a partir de que se muestra solidario con varios obreros en huelga. Una novela como Reencuentro de personajes es el más incisivo y descarnado retrato que ha dado la literatura mexicana de la degradación del amor a través de la historia de una pareja de amantes en su descenso a los infiernos de la violencia verbal y física. Testimonios sobre Mariana entrega una revisión obsesivamente crítica de los modos y reinos de la misoginia, mediante una estructura caleidoscópica que cuestiona las mismas formas de construcción de conocimiento sobre la otredad.
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Este grueso talante de visceralidad, esta condición propia de quien busca llegar a lo profundo y escarbar sin piedad en las derivas humanas del odio, el miedo, la crueldad y el despecho, podría también haber provocado, desde los años ochenta, el rechazo en sus primeros lectores: hay obras amargas y extremas que no tienen lugar en su presente. Y estas de Garro en concreto, por hacer una crítica sin el menor edulcoramiento de las estructuras del poder masculino, difícilmente habrían de ser toleradas, ya no digamos bien vistas, por un sistema falócrata de elogios y prestigios fundado en la cortesanía y la corrección.
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Voy más lejos: Garro se apropia en su última ficción de un paradigma estético que choca directamente con el patrón de narrativa estilizada, apolítica y elitista ―propia de las grandes figuras de la Generación de la Casa del Lago (Arredondo, García Ponce, Elizondo) y de otros nombres (Hiriart, Rossi)― que para los setenta y ochenta se convirtió en central por el influjo crítico de la revista Vuelta, frente a búsquedas señaladas por una mayor “condición de mundo” (uso el término de Edward Said), es decir, con un mayor apego al realismo crítico-social, la oralidad, el periodismo (José Agustín, Garibay, Poniatowska, Bernal). La última Garro fue vista como “menos literaria” no porque en efecto lo fuera sino porque en México imperaba un discurso crítico que así lo venía dictaminando.
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Las décadas de 1980 y 1990 dejan ver cómo Elena Garro fue de hecho una autora multifacética, congruente en sus intereses temáticos y consciente de la poderosa naturaleza técnica de la escritura, una maestra de la palabra y la fabulación que no se negaba a la evolución estilística y la pluralidad creativa. Confío en que no pase mucho tiempo antes de que las nuevas generaciones de lectores descubran Testimonios sobre Mariana,Reencuentro de personajes, Y Matarazo no llamó…, Un traje rojo para un duelo no como títulos subsidiarios o rebabas, sino como las piezas mayores que son, obras palpitantes y cuestionadoras en el continente literario de una autora que no necesita que la salvemos de nada ni le hagamos condescendientemente ningún favor para leerla, estudiarla, disfrutarla como la más grande artista literaria del siglo XX en Hispanoamérica.

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