domingo, 11 de septiembre de 2016

Ellas tienen la palabra: nuevas narradoras y ensayistas mexicanas

11/Septiembre/2016
Jornada Semanal
Eve Gil

De promesas y otras novedades
En nuestro medio las escritoras son, casi siempre, hallazgos tardíos que llevan toda una vida puliendo su escritura. Los resultados de la más reciente promoción de becarios del Sistema Nacional de Creadores reflejan su virtual ausencia de la literatura mexicana de principios del siglo xxi: 81.4 por ciento de los beneficiados son varones y sólo 18.6, mujeres. En la categoría de Ensayo figura una sola mujer: Tedi López Mills, contra seis hombres. Y una vez más circula en las redes sociales la peregrina conjetura de que el género ensayístico es “masculino” por excelencia, y se mencionan repetitivamente a dos cultoras del mismo: Valeria Luiselli y Vivian Abenshushan, como las únicas. Entre los ganadores de los premios convocados para autores menores de treinta y cinco años por la revista Tierra Adentro, nos topamos con que el José Vasconcelos 2015 de ensayo –cuyo jurado encabezó la mencionada Luiselli– lo obtuvo una crítica de arte de treinta y cuatro años llamada Yunuen Díaz, con un ensayo sobre fotografía, con un enfoque socio-antropológico muy a cuento con el relevante espacio que ocupa el retrato en la cotidianidad postmoderna. Yunuen es tan buena en lo que hace como Luiselli… pero Yunuen no es hija de un exembajador, ni cónyuge de un escritor afamado, elementos extracurriculares que tanto contribuyen a bordar leyendas…eso sí: no se atreva nadie a sugerir que ella es superior a su brillante esposo.
Notables ensayistas de nuevo cuño, en una época en que el ensayo tiene más exponentes del sexo femenino que nunca: las también narradoras Mayra Luna, Magali Velasco Vargas, Liliana Pedroza y Gabriela Damián Miravate; la también poeta Mónica Nepote y las exclusivamente ensayistas –o que se han dado a conocer con este género– Iliana Olmedo, Karla Montalvo, Brenda Ríos y la muy lúdica, influenciada por Enrique Vila Matas, Karla Olvera Villegas, ganadora asimismo del José Vasconcelos en 2011; Cristina Ri-vera Garza ha incursionado en el ensayo con igual –o mayor– fortuna que en la narrativa; María Eugenia Merino recién ha publicado una mixtura entrañable de memoria y ensayo, Carson y yo en Nueva York (uam, Unidad Xochimilco, colección Gato Encerrado, México, 2015), donde, estupefacta tras el desastre del 09/11, inicia un tête a tête con el fantasma y los libros de la gran Carson McCullers. Por no hablar de autoras de generaciones anteriores, cuya mención debiera ser obvia y no lo es: Margo Glantz, Angelina Muñiz Huberman, Fabienne Bradu, o la filósofa de la bioética, Juliana González Valenzuela.
