lunes, 28 de noviembre de 2011

Historia e invención

26/Noviembre/2011
Laberinto
Roberto García Bonilla

A Lorena Hernández Muñoz

Jorge Aguilar Mora (1943) reúne ocho textos, inicialmente publicados —como prólogos así como en revistas y antologías— entre 2000 y 2011, en El silencio de la Revolución y otros ensayos. Con estilo punzante, penetra y cuestiona verdades de mármol sobre el movimiento armado que puso fin al porfiriato. Se desliza por la pátina de la tradición historiográfica con una mirada inédita ante la reconocible portada de la historia y la crítica literarias sobre la Revolución. La unidad de este vasto panorama se asienta en la confrontación de versiones y conclusiones que el género de la novela y, en general, la narrativa de la revolución han acumulado. Aguilar Mora emprende un recuento de la gesta histórica que todos sabemos cuándo inició (1910) y nadie cuándo terminó, y que ha asimilado la memoria y ha sido tamizada por la ficción y el testimonio de hombres y mujeres.

Los textos de El silencio de la Revolución hacen evidente la coherencia de un proyecto escritural que mantiene su individualidad en las obras y los autores que aborda. La unidad no se restringe a la temática; su autor muestra con transparencia los rasgos que han signado sus ensayos. Recordemos La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz (1978), un libro que marcó al crítico en nuestra República de las Letras; se acepte o no, Aguilar Mora fue estigmatizado por un sector de la crítica y, puede deducirse, ese hecho acentuó su distanciamiento del país y de nuestros círculos literarios. La obra ensayística del alumno de Antonio Alatorre y Roland Barthes es excepcional por su originalidad y lucidez. Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la revolución mexicana (1990) es la obra más abierta y abigarrada, experimental, en más de un sentido, en la ensayística de Aguilar Mora. Sus vertientes alcanzan diversos terrenos genéricos. Se conjugan la minucia investigativa, la precisión académica, una aspiración estética, además de una necesidad afectiva por fundir la crónica, el ensayo, la biografía y la autobiografía. Algunos de estos rasgos también se evidencian en La sombra del tiempo. Ensayos sobre Octavio Paz y Juan Rulfo (2010). En “La fuga de la identidad”, Aguilar Mora hace un recuento en perspectiva del desarrollo de la poesía de nuestro Premio Nobel en tres etapas: la de Taller, la de El arco y la lira y la de Los hijos del limo, recuperando influencias literarias e ideológicas, confrontando los cambios que sufrieron textos como Libertad bajo palabra en sus distintas versiones (1949, 1960, 1968). “En varias ocasiones me han preguntado —señala el autor de Un día en la vida del general Obregón— si mi crítica constante a Paz tiene una motivación personal o me han catalogado de jacobino por el radicalismo de mi rechazo a la mayor parte de su obra. Me parece que ambas actitudes corresponden a la anemia y a la ceguera de la crítica en México […] He criticado a Paz porque en muchos sentidos lo admiro. Su obra poética y su pensamiento sobre la poesía tienen una solidez interpretable y criticable”. Y en “Yo también soy hijo de Pedro Páramo” invita al lector a una revisión de la obra rulfiana y de las tradiciones literarias que la sostienen, así como de las simbologías —imbricadas en mitos y silencios— presentes entre progenitor y vástago que abarcan al propio hijo del escritor, a quien se dirige el ensayo, armado a la manera epistolar.

En El silencio de la Revolución y otros ensayos, el autor de Stabat Mater funde el rigor académico (evitándole al lector el ritual de los pies de página) con el ejercicio narrativo del novelista, el autor de Un cadáver lleno de mundo (1971) o Si muero lejos de ti (1979). La misma preocupación del novelista por la tradición que le antecede —y que ha de superar, utilizando, incluso, el habla, como un personaje más, por ejemplo en Los secretos de la aurora (2002)— también está presente en el ensayista que en su análisis se libera de las definiciones esquemáticas de los géneros, y permite su convivencia y mutuo enriquecimiento.

En El silencio de la Revolución… advertimos la confluencia natural entre historia y literatura, hecho inadmisible para la crítica académica. Biografía y ficción hermanadas pueden explicar la narrativa de la Revolución y alumbrarnos con fidelidad sobre hechos históricos del mismo modo que los relatos de personajes pueden dar claves sobre la vida de quienes los crearon. El deslinde y la ambición metodológica de las academias —que suelen ser estériles— ha negado testimonios genuinos de la historia; retratos biográficos inéditos se han confinado como retórica adyacente a la trama y los personajes “centrales”, y se han encerrado, en un tiempo lejano a la realidad, sólo atribuible a la ficción.

