domingo, 14 de noviembre de 2010

En contadas palabras, Alí

14/Noviembre/2010
Jornada Semanal
Ricardo Yáñez

“Tengo un gusto por las sílabas contadas y un gran amor por la vida”, dijo concisamente Alí Chumacero a Jorge Luis Espinosa en entrevista realizada hará siete años. No menos que el verso de Eliot sugerido por Miguel Ángel Flores como probable epitafio del nayarita (Proceso 1774), y si bien puesta en pasado y tercera persona, igual funcionaría como tal la breve alocución del autor de Palabras en reposo. En cuanto a la segunda parte de su frase no es difícil deducir, partiendo tanto de sus propias declaraciones como de apreciaciones ajenas, que la vida supo corresponderle. Buen conversador, como se sabe, la fortuna poética no se le acababa en la escritura. Recogida su voz de diversas fuentes, y aquí remitimos al curioso lector al libro Alí Chumacero, pastor de la palabra, prologado por Gabriel Bernal Granados y con una Nota del editor Ramón Córdoba, Concaculta, el INBA y Alfaguara (2004) armaron una especie de charla del poeta con el lector, de la cual entresacamos los siguientes que llamaremos aforismos:

Los libros buenos son como la sonrisa de los niños: de golpe nos dan su alma.

Para mí es mucho más importante tocar un brazo, mirar unos ojos, caminar por una calle en buena compañía que escribir un poema… Renunciaría al más hermoso de mis poemas por recibir una mirada grata.

A nada es comparable la mirada de una persona hacia otra si en ese acto hay una fe y una proyección amorosa.

El amor es un testimonio de que se puede recurrir a un alto argumento para decir: “Aquí estoy, vivo.”

El enamorado es un hombre que, de todas maneras, está vivo en el mundo, no importa que sufra, se divierta o goce, que esté triste, melancólico o jubiloso.

El dolor es una forma intuitiva de conocimiento.

La religión es una manera de justificarse ante el mundo y el amor es una manera, paralela a la religión, de salvarse frente al mundo. Quien ama y cree está del otro lado.

Cuando dos seres se integran en uno se siente como producto la esperanza de que, aunque sólo sea por unos instantes, nos hallamos a salvo de la desaparición.

Creo en la inspiración. La mía tuvo un origen más profundo que amplio.

Yo escribo y luego aplico, claro, el razonamiento, la racionalidad, a fin de que se concrete algo de toda aquella corriente que ha salido del inconsciente.

Sin embargo, se puede decir que mi poesía no llegó a ninguna culminación; quizá eso sea el defecto, quizá sea esa la virtud.

Y si el futuro me obliga a pensar que de mis textos no va a perdurar una sola línea, no me importa. Tuve una vocación, y la he cumplido.

Mi poesía es como es y, de acuerdo con esto, prefiero pocos lectores inteligentes que no multitudes indocumentadas.

La poesía es un género que no se puede enseñar… es un arte alejado de la literatura.

La poesía no es una religión, es una brujería.

El poeta intuye formas de conocimiento, llamémosles así, que luego el filósofo va a desarrollar.

Tan legítimo es un poema sencillo como uno complicado.

Cuando se escribe la soledad se radicaliza. El poeta se siente absolutamente aislado, se adentra en un mundo cercano al del místico, o al del tonto; se separa del mundo circundante, en el que fluyen solamente las corrientes internas, que una vez plasmadas dan una especie de satisfacción, de equilibrio. Pero la soledad, que sigue siendo la madre de la poesía, no se destierra; sigue siendo el ingrediente necesario, privado, que da el impulso a la poesía.

Tan buen poeta puede ser el desordenado como el ordenado.

El poeta no es más que un momento frente a un mar de eternidad.

A un verso hermoso no lo tumban ni todas las eternidades.

La poesía del joven es siempre más sencilla, más pura, más limpia, menos complicada. Conforme se va viviendo con más intensidad, la sencillez se va haciendo concepto: el poema va más al concepto que al sentimiento desnudo.

A veces pienso que la poesía es el espíritu.

El poeta, como todos los artistas, es un pastor del tiempo. Va cuidando la desaparición. Quizá entonces resulte mejor decir que el poeta es un pastor de la muerte.

Cuando un poeta ha escrito más de tres poemas o tres libros, menos le pesa la muerte. Entonces puede pensar hasta en suicidarse.

La escritura de un poema supone una actitud de angustia que se resuelve en cuanto le pones punto final… El silencio, en cambio, es la angustia sin término, la frustración de una posibilidad y, sobre todo, el terror de pensar que esa frustración pueda ser definitiva.

Poesía y sociedad tienden a rehuirse por la incompatibilidad de los métodos a que recurren, por el desdén que una y otra se dedican.

El poeta edifica con sus propios materiales un universo privado, y en ese ámbito procede a bautizar con un “sentido nuevo” las palabras.

No se trata de que el poema sea forma en el sentido de que deje de tener sustancia, sino que tenga un contenido. Lo racional tiene que actuar sobre el inconsciente a fin de que el poema sea un trabajo bien hecho.

Hay que confesar que el azar es poeta a veces.

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