Hablemos de narradoras, algo en lo que pensé mucho cuando apareció la selección oficialista de los mejores escritores mexicanos menores de cuarenta años, Palabras mayores (Malpaso Ediciones, 2015), realizada por Juan Villoro, Guadalupe Nettel y Cristina Rivera Garza, con manifiesta intención de equidad de género. Mientras apenas puse reparo a los varones elegidos, encontré muy cuestionables a las mujeres, entre las cuales sólo rescaté a (otra vez) Valeria Luiselli, Ximena Sánchez Echenique, Nadia Villafuerte y Fernanda Melchor. Las demás, o carecían de trayectoria, o de un talento excepcional que justificara la distinción. Pensé entonces en Liliana v. Blum, cuya ausencia objeté también en una antología previa a ésta, Grandes Hits Vol. i, de escritores nacidos en los años setenta, compilada por Tryno Maldonado (Almadía, 2008), pese a efectuarse bajo un enfoque mucho más democrático, abarcando juicio y voto de muy diversos especialistas literarios, entre los que me cuento. Liliana, parodiando un poco a los organizadores de la fil de Guadalajara que cada año designan a los veinticinco secretos mejor guardados de América Latina, era “de los secretos mejor guardados de la literatura mexicana”, hasta que Tusquets publicó su inquietante novela Pandora (2015), que aborda la práctica delfeederism (pasión por alimentar y engordar a una persona obesa), a través de la relación romántico-fetichista entre un apuesto ginecólogo –con esposa anoréxica–, y una joven obesa, la Pandora que se impregna de las plagas del mundo contemporáneo. Igual eché de menos a Gisela Leal, la más joven autora publicada por Alfaguara. A los veinticuatro años, en 2012, debutó con una novela de sórdidocontenido pero magníficamente desarrollada, El club de los abandonados, y casi en seguida superó la hazaña con El maravilloso y trágico arte de morir de amor (Alfaguara, 2015), de lúdico espíritu que me atrevo a equiparar con la Rayuela, de Cortázar.
Ausencias notorias en Palabras mayores, las de Gabriela Jaurégui y Orfa Alarcón, nacidas ambas en 1979. Jaurégui publicó un extraño y sublime primer libro de relatos, La memoria de las cosas (Sexto Piso, México, 2015), en que, inspirada en el exquisito poeta francés Francis Ponge y en la tradición renacentista, dota de “libre albedrío” (palabras) a los objetos y a los animales, mientras que en su novelaPerra brava (Planeta, 2010), Alarcón desbarata el entronizado mundo del narco al hacer irrumpir una visión femenina; la de la novia del traficante. Otras, que igualan o superan, tanto en talento como en trayectoria, a las apuestas de la multicitada antología, son Judith Castañeda e Iris García Cuevas. Ambas tienen en común, además de ser poblanas por adopción y ostentar una escritura pulcra y estilizada, una visión hipercrítica de la sociedad. La primera enfatiza bretes socioculturales como el racismo (contraindígenas o negros) y la discriminación en general; la segunda, asuntos directa o indirectamente relacionados con la violencia de género. Conservando dicho enfoque, García Cuevas ha bregado satisfactoriamente en la novela negra con 36 toneladas (Ediciones b, 2011). Consideremos también a las sonorenses Cristina Rascón y Claudia Reina. Rascón ha pasado parte de su vida fuera de México, particularmente en Japón y en Austria, y sus relatos son resultado de una percepción dilatada, casi extranjera de la frontera norte de México. Reina publicó una muy beckettiana novela, La visita del señor Morhl (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012). Si bien ha ganado diversos premios nacionales de novela y cuento, se mantiene muy activa pero apartada de la arena cultural. Aunque llegó a destiempo para ser considerada para Palabras mayores, la poblana Aura Xilonen empezó a escribir una muy madura novela,Campeón gabacho a los dieciséis años, misma con la que obtuvo el i Premio Mauricio Achar 2015, concedido por Penguin Random House, a los diecinueve. Estudiante de cine, piensa dirigir ella misma la adaptación cinematográfica de su obra.