Los textos reunidos en el volumen son “El silencio de la Revolución” (proclama la necesidad de devolverle la voz que le pertenece a la novela de la Revolución, “más allá de un género inventado por la pereza crítica, más allá de la historia misma”; cuestiona así a las academias de historia y a la crítica literaria); “El origen de la nación mexicana” —sobre La ruina de la casona. Novela de la Revolución mexicana (1921) de Esteban Maqueo Castellanos (Conaculta volvió a publicarla en 2010)—; “El fantasma de Martín Luis Guzmán” (un recorrido por la narrativa y las asimilaciones ideológicas del autor de La sombra del caudillo); “El mundo con otro, el mundo con otros” (a partir del análisis de la letra de un corrido, muestra la fidelidad de “La Bola” a Pancho Villa, y manifiesta la significación histórica y biográfica del corrido de la Revolución); “El silencio de Nellie Campobello” (en el cual reconocemos el hallazgo, tantos años olvidado, que representan Cartucho (1931) y Las manos de mamá (1937): la rarísima convergencia entre crónica, memoria, historia, autobiografía y literatura en un ejercicio espontáneo y con la puerilidad de su estilo); “Una novela fiel. Vámonos con Pancho Villa” de Rafael F. Muñoz (acaso el texto en el cual es más evidente la afectividad y complicidad de Aguilar Mora con el enigmático novelista que murió poco antes de aceptar una silla en la Academia Mexicana de la Lengua); en “La literatura infinita. Los cuentos de Rafael F. Muñoz” sabemos de textos como “El niño”, “La cuerda del general” o “El buen bebedor”; en “Novela sin joroba (Se llevaron el cañón para Bachimba)”, el ensayista precisa la integración total entre narración e historia, situada en la rebelión pura, sin importar si fue orozquista o no.

En estos ensayos el pasado es vivificado como preámbulo a las argumentaciones. Historia social y cotidiana, crítica literaria, ensayo biográfico e impugnación de las sentencias y ponderaciones de la tradición historiográfica se funden con la libertad narrativa y la incisión interrogativa del escritor que redimensiona la historia y contextualiza los hechos en el presente. Las interpretaciones, en largos pasajes, son agrestes, aunque sin el sesgo de estilos que aspiran a la depuración de la forma; con frecuencia las ideas no emergen contundentes.

En El silencio de la Revolución… estamos ante un escritor cuya integridad y consecuencia intelectuales y narrativas no admiten concesiones con su propio estilo, menos aún con sus objetivos como crítico. Corre el riesgo de la incomprensión, el desdén o la indiferencia al no ceñirse al atildamiento reconocible y asequible entre las comunidades de lectores. La intrincada estructura de los textos se asienta en la coexistencia de registros temáticos, narrativos e interpretativos (históricos, genéricos, ideológicos y poéticos). La escritura se caracteriza por la polifonía de registros. Sus disentimientos, lejos de la diatriba, apuntan a una meditación que provoca la polémica y se rehúsa a las entrelíneas de la censura. En los pliegues de las entrelíneas, encontramos la pormenorización y los intersticios de la narración: ahí está el polémico diálogo interior que el lector enfrenta como interlocutor. Para Aguilar Mora, hay que reiterarlo, el desafío del escritor consiste en asimilar tradiciones y su tentativa de aportación es escribir algo que no se haya hecho antes. El ensayista obsesionado por el pasado, que utiliza como herramienta para iluminar la verdad propia y de paso compartirla a sus lectores: así se muestra el autor de La bella molinera que, acaso sin advertirlo, manifiesta la vehemencia, la pasión y la minucia con la que se ha desempeñado como profesor universitario por más de treinta años en la Universidad de Maryland. Sus digresiones no son concesiones retóricas ni sutileza estilística, son revelaciones de las entrelíneas de las lecturas, que crean intertextos.

En el trasfondo de su discernimiento y sus polémicas respira el anhelo de una búsqueda de integración y el coloquio entre el intelectual, el académico, el escritor que ha incursionado en casi todos los géneros literarios, y el hombre cuya pasión por encarar la cotidianidad y pensar la realidad —integrándolas a la escritura— mantiene una infrecuente densidad.

El silencio de la Revolución y otros ensayos es un ejemplo de unidad de un proyecto escritural en el cual la memoria individual, colectiva, anónima y oficial, dialogan y se confrontan. Una polémica subyace, y no por conocida es menos significativa: la pugna, digamos, epistemológica entre la verdad histórica y la revelación literaria. Si se acepta que la historia tiene en la memoria uno de sus ingredientes básicos, al recuperar meandros del pasado integrará a su cuerpo, al menos, hilos de la invención. Y si la literatura, como se repite, ha superado a la realidad, es porque de manera permanente se nutre de aquella más allá de la metamorfosis discursiva e ideológica.

A pesar de su distanciamiento físico de México, Jorge Aguilar Mora es uno de nuestros ensayistas más representativos y escritores vivos con más ambición universalista, sin perder de vista la cultura y la historia. No es fortuito que, reconociendo y detallando la geografía física y afectiva de su estado natal, Chihuahua, se haya sumergido en la vida de milicianos anónimos y que se haya detenido en los fusilamientos. Además, hay que tomar en cuenta las obsesiones intelectuales de un narrador que necesita la historia para argumentar lindes o meollos en sus ficciones. Hay búsquedas anímicas de las ausencias y pérdidas familiares, sobre todo las intempestivas. Esa misma búsqueda, finalmente, lo mantiene activo en la investigación y la escritura de una crónica pormenorizada, año por año, de la cultura, el pensamiento, la tecnología, la ciencia y la política en América Latina durante el siglo XIX.

Del mismo modo que el autor de El silencio de la Revolución… nos recuerda que, más allá de la invención de un género concebido por la comodidad de los estudiosos formalistas, la novela de la Revolución Mexicana es una de los ejemplos más elevados de nuestra literatura, nosotros reconocemos que al margen de divergencias interpretativas, prejuicios o desconocimientos generacionales, dentro de la heterogeneidad de nuestros ensayistas vivos Jorge Aguilar Mora es uno de los más insólitos, por su rigor y su ética intelectuales.

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