lunes, 19 de abril de 2010

Satán

19/Abril/2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

¿Qué puede hacer uno de sí mismo a los 80 años? Si se ha tenido el descaro de llegar a esa edad se pueden escribir libros, como lo hizo Gadamer, Marcuse, Bertrand Russell o tantos otros. Las memorias, creo yo, son un poco arrogantes en cuanto nos dicen que quien las escribe ya ha vivido lo suyo y que su horizonte se encuentra en el pasado. Y por lo tanto a nosotros nos toca cargar con esa memoria. Buen ejercicio el de llevar en la espalda el ataúd de los demás. Aunque en vez de leer memorias yo me inclinaría por los libros que suponen la existencia de una mente activa en su propio presente. Sé que parecerá un poco meloso, pero en todas las áreas de la vida me inclino por los viejos que no cuentan sus años y que continúan activos como si su muerte fuera a postergarse para siempre (excepción hecha, por supuesto, de los dictadores y demás sujetos malignos que ni su propia madre tolera).

En Satán en los suburbios, Bertrand Russell relata la historia de dos hombres, uno que practica el mal hacia la humanidad y otro perturbado que con tal de asesinar al malvado construye una máquina para calentar los mares y de una vez por todas cargarse a la humanidad entera. Este relato fue escrito hace cerca de sesenta años, cuando Russell se casaba por cuarta ocasión. Esto también puede uno hacer de viejo, casarse varias veces hasta volver asilos de ancianos todos los Registros Civiles. Si intento ser objetivo me parece que los viejos son, acaso, los únicos que tienen derecho a cometer un disparate semejante.

Ya desde entonces Russell se imaginaba el calentamiento global como epitafio para la humanidad. En los años que corren, Estados Unidos se ha mostrado reacio a disminuir las emisiones de gases contaminantes que tarde o temprano afectarán nocivamente el clima y, sin embargo, propone regular la producción nuclear en el mundo por miedo a que los terroristas hagan uso de ella en su contra. Prefiere morir de un mal en vez de otro. Sería exagerado llamar a su conducta —la de no firmar tomar medidas que eviten el deterioro climático— terrorismo futurista, aunque no tanto si se piensa que los terroristas intentan, como en el relato de Russell, acabar con Satán hundiendo a quienes se encuentren a su alrededor.

“La Segunda Guerra Mundial contó con cincuenta millones de muertos, mitad civiles y mitad soldados. Desde entonces la proporción se invierte, los conflictos armados suman muertos y más muertos aún por millones, pero el ochenta por ciento son mujeres, niños u hombres sin armas. La guerra llevada a su paroxismo se ha convertido en guerra contra la población civil”. (André Glucksmann). El exterminio del mal, la muerte de Satán encarnada en una porción de los seres humanos es terrorismo simbólico que anticipa masacres. Sin embargo, esta guerra contra la población civil no es sólo exclusiva de los milicianos, sino de las instituciones o gobiernos que se inventan males extremos para conservar intactos sus intereses. De ello trata una buena parte de la historia de los hombres, y de algún modo Bertrand Russell lo ratifica en este relato escrito en el ocaso de su vida.

La tarea de buscar respuestas no es la misma que darlas y Bertrand Russell se avocó a la primera todo su tiempo. Sus conocimientos matemáticos y su poner en marcha toda una tradición de pensamiento lógico no se opuso a sus intereses humanistas y sociales. Incluso obtuvo el Nobel de Literatura que se le otorgó seguramente por escribir tan bien aún siendo filósofo y matemático. Los viejos no tienen por qué dejar de pensar a no ser que un pedazo de madera les atraviese el cráneo. Y en esta época de jóvenes tecnócratas que por lo regular piensan con la boca, Russell es prueba de que en verdad han existido hombres sabios aun cuando su voz no se escuche más que en los rincones.

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