domingo, 24 de agosto de 2014

Elena Garro: ¿Una biografía imposible?

24/Agosto/2014
Confabulario
Lucía Melgar

Denostada por sus críticos o “enemigos” como traidora a sus pares en 1968, o como “loca” o paranoica; idealizada por algunas de sus admiradoras como escritora incomprendida o víctima de los amos del poder cultural mexicano, la escritora Elena Garro ha dejado una estela de enigmas que a 16 años de su muerte no se han resuelto. Nos ha legado también, y eso es fundamental, una obra cuya riqueza y vigencia son cada vez más notables para los lectores, en particular para la gente joven que mira con ojos nuevos los hechos terribles o maravillosos que marcan sus páramos y ciudades.

Aunque en el aniversario de la muerte, o nacimiento, de una escritora, importa sobre todo conmemorar su obra y, en el caso de Garro, subrayar la importancia de recuperarla en todo su esplendor y complejidad para la literatura y para el feminismo (aunque no se identificara con él), en el año del centenario del nacimiento de Paz y a unos meses de la muerte, en tristes circunstancias, de su hija Helena, quisiera detenerme aquí en la dificultad de aprehender su figura pública.

Una biografía (a la europea ) sería indispensable para entender mejor a “Elena Garro” como intelectual comprometida en los años cincuenta y sesenta, y como escritora (¿auto?) exiliada a partir de 1972. Nos permitiría también adentrarnos en el “campo cultural” mexicano más allá de la esquemática visión en blanco y negro, de grupos de poder y figuras (des)encontradas, que afectó mucho tiempo la recepción de la obra garriana y que, con algunas excepciones, aún subsiste.

En efecto, aunque tras su muerte, el 22 de agosto de 1998, la sombra de la política y la figura de su ex marido Octavio Paz perdieron algo del influjo, negativo, que habían tenido en la recepción y valoración de la obra de Garro, todavía parte de la crítica y del público descalifican a la autora por su supuesta “locura” o “maldad” —a veces sin haberla leído— y se pierden así de una literatura que el propio Paz consideraba admirable. Algunos recuerdan su pasión “excesiva” por los gatos, otros la “traición del 68″, otros más sus chismes o sus amantes. En su “paranoia” tiende a verse una falla inherente y a borrarse su sentido psicosocial. Pocos relacionan la capacidad crítica que se despliega en dramas como Los perrosEl rastroEl árbol o Felipe Ángeles (por sólo hablar de su teatro) con esa des-calificación: si los niños y los locos dicen la verdad, ¿no se consideraría “loca” a Garro en su época, al menos en parte, por decir verdades que minaban la imagen de la “buena sociedad” mexicana y su ilusión de modernidad? ¿Acaso en los años sesenta era común mostrar la complicidad social con la violencia contra las mujeres, la violación y lo que hoy llamamos “feminicidio”? ¿Acaso no resultaría chocante  —o no lo es aún— mostrar la discriminación racista de la clase alta hacia las indígenas y, por justicia poética, otorgarle a la víctima el poder retórico necesario para invertir los papeles y matar a su victimaria? ¿Acaso en 1968 no resonarían escandalosamente  —lo mismo que hoy— las palabras de Felipe Ángeles contra las mentiras y abusos del poder del Primer Jefe?

No pretendo con esto reducir a la escritora a una “disidente” ni negar sus rasgos paranoicos posteriores al 68, sino apuntar a la necesidad de releer la vida y obra de Garro desde la complejidad misma de una sociedad que no ha superado el machismo y de un ámbito cultural que todavía pone en duda el lugar de las mujeres en la alta cultura, sobre todo si son heterodoxas y “escandalosas” como lo fue Garro en su época. Tampoco pretendo esquivar el espinoso asunto del 68, que es precisamente uno de los enigmas más oscuros de su vida pública. A reserva de tratar el tema en detalle en otro momento, cabe sugerir sobre este tema que la pregunta no es si Garro fue o no espía de la Dirección General de Seguridad (en mi opinión, no, en la de otros, sí); sino más bien por qué se le condena todavía como “traidora a sus pares” sin tomar en cuenta las circunstancias de esa “traición” ni sus relaciones previas con los grupos culturales de entonces. No interesa justificar(la), sí debería interesarnos entender qué llevó a una crítica de la historia oficial a estigmatizar a los intelectuales que apoyaban al movimiento estudiantil y a acusar públicamente a más de uno ellos, en vez de limitarse a defenderse a sí misma de las acusaciones, en primera plana, que la convertían ante la opinión pública en integrante de un “complot comunista contra el gobierno” (el 6 de octubre del 68). ¿Podemos hablar de complicidades en una época de intensa represión? ¿Actuó Garro cegada por el pánico, por el resentimiento o por un súbito (e inexplicable) fervor autoritario? Tal vez nunca lo sepamos con certeza pero importaría preguntarlo a la luz de una historia intelectual que todavía está en proceso.

