sábado, 12 de diciembre de 2009

Autoescarnio de la crítica

2009-12-12
Suplemento Laberinto
Armando González Torres

En una tertulia descolorida, el veterano reseñista afirmaba que la influencia de un crítico se mide por la cantidad de mujeres que estarían dispuestas a acostarse con él a fin lograr una nota favorable para ellas o sus maridos y, ya muy desinhibido por unos anacrónicos brandis, confesaba que la magra oferta erótica que había recibido por sus favores literarios a lo largo de su trayectoria lo apercibía de la insignificancia de su opinión y del fracaso de su vocación. La crítica es un ingrediente fundamental de la experiencia literaria y se encuentra inserta en los ejercicios más elementales de apreciación. La tarea crítica es noble y creativa y la llamada literatura secundaria frecuentemente se convierte en literatura de primera. La crítica no sólo se encarga de juzgar, sino de compartir, afectiva e intelectualmente, las aficiones y filiaciones, conectar el pasado y el presente, revelar tradiciones y discontinuidades, crear gusto, apostar por valores y aclimatar formas excéntricas. La crítica, por lo demás, no es una facultad desvinculada de la creación y durante el siglo XX muchos de los creadores más connotados incursionaron en el estudio del fenómeno literario y trazaron su propio mapa y genealogías críticas.

Sin embargo, la palabra crítico, tal como se llega a entender rutinariamente, alude a una entelequia inventada por la división del trabajo literario de la moderna República de las Letras y designa una difusa especialidad que intermedia entre el autor y el público. Se supone entonces que el crítico define los lindes del campo literario, establece una suerte de aduana del gusto y dictamina el ingreso de determinada obra al territorio legítimo de la literatura. La tarea del crítico ya no es tanto formativa como informativa y se concentra en brindar señales para la elección prestigiosa del consumidor literario. No resulta sorprendente que el estatuto de crítico en nuestros días se defina, más que por una operación de inteligencia literaria, por la disponibilidad de una tribuna y el ejercicio de una influencia. Se denomina crítico entonces a aquel que goza de los espacios mediáticos para dar noticias de un libro e influir sobre su recepción. La crítica, bajo esta óptica, lo mismo puede ser una instancia de resistencia, que un componente menor del mercado y la difusión editorial. En realidad, dada la estructura de incentivos existente, es más factible orientarse a lo segundo. Por eso, la tarea del crítico puede oscilar entre la censura y la publicidad, entre establecer barreras de entrada para los extraños al campo literario y fungir como legitimador pasivo de prestigios mercadológicos, centrándose en la calificación de novedades, dejándose guiar por la agenda de las editoriales y personalidades poderosas, concentrándose en los géneros taquilleros y, sobre todo, disimulando la argumentación y los criterios de mérito y exigencia con la profusión de adjetivos y etiquetas.

No hay comentarios: