domingo, 19 de julio de 2015

Rafael Bernal y el origen del género negro en México

19/Julio/2015
Confabulario
Gerardo García Muñoz

Este año se celebra el primer siglo de Rafael Bernal (1915-1972), considerado el fundador de la novela negra en México. En sus primeras incursiones en el género policiaco, Rafael Bernal recorrió el sendero del modelo clásico, centrado en un enigma que desafía el intelecto del detective y del lector. En 1946 la editorial Jus publicó 3 novelas policiacas (con el dígito en el título) que en realidad pueden considerarse cuentos largos. El extraño caso de Aloysius Hands narra las aventuras criminales de un asesino serial en el pueblo estadunidense de La Mesa, Arizona. El culpable se inspira en el tema del asesinato considerado una de las bellas artes, expuesto por el escritor inglés Thomas de Quincey (1785-1859), y el cual exploró Rodolfo Usigli (1905-1979) en Ensayo de un crimen (1944), la primera novela policiaca mexicana, cuyo protagonista también es un esteta del crimen. De muerte natural tiene por figura central a Teódulo Batanes, reflejo del padre Brown, el detective creado por Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). El último texto de la trilogía, El heroico don Serafín, un asesinato tiene por escenario una universidad. En la novelaUn muerto en la tumba (Editorial Jus, 1946), Teódulo Batanes investiga un asesinato cometido en un recinto funerario: es el tema del cuarto cerrado, tópico urdido por Edgar Allan Poe en el texto iniciático de la ficción policiaca, El doble asesinato de la calle Morgue (1841). El crítico Vicente Francisco Torres, quien ha estudiado a fondo la obra de Bernal, apunta en su libro La otra literatura mexicana que dos cuentos policiacos suyos: “La muerte poética” (1947) y “La muerte madrugadora” (1948), aparecieron enSelecciones Policiacas y de Misterio. Bernal abandonará la práctica del modelo policial clásico y dos décadas después sale a la luz la novela a la que debe su reputación literaria.


El complot mongol (1969) es un texto híbrido pues mezcla elementos del género detectivesco y de la ficción de espionaje. El escritor argentino Mempo Giardinelli ha profundizado en la determinación de las características de la vertiente policiaca surgida en Estados Unidos durante los años 1920-1930. En la nueva edición de su libro El género negro. Orígenes y evolución de la literatura policial y su influencia en Latinoamérica (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2013), Giardinelli establece los rasgos del también llamado hard-boiled: “lo que lo define y constituye [al género negro] es el hecho de que el crimen, en la novela policiaca, es el tema central, el corazón del asunto; o sea su punto de partida, razón de ser y conclusión” (62-63). A diferencia de textos como De muerte natural, en el que un asesinato perpetrado en un hospital demuestra la capacidad analítica de Teódulo Batanes mediante el esclarecimiento de la forma en que se cometió un delito, en el género negro no importa el “cómo” sino el “por qué”. En otras palabras, las motivaciones humanas son el impulso que orilla a los individuos a realizar actos transgresores. Giardinelli propone otro atributo infaltable en el género negro: el contexto social. En El complot mongol(utilizo la edición de Joaquín Mortiz, 1997) los personajes se mueven en un espacio urbano claramente identificable: el barrio chino del Distrito Federal, cantinas, cafés, hoteles lúgubres. El protagonista principal es Filiberto García, un matón de sesenta años al servicio del Estado mexicano. Su oficio requiere que permanezca en las sombras del clandestinaje. La memoria desempeña un papel clave para conocer su pasado turbio. Filiberto García recuerda sus encomiendas homicidas: la eliminación de guerrilleros comunistas en la selva de Campeche, el asesinato de un cura durante la guerra cristera por órdenes de un general, el hombre aniquilado de un balazo en la frente. La violencia impera en el espacio de la ficción. La ciudad es un ser vivo amenazante y traicionero. Los enemigos aprovechan el anonimato otorgado por la multitud citadina. En cada momento Filiberto García es espiado, perseguido, se le aplican brutales golpizas, contraataca y mata con destreza a sus contrincantes. La expresión de hechos violentos mantiene la tensión narrativa, como se requiere en esta vertiente literaria.


La misión asignada por su jefe inmediato, un hombre llamado “el Coronel”, consiste en investigar el rumor surgido en Mongolia Exterior de que se planea asesinar al presidente de Estados Unidos durante su visita a México. Las pesquisas emprendidas por Filiberto García revelan la incorporación de ingredientes de la novela de espionaje. El sociólogo francés Luc Boltanski en su libro Énigmes et complots: Une enquête à propos d’enquêtes (Gallimard: París, 2012) propone que la superposición de identidades es el elemento estructural de un complot. La realidad cotidiana en la que se desenvuelve la vida del ciudadano común representa una realidad ficticia, mientras que la “realidad real” está oculta y allí, en las sombras, funcionan los verdaderos mecanismos que controlan a la sociedad. En El complot mongol Filiberto García se enfrenta a un entorno de identidades engañosas. Martita, la mujer por la que se siente atraído, posee un pasaporte falso. Rosendo del Valle esconde sus reales intereses tras la máscara de un funcionario preocupado por impedir un asesinato político que afectaría gravemente las relaciones internacionales de México. La mentira circula por las páginas de la novela. Boltanski añade otro componente importante de la novela de espionaje: la presencia de traidores involucrados en complots, aspecto que agudiza la incertidumbre que germina para establecer si un representante del estado está en realidad expresando la voluntad de la institución o si está sirviendo a otros intereses ocultos. En la novela de Bernal emergen varias interrogantes: ¿Realmente el Coronel está convencido de la existencia del complot? ¿A cuáles intereses sirve Rosendo del Valle? ¿Ambos manipulan a Filiberto García con el fin de concretar sus planes? La desconfianza del lector prolonga el suspenso, hábilmente construido por el hacedor de El complot mongol.


