miércoles, 15 de mayo de 2013

Bonifaz Nuño entre las nieblas del alba

Mayo/2013
Letras Libres
Adolfo Castañon

Murió el último día del primer mes del año 2013, asomándose a la orilla de sus noventa de edad. Vivía solo, soltero, sin hijos. Murió valientemente, erguido y orgulloso, atento a no perder ni hipotecar su libertad interior, después de haberla entregado y sacrificado a esa madre o madrastra nutricia que es la Universidad Nacional Autónoma de México, que es, sin metáfora, un Estado dentro del Estado, un país dentro del país, un mundo en el mundo, en cuyo seno pueden prosperar la poesía y las humanidades de las cuales él fue prenda y estandarte.
Bonifaz Nuño fue, ante todo, un poeta, un pastor de palabras y un cuidador de ritmos y metros. Tradujo del griego y del latín varias obras –desde Píndaro hasta Virgilio, pasando por Homero–. Fundó una Biblioteca de Clásicos Griegos y Latinos en ediciones bilingües, y creó una escuela de traducción que, aunque discutible, ha tenido no poca influencia dentro y fuera de México. En su extensa obra poética, cabe distinguir varias vetas. Una es la del escribano que merodea tembloroso e inseguro en los alrededores de la ciudad reflexionando sobre el tiempo, la historia, el poder y la impotencia. Ese escriba modesto que merodea en las afueras del Imperio, como un Procopio, cuyo personaje recuerda en su voz trémula y sensual a la de Constantino Cavafis. Reza –esa es la palabra– el poema 31 de Fuego de pobres (1961).
Otra vertiente es la del poeta enamorado que canta a las amadas sin poder amarlas cabalmente, con la voz sospechosa de un Onán que las corteja para volver con mayor ardor a sí mismo. Está también el poeta que sabe cantar a la naturaleza en forma desinteresada, y hacer de su canto un pacto civil. De ahí viene ese “Canto llano a Simón Bolívar” (1958), en el cual se entrechocan las espadas y se dibuja en el horizonte de la memoria una nostalgia por la épica: “Allí las marchas insomnes, / los innumerables contrarios ejércitos, / las selvas en derrota, / y los torrentes vencidos a nado, / y las leyes dictadas, / y las bayonetas y el sudor y los cantos. / La nostalgia de lo heroico templa la voz del amante: / ¿En dónde están tus amores, Bolívar? / ¿Tus fiestas, tus hermosas amantes? / Menos que niebla son; menos que cenizas y viento.”
El péndulo oscilante entre la épica y la lírica parece detenerse en estos versos escritos en 1958, fecha en la cual cabe recordar que la estrella de Fidel Castro se encontraba en ascenso. Está, en fin, el perfil del que sabe que, al escribir, está jugando, apostando a esta o aquella identidad, practicando en una incesante metamorfosis la poesía como quien se compromete en un juego de mesa –juego de baraja o solitario– y a la vez en un cubilete profético y adivinatorio cuyos lances no cancelarán los de la providencia. Todas estas figuras poéticas parecen conectadas entre sí; y a su vez parece que se ligan, no siempre subterráneamente, con los autores clásicos que Bonifaz Nuño supo hacer pasar por su garganta de oro, saborear, gustar y hasta a veces encarnar, como un sacerdote de la religión poética. Precisamente el gusto por el arte lleva a Bonifaz a un ejercicio del gusto interior y civil en el curso del cual va configurando y cristalizando un personaje, una persona: el Rubén Bonifaz Nuño interior y secreto que se entrelinea en las estancias de su obra, ya sea como amante desfalleciente, ya sea como ciudadano golpeado por las sombras que rodean a la ciudad.
Corre la voz de que Rubén Bonifaz Nuño no era un buen prosista: su pensamiento estaba demasiado encandilado por las luciérnagas de los significados secundarios y su prosa podía carecer de nervio y aun de verdadero pensamiento, sustituido por ornamentales cláusulas creyentes. Era, en cambio y por lo mismo, un espléndido y extraño poeta en prosa, como muestran esas extrañas páginas de crítica e historia del arte, que dedicó a su amiga de toda la vida, Beatriz de la Fuente en El cercado cósmico. De La Venta a Tenochtitlan. Algunas de las páginas majestuosas de ese libro cabría leerlas como encendidas palabras esculpidas en ascuas alrededor de los templos de piedra o de fuego amoroso.
La prosa parnasiana de Bonifaz progresa, por así decir, guiada por el tacto y no por la vista, aunque los poemas estén iluminados por una luz intelectual capaz de abrir el espacio. Los valores de la escritura parecerían labrados, excavados sobre la materia lingüística.
El cercado cósmico reúne una serie de textos de crítica de la escultura y de la arquitectura prehispánica escritos por Rubén Bonifaz Nuño. En esa prosa pétrea y ceñida se advierte la mano firme del artífice y orfebre del lenguaje que fue Bonifaz Nuño. Respiran esas páginas un anhelo de grandeza de monumentalidad que el tono, a veces confesional de su poesía, no siempre tocó. ~

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