sábado, 9 de noviembre de 2013

Entrevista: El placer de leer a Proust

9/Noviembre/2013
Laberinto
Raúl Ortiz y Ortiz

Raúl Ortiz y Ortiz nació el 2 de mayo de 1931 en la calle de Puebla, en la colonia Roma de la Ciudad de México, aunque desde hace 75 años vive en Antonio Sola, en la Condesa. Ahí ha formado una biblioteca–fonoteca–fil- moteca considerada entre las más valiosas del país, con primeras ediciones en varios idiomas. Entre ellas, la de Por el camino de Swann. Fue director de la Escuela para Extranjeros de la UNAM y fundador de la compañía teatral Shakespeare. En 1987 obtuvo el Premio Alfonso Décimo de Traducción Literaria por su célebre versión de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Reconocido políglota, una de las pasiones de Ortiz y Ortiz ha sido la obra de Marcel Proust, de la que es uno de los grandes conocedores. Sin falsa modestia, afirma: “Creo que en México nadie tiene la documentación, los videos, las películas que yo tengo acerca de Proust”.
A unos días de cumplirse el centenario de la publicación de Por el camino de Swann, primera entrega de En busca del tiempo perdido, en entrevista, de la que se han suprimido las preguntas, el maestro Ortiz y Ortiz narra su experiencia como lector de Proust y su incomparable saga.
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Empecé a leer En busca del tiempo perdido en la adolescencia, en la versión de Pedro Salinas. Poco después mi padre me regaló una edición en dos tomos de la novela, traducida al inglés por C.K. Scott Montcrieff; a los 19 años, recibí mi primera edición en francés.

Leer En busca del tiempo perdido me llevó de 1945 a 1949–50, lo cual resulta explicable por dos razones. En primer lugar porque era demasiado ambicioso de mi parte comenzar a los 14 años a leer al escritor más complejo de la literatura francesa de los siglos XIX y XX. Me costaba mucho trabajo, pero también me daba un gran placer. Como si se tratara de disfrutar de un acto sexual, no quería llegar al orgasmo sino estar deleitándome con párrafos, con páginas, con episodios; eso fue lo que me retrasó tanto en acabarla.

Desde el principio, Proust se convirtió para mí en un compañero inseparable. Me ha permitido conocer la vida fuera de la colonia Condesa y de la calle de Antonio Sola, a donde llegué en 1938, a los 7 años, y en la que todavía sigo.

En busca del tiempo perdido implica toda una filosofía del arte. En una época en la que se ha perdido la fe en un más allá, el encontrar como única justificación de la vida la obra de arte, es una lección de Proust.
El tiempo perdido, el tiempo desperdiciado en amoríos, en aventuras, en procesos de ascenso social, de conquista de triunfos, se justifica a través de la obra de arte; de la experiencia personal volcada en la prosa más extraordinaria y más alejada de la tradición francesa.
Yo aprendí el francés con Voltaire, con Gide, con Balzac, con Flaubert, que son unos titanes. El idioma francés es racional, frío, analítico, suele expresarse en frases y oraciones muy concisas, muy concretas; esa es la tradición que desde el tiempo de Voltaire respeta todo gran autor, con la excepción de Saint–Simon, el cronista de las cortes de Luis XIV y Luis XV, quien, como Proust, no usa frases cortas sino que envuelve el tema del que está hablando con toda un serie de revestimientos que nos dejan absolutamente agotados.

En la primera entrega de En busca del tiempo perdido, en la primera recepción a donde llega Swann, se está tocando una composición de Chopin. Por la descripción que hace Proust de la música de Chopin, parecería que estuviera hablando de su propia prosa, de su propia sintaxis y no solamente de la obra, de la frase musical de Chopin.
La música es trascendental en la novela, porque Proust crece en un momento en que está realizándose una transformación radical de la música francesa. Uno de sus mejores amigos de la infancia fue Georges Bizet, el autor de Carmen. Es uno de los más grandes compositores, desgraciadamente mal conocido a pesar de ser el creador de la ópera francesa más famosa; tiene melodías y otras óperas con una riqueza extraordinaria. Una de las figuras que inspiran al personaje de Madame Rigamont es la viuda de Bizet.
El compositor de mayor éxito en la época en que Proust escribe es Jules Massenet, autor de Werther, de Manon; y la primera relación sentimental que tiene Proust en su juventud es con un discípulo de Massenet, de origen judío, como él, Reynaldo Hahn, que vive hasta los años cuarenta.
Pero no es la música de Massenet la que le interesa a Proust sino el cambio que se da en el vocabulario musical a partir de César Franck, Debussy, Ravel, con ellos cambia por completo. Hay otro músico que le interesa, Camille Saint–Saëns, uno de los compositores más reaccionarios. Tiene una sonata para violín y piano que contenía lo que Proust y Hahn llamaban la pequeña frase, que expresaba la belleza de su relación. Pero Proust no retrata nada, mete todo lo que lee o escucha en una licuadora y lo que entra allí sale convertido en otra cosa.

