Laberinto
Edith Negrín
La relación entre el escritor y la
fotografía solía ser retrospectiva; conocíamos a un escritor consagrado o
muerto por sus viejas fotografías; Internet modificó drásticamente esa
relación y hoy conocemos antes las fotografías y luego (quizá) la obra
literaria de los escritores.
Grave problema: la fotografía es la
Gran Normalizadora, y la fotogenia es la prueba de que todo está OK:
amas, gozas, trabajas, consumes, descansas, existes, luces, vendes
obedeciendo cada cláusula del contrato social.
Un retrato es siempre la
certificación de una obediencia al control; la policía incrustada en la
retina. El cambio de la relación entre literatura y fotografía ha
resultado en otro factor más de la normalización del escritor, que
caracteriza a esta época de las artes verbales.
Nótese, por ejemplo, la función de
la foto en el experimentalismo: la escritura puede querer no ser
comunicativa, eludir el realismo y la lectura-pasiva; pero la persona
que escribe experimentalmente, en cambio, desea ser reconocible, real,
transparente, presente, comunicable, familiar gracias a sus fotos.
Esta es la gran incongruencia del
experimentalismo y toda literatura actual. Su adicción a la fotografía
muestra su entrega al capital.
La fotografía ha hecho más comercial a la literatura comercial y más aceptable a la literatura experimental.
Hoy ser escritor es aparecer en
fotografías. Si hay un anuncio de una lectura, libro o evento veremos
una fotografía del escritor. Participar en lo literario es aparecer en
una fotografía.
El libro importa menos; los géneros centrales son álbum y pic.
La fotografía es el arte más
reaccionario de nuestro tiempo; está, por lo menos, 100 años detrás del
arte contemporáneo. Sin embargo, el arte contemporáneo depende del
padrinazgo del retrato.
El escritor mediante la foto se vuelve una “personalidad”; el texto es apenas el producto vendido por la “celebridad”.
Si bien el libro está en crisis, la figura del escritor, en cambio, aumentó en relevancia.
No es azar que tengamos ya escritores que no escriben y sean célebres en el espectáculo de las Humanidades.
Hemos llegado al momento en que
ninguna innovación radical de la forma artística sucederá si no hay una
crítica radical del espectáculo.
La falta de radicalidad del
presente momento literario, teórico y artístico, en general, es
evidenciada por la naturalización de la foto como carta de presentación
del autor.
La fotografía es el pilar del
espectáculo. Pero mediante su uso del retrato, el escritor merma la
distancia, el extrañamiento del arte.
La foto es la firma del escritor con las clases en el poder y el gusto consumidor. El retrato expresa su afinidad con los dominadores y su atractivo y accesibilidad para el consumo.
Si el escritor se niega a romper el contrato fotográfico, la escritura, sin embargo, romperá su contrato con el escritor.
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