domingo, 17 de enero de 2016

¿El periodismo cultural merece premiarse?

17/Enero/2015
La Jornada
Elena Poniatowska

El Nobel de Literatura concedido a la periodista bielorrusa Svetlana Alexievich cambia por completo el juego de voces que gira en torno al Nobel. De pronto el testimonio adquiere un valor que jamás tuvo antes y el cronista sube a un escenario que no le estaba destinado. ¿Tiene algo que ver Svetlana con la gran literatura? ¿Puede situarse al lado de Tolstoi, Dostoievski, Balzac, Proust, Kafka y demás luminarias? Claro que cada vez más filósofos, ensayistas, novelistas reconocidos se dedican al periodismo. Pienso en Antonio Muñoz Molina y en sus colaboraciones en El País; en Juan Luis Cebrián, en Fernando Savater, en Enrique Vila Matas, en los mexicanos Jesús Silva Herzog Márquez, en Juan Villoro y en otras figuras que además hacen comentarios en la televisión mexicana. Incluso los grandes escritores que pertenecieron al boom no desdeñaron el periodismo como es el caso de Mario Vargas Llosa y fue el de Carlos Fuentes. Sería justo recordar el caso único de Gabriel García Márquez, quien se ganó la vida siendo, antes que nada, un extraordinario reportero.

Poetas y escritores de gran calibre como Octavio Paz (fundador de revistas literarias) dieron enorme importancia a sus artículos en periódicos. Publicar en el New York Times, en El País, en Le Monde era una consagración. La columna Inventario, de José Emilio Pacheco en la revista Proceso es todavía hoy una escuela de gran cultura que todos añoramos. En cierto modo, Inventario fue mi universidad. No hay mayor periodista cultural en nuestro país que el gran poeta José Emilio Pacheco.

Según la Encuesta Nacional de Lectura 2012, elaborada por la Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura, sólo cuatro de cada 10 mexicanos leen porque se los dejan de tarea. Para miles de niños, el primer acercamiento a un libro es recibir su primer ejemplar de texto gratuito. Para la mayoría de las familias mexicanas comprar un libro es un lujo imposible. Tampoco los mexicanos ricos leen, se apoyan en Netflix y si acaso compran un libro es de coyuntura: la biografía del mexicano más rico, Carlos Slim, de Guillermo Osorio; la de Kate del Castillo, la Reina del Sur que resultó ser la de El Chapo Guzmán.

Es ya un lugar común repetir que el actual presidente Peña Nieto, siendo candidato del PRI no pudo mencionar tres títulos de libros en la Feria del Libro de Guadalajara en 2012. Ni tarda ni perezosa, Marta Sahagún, esposa de Vicente Fox convirtió en mujer a Rabindranath Tagore: Rabina Gran Tagora. Entre tanto Fox llamó Borgues a José Luis Borges en 2001 frente a los académicos del Congreso Internacional de la Lengua Española.

En un país en el que los libros son caros, el periodismo cultural cumple una función educativa. Para quien es imposible comprar un libro, comprar en la esquina un periódico y leer a Juan Villoro es factible.

Svletana Alexievich es una periodista de 67 años cuya voz ahora se aísla encima de la unidad del coro de reporteros y reporteras del mundo. Su físico es tan caserito como el de cualquiera de nosotras las que aparecemos en la redacción del periódico con nuestro suéter o nuestra blusita que mañana echaremos a la lavadora. Su escritura se considera historia oral. Svletana recoge voces como las recogemos todas las reporteras. Al escribir de los otros escribo también de mi misma, de los horrores de mi país y de aquellos que consideran que documentar la vida de un México desconocido no es literatura.
Antes de Svletana, se quiso premiar al polaco Rizchard Kapucinski, que vivió años en México. El galardón de Svletana Alexievich ha sido criticado por tratarse de una reportera ajena a la creación. Svletana denuncia, la suya es una no ficción. ¿Es por ello menos acreedora al premio que todos codician? Svletana responde a la pregunta: He escogido un género donde las voces humanas hablan por sí mismas. También Balzac registró gritos, quejas y discusiones.

En una novela, el escritor hace lo que quiere (mejor dicho, lo que puede). Es su amo y señor. En la redacción de un periódico son muchas las órdenes, las obligaciones, las constricciones. El jefe de redacción espolea a sus reporteros. Desde 1943 me propuse documentar a mi país y ya estoy por cumplir 84 años. Siempre recordaré la pregunta de Elena Garro: ¿Y tú por qué no escribes lo tuyo en vez de entrevistar babosos? En el caso de Svletana, guionista y dramaturga, las historias de mujeres y niños afectados por la bomba atómica son una denuncia. La Nobelista rusa es todo menos que santo de devoción del gobierno ruso y sus funcionarios la rechazan porque los denuncia.

Escribir es caminar en un terreno minado, la literatura es una condena. Kafka entró a los bajos fondos de sí mismo, Stendhal y Flaubert taladraron su época. Protagonistas de sus novelas es ya un tedioso lugar común repetir el “Madame Bovary c’est moi” de Flaubert.

Jesús Silva Herzog Márquez hace ley con sus editoriales tanto políticos como culturales, lo mismo pasa con Juan Villoro. Jorge Volpi entrega una columna semanal que le ha dado más lectores que su excelente novela En busca de Klingsor que –de por sí– le valió enorme cantidad de fans.

Al igual que Gabriel Zaid, creo que la cultura es una conversación. Se habla tan bien o tan mal en un periódico como en un libro, pero es más fácil que el director del periódico se deshaga del mal periodista.

Frente a la gran aventura en la mesa de trabajo, un escritor solo depende de sí mismo. Tengo reverencia por la gran literatura pero no todos los Nobel han hecho gran literatura. ¿Es gran literatura la del egipcio Naguib Mahfuz premiado en 2006, la de la alemana Herta Müller en 2009? (Prefiero toda la vida a Rulfo.) Miguel Ángel Asturias tiene muchas páginas malas, Gabriela Mistral se evade y no todos los cuentos de Alice Munroe, Nobel 2013, son buenos.

En su Plegaria de Chernóbyl: crónica del futuro, Svetlana Alexievich escucha a hombres y mujeres gaseados, quemados por el estallido de un reactor de 20 toneladas de combustible nuclear. Habla de la radiactividad de los quemados irreconocibles, de las llagas y las mucosas que se caen en capas. Lo suyo no es La condition humaine, sino la piel humana. Nos cuenta cómo los bielorrusos se comunican en la noche con sus muertos, pero también se refiere a Pedro Bezújov, el personaje de La guerra y la paz, de Tolstoi, quien dice –después de haber sufrido el horror de la guerra– que todo volverá a ser igual.

Puedo afirmar aquí, sin ambages, que nadie que lea a Svetlana Alexievich volverá a ser igual.

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