La sonata de Vinteuil, el himno de amor de Swann y de Odette, no es la sonata de Saint–Saëns, ni tampoco es la más famosa sonata para violín y piano que existe en el repertorio francés, que es la de César Franck; es una mezcla de todo: Debussy, Ravel, Stravinsky, quien estrenó La consagración de la primavera el mismo año que se publicó Por el camino de Swann.

La música es esencial en la obra de Proust, como lo fue en su vida. Enfermo de asma, no podía asistir a las salas de concierto, por lo que tenía un servicio telefónico que lo conectaba con la ópera de París. Oía los conciertos desde su casa por un parlophone. Una noche incluso mandó por un cuarteto de cuerdas para que en su departamento le interpretaran su música favorita.
Una de las aportaciones de Proust es convertir la novela en una estructura crítica; hace estudios críticos sobre Ruskin, sobre Dostoievsky, pero estos estudios forman parte de la acción, son inseparables de ella. Muchos años después de muerto Proust, se publica una colección de ensayos llamados Contra Sainte–Beuve, y en ella se demuestra que no solamente es el mayor novelista de la literatura francesa de los siglos XIX y XX, sino que es el más profundo de los críticos de carácter literario y artístico.
Para un neófito que no estuviera familiarizado con la crítica de arte, bastaría con que leyera los párrafos o las secciones en donde habla de Vermeer, de Monet. Los lirios de Monet son la pintura de Elstir.
Hay un enfoque erróneo, en mi opinión, en querer encontrar personajes reales, históricos, como protagonistas de la novela. Proust es como un alambique, toma elementos caracterológicos de vestuario, de modalidades y va creando su universo. No es sino hasta últimas épocas cuando tenemos la visión total de En busca del tiempo perdido, porque a su muerte, cuando le toca a su hermano, el doctor Robert Proust, publicar La prisionera, Albertina desaparecida, El tiempo recobrado, encuentra páginas tan escabrosas que las omite, y no aparecen sino hasta hace seis o siete años, en la última edición de la Plèiade.
Por el camino de Swann causó una gran admiración en el extranjero. A los franceses les costó mucho trabajo digerir este alimento condimentado con ingredientes que no les eran conocidos. Pero en Alemania, en Inglaterra, en la misma España de Pedro Salinas se le consideró un innovador. Por el camino de Swann es un rompecabezas, ahí están todas las piezas y nosotros como lectores tenemos que convertirnos en cómplices para ir formando las figuras que él nos va a dar seis volúmenes más tarde; un detalle que, aparentemente, no tiene ninguna importancia, va a adquirirla en La prisionera o en La fugitiva.

Para mí, Por el camino de Swann es, sin lugar a dudas, la obra más acabada, más perfecta desde el punto de vista formal de En busca del tiempo perdido, porque tuvo tiempo para hacerla. Comienza a escribirla, si no me equivoco, en 1905, a la muerte de su madre. Existe el antecedente de una novela muy semejante que no fue publicada sino hasta 1950: Jean Santeuil. La trama es muy semejante, pero todo el aspecto filosófico, psicológico, toda la teoría de la memoria involuntaria, toda la influencia que Bergson tuvo sobre él —o él sobre Bergson— no está en Jean Santeuil.

Todas las casas editoriales rechazan Por el camino de Swann y Proust tiene que acudir a Bernard Grasset, que consiente en publicarla siempre y cuando el autor pague la edición. En esa primera entrega nadie se salva del cataclismo proustiano, de su pesimismo, de su manera de retratar la vileza humana, excepto su madre y su abuela, que son equivalentes.
Mucha gente afirma lo mismo que yo: si me voy a una isla desierta donde voy a romper con todo contacto humano, ¿qué me llevo? No me llevaría a Shakespeare que me ha acompañado toda la vida, que lo he enseñado y lo admiro. No me llevaría a Cervantes ni a Dante, no me llevaría a Pérez Galdós, que es para mí uno de los monumentos más grandes de la literatura. Me llevaría a Proust, porque es el que mejor ha conocido la naturaleza humana.

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