Luc Boltanski afirma que en las novelas de espionaje la tensión entre el estado-nación y el capitalismo, especialmente en el plano financiero, es aún más pronunciada porque este género confronta la relación entre el estado, la nación y las fuerzas que los amenazan directamente. Una tensión existente es la lógica de los flujos los cuales son desconocidos por sus habitantes legítimos y que el estado es incapaz de prevenir, fuerzas que fluyen a través del territorio y lo ponen en riesgo. Estas fuerzas incluyen agentes que operan a nivel político: espías enviados por potencias extranjeras, anarquistas, socialistas, agitadores, terroristas, y similares. En El complot mongol Filiberto García debe trabajar con agentes al servicio de las dos potencias que dominaban el mapa geopolítico de la denominada “Guerra Fría”. La relación del matón/detective con el agente Graves del FBI estadunidense y el espía Laski, un tentáculo de la KGB soviética, resulta problemática. Desde la óptica de Filiberto García, ambos representan enigmas que le suscitan desconfianza. ¿Le esconden información importante? En vez de aliados, ambos registran sus movimientos a través del laberinto urbano, escuchan sus conversaciones. La duda se anida también en la mente del lector. ¿A cuál propósito invisible obedecen Graves y Laski? ¿En verdad desean impedir que los terroristas supuestamente enviados por la China comunista ejecuten el magnicidio? Según Boltansky, otro componente de la lógica de los flujos es el dinero. El fenómeno de la globalización permite que el flujo monetario circule a través de las fronteras nacionales. En la novela de Bernal, los servicios de inteligencia descubren una operación inusual para los parámetros de la época en que se escribió El complot mongol: en un banco de Hong Kong (entonces una colonia inglesa) alguien retiró medio millón de dólares en billetes de cincuenta. Los billetes surgen en manos de delincuentes y funcionan a manera de pista falsa, pues en el centro de la intriga yace una verdad sorprendente.


El registro del habla de Filiberto García permite adentrarse en su siniestra visión del mundo. La atmósfera violenta se extiende por todos los planos de la trama. Mempo Giardinelli destaca la ineludible presencia de los impulsos destructores en el género negro: “La novela policial moderna se inscribe en las inmediaciones del horror y el espanto a manera de género gótico de nuestro tiempo. Y lo es cada vez más. Incluso podría decirse que acaso en lo horroroso y desagradable está uno de los grandes atractivos de este género” (83). El complot mongol sigue un flujo lineal, las acciones se desarrollan de manera sucesiva. Los recuerdos de Filiberto García no pueden considerarse retrospecciones que quebranten el fluir continuo del discurso narrativo. Son más bien fragmentos de memoria que elaboran una radiografía sicológica del personaje. El mecanismo estilístico manejado diestramente por el autor es el humor negro. Mediante esta herramienta, el texto adquiere densidad literaria. Cito un ejemplo. Filiberto García recuerda una de sus múltiples víctimas:


Y el que no conoce a Dios, a cualquier pendejo se le hinca. La primera en la frente, la primera bala, para que ni se bullan. Como aquél en Tabasco. Daba unos saltos como lagartija descabezada. La primera fue en la frente, como todo fiel cristiano. (126)


El hecho terrible y desagradable que es el ajusticiamiento y la agonía de un hombre es transformado en una imagen que lo despoja de su condición humana, y lo degrada al nivel de la animalidad. La comparación zoológica recuerda el cuento de Juan Rulfo “La cuesta de las comadres”, un texto que posiblemente Bernal leyó. El personaje narrador rememora el asesinato de Remigio Torricos, a quien le entierra una aguja en el corazón:


Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arría del ombligo y metérsela más arribita, allí donde pensé que ten­dría el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se que­dó quieto.


La influencia literaria es innegable. Pero esto no reduce a Bernal a la categoría de epígono de Rulfo. La percepción de la existencia en el que la muerte es despojada de su sentido trágico conduce a los orígenes del protagonista principal de El complot mongol. Filiberto García recuerda sus tiempos de pistolero durante el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924), cuando tenía veinte años. En su infancia y adolescencia vivió rodeado de sucesos violentos, la muerte estaba presente en la vida cotidiana. Sus inicios como pistolero le permiten introducirse en el aparato represor del Estado mexicano. ¿Bernal se inspiró en alguien real para configurar a su personaje ficticio? Lo ignoro. Lo cierto es que cuando la Revolución concluyó, muchos combatientes se incorporaron a la vida civil, y algunos de ellos eran diestros en el arte de matar. ¿Cuántos de ellos eligieron el oficio de Filiberto García? ¿Serían ellos los mentores de las siniestras policías secretas?


El reconocimiento internacional de El complot mongol como una obra sobresaliente del género negro ha comenzado con su publicación en lengua inglesa por la editorial New Directions. The Mongolian Conspiracy, con traducción de Katherine Silver y precedida por páginas introductorias de Francisco Goldman, fue seleccionada por npr.org como una de las tres mejores novelas traducidas en 2013. ¿Es posible trasladar de manera eficaz el humor negro manejado por Bernal? Sería interesante, y disfrutable, leer la versión de Filiberto García en el idioma de los forjadores del género negro como Raymond Chandler y Dashiell Hammett.

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