De mayores, autogestivas, exiliadas y otras periferias
Las hay que, superados los cuarenta, igual son dignas de figurar en un recuento de gran literatura mexicana contemporánea. Empiezo por Patricia Laurent Kullick (Tamaulipas, 1962), quien pertenece a la misma generación de reconocidas autoras como Rivera Garza, Ana García Bergua, Rosa Beltrán y Ana Clavel. Hubo un momento en que temí que, como Juan Rulfo o Josefina Vicens, Laurent Kullick pasara a la posteridad como autora de una sola joya literaria, El camino de Santiago (publicada en 1999 por editorial Era y reeditada en 2015 por Tusquets), dado el profundo silencio que pareció engullirla durante dieciséis años… hasta que retornó con otra impecable novela breve, La giganta (Tusquets, 2015) que refrenda su sitio de honor en las letras mexicanas. La giganta cuestiona la imagen materna, tan tierna como brutal; tan acechante como anhelada. Lo curioso es descubrir que todo este tiempo, Laurent Kullick estuvo escribiendo y publicando en Monterrey, donde radica desde hace varios años. La novela en cuestión se titula El circo de la soledad (Ediciones Intempestivas, 2002) y tiene inédita una más, La jugadora. Otra autora de esta generación que no ha dado tanto de qué hablar como ameritaría, es Adriana González Mateos (Ciudad de México, 1964) quien debutó como novelista con una tórrida y angustiosa novela sobre una relación entre tío y sobrina, El lenguaje de las orquídeas (Tusquets, 2007) y retorna, casi diez años después, con otra asimismo apasionante pero radicalmente distinta, Otra máscara de Esperanza (Océano, Hotel de las Letras, 2015), intriga política, en contexto histórico sobre la “hermana incómoda” del expresidente Adolfo López Mateos, Esperanza, escritora y periodista subversiva de quien, se sospecha, se parapetaba tras el pseudónimo de b. Traven. Al igual que Laurent Kullick, González Mateos no dejó de escribir a través de estos años, y eso nos lleva a cuestionar el modus operandi de las editoriales; cómo es posible, por ejemplo, que la antes citada Gabriela Damián Miravate no haya logrado publicar una compilación de sus extraordinarios relatos de ciencia ficción, parcialmente publicados en inglés y diseminados en antologías diversas. Invoco también la narrativa intimista con espíritu de novela negra de Norma Lazo; la desgarradora emotividad sin sentimentalismo de Socorro Venegas; la superlativa irreverencia que enmascara una denuncia de Beatriz Meyer; la encendida elegancia de Martha Batiz; la subversiva sensualidad de Rose Mary Espinoza; la impúdica, desparpajada ternura de Odette Alonso; la nostalgia herida de Vanessa Garnica, la preeminencia de los gólems sobre los zombis de Gabriela Fonseca y la poética del costumbrismo citadino de Angélica Santa Olaya.
Autoras que han tenido que recurrir a financiar sus propias publicaciones o publicar en el extranjero, como Rosina Conde y Francesca Gargallo. La obra de Rosina, asimismo asombrosa cantante de blues, aparece en alrededor de cuarenta antologías en diversas lenguas, incluida Se habla español, Voces latinas en usa, compilación de Edmundo Paz Soldán y Alberto Fuguet (Alfaguara, 2000). Ha optado, sin embargo, por editar y distribuir ella misma sus libros (desliz ediciones, en minúsculas), que han tenido gran impacto entre los lectores y, muy especialmente, en el medio académico. Existen múltiples tesis de maestría y doctorado sobre su obra, especialmente de la novela de culto La Genara, en inglés, francés, italiano y rumano. Nadie hasta la fecha la ha reconocido como precursora de la llamada “literatura de la frontera norte”; Eduardo Antonio Parra ni siquiera la considera en otra cuestionable antología: Norte. Francesca Gargallo –siciliana de nacimiento, mexicana por convicción, se hizo escritora escribiendo en español–, también teórica del feminismo, publicó sus primeros cinco títulos en editorial Era. El último que publicó en México, catorce años después de una intensa aventura ecologista, Marcha seca (Era, 1999), fue Al paso de los días (Terracota, 2013), hasta donde sé, la única novela mexicana que parte de un desastre aéreo y culmina en un complot político internacional. Recientemente publicó en Colombia una espléndida novela titulada Los extraños de la planta baja (Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2015), de tintes autobiográficos, sobre