Si bien a primera vista la vida de Garro parecería ofrecer grandes posibilidades para una biografía, el camino para escribirla está plagado de obstáculos, algunos de ellos sembrados por la propia autora. En efecto, además de los sesgos que por años han permeado el examen de sus relaciones con Octavio Paz y con grupos específicos, la muerte de testigos clave, y la intensidad de las polémicas que todavía suscita, Garro misma multiplicó pistas falsas y silencios tanto en su ficción autobiográfica como en sus diarios y cartas conservados en el archivo de la Universidad de Princeton.

elaborar una biografía de su autora. Por ejemplo, el periodo de su vida en París entre 1945 y 1951 puede documentarse, así sea indirectamente, a través de su correspondencia con Bianco y de las cartas de Bioy Casares, uno de los periodos más importantes para su escritura y para comprender su actitud posterior ante su literatura, México y el exilio. En cambio, su estancia en España de 1974 a 1981 sólo puede rastrearse a través de algunos de sus diarios y cartas, en particular de la correspondencia con Gabriela Mora, que esta publicó (BUAP, 2007).

Un segundo obstáculo es la imagen múltiple que de sí misma crea la autora. Por ejemplo, en relación con la crítica chilena, no siempre es franca, proyecta una imagen de sí misma influida por circunstancias ajenas a su corresponsal o por las expectativas que tiene respecto de ella. También subsisten huecos temporales y asuntos que no se aclaran. Por ejemplo, ¿por qué cesó Garro su correspondencia con Mora? ¿Porque no le convenció la entrevista que esta le había hecho? Podría corregirla. ¿No confiaba en que Mora no la publicara, como ella quería? ¿Le molestaron las alusiones de esta a la necesidad de que Helenita trabajara? ¿Ya no le era útil Mora? Estas preguntas quedan aún sin respuesta. Ni en el diario ni en las cartas hay explicaciones suficientes.

La dificultad principal, sin embargo, no radica en lo perdido sino en lo que la escritora dejó y borró a través de los años. Dueña de una voz múltiple magistral, Garro crea y recrea su imagen y la de los demás. Sus escritos privados prueban que el sujeto que escribe no es único ni homogéneo. Esto no es excepción, al contrario. Lo particular aquí es la variedad de voces y la intensidad de ciertas contradicciones, evidentes sobre todo porque Garro usa el lenguaje con maestría.

No es que ella se invente distintas personas para cada interlocutor, pero sí puede decirse que, según sus circunstancias, sus expectativas respecto a su corresponsal y su estado anímico, las cartas escritas en fechas próximas, o en la misma, pueden contrastar entre sí por su tono o por el enfoque de los mismos hechos contados. Así, por ejemplo, cuando se lee su correspondencia con sus hermanas y con su amiga de juventud, Ninfa Santos, es evidente que con su hermana menor, Estrella, adopta una actitud maternal y sobreprotectora; con su hermana mayor, Deva, en cambio, comenta con seriedad libros y hechos políticos, y también se pelea, a veces con furia, indignación o rencor. En contraste, sus intercambios con Ninfa Santos muestran a una Elena más reflexiva, lúcida, a veces desesperada y deprimida, que busca y mantiene un diálogo entre iguales. Con ella la escritora subraya la necesidad de afirmar un pasado común como condición para un intercambio que sea un diálogo no un cruce de monólogos, y como un vínculo hacia un futuro también común. Las cartas a Santos son de las más confiables para entender el pensamiento de Garro y su experiencia en el exilio.

En cambio, otras enviadas a amigos menos cercanos o a conocidos sugieren cierta “hipocresía” y una manipulación más obvia de su voz narrativa. En algunos de ellos parece ver a ratos más una fuente de ayuda que una relación de amistad. Por ejemplo, si bien consideraba a Fernández Unsaín uno de los pocos amigos que le habían sido leales en el 68, cuando le escribe desde París, agobiada de problemas, lo elogia en exceso y acentúa el tono patético para conmoverlo. Esas son quizá de sus misivas menos atractivas, aunque contengan datos interesantes. En casos más excepcionales, la expectativa del interlocutor y la imagen que quiere dar de sí misma la llevan a adoptar una máscara falsa, como lo sugiere un pasaje de su diario donde comenta que elogió el libro de un escritor mexicano aunque le parecía detestable. Tal vez por su propia falsedad, duda de la sinceridad de sus visitantes al grado que sus expresiones de afecto la asustan. “Debo estar paranoica”, añade.

Más que la hipocresía que se le podría achacar, cabe destacar que algunas alusiones características de las cartas y diarios de Garro remiten a preocupaciones por asuntos mexicanos, en particular las relaciones de la gente, y las suyas, con Octavio Paz. Por ejemplo, cuando trata con gente que tuvo diferencias con este, se siente en un terreno común. En cambio, si alguien le parece sospechoso, en su diario lo pinta como amigo, conocido o, peor, espía, de Paz  —lo que implica que puede o quiere dañarla—. Ante él o ella Garro mide sus palabras o de plano le evade, lo cual confirmaría su “paranoia” en esa época. Al mismo tiempo no pierde su lucidez: la crítica certera al estilo doble, engañoso o pretencioso de ciertos escritores hispanoamericanos, sobre todo cuando se trata de memorias o autobiografías, se repite no sólo en su diario sino en varios pasajes de sus escritos, y en algunas declaraciones públicas. Verdad y mentira se entremezclan así a veces al mismo nivel.

Las “mentiras” de Garro ante ciertos interlocutores pueden verse como rasgo de carácter condenable pero son también un síntoma. La cuestión aquí es por qué miente Garro y por qué siente la necesidad de hacerlo, incluso ante personajes secundarios o con gente que la ha ayudado como Mora. En el caso del escritor mexicano cabe pensar que a veces lo hacía para “quedar bien”, no sólo con él sino con su grupo, lo cual sólo le funcionaba a corto plazo ya que a la larga explotaban sus diferencias con uno y otros. En otros casos su incapacidad de empatía es obvia.

En general, los diarios y cartas de los años ochenta y principios de los noventa sugieren que Garro todavía daba gran importancia a su imagen pública y que esta preocupación incidía tanto en su actuación como en su correspondencia. Lo que también cabe destacar es que en la construcción de sí que elabora Garro hay a veces una tendencia defensiva muy marcada que la lleva a no decir lo que piensa o a desdecirse, porque no quiere que se sepa o se publique lo que piensa por temor a las repercusiones que podrían tener en la vida de su hija, o de la suya y porque ella misma ve el mundo cultural mexicano como un campo de lucha entre grupos, en la que no sabe lidiar.

***

Las voces de Garro en sus cartas y en su diario crean una imagen múltiple, fragmentada y contradictoria; su reiteración de ciertos episodios clave de su vida, como su matrimonio o el 68, apuntan a una zona traumática. También encienden la sospecha de que la escritora buscaba dejar el testimonio más verdadero y creíble, convencer de su verdad, más que documentarla para sí misma. En la medida en que se siente, o está, atrapada entre el poder creciente de Paz en los años setenta y ochenta y la sombra persistente del 68 mexicano, Garro proyecta imágenes deformadas y deformantes de sí misma y de su mundo. En este sentido, su archivo invita no sólo a preguntar por los hechos y las palabras sino por las razones detrás de esos hechos y esas palabras. Esto no equivale a descalificar todo lo que dice Garro (como algunos han hecho con los pasajes problemáticos de las Memorias de Helena Paz) sino a buscar una comprensión más profunda de la autora y sus circunstancias a la luz de los hechos públicos y privados que para ella (y no sólo para otros) fueron importantes.

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