domingo, 24 de enero de 2016

Revista Mexicana de Literatura (tercera época)

24/Enero/2016
Confabulario
Huberto Batis

Hasta 1963 Tomás Segovia dirigió la Revista Mexicana de Literatura junto con Antonio Alatorre. El Consejo de Redacción se reunía en la casa de Inés y Tomás. Ella preparaba café y galletitas para los invitados, pero un día no llegó nadie. Era un desastre y en ese estado le dejó Tomás la revista a Juan García Ponce porque se fue a trabajar a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en Uruguay. Inés y Tomás se llevaron a sus tres hijos: Inés, Ana y Francisco. Ella entró a trabajar allí como secretaria y él como intérprete porque dominaba el francés desde niño cuando vivió en los campos de refugiados españoles en Francia y África.

En Uruguay Inés se planteó muy pronto la necesidad de divorciarse porque Tomás era muy enamoradizo ˗o como se dice, era un conquistador irredento˗. Ya estaba advertido por Inés de que no le toleraría más y habían decidido irse a Uruguay para salir de varios líos que tenía Tomás en México. En Uruguay volvió a presentarse la misma situación y se separaron definitivamente.

Entonces García Ponce empezó a dirigir la Revista Mexicana de Literatura con un Consejo de Redacción amplio en el que estaban Inés Arredondo, que acababa de regresar de Uruguay, Jorge Ibargüengoitia, Juan Vicente Melo, Gabriel Zaid, Rita Murúa y otros, entre ellos yo mismo.

Cuando entré a la revista, Inés tenía sus dudas, pero después nos hicimos íntimos. Ella estaba divorciada de Tomás y mi mujer, Estela Muñoz, estaba en París. Yo me sentía libre de hacer y deshacer mi vida, y deshice mi vida a su regreso. Un día, mi mujer le preguntó a Inés cuáles eran sus intenciones conmigo. Ella le contestó que no tenía ningún plan porque estaba enferma, que no deseaba deshacer un hogar con hijos, y porque ella no era una destructora de matrimonios. Mi esposa no estuvo contenta con esa respuesta y me preguntó qué planes tenía yo. Le dije: “Los planes que tú tengas”. Y me respondió que su plan era que me fuera de la casa que teníamos en Tlalpan. Ya me tenía preparada la maleta. Tuvimos una escena con las niñas llorando porque se iba su papá, ellas agarradas de mí, su madre y yo discutiendo, ella echándome de la casa con mis maletas.

Me fui a casa de Inés. “Ya llegué”, le dije. Ella me respondió: “¿A qué vienes? Tú no vas a vivir aquí. Fui clara contigo. No vas a ser mi pareja”. Pero como ese día no tenía dónde dormir ni dinero para pagar un hotel, Inés me dejó dormir en la cama de su hijo Francisco. Ahí pasé la primera noche de mi separación.

Al día siguiente un amigo mío, Vicente Alverde “el Poeta del Alba”, me ayudó a conseguir un departamento en un edificio que estaba en la esquina de Mariano Escobedo y Euler. No sé cómo pude pagarlo. No tenía muebles, nada. Empecé desde cero. Pronto me conseguí un colchón en el suelo y algunos muebles para acomodar la ropa.

Tiempo después le dejé mi departamento a Juan Vicente Melo porque mi ex mujer me había dejado la casa de Tlalpan. Dijo que no le gustaba la lejanía y se fue a vivir a otro lado. Entró a trabajar a la Dirección de Cinematografía, donde se hizo de amigos y llegó a ser secretaria del director, Hiram García Borja. Después fue secretaria de Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación del presidente Luis Echeverría.

Una mañana salí de mi casa y cuando regresé no había nada. Se había llevado todo en camiones del Ejército, ayudada por soldados que le prestaron de la Secretaría de Gobernación. Se llevó los muebles. Arrasó con todo. ¿Cómo luchas contra Gobernación?

Antes, durante el sexenio de Díaz Ordaz, me habían querido quitar la chamba de director de la Revista de Bellas Artes. Sabíamos que en las oficinas de Agustín Yáñez, secretario de Educación, y de José Luis Martínez, director de Bellas Artes, había micrófonos. Decíamos: “No digas nada. Vámonos a otra parte”, y nos salíamos a caminar a otro lado para hablar de nuestras cosas.

En una ocasión, Yañez me dio una carta que le habían dirigido. Decía: “Usted tiene a un enemigo de la República dirigiendo la Revista de Bellas Artes”, estaba firmada por Emilio Martínez Manatú, secretario de la Presidencia. Yáñez me dijo: “Tienes que irte del país. Puedo proponerte como agregado cultural en Chile o en Suiza”. Días después me dijo que el secretario de Relaciones Exteriores, Jaime Torres Bodet, me había rechazado. Resulta que yo había escrito una reseña de su breviario del Fondo de Cultura Económica sobre Balzac y Fernando Benítez en La Cultura en México lo cabeceó “El Balzac de un burócrata”. Don Jaime me había dado la espalda en una reunión de la casa Empresas Editoriales, que era de Martín Luis Guzmán y Rafael Giménez Siles, indignado por mi reseña, según yo elogiosa.

Eso me salvó del golpe al presidente Salvador Allende en la embajada de Gonzalo Martínez Corbalá y de las apacibles praderas de “lucias” (como las llamaba Julio Torri) vacas suizas. La respuesta de Yáñez a Martínez Manatú fue oficial: “Recibí su atenta carta del tal y cual fecha…” Esos sucesos me advirtieron que debía mantener un bajo perfil para no estar en la mira del gorilato de Gustavo Díaz Ordaz.

Por aquellos días aciagos del 68 Juan García Ponce había llevado un artículo a Excélsior y Julio Scherer le dijo que no lo podía publicar. A la salida empujaban su silla Nancy Cárdenas y Héctor Valdés y fueron detenidos en pleno Paseo de la Reforma. Los esbirros le decían a Juan que caminara, que no fuera farsante, a lo que él contestaba: “Ojalá pudiera. Me encantaría no sólo caminar, sino correr y bailar”. Lo levantaban y lo soltaban y Juan caía al suelo. Scherer, al enterarse que fueron apresados, le llamó al subsecretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, quien puso en libertad a Juan y a sus acompañantes.

¿Qué pasó con Inés y con toda la generación de la Revista Mexicana de Literatura que renunciamos en apoyo de Juan Vicente Melo? Inés Arredondo y yo logramos reingresar a la UNAM a través de Ricardo Guerra, que nos mandó al CCH Azcapotzalco. Ahí nos tocó una época nefasta durante el sexenio de Luis Echeverría: “El Halconazo”.

Cuando murió Inés Arredondo me hablaron muy temprano Juan José Gurrola y Guillermo Sheridan. Me dieron la noticia que habían escuchado en Radio UNAM. Fui al sepelio de Inés. La enterraron en el panteón Jardines del Recuerdo, en el Estado de México.

Antes de morir quiso verme. Era de Culiacán, Sinaloa, y le habían traído lichis y mangos. Ella describe en un cuento cómo comía los mangos, cómo le corría el jugo por el brazo. Así los comimos.

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