lunes, 3 de noviembre de 2014

Poderes del horror y la escritura

2/Noviembre/2014
Confabulario
Lucía Melgar

Una mujer mirada que a su vez mira y transforma al voyeur machista en habitante de un mundo común, un despojo humano abandonado que se sueña mirada, un chino que mira desde la poesía un paisaje humano que lo niega y lo aniquila, una mujer atrapada en los brazos de un viejo, una vieja degradada por los tormentos de la pasión propia y ajena, una familia condenada a una locura lúcida e inevitable, dos hombres condenados a la soledad por la incomprensión social y por su propio acallamiento; un conjunto de seres abominables, terribles en su autodestrucción, en su capacidad de sufrimiento, en su afán de trascendencia, así sea a través de la pasión, la aniquilación, el dolor; un mundo donde se tocan el horror y la belleza; paisajes provincianos asfixiantes, límpidos, escenarios de degradación y afán de espiritualidad. En los cuentos reunidos en La señal, Río subterráneo y Los espejos, de Inés Arredondo, se entretejen pasiones, sufrimientos y anhelos con una pluma tan aguda y precisa en el espanto y en la dicha (así sea deseada más que vivida), y una expresividad en la luz y en las sombras que la experiencia de lectura resulta por momentos asfixiante o inquietante y siempre transformadora.

Autora de tres libros de cuentos, ensayos literarios, reseñas y artículos, Arredondo ha recibido un reconocimiento crítico cada vez más significativo, si bien la atención del público ha estado un tanto limitada por la dificultad para acceder a sus libros, afortunadamente superada por la publicación de sus Cuentos completos por el Fondo de Cultura Económica en 2011 (y antes por la edición de su Obra completa en Siglo XXI, en 1989).

Aunque se le puede considerar una obra oscura en tanto la voz narrativa se atreve a sumergirse y nos sumerge en las más terribles pasiones humanas, hay en ella una lucidez particular que se manifiesta en el estilo de la autora: la mirada de quien describe y analiza a través de sus personajes (víctimas ante victimarios, sobre todo, pero también protagonistas a la vez victimarias y víctimas) no se pierde en los abismos; la palabra que describe la belleza del horror o la perfección inalcanzable o el deseo de más allá es a la vez suntuosa y precisa, despojada y sugerente, inquietante y contundente, y se entreteje más de una vez con un silencio hondo, denso, que puede ser sólo negación y vacío, pero también comprensión y reconocimiento, encuentro y plenitud. En este sentido, la pluma de Arredondo, su arte narrativo, es lo que, más allá del horror o de la fascinación, crea una experiencia de lectura al filo, por así decirlo, en la que, no obstante, se siente un hilo conductor que lleva de nuevo a la superficie: podemos así asomarnos a los abismos de la locura, la degradación o la contemplación de la belleza sin perdernos en ellos gracias a una mirada y una palabra, sobre todo, que nos sostiene, es decir, que mantiene una cierta distancia entre ese mal expuesto y la putrefacción, entre la atracción del delirio y el grito del exceso de realidad.

Empezar por la densidad de la experiencia de lectura como elogio de una obra puede parecer extraño en un contexto mercantil donde a menudo se promueven lecturas fáciles o falsamente complejas como modo de entretenimiento o escape. Es, sin embargo, lo que se busca, o buscan muchos hoy, como un medio, no de escapar, sino de entender la realidad, también densa y terrible: una experiencia de lectura que nos lleve a pensar y a preguntar (nos) por las acciones y pasiones, por los motivos de otros y por el sentido mismo de la vida. Una lectura intensa no es una lectura difícil, es una lectura que nos inquieta y nos con-mueve, que nos abre a mundos desconocidos o muy cercanos pero que aún no hemos reconocido. En el mundo de Arredondo, además, las sombras se mezclan, si no siempre con la luz, con un deseo de luz. Así, aunque la mayoría de sus cuentos traten de la abyección, de la degradación, de la crueldad, de las zonas oscuras o ambiguas del ser humano y de la sociedad, hay relatos que se niegan a la locura o al aniquilamiento o que expresan una sed de más allá, de trascendencia (para mí humana, para otros religiosa o divina), y sobre todo que iluminan —en el sentido de sacar a la luz— y hacen posible la comprensión o invitan a un intento de comprensión (que no de justificación ni naturalización, de la violencia y la crueldad, por ejemplo).

