domingo, 6 de noviembre de 2016

La revista Plural: pilar de la cultura mexicana

6/Noviembre/2016
La Jornada
Elena Poniatowska

En 1965 y en 1976 la cultura mexicana sufrió dos grandes golpes: la salida de don Arnaldo Orfila Reynal del Fondo de Cultura Económica, por orden de Díaz Ordaz, y la de Julio Scherer García del periódico Excélsior. De inmediato, Octavio Paz renunció con todo su equipo a la revista Plural, que dependía de Excélsior. A Julio Scherer debió reconfortarlo que un intelectual de la talla de Paz se solidarizara con él y con los 103 periodistas que quedaron literalmente en la calle.

Recuerdo la fundación de Plural en octubre de 1971. Al regresar de India, porque había renunciado a la embajada como protesta por la masacre del 2 de octubre de 1968, Paz pensó en fundar una revista porque siempre fue un hacedor de revistas, de Barandal, en 1931, a Vuelta, aunque Letras Libres podría ser su nieta. En pocos países puede verse la continuidad que logró Paz en las revistas literarias que promovió. En América Latina, crear y sostener una revista literaria es una hazaña.

En una comida en el Champs Elysées –entonces en un departamento del Paseo de la Reforma– Octavio Paz sugirió a mi padre que formara yo parte del consejo de redacción de Plural. Como Carlos Monsiváis (sucesor de Fernando Benítez en La Cultura en México, de Siempre!) me había invitado también, repuse que no podría pertenecer a consejo alguno, además de que me sentía y me siento considerablemente inepta para aconsejar.

Plural era una revista grandota, tabloide, con un tamaño equivalente a la mitad de una plana de Excélsior. La diseñaba Kazuya Sakai y la escribían Danubio Torres Fierro, José de la Colina, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Alejandro Rossi y Tomás Segovia, que eran los guapos, y Gabriel Zaid, que era el deslumbrante. Si no fui integrante del consejo de redacción al lado de mi muy querida y recordada Julieta Campos, Octavio sí me encargó varios reportajes, el primero sobre el Festival de Avándaro, el Woodstock mexicano, en las noches del 11 y 12 de septiembre de 1971, en el que entretejí las voces de los jipitecas con las rolas estruendosas del rock. Para escribirlo, muchos jóvenes vinieron a la casa con sus jeans y su pelo largo y me rogaban a las nueve de la mañana que me “agenciara unas chelas”, cosa que disgustaba a Guillermo Haro, aunque no le disgustó la fotografía de una chava que se atrevió a enseñar sus pechos –por cierto preciosos– sentada a horcajadas sobre los hombros de otro chavo de la onda. ¡Me van a correr de mi casa! –lloraba después. “¡Ya ves, te lo dije! ¿Para qué te diste tantos toques?” –comentaban sus cuates. Total, un mundo frágil en el que los padres todavía eran cajas fuertes y muchos chavos condenaban al horrible PRI de sus papás, también horribles.

Permítaseme un pequeño paréntesis para recordar aquí la entrega de Julieta Campos y confirmar que el Pen Club mexicano nunca alcanzó un nivel tan alto como durante los años en que Julieta tomó sus riendas.

Cuando Octavio me pidió otro reportaje sobre el aborto, me retorcí como gusano. ¡Qué mala onda! ¿Por qué yo, por qué yo? Todo lo feo yo. ¿Por qué no puedo escribir un poema, como Ulalume? No, tú, el aborto. ¡Qué gacho, no quiero! ¿Por qué no puedo andar flotando como Ulalume con la mirada en el cielo y la esperanza de que algún día me hable Lewis Carrol? ¿Por qué siempre me toca a mí la obra negra? Elena, ¿no que te importan tanto las causas sociales? –respondía irónico. Tú, a lo tuyo.

Ya Octavio tenía gran conciencia de las demandas del feminismo y el tema del aborto le parecía central; había que contribuir a su despenalización. Fui a las vecindades a escuchar historias de agujas de tejer que perforan el intestino y menjurjes de hierbas abortivas compradas en el mercado Sonora. Él me felicitó cuando le entregué las 20 páginas solicitadas.

Una felicitación de Octavio Paz era un paso a la gloria. Me citaba en su departamento de la calle de Lerma, en el último piso. Nos sentábamos a la mesa del comedor y corregía con ojo de águila página por página. No se le iba una. Esto es así porque es así. Del artículo de Jesusa Palancares cortó una parrafada. Sobra, y lo rayó de arriba abajo. Ojalá y fueras espiritista como Jesusa –protesté. A tu texto sigue sobrándole el final. Bueno, ni modo. Octavio reía mucho, reía con facilidad. También hablaba mucho y las interrupciones lo irritaban. Siempre y casi para todo se refería a André Breton, por eso creo que nada influyó tanto en su vida como el surrealismo.

La revista Plural duró de octubre de 1971 al 8 de julio de 1976, los años del echeverrismo, los años de don Daniel Cosío Villegas y del Excélsior de Julio Scherer García. Scherer repitió en incontables ocasiones cómo lo emocionó la renuncia de Octavio Paz.

A lo largo de sus viajes y sus estancias en universidades de Europa y de Estados Unidos, Octavio y Marie Jo hacían amistades profundas y duraderas. Octavio tenía una prodigiosa capacidad de convocatoria y echó puentes con los talentos de su tiempo. Cioran comentaba que en Francia eran muchísimo más provincianos que en México, porque Octavio lanzaba a escritores que pronto serían célebres y que nadie, hasta entonces, había descubierto. Era verdad, Paz supo conjugar los talentos más diversos. En su revista publicaron de Italo Calvino a Julio Cortázar, de Cioran a Castoriadis, de Carlos Fuentes a Mario Vargas Llosa, de los disidentes rusos, Brodsky y Mandelstam, a Mario de Andrade y a Haroldo de Campos; de Claude Levi-Strauss a Elizabeth Bishop, de Claude Roy, Daniel Bell a Charles Tomlinson y a André Pieyre de Mandiargues. Una tarde, en la Ciudad de México, encontré muy emocionada en la calle de Guadalquivir a otra amiga queridísima, Esther Seligson, tenía una cara de total felicidad y cuando le pregunté si se le había aparecido la Virgen de Guadalupe me respondió: “Me van a publicar en Plural”.

Plural fue la revista de muchísimas voces y también la voz inconfundible de Octavio Paz que allí batalló contra los ideólogos, sus enemigos naturales, que desde allí promovió su versión de la democracia y que allí conjuntó la creación y la crítica. Todas las bibliotecas de las universidades exhibían en sus anaqueles la revista de Octavio, maestros y estudiantes se suscribían a Plural. Harvard, Princeton, Stanford o Mount Holyoke la reclamaban. Plural nos situaba en el concierto de las literaturas del mundo y gracias a ella podíamos leer a autores que nos abrían una puerta antes ignorada. Seguramente Octavio supo cómo destacaban las bibliotecarias a su Plural y a su persona. ¡Oh, he is such a lovely poet! How I love his blue eyes. Desde el lanzamiento de Barandal, en 1931, al lado de tres compañeros de preparatoria Rafael López Malo, Salvador Toscano y Arnulfo Martínez Lavalle, Paz fue una punta de flecha de la edición de revistas culturales en México.

Las grandes páginas que yo leía al comprar Plural en un puesto de periódicos se convirtieron en Vuelta después del golpe a Excélsior y más tarde en Letras Libres –fundada en 1999– y permanecen como testimonio de la fuerza y el poder de continuidad del pensamiento de Octavio Paz en lo más alto de la cultura mexicana.

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