sábado, 27 de marzo de 2010

Las universidades y los cerdos

27/Marzo/2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Las sabidurías antiguas se reservaban a iniciados. No cualquiera podía tener acceso a cierta información.

Para recibirla había que atravesar un proceso de educación que excluía a aquellos que no alcanzaban el nivel de conciencia necesario.

No cualquiera, por ejemplo, podía hacer uso de algunos medios de representación ni cualquiera conocía el sentido de textos clave.

Estas tradiciones estaban convencidas que entregar indiscriminadamente el saber lo destruía o banalizaba: no todos están listos para él.

En nuestra época, la democratización (exoterismo) del saber deshizo esta práctica. Aunque nadie, por otro lado, se le ocurriría dar clases (abiertas a cualquiera) para hacer bombas. Mantenemos la convicción de restringir cierto acceso al conocimiento.

El fin del esoterismo es positivo. Pero ha producido intensos desajustes.

Dar gnosis a pocos individuos se explica porque sabemos que la absorción de información disensual tiene un efecto psicológico.

Según Jung, cuando el yo es inundado de conocimiento inconsciente ocurre una inflación.

Personas que tragan saber sin romper su autodefinición rígida padecen un desbordamiento, incluso al grado se sentirse omniscientes. “Pierden piso”. Esto explica por qué mucha gente en las artes y humanidades se pira de egolatría, cerrazón, verborragia, pedantería y se sienten divinas.

Su yo obeso les produce una sensación de superioridad. A este fenómeno de crecimiento mal asimilado, los griegos le llamaban hubris; nosotros, arrogancia.

Esto sucede en las universidades. Los estudiantes semi-exitosamente entran en contacto con contenidos inusuales de la realidad psíquica mediante experiencias rituales (digamos, el teatro), simbolización voluntaria o accidental (el arte visual) o introspecciones intensas (la lectura). Sin saber manejarlos.

Ni docentes ni estudiantes han sido advertidos de la inflación del yo.

Artistas, profesores, músicos, psicólogos, sacerdotes e intelectuales y los propios lectores padecen también este fenómeno. Asimilan abruptamente conocimiento que detona engrosamiento de la psique, su yo engorda y la fantasía acerca de sí mismo se dispara.

Las culturas antiguas preparaban a los alumnos mediante experiencias (ordalías, ritos, ejercicios) que debilitaban el ego previamente a su reestructuración. En cambio, en las universidades repartimos los más altos saberes sin entender que su posesión tendrá un inevitable efecto psíquico, cuya manifestación visible será desde una arrogancia gremial hasta neurosis individuales muy marcadas.

Enseñar filosofía, artes, letras o psicología sin un proceso de preparación psíquica del aprendiz es como darle una pistola a un borracho. Sin saberlo, hacemos eso que el libro que más inflación psíquica ha producido en el mundo —la Biblia— llamaba dar “perlas a los cerdos”.

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