Como ha señalado Claudia Albarrán, una de sus principales estudiosas, Arredondo (a quien considera en un homenaje de 1989 “una escritora ejemplar”) “abordó temas prohibidos para las letras mexicanas de entonces”, lo cual ya era una gran innovación y un atrevimiento, sobre todo al tratarse de una escritora. Además, lo hizo, añadiría yo, sin juicios morales y con una mezcla perfecta de lucidez y mesura que le permitió ahondar en abismos del espíritu y del deseo humanos sin estigmatizar ni estetizar en exceso (el gran peligro cuando se sitúa la violencia en ámbitos sofisticados o paisajes hermosos). Así, el horror que vemos (la mirada y la vista son cruciales aquí) repele, mas no al grado de borrar el atractivo del vicio, del deseo prohibido —o del mal—; en otros casos, por el contrario, parece deslumbrar y de pronto pierde su brillo sin por ello hacer incomprensible su ambigua atracción. En un sentido esto coincide con la observación de Albarrán acerca de la confluencia de “paraíso” e “infierno” en la obra de Arredondo. La presencia de lo sagrado en la obra de Arredondo ha sido también destacada por Rose Corral, quien en el prólogo a la edición de Siglo XXI planteaba que Arredondo “busca también la trascendencia de una historia, el momento central, o en una terminología religiosa a la cual se le ha prestado poca atención, la ‘señal’ que la ilumina y le da ‘sentido’”. Para Corral, lo sagrado es central no como referente sino como “forma de aprehender el mundo y de revelarlo”. Hacia ello apuntaría, sugiere, no sólo la ficción de la escritora (los temas de sus cuentos) sino “su idea de ficción”. Ambas estudiosas ofrecen así una lectura que traza un hilo conductor que llevaría de La señal a Los espejos, del mundo provinciano del cuento que da nombre al primer libro al de “Opus 132” en el tercero, donde los prejuicios están tan arraigados que, pese al poder transformador de la música, sus propios intérpretes quedan atrapados en una soledad devastadora.

Desde otra perspectiva, Esther Seligson destacó también la originalidad y densidad de los temas que interesan a la escritora. “Lo doble, lo múltiple, lo ambiguo, permean todo en todos sentidos, en todas direcciones”, escribe en su ensayo “Lo doble, lo múltiple, lo ambiguo. El mundo de Inés Arredondo”, publicado en La Jornada Semanal en 1986. Desde una lectura más cercana al cuerpo, a las pasiones y al deseo, Seligson retoma el concepto de “instantes de vida” de Virginia Woolf y plantea que los protagonistas (hombres o mujeres) de estos relatos conservan “una marca contundente en la memoria del cuerpo que detiene el tiempo y corta el espacio” . Seligson se sitúa así más en lo psicológico, en la experiencia de vida, y se aleja del lenguaje religioso, y nos lleva a pensar más allá del “estigma” físico (y de la connotación cristiana de la marca espiritual) de “La señal”. En su lectura destaca cómo Arredondo explora los abismos del ser humano, desde el narcisismo hasta la anulación, polos entre los que oscilarían los destinos personales de sus protagonistas.

A la vez que coinciden en destacar los altos contrastes que caracterizan esta obra, los intensos claroscuros de ámbitos y personajes, las cimas y abismos que atraviesan las protagonistas en particular, cada una de estas lecturas devela un aspecto del rico mundo narrativo de la escritora y le da un sentido propio. Menciono estas —entre otras interpretaciones destacadas de la obra de Arredondo— porque iluminan distintos aspectos de este mundo narrativo y precisamente muestran que la autora construyó un universo narrativo propio, “denso”, como también señalara Huberto Batis, y en el que parece fácil entrar pero resulta más difícil salir debido a la textura de la prosa.

