domingo, 7 de junio de 2015

Sobre los librotes

7/Junio/2015
Jornada Semanal
José María Espinasa

Hay libros que intimidan por su tamaño. Recuerdo el efecto que me hizo encontrar sobre la mesa de novedades de la librería del FCE el Borges, de Adolfo Bioy Casares. Lo tomé y me sorprendió su poco peso y luego, gracias a la indicación de un vendedor inteligente, su bajo precio, pero desde entonces lo llamé el libro cúbico. Pero no fue ese librote el que ocupó en mi cabeza el lugar que designaba esa palabrota: un “librote”, sino la Poesía reunida, de Marco Antonio Montes de Oca, tomo que si no recuerdo mal sirve en una novela de Enrique Serna para cometer un asesinato.
Ya Borges había anticipado el tamaño del homenaje que le dedicaría su gran amigo en los librotes de sus obras completas, ediciones que no se pueden llevar a la playa o cargar en el Metro a riesgo de luxarse el codo o desgarrase el músculo. Pero los de Borges son buen ejemplo de que, contra lo que se suele pensar, los librotes sí se leen, no sólo adornan el librero o sostienen la cama del lado de la pata rota. Esto viene a cuento en función de varios librotes recientemente aparecidos. Esos mastodontes o dinosaurios son ya imponentes por su tamaño e intimidan al lector.
El libro de Montes de Oca creó escuela, no estética sino editorial, en el propio FCE. Las poesías completas o reunidas de Juan Gelman, David Huerta, Tomás Segovia, etcétera. Creo que el público lector de esos libros es fundamentalmente fetichista: muchas veces ha leído ya lo que allí se reúne pero le gusta y quiere tener la publicación y suele releer en esos librotes lo que antes conoció en breves poemarios. La idea del escritor magro, con dos tres volúmenes, a lo Alí Chumacero o Juan Rulfo, se refleja distorsionada en la casa de los espejos de los librotes. ¿Son estos ejemplos citados el equivalente de la Comedia Humana (Balzac), losRugon Macart (Zola), los Episodios Nacionales (Pérez Galdós) o alguna de las sagas narrativas clásicas?
Otro caso reciente de librote es Aire común, poesía reunida de Francisco Segovia. Poco después de comentar en este mismo espacio su poema “Agua”, el Conaculta dio a conocer el volumen, ochocientas páginas largas, de muy buena poesía, de uno de los mejores escritores de su generación. Ese libro yo no lo leeré sino releeré, pues conozco ya lo allí reunido. Esa relectura, como es ya casi una ley no escrita, se transforma al presentarse en el género tan estadunidense de loscollected poems. Hay poetas que se desmoronan en el gesto, hay otros que crecen respecto a sus títulos independientes y es el caso de Aire común.
No se trata en esta nota de hacer análisis literario sino de referir cómo la poesía no le tiene miedo a los librotes y que también se anima con volúmenes intimidantes, muchas veces de manera sorpresiva. Eso tiene que ver con la concepción de la obra como un todo y que ese todo no nos habla de verdad hasta que está completo y que la poesía, casi por definición abierta, no se completa sino a la muerte del autor o esa previa conclusión que son las poesías reunidas.
Esto tiene que ver con una anécdota bastante representativa de los canales imprevistos aunque no siempre azarosos de la edición de poemas y poetas. En el curso que doy en la Fundación para las Letras Mexicanas sobre producción de revistas literarias, revisábamos hace unas semanas ejemplares del Plural dirigido por Octavio Paz, la mejor revista mexicana del siglo XX, para mostrar cómo esa publicación marcó los años venideros y algunos autores allí publicados hoy son referencias obligadas de nuestra cultura (Cioran, Levi Strauss, Jacobson, Berlin). Apareció de pronto un nombre que me podía servir de contraejemplo: un autor promovido por la revista y que no consiguió ganar lectores ni imponerse en el gusto del público.
Se trataba del poeta cubano Octavio Armand. Es un caso curioso –dije–, en aquellos años setenta y ochenta era un poeta de moda, publicaba en las mejores editoriales, se le mencionaba como la gran promesa de la lírica de los setentas, y junto a los peruanos Rodolfo Hinostrosa y Antonio Cisneros, como renovador de nuestra poesía. Fue, además, en aquellos años, director de una extraordinaria revista literaria, Escandalar, publicada en Nueva York en español y acusada por la izquierda dogmática de ser financiada por oscuros fondos en la guerra contra la Revolución Cubana. Pero en los años noventa –continué–, Armand prácticamente desapareció, dejó Nueva York y acabó, después de un periplo extraño, en Caracas, Venezuela. Yo, en esos años lector constante de los libros de Armand, viajé a Caracas a una feria del libro y traté de encontrarme con él y no pude. Después, dejé de leerlo y él dejó de publicar. Y rematé dramáticamente: ni siquiera sé si sigue vivo o no.
Los alumnos me miraban con cierta sorna y de pronto uno de ellos dijo: la semana pasada se presentó un libro suyo aquí. ¿De Octavio Armand? Pregunté con cierta incredulidad. Sí. Como seguía sin creerlo, uno de ellos me dijo: yo tengo un ejemplar, y me lo prestó. Ese ejemplar –Contra la página– fue el motivo para escribir esta nota sobre los librotes. A la sorpresa se sumaron tres elementos más: el libro tiene 850 páginas y está publicado en la editorial Calygramma, de Querétaro, con el apoyo del Fondo Editorial Querétaro y el Fonca, y además no son poemas, al menos no es ese su subtítulo, sino Ensayos reunidos (1980-2013). Por la solapa me entero de que Armand sigue vivo y en Caracas y que al menos desde que lo dejé de leer ha publicado El pez volador (1997) y El aliento del dragón(2005).
La sorpresa primera pasó después a ser un verdadero misterio: ¿cuál es la relación entre un escritor cubano que vive en Caracas y publica tal librote en Querétaro? En la edición no hay ninguna pista, ni en el prólogo ni en las solapas ni en la cuarta. ¿Quién se interesa por Armand y se interesa tanto que asume la publicación de un libro tan grande y complejo de formar, por cierto muy bien, sobria y elegante la maquetación?
Me sumerjo en su lectura con cierto miedo de que esa escritura haya envejecido mucho y ya no se sostenga. Nueva sorpresa: me resulta otra vez deslumbrante y me emociona. Hay que dar las gracias a Calygramma y a sus animadores Miguel Aguilar Carrillo, Diana Rodríguez y Federico de la Vega. Y correr a buscarlo. No sé dónde lo pueden conseguir y la página legal no pone dirección en la web ni correo electrónico, pero tal vez Educal lo distribuya. En todo caso: no se desconfíe de los librotes, son una caja de sorpresas.

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