una escritora italiana –e idealista– que habita una comuna en México. En este mismo grupo puedo incluir a la autora española nacionalizada mexicana Marisa De Santos, quien ha publicado su producción en editoriales independientes, incluida una espléndida, meticulosa y muy psicológica novela histórica titulada El canto de la serpiente (Sediento Ediciones, México, 2014), ambientada durante la Guerra civil española, en la que invirtió cerca de veinte años de escritura e investigación. La arriba citada Beatriz Meyer está por publicar en España una novela de connotaciones fantásticas titulada Meridiana (El tapiz del unicornio, Madrid, 2016); Martha Bátiz publicó una extraordinaria novela operísticaBoca de lobo, en la editorial dominicana León Jiménes, en 2008, y un libro de cuentos, Detránsito, en la puertorriqueña Terranova (2014); La ensayista Iliana Olmedo publicó su ensayo Itinerarios de un exilio: La obra narrativa de Luisa Carnés (Renacimiento, Colección Biblioteca del exilio, 2014), en Barcelona; en cuanto a la sonorense María Antonieta Mendívil, si bien publicó su más reciente novela, A ras de vuelo, en Tusquets (2012), su hermosa primera novela, Duelo de noche (2006) vio la luz en editorial Almuzarah de España. Alejandra Maldonado, que no figura tampoco en la multicitada antología pero sí en Greatest Hits, recién ha presentado una vertiginosa narración con dos protagonistas, una yonki tardía y el mágico polvo que permite tolerar fiestas extremas en duración y voltaje, de humor tan negro como el color de sus páginas, Mis noches salvajes, en Svarti, diminuta editorial artesanal mexicana.
Existe también el prejuicio contra quienes escriben novela histórica, en su gran mayoría, mujeres. De las pocas que han salido bien libradas de esta empresa, en cuestión de crítica, ha sido Rosa Beltrán, autora, entre otras, de La corte de los ilusos y El cuerpo expuesto, con Charles Darwin como referente. Francesca Gargallo escribió una de las grandes novelas históricas mexicanas de finales del siglo xx, junto conNoticias del imperio, de Fernando del Paso, El seductor de la patria, de Enrique Serna y La corte de los ilusos: La decisión del capitán (Era, 1997), una historia de odio apasionado entre don Miguel Caldera, el huachichila fundador de la capital de San Luis Potosí, y la sensual tratante de esclavos Constanza de Andrada. Tras su publicación, Juan Villoro ubicó a su autora en un sitio honorífico junto con CarmenBoullosa y Beltrán, pero ni remotamente acaparó tanta atención como las otras citadas. En general, la novela histórica (o ficción histórica), como la ciencia ficción, la fantasía y la ya casi “reivindicada” novela negra (gracias a autores varones, aunque mujeres como María Elvira Bermúdez, Ana María Maqueo y Myriam Laurini la hayan cultivado mucho antes), son géneros abiertamente menospreciados por la crítica oficial, lo que no ha impedido el surgimiento de excelentes autoras como Beatriz Rivas, quien espía con travesura la intimidad de personajes como Hannah Arendt, Napoleón, Voltaire o Robert Capa; María Elena Sarmiento, intérprete de mujeres clave de la historia universal como Jantipa, desdeñada esposa de Sócrates, o la psicoanalista Lou Andreas Salome, única amada por Nietzsche y musa de Rilke… o Celia del Palacio, reivindicadora literaria de mujeres que participaron en el movimiento independentista de México.
La crítica literaria: entre ignorar y no cambiar
¿qué se debe que la gran mayoría de las autoras mencionadas hayan sido desatendidas –cuando no deliberadamente ignoradas– por una crítica que se presume omnipotente, pero raras veces mira más allá de Ciudad de México… de su colonia, de su calle… de sus vecinos? No es que la crítica oficial mexicana sea exigente: es visceral, elitista, autoritaria, rencorosa, nepotista, racista…en una palabra: discriminadora. Se saca los ojos y se revienta los tímpanos, de ser necesario. Hace futurismos para no responsabilizarse del presente. Por supuesto, también es misógina… y es la misma que decide quiénes ingresan al snca. En el mejor de los casos, considera sólo a las mujeres que se han plegado a parámetros preestablecidos por ese criterio arbitrario que, si pudiera, reprimiría todo conato de imaginación y excentricidad que no tenga origen en sus filas 

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