En mi lectura de Arredondo, destacaría la capacidad de la autora para develar no sólo el horror, sino los poderes del horror, retomando el título del ensayo de Julia Kristeva sobre la abyección y lo abyecto, términos para mí más cercanos a la experiencia del siglo XXI tan alejado de la espiritualidad y tan cercano a la barbarie. Lo abyecto como aquello que amenaza el orden social porque rompe, atraviesa, disuelve las fronteras entre lo moral y lo inmoral, el bien y el mal, lo prohibido y lo permitido, parafraseando a Kristeva, se manifiesta en los cuentos de Arredondo como tema recurrente en relatos que giran en torno al incesto, las pasiones destructivas, la perversión o realización del deseo en posesión aniquiladora. El ser abyecto no es sólo la protagonista de “Atrapada” o “Sombra entre sombras”, es también la niña —¿ya mujer?— de “Orfandad” en que encarna el horror del abandono absoluto y la crueldad del mundo que ha dejado en la sombra a ese despojo humano. El deseo pervertido o perverso llevado al extremo de la explotación y la negación de la otra (la víctima es sobre todo mujer), la atracción del mal, pero también las corrientes ocultas de pasiones prohibidas, marcadas como tabú, atraviesan a personajes que la mayoría de las veces son seres comunes, mediocres, ciegos, en los que, sin embargo, se percibe un anhelo de más allá, de “otra cosa” —belleza, plenitud, sacrificio— que les da, así sea un instante, la posibilidad de “ser otros”, de superar la medianía, la mezquindad o la crueldad de su mundo, de la sociedad y la cultura que han hecho posible su triste o terrible existencia.

Si bien la abyección como espectáculo y experiencia alcanza una intensidad extrema en relatos donde las protagonistas narran su propia degradación, los límites del orden social se trastruecan también, en un orden casi geométrico, en un cuento como “Río subterráneo”, relato que da título al libro que para mí es el más logrado de su autora. Este es tal vez de los cuentos más perfectos de Arredondo en cuanto la estructura misma del relato, la arquitectura del espacio ficticio y la historia se conjuntan para exponer la locura a la vez como amenaza, destino, legado maldito. La lógica de la escalera, la disposición racional de los espacios en la casa, donde irrumpe un grito inhumano, cuya repetición parece inexorable, revela la lógica oculta de la locura, no como delirio sino como expresión desaforada, como desgarro que deja entrever la hondura de la desesperación y la desesperanza que atraviesan el espíritu humano. Así, la belleza del espacio perforado por el grito sugiere a la vez el atractivo y la amenaza de la locura; lo que previene e intenta mantener a raya esa corriente subterránea que se desborda es la escritura, la carta y el relato que la inventa.

Desde otra perspectiva, cabe destacar cuentos menos obscuros y en apariencia más simples como “Las dos de la tarde” o “Las palabras silenciosas”. Aunque la riqueza expresiva de Arredondo alcanza en otros relatos una sofisticación excepcional (“Las mariposas nocturnas”, desde luego), la historia del extranjero al que se desprecia por una falla inevitable en la articulación, cuya elegancia expresada poéticamente contrasta con la materialidad brutal de su esposa y luego sus hijos, destaca por la agudeza sutil con que expone la xenofobia y el egoísmo y sobre todo por la maestría con que entreteje palabra y silencio. Su particular combinación de sugerencia y elisión, de saber dicho y saber oculto transforma lo que podría ser un relato local en expresión de la incomunicación social, cultural y existencial que vive quien es visto y tratado sólo como “Otro”, al margen.

Los juegos de miradas que iluminan lo abyecto, que sumergen o salvan de la nada y del afán de absoluto; la lucidez con que se examinan las pasiones, miedos y deseos más intensos, y el cuidadoso equilibrio de palabra y silencio son algunas de las facetas más destacadas del arte narrativo de una escritora que, sin estridencias, nos dejó relatos que fascinan o trastornan, iluminan y, a veces, liberan, así sea desde la profundidad del horror mismo.

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